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VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II 
A LOS PROFESORES DE TEOLOGÍA
DE LA UNIVERSIDAD PONTIFICIA DE SALAMANCA

Lunes 1 de noviembre de 1982

 

Queridos hermanos:

1. Como en mi viaje a Alemania, he deseado en esta visita a España tener un encuentro personal con vosotros, los profesores de teología en las facultades y seminarios. Me une cordialmente a vosotros el recuerdo de mi docencia universitaria, teológica y filosófica, en Polonia, y sobre todo la persuasión de la función relevante de la teología en la comunidad eclesial. Por eso ya en mi primera Encíclica, la Redemptor Hominis, escribía: “La teología tuvo siempre y sigue teniendo una gran importancia, para que la Iglesia, Pueblo de Dios, pueda de manera creativa y fecunda participar en la misión profética de Cristo” (Redemptor Hominis, 19). 

Para encontrarme con vosotros he escogido esta célebre y hermosa ciudad de Salamanca, que con su antigua universidad fue centro y símbolo del período áureo de la teología en España, y que desde aquí irradió su luz en el Concilio de Trento, contribuyendo poderosamente a la renovación de toda la teología católica.

El breve tiempo de que dispongo, no me permite evocar todas las egregias figuras de aquella época. Pero no puedo menos de mencionar los nombres del exegeta, teólogo y poeta Fray Luis de León, del “Doctor Navarrus” Martín de Azpilcueta, del maestro de maestros Francisco de Vitoria, de los teólogos tridentinos Domingo de Soto y Bartolomé de Carranza, de Juan de Maldonado en París, de Francisco de Toledo y Francisco Suárez en Roma, de Gregorio de Valencia en Alemania. ¿Y cómo olvidar a los “doctores de la Iglesia”, Juan de la Cruz y Teresa de Jesús?

En aquellos tiempos tan difíciles para la cristiandad, estos grandes teólogos se distinguieron por su fidelidad y creatividad. Fidelidad a la Iglesia de Cristo y compromiso radical por su unidad bajo el primado del Romano Pontífice. Creatividad en el método y en la problemática.

Junto con la vuelta a las fuentes —la Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición— realizaron la apertura a la nueva cultura que estaba naciendo en Europa, y a los problemas humanos (religiosos, éticos y políticos) que surgieron con el descubrimiento de mundos nuevos en Occidente y Oriente. La dignidad inviolable de todo hombre, la perspectiva universal del derecho internacional (ius gentium) y la dimensión ética como normativa de las nuevas estructuras socio-económicas, entraron plenamente en la tarea de la teología y recibieron de ella la luz de la revelación cristiana.

Por eso, en los tiempos nuevos y difíciles que estamos viviendo, los teólogos de aquella época siguen siendo maestros para vosotros, en orden a lograr una renovación, tan creativa como fiel, que responda a las directrices del Vaticano II, a las exigencias de la cultura moderna y a los problemas más profundos de la humanidad actual.

2. La función esencial y específica del quehacer teológico no ha cambiado, ni puede cambiar. La formuló ya en el siglo XI San Anselmo de Canterbury en una frase admirable por exactitud y densidad: Fides quaerens intellectum, la fe que busca comprender. La fe no es pues solamente el presupuesto imprescindible y la disposición fundamental de la teología: la conexión entre ambas es mucho más íntima y profunda.

La fe es la raíz vital y permanente de la teología, que brota precisamente del preguntar y buscar, intrínsecos a la misma fe, es decir, de su impulso a comprenderse a sí misma, tanto en su opción radicalmente libre de adhesión personal a Cristo, cuanto en su asentimiento al contenido de la revelación cristiana. Hacer teología es, pues, una tarea exclusivamente propia del creyente en cuanto creyente, una tarea vitalmente suscitada y en todo momento sostenida por la fe, y por eso pregunta y búsqueda ilimitada.

La teología se mantiene siempre dentro del proceso mental, que va del “creer” al “comprender”; es reflexión científica, en cuanto conducida críticamente, es decir, consciente de sus presupuestos y de sus exigencias para ser universalmente válida; metódicamente, a saber, conforme a las normas impuestas por su objeto y por su fin; sistemáticamente, es decir, orientada hacia una comprensión coherente de las verdades reveladas en su relación al centro de la fe, Cristo, y en su significado salvífico para el hombre.

El teólogo no puede limitarse a guardar el tesoro doctrinal heredado del pasado, sino que debe buscar una comprensión y expresión de la fe, que hagan posible su acogida en el modo de pensar y de hablar de nuestro tiempo. El criterio que debe guiar la reflexión teológica es la búsqueda de una comprensión renovada del mensaje cristiano en la dialéctica de renovación en la continuidad, y viceversa (Cfr. Juan Pablo II, A los obispos de Bélgica en visita «ad limina Apostolorum», 18 de septiembre de 1982). 

3. La situación de la cultura actual, dominada por los métodos y por la forma de pensar propios de las ciencias naturales, y fuertemente influenciada por las corrientes filosóficas que proclaman la validez exclusiva del principio de verificación empírica, tiende a dejar en silencio la dimensión trascendente del hombre; y por eso, lógicamente, a omitir o negar la cuestión de Dios y de revelación cristiana.

Ante esta situación, la teología está llamada a concentrar su reflexión en los que son sus temas radicales y decisivos: el misterio de Dios, del Dios Trinitario, que en Jesucristo se ha revelado como el Dios-Amor; el misterio de Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, que con su vida y mensaje, con su muerte y resurrección, ha iluminado definitivamente los aspectos más profundos de la existencia humana; el misterio del hombre, que en la tensión insuperable entre su finitud y su aspiración ilimitada, lleva dentro de sí mismo la pregunta irrenunciable del sentido último de su vida. Es la teología misma la que impone la cuestión del hombre, para poder comprenderlo como destinatario de la gracia y de la revelación de Cristo.

Si la teología ha necesitado siempre del auxilio de la filosofía, hoy día esta filosofía tendrá que ser antropológica, es decir, deberá buscar en las estructuras esenciales de la existencia humana las dimensiones trascendentes que constituyen la capacidad radical del hombre de ser interpelado por el mensaje cristiano, para comprenderlo como salvífico, es decir, como respuesta de plenitud gratuita a las cuestiones fundamentales de la vida humana. Este fue el proceso de reflexión teológica seguido por el Concilio Vaticano II en la Constitución Gaudium et Spes: la correlación entre los problemas hondos y decisivos del hombre, y la luz nueva que irradia sobre ellos la Persona y el mensaje de Jesucristo (Cfr. Gaudium et Spes, 9-21). 

Se ve así que la teología de nuestro tiempo necesita de la ayuda, no solamente de la filosofía, sino también de las ciencias, y sobre todo de las ciencias humanas, como base imprescindible para responder a la pregunta de “qué es el hombre”. Por eso, en las facultades de teología no pueden faltar los cursos y “seminarios” interdisciplinares.

4. La fe cristiana es eclesial, es decir, surge y permanece vinculada a la comunidad de los que creen en Cristo, que llamamos Iglesia. Como reflexión nacida de esta fe, “la teología es ciencia eclesial porque crece en la Iglesia y actúa en la Iglesia; por eso nunca es cometido de un especialista, aislado en una especie de torre de marfil. Está al servicio de la Iglesia y, por lo tanto, debe sentirse dinámicamente integrada en la misión de la Iglesia, especialmente en su misión profética” (Discurso en la universidad Gregoriana de Roma, 6, 15 de diciembre de 1979: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, II, 2 (1979) 1424). 

La tarea del teólogo lleva pues el carácter de misión eclesial, como participación en la misión evangelizadora de la Iglesia y como servicio preclaro a la comunidad eclesial.

Aquí se funda la grave responsabilidad del teólogo, quien debe tener siempre presente que el Pueblo de Dios, y ante todo los sacerdotes que han de educar la fe de ese Pueblo, tienen el derecho a que se les explique sin ambigüedades ni reducciones las verdades fundamentales de la fe cristiana. “Hemos de confesar a Cristo ante la historia y ante el mundo con convicción profunda, sentida y vivida, como la confesó Pedro: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Esta es la Buena Noticia, en cierto sentido única: la Iglesia vive por ella y para ella, así como saca de ella todo lo que tiene para ofrecer a los hombres” (Discurso en la inauguración de la III Conferencia general del episcopado latinoamericano en Puebla, I, 3, 28 de enero de 1979: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, II [1979] 192).  “Debemos servir a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Debemos servirles en su sed de verdades totales; sed de verdades últimas y definitivas, sed de la Palabra de Dios, sed de unidad entre los cristianos” (Discurso en la universidad Gregoriana de Roma, 6, 15 de diciembre de 1979: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, II, 2 [1979] 1424). 

5. La conexión esencial de la teología con la fe, fundada y centrada en Cristo, ilumina con toda claridad la vinculación de la teología con la Iglesia y con su Magisterio. No se puede creer en Cristo sin creer en la Iglesia “Cuerpo de Cristo”; no se puede creer con fe católica en la Iglesia, sin creer en su irrenunciable Magisterio. La fidelidad a Cristo implica, pues, fidelidad a la Iglesia; y la fidelidad a la Iglesia conlleva a su vez la fidelidad al Magisterio. Es preciso, por consiguiente, darse cuenta de que con la misma libertad radical de la fe con que el teólogo católico se adhiere a Cristo, se adhiere también a la Iglesia y a su Magisterio.

Por eso, el Magisterio eclesial no es una instancia ajena a la teología, sino intrínseca y esencial a ella. Si el teólogo es ante todo y radicalmente un creyente, y si su fe cristiana es fe en la Iglesia de Cristo y en el Magisterio, su labor teológica no podrá menos de permanecer fielmente vinculada a su fe eclesial, cuyo intérprete auténtico y vinculante es el Magisterio.

Sed, pues, fieles a vuestra fe, sin caer en la peligrosa ilusión de separar a Cristo de su Iglesia, ni a la Iglesia de su Magisterio. “El amor a la Iglesia concreta, que incluye la fidelidad al testimonio de la fe y al Magisterio eclesiástico, no aliena al teólogo de su quehacer propio, ni lo priva de su irrenunciable consistencia. Magisterio y teología tienen una función diversa. Por eso no pueden ser reducidos uno al otro” (Alocución a los profesores de teología en Altötting, 3, 18 de noviembre de 1980: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, III, 2 [1980] 1337). 

Pero no son dos tareas opuestas, sino complementarias. “El Magisterio y los teólogos, en cuanto deben servir a la verdad revelada, están ligados por los mismos vínculos, es decir, están vinculados a la Palabra de Dios, al “sentido de la fe” (sensus fidei) . . ., a los documentos de la Tradición, en los que se propone la fe comunitaria del Pueblo de Dios; finalmente, a la tarea pastoral y misional, a la que ambos deben atender” (Discurso a los miembros de la Comisión teológica Internacional, 7, 26 de octubre de 1979: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, II, 2 [1979] 970).  Por ello, el Magisterio y la teología deberán permanecer en un diálogo, que resultará fecundo para los dos y para el servicio de la comunidad eclesial.

6. Queridísimos profesores: Sabed que el Papa, que ha sido también hombre de estudio y de universidad, comprende las dificultades y las exigencias enormes de vuestro trabajo. Es una tarea callada y abnegada, que os pide la dedicación plena a la investigación y a la enseñanza. Porque la enseñanza sin la investigación corre el peligro de caer en la rutina de la repetición.

Sabed ser creativos cada día, para lo cual tenéis que estar en vanguardia de las cuestiones actuales mediante una lectura asidua de las publicaciones de más alta calidad y el duro esfuerzo de la reflexión personal. Haced teología con el rigor del pensamiento y con la actitud de un corazón por Cristo, por su Iglesia y por el bien de la humanidad. Sed tenaces y constantes en la maduración continua de vuestras ideas y en la exactitud de vuestro lenguaje. Quisiera que no olvidaseis estas palabras: vuestra misión en la Iglesia es tan ardua como importante. Vale la pena dedicarle la vida entera; vale la pena por Cristo, por la Iglesia, por la formación sólida de sacerdotes - y también de religiosos y seglares - que eduquen con fidelidad y competencia la conciencia de los fieles en el seguro camino de salvación.

La vuestra no ha sido una tarea en vano. El número y nivel de las facultades teológicas de España, juntamente con la calidad de sus publicaciones, garantizan a la teología española un lugar muy digno en la teología católica actual. Quisiera también poner de relieve la importancia especial de los centros teológicos para seglares: son una promesa para el futuro de la Iglesia.

Mi última palabra de saludo es para vosotros, queridísimos estudiantes. La Iglesia confía en vosotros y os necesita. Aprended a pensar con hondura. Levantad vuestra mirada a las necesidades del mundo de hoy, y sobre todo a la necesidad de llevarle la salvación en la Persona y el mensaje de Cristo, a cuya comprensión dedicáis vuestra formación teológica.

7. A la Madre común, “Sedes Sapientiae”, encomiendo vuestras personas y tareas. Sea Ella, que tan profundamente conoció a su Hijo y tan fielmente lo siguió, la que os muestre siempre el camino hacia Jesús.

Para que viváis lo estudiado y enseñado. Para que en la cátedra y en las publicaciones no haya nada que no corresponda a la fe de la Iglesia y a las directrices del Magisterio. Para que sintáis el gozo y la responsabilidad eclesial de dar la auténtica doctrina de Cristo a quienes la han de comunicar a los demás. Para que seáis de veras servidores de quien es luz, verdad, salvación. En su nombre os aliento y bendigo con afecto, junto con todos los profesores de teología de España y sus alumnos.

 



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