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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE UGANDA EN VISITA "AD LIMINA"


Sábado 20 de septiembre de 2003

 

Eminencia;
queridos hermanos en el episcopado: 

1. "¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación nuestra para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación" (2 Co 1, 3-4). Con estas palabras de san Pablo os saludo a vosotros, obispos de Uganda, que estáis realizando vuestra peregrinación a las tumbas de los Apóstoles. Vuestra presencia aquí hoy me llena de alegría y me trae a la memoria mi visita a Uganda, hace diez años. Han quedado muy grabados en mi memoria los diversos encuentros con vosotros y con los fieles de vuestras comunidades locales, especialmente nuestra reunión en el santuario de los mártires de Uganda para celebrar los santos misterios de nuestra fe en "la tierra que consagraron con su muerte" (Encuentro con los obispos de Uganda, Kampala, 7 de febrero de 1993, n. 9:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 19 de febrero de 1993, p. 13).

Nuestros encuentros durante estos días son momentos de gracia para todos nosotros, mientras nos alegramos y fortalecemos los vínculos de comunión fraterna que nos unen en la tarea de dar testimonio del Señor y difundir la buena nueva de la salvación. A aquellos de entre vosotros que están realizando su primera visita ad limina a Roma les dirijo un saludo especial. La última vez que los obispos ugandeses estuvieron aquí como cuerpo, en vuestro país sólo existía una provincia eclesiástica; ahora hay cuatro sedes metropolitanas, que cuentan con un total de diecinueve diócesis. Se trata de un signo muy positivo de la obra que se está realizando por Cristo, la construcción de su Iglesia en vuestro país, y es un motivo más para alabar el santo nombre de Jesús (cf. Flp 2, 10-11).

2. Lamentablemente, algunas zonas de vuestro país se encuentran actualmente involucradas en situaciones de conflicto armado y anarquía. Sobre todo en el norte, el azote de la guerra está produciendo una miseria indecible, sufrimientos y muerte, golpeando incluso a la Iglesia y eligiendo como blanco a sus ministros y a sus hijos. En el oeste y nordeste, episodios de violencia y hostilidad también afligen al país, agotando la vida y las energías de vuestro pueblo. Al aseguraros a vosotros y a vuestro pueblo mi cercanía espiritual en estas terribles circunstancias, me uno a vosotros en la condena de todo acto de derramamiento de sangre y de destrucción. Hago un apremiante llamamiento a todas las partes implicadas para que renuncien a la agresión y se comprometan a trabajar con sus compatriotas, con valentía y verdad, en la construcción de un futuro de esperanza, justicia y paz para todos los ugandeses.

El actual clima político y social es una llamada clara y fuerte a expresiones concretas y de amplio alcance de la responsabilidad colegial y de la comunión que os unen en el servicio a la única "familia de Dios" (cf. Ef 2, 19). Os animo a hacer todo lo que podáis para fomentar entre vosotros un auténtico espíritu de solidaridad y de solicitud fraterna, especialmente compartiendo los recursos, tanto materiales como espirituales, con otras Iglesias locales necesitadas.

3. Como obispos, tenéis el serio deber de afrontar cuestiones de particular importancia para la vida social, económica, política y cultural de vuestro país, a fin de que la Iglesia esté cada vez más eficazmente presente en esos ámbitos. Descubrir las implicaciones del Evangelio para la vida cristiana en el mundo y aplicarlas a las nuevas situaciones es fundamental para vuestro liderazgo eclesial:  ha llegado el tiempo en que los católicos, junto con los demás cristianos, deben infundir la novedad del Evangelio en la lucha por defender y promover los valores fundamentales sobre los que se construye una sociedad verdaderamente digna del hombre.

A este respecto, deseo alentar los esfuerzos de vuestra Conferencia en las esferas de la asistencia sanitaria, la educación y el desarrollo; sirven para demostrar claramente el compromiso de la Iglesia en favor del bienestar integral de sus hijos e hijas, y de todos los ugandeses, independientemente de la religión que profesan. Merecen particular mención las diversas iniciativas con respecto al VIH/SIDA, que, en perfecta armonía con la enseñanza de la Iglesia, procuran asistir a las personas afectadas por esta enfermedad y mantener al público debidamente informado sobre ella.

4. Si la Iglesia quiere asumir el lugar que le corresponde en la sociedad ugandesa, la adecuada formación de los laicos debe ser una prioridad en vuestra misión de predicadores y maestros. Esta formación espiritual y doctrinal debe tender a ayudar a los laicos, hombres y mujeres, a desempeñar su papel profético en una sociedad que no siempre reconoce o acepta la verdad y los valores del Evangelio. Asimismo, también es necesario implicar eficazmente a los laicos en la vida de la parroquia y de la diócesis, en las estructuras pastorales y administrativas (cf. Ecclesia in Africa, 90). Vuestros sacerdotes, en particular, deben estar preparados para aceptar de buen grado este papel más activo de los laicos y para asistirlos al desempeñarlo. Los esfuerzos encaminados a superar los conflictos tribales y las tensiones étnicas son especialmente importantes en este contexto, pues estas rivalidades no tienen cabida en la Iglesia de Cristo y sólo sirven para debilitar todo el entramado de la sociedad.

De hecho, hay Iglesias locales que "inciden profundamente mediante el testimonio de los valores evangélicos en la sociedad y en la cultura". Es la "renovación pastoral" sobre la que escribí en mi carta apostólica Novo millennio ineunte (cf. n. 29), y entraña una renovación de la comunidad cristiana y de la sociedad, que pasa por la familia. El fortalecimiento de la comunión de las personas en la familia es el gran antídoto contra el egoísmo y el aislamiento, tan generalizados hoy. Por eso, con mayor razón es preciso acoger la apremiante invitación que mi predecesor el Papa Pablo VI dirigió a todos los obispos:  "Trabajad (...) con celo y sin descanso por la salvaguardia y la santidad del matrimonio, para que se viva en toda su plenitud humana y cristiana" (Humanae vitae, 30).

5. Al tratar de afrontar los desafíos del futuro, la atención a los jóvenes sigue siendo de importancia fundamental. "El futuro del mundo y de la Iglesia pertenece a las jóvenes generaciones. (...) Cristo espera grandes cosas de los jóvenes" (Tertio millennio adveniente, 58). Como confirman claramente las celebraciones de la Jornada mundial de la juventud, los jóvenes tienen una gran capacidad para comprometer sus energías y su celo en las exigencias de la solidaridad con los demás y para buscar la santidad cristiana. Toda la comunidad católica debe esforzarse por lograr que las generaciones jóvenes estén bien formadas y adecuadamente preparadas para cumplir con las responsabilidades que les correspondan y que, en cierto modo, ya les competen.

Un fuerte compromiso en favor de las escuelas católicas es un modo particularmente eficaz de garantizar una adecuada formación a la juventud ugandesa. Esas escuelas deben tratar de proporcionar un tipo de ambiente educativo donde los niños y los adolescentes puedan madurar impregnados del amor de Cristo y de la Iglesia. La identidad específica de las escuelas católicas debe reflejarse en todo el programa de estudios y en todas las áreas de la vida escolar, para que sean comunidades en las que se alimente la fe y los alumnos se preparen para su misión en la Iglesia y en la sociedad. Es importante, asimismo, seguir buscando la manera de impartir una sólida enseñanza moral y religiosa también en las escuelas públicas, y promover en la opinión pública un consenso con respecto a la importancia de dicha formación. Este servicio, que puede ser fruto de una cooperación más estrecha con el Gobierno, es una forma importante de participación católica activa en la vida social de vuestro país, especialmente al realizarse sin discriminación religiosa o étnica y respetando los derechos de todos.

6. Mientras vuestras Iglesias locales tratan de cumplir el mandato misionero recibido del Señor (cf. Mt 28, 19), no podemos por menos de dar gracias a Dios por las vocaciones con las que os ha bendecido. Os exhorto a asegurar que vuestros programas vocacionales fomenten y protejan celosamente este don de Dios. Los jóvenes candidatos deben recibir una formación pastoral y teológica adecuada, que los arraigue firmemente en una sólida tradición espiritual y los prepare para afrontar los complejos problemas que plantea la modernización de la sociedad. Os exhorto a continuar vuestros esfuerzos para proporcionar personal cualificado a vuestros centros de formación, especialmente a vuestros cinco seminarios mayores.

Pensando en vuestros colaboradores más estrechos en la viña del Señor, os recuerdo que debéis ayudar a vuestros sacerdotes a valorar cada vez más el privilegio único de actuar in persona Christi. Cuanto más completamente se dediquen a su misión en castidad y sencillez de vida, tanto más su obra se convertirá en una fuente de alegría y paz inconmensurables. Con respecto a la soledad que a veces puede acompañar al ministerio pastoral, debéis estimular a vuestros sacerdotes, en la medida que lo permita la situación local, a vivir en común y a orientar totalmente sus esfuerzos al ministerio sagrado. Deben reunirse lo más a menudo posible, tanto entre sí como con vosotros, sus padres espirituales, para un intercambio fraterno de ideas, consejos y amistad (cf. Pastores dabo vobis, 74).

Las comunidades de religiosos y religiosas en Uganda necesitan igualmente vuestro apoyo y vuestra guía:  también ellas deben ser objeto de vuestra atención y vuestra solicitud pastoral como pastores de la grey que Cristo os ha encomendado (cf. Lumen gentium, 45; Christus Dominus, 15 y 35). Asimismo, no podemos dejar de mencionar a los catequistas, que desempeñan un papel esencial al afrontar las necesidades espirituales de vuestras comunidades, especialmente en las regiones donde no hay suficientes sacerdotes para anunciar el Evangelio y ejercer el ministerio pastoral. Por consiguiente, deben tener una profunda conciencia de su papel, y es preciso ayudarles, de todas las maneras posibles, a cumplir sus responsabilidades y obligaciones con respecto a sus familias.

7. Amados hermanos en el episcopado, ruego para que el tiempo que hemos compartido os confirme en la fe y os aliente a perseverar en la obra de Cristo, pastor y guardián de nuestras almas (cf. 1 P 2, 25). Caminad siempre con aquellos que han sido encomendados a vuestro cuidado pastoral, mostrándoles un amor de padre, especialmente a los que sufren el azote de la violencia, la enfermedad del sida o la aflicción por cualquiera de las numerosas situaciones que producen sufrimientos y dificultades. Proponeos como objetivo llevar a vuestro pueblo hacia un conocimiento cada vez más profundo de su fe y de su identidad cristiana, pues así la Iglesia estará cada vez mejor preparada para hacer presente de modo eficaz la verdad salvífica del Evangelio en la sociedad ugandesa.

Nuestra esperanza y nuestra confianza, como la de los santos mártires que, tanto en el sur como en el norte del país, han dado el último testimonio de Cristo, se fundan en la fuerza del Señor resucitado, cuya gracia salvífica "no defrauda" (Rm 5, 5). Invocando sobre vosotros y sobre los fieles de vuestras comunidades locales la asistencia celestial de los mártires ugandeses, y encomendándoos a la intercesión de María, Madre de la Iglesia, os imparto cordialmente mi bendición apostólica.

 



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