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VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

CONSAGRACIÓN DE LA CATEDRAL DE LA ALMUDENA

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Madrid, martes 15 de junio de 1993

 

¿Es posible que Dios habite en la tierra?” (1R 8, 27).

1. La liturgia de hoy nos presenta estas palabras del rey Salomón, que hemos oído en la primera lectura. Y continúa: “Si no cabes en el cielo, y en lo más alto del cielo, ¡cuánto menos en este templo que te he construido!” (Ibíd., 8, 28).

El hombre es consciente de la infinitud e inmensidad de Dios, no circunscrito a los límites del espacio y del tiempo, pues “siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos del hombre” (Hch 17, 24). Pero el Dios de la Alianza, “Aquel que es” (cf. Ex 3, 14), ha querido venir a habitar en medio de su pueblo. El que abarca y lo penetra todo habitaba en la tienda, llamada del Encuentro, durante el peregrinar del pueblo hacia la tierra prometida. El Señor puso su morada en el monte santo, Jerusalén, porque “su delicia es habitar entre los hijos de los hombres” (Pr 8, 31); y, cuando “llegó la plenitud de los tiempos” (Ga 4, 4) se hizo Emmanuel, “Dios con nosotros” (cf Mt 1, 23). En la persona de Jesucristo, Dios mismo sale al encuentro del hombre. Dios se hace accesible a los sentidos, tangible: “Hemos visto”, “hemos oído” y “hemos tocado al Verbo de la Vida”, “porque la Vida se ha manifestado, y nosotros la hemos visto”, escribe el apóstol san Juan (cf 1Jn 1, 1-2). En efecto, en Jesucristo “habita corporalmente la plenitud de la divinidad” (Col 2, 9), hasta el punto de que su cuerpo es el templo verdadero, nuevo y definitivo, como hemos oído en la lectura del Evangelio (cf Jn 2, 21). El Verbo de Dios se hizo carne, y puso su morada entre nosotros (Ibíd., 1, 14). Por ello, con el corazón henchido de gozo, proclamamos con el Salmista: “¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos!” (Sal 83 [82], 2).

2. A semejanza del templo de piedras vivas, que son todos los fieles de esta Archidiócesis, la Catedral de Santa María la Real de la Almudena, que hoy tenemos el gozo de dedicar al culto divino, es una expresión sublime de alabanza a Dios. Por ello, una inmensa alegría convoca hoy al pueblo de Madrid, al que deseo expresar, a través de la radio y la televisión, mi saludo entrañable y afectuoso. Una alegría que he querido hacer mía al venir aquí, como sucesor de Pedro, y dedicar esta morada de Dios entre los hombres. Este templo catedralicio, que se eleva hacia el cielo, es todo un símbolo: el dinamismo del Pueblo de Dios, que ha unido sus fuerzas, trabajos, limosnas y oraciones, para ofrecer a Dios una digna morada en la cual se invoque su nombre y se implore su misericordia.

A todos los que de una forma u otra han contribuido a su construcción: a la Casa Real, que tuvo un papel decisivo en los comienzos de la obra y ha seguido alentándola después; al Presidente del Gobierno y a las numerosas empresas que han ayudado a su edificación; a las instituciones que, junto con el Arzobispado, han formado el Patronato, a saber: el Ayuntamiento de Madrid, la Comunidad Autónoma, Caja Madrid y la Asociación de la Prensa Madrileña; al arquitecto y a los trabajadores, que han dado a la obra su saber y su energía; a las parroquias, congregaciones religiosas y asociaciones de fieles, que han depositado aquí sus objetos de arte para su decoración; a todos los que han contribuido con su aportación económica; y a la Iglesia y al pueblo de Madrid, a todos quiere hoy el Papa expresar su agradecimiento, en nombre de Jesucristo y de la Iglesia, por la culminación de este gran templo.

Gratitud, de modo especial, al Pastor de esta Archidiócesis, el Señor Cardenal Ángel Suquía Goicoechea, que en nombre de toda la comunidad eclesial, Obispos Auxiliares, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles, me ha dirigido tan amables palabras de comunión y cercanía. Que el Señor, rico en misericordia, premie abundantemente su generoso y abnegado ministerio pastoral a la Iglesia de Dios. Igualmente mi agradecimiento por su presencia al Cardenal Vicente Enrique y Tarancón y a los demás Señores Cardenales, así como al querido Episcopado Español, con su Presidente, Monseñor Elías Yanes, Arzobispo de Zaragoza.

¡Demos gracias a la Santísima Trinidad por este lugar santo donde residirá la gloria del Señor! Démosle gracias porque, en su divina providencia, este lugar será casa de plegaria y de súplica; de culto y adoración; de gracia y santificación. Será el lugar adonde el pueblo cristiano acuda para encontrarse con el Dios vivo y verdadero.

3. “No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?” (1Co 3, 16). Estas palabras de san Pablo, que hemos escuchado en la segunda lectura, nos llevan también, queridos hermanos, a preguntarnos: Cuál es el fundamento de ser y sabernos templos de Dios? Y la respuesta es: Jesucristo. Por eso el mismo apóstol podrá decir: “Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo” (1Co 3, 11). Y todo ello sin abrogar lo que el Antiguo Testamento dice sobre el templo de Jerusalén, y que en el Salmo responsorial hemos repetido con tanta fuerza emotiva: “Dichosos los que viven en tu casa” (Sal 83 [82], 5).

El celo por la casa de Dios vemos que lleva a Jesús un día, en el templo de Jerusalén –aquel templo levantado por Salomón y reconstruido tras el exilio en Babilonia– a expulsar a los mercaderes diciéndoles: “No hagáis de la casa de mi Padre una casa de mercado” (Jn 2, 16). Y a la pregunta de los judíos: “Qué señal nos muestras para obrar así?” (Ibíd., 2, 18), el Señor responde: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (Ibíd., 2, 19). Esas palabras no podían ser comprendidas entonces, porque Jesús estaba hablando del templo de su cuerpo. Sólo después de la resurrección sus discípulos las entendieron y creyeron.

Por ello, amadísimos hermanos y hermanas, proclamamos que el templo de la Nueva y Eterna Alianza es Cristo Jesús: el Señor crucificado y resucitado de entre los muertos. En Él “habita corporalmente la plenitud de la divinidad” (Col 2, 9). Él mismo es el Emmanuel: “La morada de Dios entre los hombres” (Ap 21, 3). En Cristo toda la creación se ha convertido en un grandioso templo que proclama la gloria de Dios.

4. A semejanza de este edificio material que hoy dedicamos para gloria de Dios, y en cuya edificación todas las piedras, bien ensambladas, contribuyen a su estabilidad, belleza y unidad, por ser hijos de Dios, vosotros, mediante el bautismo, “como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por Jesucristo”. Y en la base de este edificio estará como garantía de estabilidad y perennidad la “piedra angular, escogida y preciosa” (1P 2, 5.6), cuyo nombre es Jesucristo.

Por eso, ¡no dañéis ese templo! No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios con el que habéis sido marcados (cf Ef 4, 30), al contrario, cuidad la unidad de la fe y la comunión en todo: en el sentir y en el obrar, en torno a vuestro Pastor. En efecto, el Obispo, en comunión con el sucesor de Pedro –“roca” sobre la que se edifica la Iglesia (cf Mt 16, 18)– es el Pastor de cada Iglesia particular y ha recibido de Cristo, a través de la sucesión apostólica, el mandato de enseñar, santificar y gobernar la Iglesia diocesana (cf Christus Dominus, 11). Acogedlo, amadlo y obedecedle como a Cristo; orad constantemente por él, para que desempeñe su ministerio con total fidelidad al Señor.

5. Con la terminación de la catedral de Madrid, obra en la que se han empeñado tantas energías, se da un paso importante en la vida de esta Archidiócesis. La iglesia catedral, en efecto, es el símbolo y hogar visible de la comunidad diocesana, presidida por el Obispo, que tiene en ella su cátedra. Por ello, este día de la dedicación de la catedral ha de ser para toda la comunidad diocesana una apremiante llamada a la nueva evangelización a la que he convocado a la Iglesia.

La Iglesia española, fiel a la riqueza espiritual que la ha caracterizado a través de su historia, ha de ser en la hora presente fermento del Evangelio para la animación y transformación de las realidades temporales, con el dinamismo de la esperanza y la fuerza del amor cristiano. En una sociedad pluralista como la vuestra, se hace necesaria una mayor y más incisiva presencia católica, individual y asociada, en los diversos campos de la vida pública. Es por ello inaceptable, como contrario al Evangelio, la pretensión de reducir la religión al ámbito de lo estrictamente privado, olvidando paradójicamente la dimensión esencialmente pública y social de la persona humana. ¡Salid, pues, a la calle, vivid vuestra fe con alegría, aportad a los hombres la salvación de Cristo que debe penetrar en la familia, en la escuela, en la cultura y en la vida política! Éste es el culto y el testimonio de fe a que nos invita también la presente ceremonia de la dedicación de la catedral de Madrid.

6. Desde esa perspectiva podremos entender mejor el profundo significado de este acto. Vemos la figura y contemplamos la realidad: vemos el templo y contemplamos a la Iglesia. Miramos el edificio y penetramos en el misterio. Porque este edificio nos revela, con la belleza de sus símbolos, el misterio de Cristo y de su Iglesia. En la cátedra del Obispo, descubrimos a Cristo Maestro, que, gracias a la sucesión apostólica, nos enseña a través de los tiempos. En el altar, vemos a Cristo mismo en el acto supremo de la redención. En la pila del bautismo, encontramos el seno de la Iglesia, Virgen y Madre, que alumbra la vida de Dios en el corazón de sus hijos. Y mirándonos a nosotros mismos, podremos decir con san Pablo: “Sois edificio de Dios... El templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros” (1Co 3, 9.17). Éste es el misterio que simboliza el templo catedral dedicado a Santa María la Real de la Almudena.

Ella, la Madre del Señor, es la patrona de la diócesis de Madrid, bajo la advocación de la Almudena. Se trata de una advocación antiquísima, que se remonta a los orígenes de la Villa y cuya devoción ha ido creciendo con el tiempo. Así lo muestra el Voto de la Villa que la corporación municipal realizó a finales del siglo XVIII y la participación masiva de fieles en las celebraciones litúrgicas de su fiesta en los últimos años. La devoción a la Virgen de la Almudena, junto con la de otras imágenes marianas, como las de la Madona de Madrid, la Virgen de la flor de Lys, la Virgen de Atocha y la Virgen de la Paloma, manifiestan la veneración y afecto profundos que los católicos madrileños sienten por la Madre de Dios.

Al dedicar este templo en honor de Santa María, la Virgen de la Almudena, toda la Iglesia de Madrid, y cada uno de sus fieles, debe mirar hacia ella y aprender a ser también signo visible de la presencia de Dios entre los hombres.

7. Iglesia de Madrid: para realizar en este mundo de hoy la inmensa y maravillosa misión de vivir plenamente la Redención de Cristo y comunicarla a los hombres, tienes que fijar tus ojos en la mujer que un día recibió el gozoso anuncio de la Encarnación del Hijo de Dios. Ella, que precede a la Iglesia “en el peregrinar por la fe” (Redemptoris Mater, 2), te mostrará el camino. Mírala a ella, y como ella da tu sí a la gracia, para que te llenes de Cristo y puedas tú cantar también su mismo canto de alabanza (cf Lc 1, 46-55).

Así sea.

 



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