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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL LITUANIA
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM" 

 Palacio pontificio de Castelgandolfo
Viernes, 17 de septiembre de 1999

 

Venerados hermanos en el episcopado: 

1. ¡Bienvenidos ad Petri sedem! Con gran alegría os saludo de nuevo con motivo de esta visita, que la tradición eclesial prevé como apoyo a la comunión y a la corresponsabilidad pastoral. Por medio de vosotros saludo a vuestras comunidades, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a los laicos de la querida tierra de Lituania.

Agradezco a monseñor Audrys J. Backis las amables palabras con que, en calidad de presidente de vuestra Conferencia episcopal, me ha manifestado los sentimientos de devoción que os animan en vuestra relación con el Sucesor de Pedro. Esta unidad profunda de vuestra tierra con la Sede apostólica jamás se ha resquebrajado; por el contrario, se ha visto reforzada durante la gran prueba que vuestro país ha soportado durante este siglo.

Nuestro encuentro nos brinda la oportunidad de una verificación del camino  recorrido desde 1993, cuando, con ocasión de mi visita pastoral a Lituania, festejamos juntos la nueva primavera que Dios ha concedido a vuestras Iglesias.

Recuerdo los sentimientos que experimenté entonces, durante la cordial acogida que me dispensaron en los lugares que visité:  Vilna, Kaunas, Siauliai y Siluva. ¿Cómo olvidar la profunda emoción y la alegría incontenible de aquellos momentos? Podríamos haber dicho con el salmista:  "Entonces se llenó de risa nuestra boca y nuestros labios de cantos de alegría" (Sal 126, 2).

Demasiado largo fue vuestro "vía crucis". Muchos hijos de vuestra tierra dieron testimonio de Cristo afrontando privaciones, detenciones, limitaciones de todo tipo e, incluso, el sacrificio de su vida. Por eso, la libertad de profesar la fe era para vuestra comunidad como un nuevo nacimiento. Brillaban con una nueva luz los símbolos tradicionales que la Lituania católica había contemplado también en las horas más oscuras, tanto desde el santuario dedicado a la Virgen de la "Puerta de la aurora" como desde la conmovedora "Colina de las cruces", donde las cruces de vuestro pueblo se fundieron muchas veces con la de Cristo. La Madre y el Hijo divino volvían al centro de la vida y de la cultura lituana, como en los mejores siglos de vuestra historia.

2. Al hallarme entre vosotros, amadísimos hermanos en el episcopado, tuve la posibilidad de constatar con cuánta vitalidad la fe de los lituanos había superado la hora de la prueba. Ciertamente, como sucede siempre en tiempos de persecución, no habían faltado las defecciones. Aún hoy, en vuestros informes, ponéis de relieve que los años de propaganda atea han tenido efectos muy negativos, y que no es fácil contrarrestarlos. Pero, al mismo tiempo, la fe de muchos, probada en el crisol, se ha fortificado. Además, no debemos dudar de la misteriosa fecundidad del sufrimiento soportado por amor a Cristo. Ninguna lágrima se ha perdido a los ojos de Dios, como nos recuerda también el salmista:  "Recoge mis lágrimas en tu odre" (Sal 56, 9). Y no pienso sólo en la recompensa preparada para cuantos han reconocido a Cristo ante los hombres y que, según su promesa, serán reconocidos por él en presencia del Padre (cf. Mt 10, 23). Pienso, también, en la fecundidad que brota del devenir mismo de la historia, aunque no siempre podamos constatarla o cuantificarla sensiblemente. "Semen est sanguinis christianorum" (Tertuliano, Apolog. 50). Por esta razón, el recuerdo de cuantos dieron testimonio entre vosotros hasta el sacrificio de su vida, debe cultivarse y enterrarse como una semilla en los surcos del presente, para que oriente los esfuerzos diarios y sostenga las esperanzas del futuro.

3. En realidad, la Iglesia lituana afronta hoy desafíos que exigen vigilancia, compromiso generoso y nueva creatividad. Libre ya de los cepos de un Estado totalitario y anticristiano, la fe está asechada por los tentáculos de una agresión más sutil, constituida por la seducción del modelo secularista y hedonista de la vida, que predomina ampliamente en los países más desarrollados desde el punto de vista económico. He notado que estáis preocupados por ello, especialmente con respecto a las nuevas generaciones. Algunos de los problemas éticos que, por desgracia, existen en todo el mundo ―desde la crisis de la familia hasta la escasa consideración del valor de la vida―, son importantes también en Lituania. En el campo específicamente religioso, la fe también afronta la prueba de la difusión de las sectas. Cuanto os dije en mi anterior visita pastoral, a la luz de este quinquenio, sigue siendo de mucha actualidad:  la nueva evangelización es la primera e inderogable urgencia de la pastoral lituana.

4. Así pues, me alegra comprobar la conciencia que tenéis de vuestra tarea en este campo y los esfuerzos que realizáis para valorar cada vez más el movimiento catequístico. Una catequesis auténtica no se reduce a la comunicación de un patrimonio de verdades; más bien, tiende a introducir a las personas en una vida de fe consciente y plena. Es importante que el Evangelio se anuncie como una "nueva", la "buena nueva", centrada totalmente en la persona de Jesús, Hijo de Dios y Redentor del hombre. La catequesis debe ayudar a las personas a "encontrarse" con Jesucristo, a dialogar con él y a sumergirse en él. Si no existe la vibración de este encuentro, el cristianismo se convierte en un tradicionalismo religioso sin alma, que cede fácilmente ante los ataques del secularismo o ante las seducciones de propuestas religiosas alternativas. Además, este encuentro, como la experiencia confirma, no se promueve sólo con frías "lecciones"; más bien, por decirlo así, hay que "contagiarlo" con la fuerza de un testimonio de vida. La catequesis debe redescubrir todo el calor del comienzo de la primera carta de san Juan:  "Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, (...) os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo" (1 Jn 1, 1. 3).

5. A esta luz, también adquieren todo su valor los aspectos metodológicos, encaminados a elaborar itinerarios de formación atentos a las diferentes situaciones y a los tiempos de cada persona. Es necesaria una propuesta de fe adecuada a los más alejados. De igual modo, para cuantos ya creen y frecuentan los sacramentos, es importante una catequesis que no se limite a la formación de los muchachos, sino que los acompañe durante su camino cristiano hasta que alcancen su plena madurez. Por tanto, las beneméritas "escuelas parroquiales" de catecismo deben abrirse a las exigencias y a los métodos de una catequesis permanente. La atención esmerada a la transmisión íntegra de la fe, facilitada hoy también por el Catecismo de la Iglesia católica, ofrecido como punto de referencia de los demás instrumentos catequísticos, ha de ir acompañada por la creatividad y las adaptaciones necesarias para una auténtica pedagogía de la fe, como pone de relieve el Directorio general para la catequesis (1997).

En este sentido, la catequesis tiene una configuración diversa de la enseñanza escolar de la religión (cf. ib., nn. 73-75), que se imparte dentro de los límites establecidos por las finalidades propias de la escuela, especialmente de la escuela estatal. La catequesis va más allá, porque por encima de la dimensión cultural, busca formar al hombre de fe, plenamente coherente con su opción por el evangelio de Cristo. El sujeto de esta propuesta es toda la comunidad cristiana, en sus diversas articulaciones. La acción educativa de cada familia es fundamental.

Hay que acoger también como una bendición las experiencias nuevas que el Espíritu Santo ha suscitado en la primavera de movimientos eclesiales, que están animado a la Iglesia en el posconcilio. Cuando actúan en plena sintonía con los pastores, pueden dar una contribución importante al crecimiento de la vida cristiana, y el cristianismo lituano se beneficiará ciertamente de su capacidad de unir "nova et vetera", valorando lo mejor de sus tradiciones y abriéndose a la novedad que suscita el Espíritu de Dios.

Con la ayuda de estos múltiples recursos, también se podrán redescubrir fórmulas clásicas de evangelización y animación pastoral, como las "misiones". Ciertamente, hay que adaptarlas a la situación de nuestro tiempo, para que lleguen a las más diversas clases de fieles y también a quienes han perdido totalmente su fe. Pero, si se organizan bien, siguen dando fruto, como he podido constatar yo mismo aquí, en Roma, donde ha terminado recientemente la misión ciudadana como preparación para el gran jubileo.

6. No cabe duda de que la eficacia de la evangelización depende en gran parte de la tensión espiritual de los sacerdotes, «colaboradores diligentes de los obispos» (Lumen gentium, 28). Queridos hermanos en el episcopado, si a vosotros os corresponde ser "predicadores del Evangelio" y "maestros auténticos" (cf. ib., 25) en medio de la grey que el Espíritu Santo os ha encomendado (cf. Hch 20, 28), sólo la acción capilar de vuestros presbíteros puede asegurar que cada comunidad cristiana se alimente con la palabra de Dios y se sostenga con la gracia de los sacramentos.

Gracias a Dios, vuestras comunidades pueden disponer de un buen número de presbíteros. Sin embargo, vosotros mismos me habéis hecho notar que no siempre son suficientes, y muchas parroquias carecen de párroco. Por tanto, es laudable el esfuerzo que estáis realizando en la pastoral vocacional, para que el número de sacerdotes responda a las exigencias de la comunidad lituana y, sobre todo, para que estén bien formados. A este respecto, es preciso que la formación que se imparta en los seminarios sea de elevada calidad. Vuestra prudencia pastoral sabrá juzgar cuáles opciones son preferibles concretamente para prestar mejor este servicio, también con la colaboración entre las diferentes diócesis. Por lo que atañe a la línea educativa, no es difícil encontrarla en los documentos del Concilio y en los sucesivos del Magisterio, con vistas a lograr el máximo equilibrio entre las exigencias de una rigurosa formación espiritual y teológica y las no menos importantes de una formación humana integral, abierta y atenta a las necesidades de los hombres de nuestro tiempo. Además de las vocaciones sacerdotales, no hay que olvidar la gran oportunidad que ofrece el diaconado permanente. El Concilio nos ha hecho redescubrir este ministerio, que ha de promoverse no como algo marginal o sustitutivo, para cubrir la posible falta de sacerdotes, sino por el valor intrínseco de este servicio al pueblo de Dios "en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad" (Lumen gentium, 29).

Ciertamente, en el campo de la evangelización desempeñan un papel específico y particularmente benemérito los catequistas. Me complace comprobar la gran atención que dedicáis a su formación. ¡Cómo no mencionar aquí también el servicio que prestan las personas de vida consagrada! El renacimiento cristiano de Lituania se beneficiará cada vez más de la promoción de la vida religiosa, con tal de que cada instituto sepa mostrar, junto con la fidelidad al propio carisma, una disponibilidad operante y cordial a la comunión pastoral con las Iglesias particulares (cf. Vita consecrata, 81).

7. Pero, más allá de las funciones pastorales específicas, es preciso estar profundamente convencidos de que los desafíos de una evangelización eficaz sólo pueden afrontarse asumiendo la responsabilidad profética propia de todos los bautizados. Ha llegado la hora de que las comunidades cristianas se conviertan en comunidades de anuncio.

Desde esta perspectiva, es urgente la formación del laicado, más aún, la promoción de una espiritualidad seglar, que ayude a los laicos cristianos a vivir profundamente su vocación a la santidad, «ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios» (Lumen gentium, 31). En particular, corresponde a los laicos bien formados convertirse en levadura de la sociedad, para salvaguardar los valores humanos y cristianos, de los que depende el futuro del hombre. Me refiero, en particular, al respeto de la vida humana, hoy cada vez más amenazada por una cultura de muerte que se disfraza de cultura de libertad. Pienso también en la familia, que hay que presentar con fuerza como alianza de amor indisoluble, que une para siempre a un hombre y a una mujer y los convierte en colaboradores de Dios en la procreación y educación de los hijos. Un compromiso seglar significativo, particularmente urgente en la joven democracia lituana, es el que concierne a la política. Exige al cristiano plena coherencia con los valores evangélicos, como los propone la doctrina social de la Iglesia, y, al mismo tiempo, su aplicación inteligente y responsable en las complejas circunstancias de la historia. De este estatuto de acción política deriva una necesaria distinción de ámbitos y funciones. Como nos ha enseñado el Concilio, una cosa es la tarea de los pastores, y otra la responsabilidad que los fieles laicos asumen, personalmente o en grupo (cf. Gaudium et spes, 76). La confusión de funciones podría arrastrar a la Iglesia a terrenos que no le corresponden, y esto, aunque a veces puede justificarse en circunstancias excepcionales, normalmente acaba por tener efectos contraproducentes.

8. En realidad, el verdadero "secreto" de una presencia significativa de la Iglesia en la sociedad lituana es la formación de un laicado maduro, que dará cada vez mejor su testimonio en la sociedad si encuentra también su espacio propio dentro de la comunidad cristiana, recibiendo formación y apoyo, y a la que, al mismo tiempo, prestará los servicios correspondientes a la vocación seglar. Los laicos no pueden ser en la Iglesia sujetos pasivos. Con este fin, la comunidad cristiana, en sus diversas articulaciones, debe desarrollarse cada vez más como lugar de comunión y corresponsabilidad, para que a todos los bautizados se les ayude a llegar a ser "adultos" en la fe y se sientan tales. En este camino de maduración pueden encontrar ayuda en las formas asociativas, tanto en las tradicionales como en las nuevas, que bajo la guía de los pastores les ofrecen una formación segura, orientándolos hacia expresiones adecuadas de testimonio. Otro lugar de crecimiento son los organismos de participación, que promovió el concilio Vaticano II y que ahora son una práctica consolidada de la comunidad cristiana, tanto a nivel diocesano como parroquial (cf. Código de derecho canónico, cc. 511 y 536-537). No se trata de imitar las estructuras parlamentarias de la sociedad civil, sino de expresar, con el estilo propio de la vida eclesial, el sentido de comunión basado en la convicción de que el Espíritu de Dios, mientras asiste a los pastores en su oficio de magisterio y guía, anima a todos los miembros de la comunidad cristiana, enriqueciéndola con su participación consciente, responsable y madura. En este sentido, revisten gran significado los Sínodos diocesanos, que, si se celebran como lo prescribe la normativa actual, prevén también la participación de los laicos (cf. ib., c. 461, 5) y, más aún, permiten que toda la comunidad diocesana colabore en el "camino sinodal", quedando a salvo, obviamente, el papel del obispo como "único legislador" (ib., canon 466).

9. Vosotros, queridos hermanos lituanos en el episcopado, estáis cumpliendo con convicción estas orientaciones conciliares. Perseverad en esta línea, para asegurar nueva vitalidad a vuestras comunidades. Tened confianza. Todo lo que habéis realizado durante estos años es valioso a los ojos de Dios. Ahora comienza una nueva etapa, y la misma circunstancia del gran jubileo, ya inminente, constituye una ocasión providencial para dar impulso a vuestro compromiso pastoral. Es preciso sembrar con abundancia y con mucha esperanza. Recordemos, a este propósito, la parábola evangélica:  la semilla del reino de Dios crece según una lógica misteriosa, bajo la acción del Espíritu Santo, hasta el punto de que incluso el sembrador se sorprende (cf. Mc 4, 27). Y, si no podemos ver los resultados de nuestro trabajo, recordemos que somos "siervos inútiles" (Lc 17, 10), como dice el Evangelio, siempre dispuestos a ser instrumentos de Dios, pues "ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que hace crecer" (1 Co 3, 7).

Queridos hermanos en el episcopado, quiera Dios que esta conciencia os anime siempre. Que vuestro encuentro con el Sucesor de Pedro os aliente e impulse. Transmitid a vuestro pueblo el afecto que el Papa siente por toda la comunidad lituana, y saludad de mi parte a todos y cada uno. A María santísima, "Puerta de la aurora", le encomiendo el camino que os espera, y de corazón os imparto a vosotros y a vuestros fieles mi bendición.

 



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