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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS MIEMBROS DE LA ACCIÓN CATÓLICA ITALIANA


Sábado 30 de diciembre de 1978

 

Queridos hermanos y hermanas

Una alegría grande, paternal, in vade mi corazón al recibiros hoy por vez primera, en el clima tan sugerente y conmovedor de Navidad

Vosotros, miembros de la Acción Católica Italiana, pedisteis "ver a Pedro" y habéis venido en número extraordinariamente elevado, colmados de fervor y de alegría, para traer vuestro testimonio de fidelidad y de amor, y para escuchar la palabra del Vicario de Cristo y yo os lo agradezco profundamente y saludo con todo afecto a cada uno de vosotros personalmente. En particular doy las gracias a vuestro presidente por las nobles palabras con que ha querido interpretar vuestros sentimientos.

1. Ante todo, quiero expresaros mi complacencia por lo que representáis en la Iglesia italiana. Efectivamente, desde hace más de cien años, la Acción Católica vive y trabaja en esta querida nación, en la que su presencia ha sido fuente valiosa de formación para tantos fieles de toda clase y edad, desde los niños hasta los adultos, desde los estudiantes a los trabajadores, desde los maestros a los doctores; vivero de vocaciones para la vida sacerdotal y religiosa; escuela de apostolado concreto y directo en distintos puestos de compro­miso y trabajo. ¡Cuántos obispos y cuántos sacerdotes provienen de las filas de Acción Católica! ¡Cuántas vocaciones religiosas surgieron de su seno! ¡Y cuántos papás y mamás fueron y son todavía verdaderos educadores y formadores de la conciencia de sus hijos, gracias a la formación recibida en los encuentros de "Asociación" y gracias al apostolado ejercido con amor y con entusiasmo en la propia parroquia y en la propia diócesis!

Por eso, yo puedo y debo sobre todo confiar en vosotros.

Habéis comprendido lo que dice el artículo 2 de vuestro estatuto, según el cual, el objetivo de la Acción Católica Italiana es «la evangelización, la santificación de los hombres, la formación cristiana de sus conciencias, de manera que lleguen a impregnar las comunidades y los diversos ambientes de espíritu evangélico»; vosotros conocéis las orienta­ciones dadas por la Conferencia Episcopal Italiana en una carta del 2 de febrero de 1976, según la cual, la Acción Católica actúa a lo largo de tres direcciones: la tarea formativa; el servicio pastoral efectivo dentro de las estructuras eclesiales y en situaciones de vida; y la reconstrucción práctica de la síntesis entre fe y vida en cada ambiente; en fin, vosotros tenéis aún presentes las iluminadoras palabras del gran Papa Pablo VI, de venerada memoria, que decía, el 25 de abril de 1977, a los participantes en la asamblea nacional: «La Acción Católica tiene que descubrir de nuevo la pasión por el anuncio del Evangelio, única salvación posible para un mundo que de otro modo caería en la desesperación. Ciertamente, la Acción Católica ama al mundo, pero con un amor que recibe inspiración del ejemplo de Cristo. Su modo de servir al mundo y de promover los valores del hombre consiste primariamente en evangelizar, en coherencia lógica con la convicción de que en el Evangelio se encierra el poder más estremecedor, capaz de hacer verdaderamente nuevas todas las cosas» (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 1 de mayo de 1977, pág. 2).

Yo confío en vosotros, porque la Acción Católica, por su íntima naturaleza, tiene relaciones especiales con e] Papa, y por lo tanto, con los obispos y sacerdotes: ésta es su característica esencial. Cada grupo "eclesial" es un modo y un medio para vivir más intensamente el bautismo y la confirmación; pero la Acción Católica debe hacerlo de manera completamente especial, ya que se define como ayuda directa a la jerarquía, participando en sus inquietudes apostólicas. Por esto yo, como Vicario de Cristo, estrechando espiritualmente la mano a los 650.000 miembros, digo a cada uno: ¡Ánimo! ¡Sé fuerte y generoso! ¡Honra a Cristo, a la Iglesia y al Papa!

2. ¿Qué puedo deciros, en este excepcional encuentro, que os acompañe y os sirva de aliento, para estos momentos no fáciles, en los que la Providencia quiere que vivamos?

Mucho se ha dicho ya y mucho se dirá todavía sobre esta segunda mitad del siglo XX, tan turbulento e inquieto, analizando los diversos fenómenos económicos, sociales y políticos que connotan su fisonomía. Pero quizá la característica que, entre otras muchas se va destacando siempre como más fundamental, es el "pluralismo ideológico".

Sin duda que este concepto merece una profunda comprobación por lo que respecta a su contenido teórico y a sus implicaciones prácticas. Si queremos que este "pluralismo", a nivel práctico, no implique exclusivamente la contraposición radical de los valores, la preocupante dispersión cultural, el "laicismo" unilateral en las estructuras estatales, la crisis de las instituciones e incluso una dramática inquietud en las conciencias, de lo que tenemos experiencia cada día tanto en las relaciones públicas como privadas, es necesaria la madura conciencia cristiana de la Iglesia, a la que se refería, de modo previsor, el Papa Pablo VI en la Encíclica Ecclesiam suam.

El Concilio Vaticano II nos ha preparado precisamente para esta renovada conciencia de la Iglesia, es decir, para una fe profunda, madura, sensible a todos los "signos de los tiempos". Por eso es grande e importante la tarea de la Acción Católica en nuestro tiempo, sobre «esta tierra doliente, dramática y magnífica», como la calificó mi predecesor Pablo VI en su testamento.

a) Lo primero de todo: que tengáis verdadero culto a la verdad.

Para poder comprometer auténticamente el tiempo propio y las propias capacidades en la salvación y santificación de las almas, primera y principal misión de la Iglesia, es necesario ante todo tener certeza y claridad sobre las verdades que se deben creer y practicar. Si hay inseguridad, incertidumbre, confusión, contradicción, no se puede construir. Especialmente hoy es necesario poseer una fe iluminada y convencida, para poder iluminar y convencer. El fenómeno de la "culturización" de masas exige una fe profunda, clara, segura. Por esta razón os exhorto a seguir con fidelidad las enseñanzas del Magisterio. A este propósito, ¿cómo no recordar las palabras de mi predecesor Juan Pablo I en su primer y único radiomensaje del 27 de agosto pasado? Decía: «Superando las tensiones internas que se han podido crear aquí y allá, venciendo las tentaciones de acomodarse a los gustos y costumbres del mundo, así como las seducciones del aplauso fácil, unidos con el único vínculo del amor que debe informar la vida íntima de la Iglesia, como también las formas externas de su disciplina, los fieles deben estar dispuestos a dar testimonio de la propia fe ante el mundo: "Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere"(1 Pe 3, 15)»; (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 3 de septiembre de 1978, pág. 3).

Hoy más que nunca son necesarias una gran prudencia y un gran equilibrio porque, como ya escribía San Pablo a Timoteo (cf. 2 Tim 4, 3-4), hay tentaciones de no soportar más la sana doctrina y de seguir, en cambio, "doctas fábulas".

No os dejéis intimidar, o distraer, o confundir por doctrinas parciales o erróneas, que después dejan desilusionados y vacían todo fervor de la vida cristiana.

b) En segundo lugar, que tengáis anhelo de santidad.

Sólo quien tiene puede dar; y el militante de la Acción Católica es tal precisamente para dar, para amar, para iluminar, para salvar, para llevar paz y alegría. La Acción Católica debe tender decididamente hacia la santidad.

Todo compromiso, aun de tipo social y caritativo, no debe olvidar jamás que lo esencial en el cristianismo es la redención, y esto es que Cristo sea conocido, amado y seguido.

El compromiso de la santidad implica, por esto, austeridad de vida, serio control de los propios gustos y de las propias elecciones, dedicación constante a la oración, una actitud de obediencia y docilidad a las orientaciones de la Iglesia, tanto en el campo doctrinal, moral y pedagógico, como en el campo litúrgico.

También vale para nosotros, hombres del siglo XX, lo que San Pablo escribía a los romanos: «No os conforméis a este siglo, sino que os transforméis por la renovación de la mente, para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, buena, grata y perfecta» (Rom 12, 2).

Hoy el mundo necesita ejemplos, edificación, predicaciones concretas y visibles. Esta debe ser la preocupación de la Acción Católica.

c) Finalmente, que sintáis cada vez más la alegría de la amistad.

Los hombres necesitan hoy especialmente de sonrisa, bondad, amistad. Las grandes conquistas técnicas y sociales, la difusión del bienestar y de la mentalidad permisiva y de consumo no han traído la felicidad. Las divisiones en el campo político, el peligro y la realidad de nuevas guerras, las continuas calamidades, las enfermedades implacables, la desocupación, el peligro de la contaminación ecológica, el odio y la violencia y los múltiples casos de desesperación han creado desgraciadamente una situación de continua tensión y de nerviosismo.

¿Qué debe hacer la Acción Católica? Llevar la sonrisa de la amistad y de la bondad a todos y dondequiera.

El error y el mal deben ser condenados y combatidos constantemente; pero el hombre que cae o se equivoca debe ser comprendido y amado.

Las recriminaciones, las críticas amargas y polémicas, los lamentos sirven poco: nosotros debemos amar nuestro tiempo y ayudar al hombre de nuestro tiempo.

Un ansia de amor debe ser desencadenado continuamente por el corazón de la Acción Católica que ante la cuna de Belén medita el misterio inmenso de Dios que se hizo hombre justamente por amor del hombre.

Ya San Pablo escribía en la Carta a los romanos: «Amaos los unos a los otros con amor fraternal, honrándoos a porfía unos a otros... Bendecid a los que os persiguen, bendecid y no los maldigáis. Alegraos con los que se alegran, llorad con los que lloran... No volváis mal por mal» (Rom 12, 9-17).

3. Estas son las consignas que os dejo en recuerdo del primer encuentro, mientras os exhorto a invocar la ayuda y la protección de María Santísima, Reina de la Acción Católica:

— Ella, que es la Virgen de la ternura, os haga sentir siempre su amor y su consuelo;

— Ella, que es el "Trono de la Sabiduría", os ilumine para ser siempre fieles a la verdad, sabiendo que «todos los que aspiran a vivir piadosamente en Cristo Jesús sufrirán persecuciones» (2 Tim 3, 12);

— Ella, que es nuestra esperanza, esté cerca de vuestras parroquias y vuestras diócesis, para que siempre seáis coherentes con el gran compromiso que se deriva de pertenecer a la Acción Católica.

Y os acompañe y ayude la bendición apostólica que muy de corazón os imparto, a vuestros consiliarios eclesiásticos, a vuestros dirigentes, a todos los miembros de la Acción Católica y a sus respectivas familias, como prenda de las mejores gracias celestiales.

 



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