DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE NICARAGUA ANTE LA SANTA SEDE*
Lunes 24 de marzo de 1997
Señor embajador:
1. Con sumo gusto le doy mi más cordial bienvenida en este acto, en el que me presenta las cartas credenciales que le acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de Nicaragua ante la Santa Sede. Correspondo con sincero agradecimiento al afectuoso saludo que el señor presidente de la República, dr. Arnaldo Alemán Lacayo, me hace llegar por medio de usted, y le ruego que le transmita mis mejores augurios de prosperidad y bien espiritual para todos los habitantes de la querida tierra nicaragüense.
2. Su presencia aquí me hace evocar con emoción la jornada del 7 de febrero del año pasado, en que tuve la dicha de poder realizar mi segunda visita pastoral a ese amado país. En aquella ocasión, en que los nicaragüenses pudieron encontrarse con el Sucesor del apóstol Pedro y manifestarle libremente su adhesión y afecto, llegué a comprobar que «se han escrito nuevas e importantes páginas de la historia nacional y han cambiado muchas circunstancias» (Discurso de llegada a Managua, 1). En efecto, es alentador observar cómo la transición hacia un nuevo orden conduzca progresivamente a una mayor consolidación del Estado de derecho, en el que las libertades de los individuos sean cada vez más sólidas y, a la vez, contribuya a estimular la confianza de los ciudadanos en las instituciones públicas para una más activa colaboración y participación responsable de todos al bien común (cf. Sollicitudo rei socialis, 44), mediante un esfuerzo de pacificación y reconciliación, así como de efectiva, aunque no fácil, reinserción social de los ex combatientes a través de programas para ellos y para las zonas afectadas por el conflicto.
3. En Nicaragua, señor embajador, el camino hacia el afianzamiento de una democracia estable, que asegure la promoción armónica de los derechos humanos en favor de todos, está condicionado, como en otras áreas del continente americano, por desajustes económicos y crisis sociales. Esto afecta especialmente a las personas con escasos recursos materiales, expuestas también a un fuerte desempleo y víctimas muchas veces de corrupciones administrativas y de tantas formas de violencia. No se debe olvidar que los desequilibrios económicos contribuyen igualmente al progresivo deterioro y pérdida de los valores morales. Entre sus efectos están la desintegración familiar, el permisivismo en las costumbres y el poco respeto por la vida.
Ante ello, es urgente considerar entre los objetivos prioritarios del momento presente la recuperación de los mencionados valores mediante unas medidas políticas y sociales que fomenten un empleo digno y estable para todos, de modo que se supere la pobreza material en que viven muchos de los habitantes; que fortalezcan la institución familiar y favorezcan el acceso de todas las capas de la población a la enseñanza. En este sentido es ineludible dedicar especial cuidado a la educación, desarrollando una auténtica política que consolide y difunda esos valores morales y del espíritu que son fundamentales en una sociedad verdaderamente humana y que, como la suya, está enraizada, además, en los principios cristianos. Así se contribuirá a que el pueblo nicaragüense, tan rico en valores humanos y tradicionales, viva en paz, a través del progreso y del conveniente desarrollo espiritual, cultural y material, en un clima de justicia social y solidaridad. Ésta, en efecto, no puede reducirse a un vago sentimiento emotivo o una palabra vacía de contenido real. La solidaridad exige un compromiso moral activo, una decisión firme y constante de dedicarse al bien común, o sea, al bien de todos y de cada uno, porque todos somos responsables de todos (cf. ib., 39-40).
4. En mis dos visitas a su país he podido comprobar que el noble pueblo nicaragüense es depositario de un rico patrimonio de fe. Este patrimonio espiritual, acumulado con las diversas expresiones de religiosidad popular a través de los siglos, es el que los obispos, junto con el propio presbiterio y las diferentes comunidades religiosas presentes en Nicaragua, quieren preservar y acrecentar a través de la nueva evangelización. De cara al tercer milenio de la era cristiana, toda la Iglesia está comprometida en presentar con nuevo ardor la salvación que Jesucristo trae a todos los hombres. En este sentido, las autoridades de su país pueden seguir contando con la colaboración leal de los pastores de la Iglesia y de los fieles católicos, desde los campos propios de su actividad, para que sea más viva en cada uno la responsabilidad de cara a hacer más favorables las condiciones de vida para todos (cf. Gaudium et spes, 57), pues el servicio integral al hombre forma también parte de la misión de la Iglesia.
5. En el istmo centroamericano Nicaragua coexiste con los demás países del área, cuyos vínculos de fe, lengua, cultura e historia son muy profundos, aunque no anulan la propia identidad nacional. En este sentido, la Iglesia local, junto con su labor evangelizadora, ha tratado de promover la reconciliación y favorecer un proceso de sociedad más democrática, sobre todo después de unos períodos que han visto contraposiciones ideológicas y luchas fratricidas, que han dejado tristes secuelas de muertes y odios. Ante ello, la misma Iglesia quiere seguir ofreciendo su colaboración para que los valores como la justicia y la solidaridad estén siempre presentes en la vida de las naciones de esa zona.
Por eso, la Santa Sede ve asimismo con aprecio e interés los esfuerzos realizados para favorecer el proceso de integración centroamericana. En un contexto de agrupaciones político-económicas cada vez más fuertes, cobra vigor la necesidad de una mayor solidaridad entre los países del istmo, llamados a emprender una lucha común contra la pobreza, el desempleo y demás males que ponen en peligro su estabilidad y bienestar. La comunidad internacional, por su lado, como tuve ocasión de recordar en la mencionada visita, debe ayudar ofreciendo, como en el pasado, su colaboración para que, mediante eficaces programas de ayuda e intercambio, se creen condiciones más dignas para todos (cf. Discurso de despedida de Managua, 7 de febrero de 1996, n. 3).
6. Antes de concluir este acto deseo formularle, señor embajador, mis mejores votos para que la misión que hoy inicia sea fecunda en frutos perdurables. Le ruego que se haga intérprete de mis sentimientos y esperanzas ante el señor presidente y las demás autoridades de la República, mientras invoco abundantes bendiciones del Altísimo sobre usted, su distinguida familia y sus colaboradores, así como sobre todos los hijos de la noble nación nicaragüense, a los que confío a la constante y maternal intercesión de la Virgen María, tan venerada en su advocación de la Purísima Concepción de María.
*Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol. XX, 1 p. 524-527.
L'Osservatore Romano 24-25.3.1997 p.5.
L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n.13, p.9 (p.153).
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