DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE COREA ANTE LA SANTA SEDE*
Viernes 11 de enero de 1985
Señor Embajador:
Me complazco en recibir las Cartas Credenciales con las que ha sido nombrado Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Corea ante la Santa Sede. Le agradezco los buenos deseos que ha expresado en nombre del Excmo. Presidente Chun Doo Hwan y le ruego a usted tenga la amabilidad de transmitirle mis saludos cordiales.
Su presencia aquí, en el Vaticano, a los pocos meses de mi inolvidable visita a su País, me trae a la memoria, entre otros recuerdos importantes de esos días, mi reunión con el Cuerpo Diplomático en Seúl. Quise aprovechar dicha ocasión para manifestar mi solidaridad con el pueblo coreano en sus intereses principales. Dije entonces: «Las aspiraciones de paz, seguridad y unidad nacional, sentidas actualmente con una fuerza cada vez mayor, se perciben de forma clara en el pueblo coreano, y mi visita quiere ser una prueba de que la Iglesia y yo compartimos estos nobilísimos deseos».
De entre estos intereses, usted se ha referido a la esperanza de millones de sus compatriotas, los cuales desean que los miembros de familias separadas por los trágicos sucesos del pasado, se encuentren y reúnan, por fin, en la paz y armonía de la familia. Pido a Dios Todopoderoso que se alcance esta meta. Bendiga Él a cuantos se han esforzado últimamente por vencer las dificultades y obstáculos, y están tratando de abrir el camino de la apertura y comprensión mutuas. La alegría de quienes se han vuelto a encontrar y el dolor de los que todavía están buscando a sus seres queridos son aguijón para que tengan sentido de responsabilidad quienes están encargados del bien común de la nación y llevan a su pueblo en el corazón.
La dimensión humanitaria del vasto problema de reunir a las familias es un ejemplo evidente de cómo las decisiones políticas y los sucesos y fuerzas que los mueven inciden hondamente en la vida de pueblos enteros, y no en abstracto, sino a nivel de los individuos que constituyen estas poblaciones y en su oportunidad real de una vida adecuada a su auténtica dignidad humana. En el servicio a la dignidad humana, la Iglesia y todos los hombres y mujeres de buena voluntad pueden encontrar amplios amplios campos de entendimiento y colaboración.
La Iglesia Católica está comenzando el tercer siglo de presencia en Corea. Por fidelidad a la misión que le confiara su divino Fundador Jesucristo, está empeñada en aportar contribución espiritual, cultural y social a la vida de la Nación y, especialmente, en fomentar el progreso civil y moral. Pido en la oración que las garantías constitucionales de libertad religiosa y el clima de respeto y tolerancia (que caracteriza la vida pública de su País, ayuden al crecimiento y desarrollo de esta colaboración para bien de todos.
Una de las impresiones más fuertes que conservo de la visita a su País, Señor Embajador, es la altísima proporción de jóvenes. Este año, y coincidiendo con el Año Internacional de la Juventud, he dedicado el Mensaje de la Jornada mundial de la Paz a los jóvenes, con el tema «La paz y los jóvenes caminan juntos».
En dicho Mensaje escribí: «Es esencial que todo hombre tenga un sentido de participación, de tomar parte en las decisiones y los esfuerzos que forjan el destino del mundo» (n. 9). Esto es todavía más verdad cuando se trata de los jóvenes.
Uno de los retos que han de afrontar los líderes de las naciones consiste en asegurar dicha participación de manera verdaderamente justa y efectiva. Uno de los desafíos que se presentan a la juventud está en adquirir creciente conciencia de su responsabilidad y sensibilidad vital hacia las necesidades de los seres humanos compañeros suyos, desoyendo las voces de sirena de intereses personales, teniendo en cuenta primero los valores de la vida y actuando confiadamente para llevarlos a la práctica (cf. ib., n. 3 y 7). Dios omnipotente nos ilumine a todos para que respondamos a estas demandas urgentes de nuestro tiempo con sabiduría y amplitud de miras.
Señor Embajador: su misión de Representante de su País ante la Santa Sede asume el carácter especial que corresponde a la índole eminentemente espiritual y moral de la presencia y actividad de la Santa Sede en el ámbito de las relaciones internacionales. Quiero garantizarle toda c1ase de colaboración de los organismos de la Curia Romana y le deseo satisfacción plena en el cumplimiento de sus deberes. Le reitero otra vez mi hondo afecto al pueblo de Corea y pido a Dios bendiciones de paz y bienestar para él y sus líderes.
*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, n. 9, p.11 (p.131).
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