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CARTA DE SU SANTIDAD JUAN XXIII
AL EPISCOPADO DE INDONESIA CON OCASIÓN
DEL ESTABLECIMIENTO DE LA SAGRADA JERARQUÍA
*

 

Venerables hermanos:
Salud y bendición apostólica.

Desde los primeros días de nuestro pontificado estuvo presente a nuestro espíritu la noble y santa causa misionera en toda su amplitud, belleza e importancia, despertando nuestras más vivas solicitudes de Pastor universal.

Como ya tuvimos ocasión de recordar en nuestra primera encíclica Ad Petri Cathedram, ninguna otra obra es, pues, tan grata a Dios como la que está estrechamente unida con el deber común de propagar su Reino, conforme al divino mandato confiado a los Apóstoles: "Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura" (Mc., 16,15).

Y para dar un impulso cada vez más vigoroso a la acción misionera, confirmando todo lo que en la materia enseñaron e hicieron nuestros predecesores, más aún, siguiendo por el camino ya emprendido valerosamente, nos preocupamos por activar, con oportunas y prudentes medidas, el establecimiento de la sagrada Jerarquía en todas las regiones donde las circunstancias permitían establecer sedes episcopales y confiarlas, en cuanto fue posible, a Prelados oriundos del lugar. Y damos muchas gracias al Señor que nos ha concedido en sólo dos años de nuestro pontificado, establecer la Jerarquía episcopal en varias partes del mundo, a saber, en Niasalandia, Rodesia septentrional, en el Congo, Ruanda Urundi, en el Vietnam y poder contemplar así la consoladora visión de una falange numerosa y escogida de Obispos y sacerdotes que suscitó el Dueño de la mies en el inmenso campo evangélico.

En mayo del pasado año, vosotros, venerables hermanos, reunidos en Girisonda (Java) para la Conferencia quinquenal de los Ordinarios de Indonesia, nos enviasteis una devota y ferviente súplica para pedir que también en Indonesia fuese establecida la sagrada Jerarquía. Y el motivo de vuestra petición era el constante y considerable progreso alcanzado por las misiones de vuestro país, donde se cuentan cerca de 1.200.000 católicos, con fervoroso grupo de catequistas, junto con cerca de mil sacerdotes —de los cuales muchos son autóctonos— y una prometedora y numerosa falange de clérigos y seminaristas.

Ante un cuadro tan consolador surge espontáneo el recuerdo emocionado de las palabras del gran apóstol de las misiones, San Francisco Javier, cuando, permaneciendo durante algún tiempo en alguna de vuestras islas y diciendo que jamás se sintió tan feliz en otra parte, las llamó con acento profético "islas de la esperanza en Dios" (Carta de San Francisco Javier a hermanos de Roma, 20 de enero de 1548).

También nosotros, en verdad, con el corazón lleno gratitud al Señor por haber cumplido felizmente los generosos deseos de aquel gran precursor del Evangelio, y al mismo tiempo conscientes de la importante misión que corresponde al pueblo de Indonesia por sus nobles y antiguas tradiciones de historia, cultura, civilización, por su valor numérico, por su posición geográfica que lo constituye en una de las más importantes encrucijadas marítimas y aéreas del globo, recibimos de todo corazón vuestra demanda estableciendo con nuestra autoridad apostólica la sagrada Jerarquía en vuestro país.

Semejante acontecimiento, que, ciertamente, señala una página de oro en la historia de la Iglesia católica en Indonesia, nos impulsa, como es natural, a congratularnos cordialmente con vosotros, empleando las mismas palabras del Apóstol de las gentes: "Consolémonos por la mutua comunicación de nuestra común fe" (Rom., 1,12). Y al mismo tiempo nos demuestra una vez más nuestra plena confianza en el futuro cada vez más sonriente de la Iglesia en Indonesia: "Tengo mucha confianza en vosotros; tengo en vosotros grande motivo de gloria" (2 Cor., 7,4). Por esto, esta Carta nuestra quiere ser señal y prueba de nuestro afecto especial y de nuestra solicitud por vosotros.

La organización misional en vuestro país, formada hasta ahora por veinte Vicariatos y siete Prefecturas apostólicas, ha sido elevada al rango y dignidad de la Jerarquía episcopal con la creación de seis provincias eclesiásticas, de las cuales dos están en la isla de Java, la tercera en la isla de Sumatra, la cuarta en Borneo indonesiano, la quinta en la isla de las Célebes y en el archipiélago de las Molucas —las islas que se glorían de haber recibido el empuje apostólica de San Francisco Javier— y la sexta en la floreciente isla de Flores, en las islas de la Pequeña Sonda y en los territorios circundantes. En la misma circunstancia han sido promovidos a sedes metropolitanas tres celosos Prelados de origen indonesio.

Deseamos vivamente que la alta prueba de estima y confianza demostrada por la Sede Apostólica a los Obispos, al clero, a los fieles y también a toda la nación indonesia, sirva para acrecentar en vosotros, venerables hermanos y queridos hijos, el ardor de la fe, la prontitud en la práctica de la virtud y, sobre todo, el fervor en las iniciativas misioneras y la generosidad en el espíritu de caridad cristiana.

En esta alegre circunstancia es para Nos un deber y un placer rendir devoto homenaje y justo reconocimiento a aquellos precursores que, provistos únicamente de las armas de la caridad, arribaron con santa audacia a este encantador e inmenso archipiélago con el afán de levantar allí la pacífica cruz de Cristo y hacer brotar en él la fuente de agua de vida eterna (Io., 4,14). Ellos conocieron las largas horas de espera y compartieron las penalidades conscientes de que la paciencia perseverante es requisito necesario para que el campo evangélico, cultivado con esfuerzo tenaz, produzca la mies espiritual deseada; misioneros, hermanas, catequistas, que os precedieron en la ardua empresa y cuyos insignes méritos están escritos en el libro eterno de Dios y en los fastos de la Iglesia misionera.

Naturalmente, aun con la erección de la sagrada Jerarquía, vuestras diócesis siguen teniendo necesidad de la ayuda y de la aportación de los misioneros extranjeros en los diferentes sectores de la vida pastoral y en especial en la cura de las almas, a causa del creciente número de fieles, pero todavía más de la multitud de aquellos que esperan la luz del Evangelio. Ellos siguen proporcionando valiosa ayuda en la formación del clero autóctono, que deseamos esté bien preparado intelectual y espiritualmente, de modo que pueda alcanzar dignamente puestos de responsabilidad y gobierno cada vez más numerosos e importantes, en la enseñanza prodigada en las escuelas católicas, tan florecientes y desarrolladas, en la acción caritativa y asistencial de los hospitales, dispensarios, orfelinatos y en todas las otras instituciones promovidas e inspiradas por el amor al prójimo, las cuales, al mismo tiempo que son refulgente aureola de gloria para la Iglesia, son una importante contribución a tina mayor prosperidad y un auténtico progreso civil y social de vuestra noble nación.

Así, pues, dígnese el Dueño de la mies conservar y bendecir aquella ejemplar concordia, aquella edificante armonía y colaboración fraternal entre los Pastores y la grey, entre el clero local y el personal misionero, que así como fue motivo del consolador florecimiento de hoy, así también sea el preludio de la mayor dilatación del Reino de Dios en el futuro; admirable unión de las almas, concorde cooperación de energías que permitirá a los católicos incrementar y desarrollar cada vez más las buenas obras para bien de toda la comunidad patria, para que la ferviente, activa y coherente observancia de los preceptos evangélicos no pueda por menos, de por sí, de redundad en copiosos y preciosos frutos para la misma sociedad civil a la que pertenece el cristiano.

Con estos ardientes votos impartimos de corazón a vosotros, venerables hermanos, a vuestros sacerdotes y fieles, nuestra paternal Bendición apostólica.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 20 de marzo de 1961, tercer año de nuestro pontificado.

IOANNES PP XXIII

 


* AAS 53 (1961) 296-299;  Discorsi, messaggi, colloqui, vol. III, págs. 792-796. 



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