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VIERNES SANTO
PASIÓN DEL SEÑOR
VÍA CRUCIS
COLISEO
ROMA, 18 DE ABRIL DE 2025
[Multimedia]
Introducción
La vía del Calvario pasa por nuestras calles de todos los días. Nosotros, Señor,
por lo general vamos en dirección opuesta a la tuya. Precisamente de ese modo
puede ocurrir que nos encontremos con tu rostro, que nos crucemos con tu mirada.
Nosotros avanzamos como siempre y tú vienes hacia nosotros. Tus ojos nos leen el
corazón. Entonces dudamos si continuar como si nada hubiera sucedido. Podemos
darnos la vuelta, mirarte, seguirte. Podemos identificarnos con tu camino e
intuir que es mejor cambiar de dirección.
Evangelio según san Marcos (10,21)
Jesús lo miró con amor y le dijo: «Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que
tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y
sígueme».
Jesús es tu nombre y en ti verdaderamente «Dios salva». El Dios de Abrahán que
llama, el Dios de Isaac que provee, el Dios de Jacob que bendice, el Dios de
Israel que libera; en tu mirada, Señor que atraviesas Jerusalén, hay toda una
revelación. En tus pasos que salen de la ciudad está nuestro éxodo hacia una
tierra nueva. Has venido a cambiar el mundo; esto significa para nosotros
cambiar de dirección, ver la bondad de tus pasos, dejar trabajar en nuestro
corazón la memoria de tus ojos.
El Vía Crucis es la oración del que se mueve; interrumpe nuestros
recorridos habituales, para que del cansancio vayamos hacia la alegría. Es
verdad, el camino de Jesús nos cuesta; en este mundo que calcula todo, la
gratuidad tiene un alto precio. Pero en el don todo vuelve a florecer: una
ciudad dividida en facciones y lacerada por los conflictos se encamina hacia la
reconciliación; una religiosidad árida redescubre la fecundidad de las promesas
de Dios; incluso un corazón de piedra puede convertirse en un corazón de carne.
Sólo es necesario escuchar la invitación: «¡Ven! ¡Sígueme!». Y confiar en esa
mirada de amor.
I estación
Jesús es condenado a muerte
Evangelio según san Lucas (23,13-16)
Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los jefes y al pueblo, y les dijo:
«Ustedes me han traído a este hombre, acusándolo de incitar al pueblo a la
rebelión. Pero yo lo interrogué delante de ustedes y no encontré ningún motivo
de condena en los cargos de que lo acusan; ni tampoco Herodes, ya que él lo ha
devuelto a este tribunal. Como ven, este hombre no ha hecho nada que merezca la
muerte. Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad».
No fue así. No te dejó en libertad. Sin embargo, hubiera podido ser diferente.
Es el dramático juego de nuestra libertad. Aquello por lo cual, Señor, tanto nos
estimaste. Diste confianza a Herodes, a Pilato, a amigos y a enemigos. Eres
irrevocable en la confianza con la que te pones en nuestras manos. Podemos
obtener de ella maravillas: liberando a quien es acusado injustamente,
profundizando en la complejidad de las situaciones, contrastando los juicios que
matan. Incluso Herodes hubiera podido seguir la santa inquietud que lo atraía
hacia ti; no lo hizo, ni siquiera cuando se encontró finalmente en tu presencia.
Pilato hubiera podido liberarte; ya te había absuelto. No lo hizo. Jesús, el
camino de la cruz es una posibilidad que ya hemos dejado pasar demasiadas veces.
Lo confesamos: prisioneros de roles de los que no hemos querido salir,
preocupados por las molestias de un cambio de dirección. Tú sigues estando ante
nosotros, silenciosamente, en cada hermana y en cada hermano expuestos a juicios
y prejuicios. Vuelven argumentos religiosos, objeciones jurídicas, el aparente
sentido común que no se involucra en la suerte de los demás; miles de razones
nos ponen de la parte de Herodes, de los sacerdotes, de Pilato y de la multitud.
Sin embargo, puede ser diferente. Jesús, tú no te lavas las manos. Sigues
amando, en silencio. Has tomado tu decisión, y ahora nos toca a nosotros.
Oremos diciendo: Abre mi corazón, Jesús
Cuando ante mí hay una persona juzgada. |
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Abre mi corazón, Jesús |
Cuando mis certezas son prejuicios. |
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Abre mi corazón, Jesús |
Cuando me condiciona la rigidez. |
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Abre mi corazón, Jesús |
Cuando el bien me atrae secretamente. |
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Abre mi corazón, Jesús |
Cuando quisiera tener valor, pero tengo miedo de perder. |
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Abre mi corazón, Jesús |
II estación
Jesús carga la cruz
Evangelio según san Lucas (9,43b-45)
Mientras todos se admiraban por las cosas que hacía, Jesús dijo a sus
discípulos: «Escuchen bien esto que les digo: El Hijo del hombre va a ser
entregado en manos de los hombres». Pero ellos no entendían estas palabras: su
sentido les estaba velado de manera que no podían comprenderlas, y temían
interrogar a Jesús acerca de esto.
Desde hacía meses, quizás años, ese peso estaba sobre tus hombros, Jesús. Cuando
hablabas de eso, nadie te prestaba atención; resistencia invencible, incluso al
intuirlo. No la buscaste, pero sentiste que la cruz venía hacia ti, cada vez de
una manera diferente. Si la acogiste, fue porque advertiste, más allá del peso,
su responsabilidad. Jesús, el camino de tu cruz no es sólo en subida; es tu
abajamiento hacia aquellos que has amado, hacia el mundo que Dios ama; es una
respuesta, es asumir una responsabilidad. Cuesta, como cuestan los vínculos más
auténticos, los amores más hermosos. El peso que llevas describe el aliento que
te mueve, ese Espíritu “que es Señor y da la vida”. Quién sabe por qué tememos
incluso interrogarte sobre esto. En realidad, somos nosotros los que tenemos
dificultad para respirar, a fuerza de evitar responsabilidades. Sería suficiente
con no escapar y permanecer junto a aquellos que nos has dado, en los contextos
donde nos has puesto. Unirnos, sintiendo que sólo así dejamos de ser prisioneros
de nosotros mismos. Lo había anunciado el profeta: “Los jóvenes se fatigan y se
agotan, los adultos tropiezan y caen; pero los que esperan en ti renuevan sus
fuerzas, despliegan alas como las águilas; corren y no se agotan, avanzan y no
se fatigan” (cf. Is 40,30-31).
Oremos diciendo: Líbranos del cansancio, Señor
Si nos angustiamos mirando a nuestro alrededor. |
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Líbranos del cansancio, Señor |
Si nos parece no tener fuerzas para dedicarnos a los
demás. |
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Líbranos del cansancio, Señor |
Si buscamos excusas para evadir las responsabilidades. |
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Líbranos del cansancio, Señor |
Si tenemos talentos y capacidades para poner en juego. |
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Líbranos del cansancio, Señor |
Si nuestro corazón sigue vibrando frente a la
injusticia. |
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Líbranos del cansancio, Señor |
III estación
Jesús cae por primera vez
Evangelio según san Lucas (10,13-15)
«¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se
hubieran hecho los milagros realizados entre ustedes, hace tiempo que se habrían
convertido, poniéndose cilicio y sentándose sobre ceniza. Por eso Tiro y Sidón,
en el día del Juicio, serán tratadas menos rigurosamente que ustedes. Y tú,
Cafarnaúm, ¿acaso crees que serás elevada hasta el cielo? No, serás precipitada
hasta el infierno».
Fue como un primer “tocar fondo” y pronunciaste palabras duras, Jesús, contra
esos lugares que eran tan queridos para ti. La semilla de tu palabra parecía
caer en el vacío y, del mismo modo, cada uno de tus gestos de liberación. Todo
profeta se sintió caer en el vacío del fracaso, para seguir avanzando, después,
en los caminos del Señor. Tu vida, Jesús, es una parábola; nunca cae en vano en
nuestra tierra. Incluso esa primera vez, la decepción pronto fue interrumpida
por la alegría de los tuyos, a los que habías enviado; regresaban de su misión y
te narraban los signos del Reino de Dios. Entonces tú exaltaste de alegría
espontánea, exuberante, que hace saltar con una energía contagiosa. Bendijiste
al Padre, que esconde sus designios a los sabios y entendidos, y los revela a
los pequeños. También la vía de la cruz ha sido trazada de manera profunda en la
tierra; los grandes se apartan de ella, quisieran tocar el cielo. Pero el cielo
está aquí, ha descendido, es posible encontrarlo aun cayendo, aun permaneciendo
en el suelo. Los constructores de Babel nos dicen que no es posible equivocarse
y que el que cae está perdido; es la obra del infierno. La economía de Dios, por
el contrario, no mata, no descarta, no aplasta; es humilde, fiel a la tierra. Tu
camino, Jesús, es el camino de las Bienaventuranzas: no destruye, sino que
cultiva, repara, protege.
Oremos diciendo: Que venga tu Reino
Por aquellos que se sienten fracasados. |
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Que venga tu Reino |
Para desafiar una economía que mata. |
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Que venga tu Reino |
Para devolver la fuerza al que ha caído. |
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Que venga tu Reino |
En las sociedades competitivas y entre los que buscan los primeros puestos. |
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Que venga tu Reino |
Por los que están en las fronteras y sienten que su viaje ha terminado. |
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Que venga tu Reino |
IV estación
Jesús encuentra a su madre
Evangelio según san Lucas (8,19-21)
Su madre y sus hermanos fueron a verlo, pero no pudieron acercarse a causa de la
multitud. Entonces le anunciaron a Jesús: «Tu madre y tus hermanos están ahí
afuera y quieren verte». Pero él les respondió: «Mi madre y mis hermanos son los
que escuchan la Palabra de Dios y la practican».
Tu madre está en la vía de la cruz; ella fue tu primera discípula. Con delicada
determinación, con esa inteligencia de las cosas que le hace conservarlas y
meditarlas en el corazón, tu madre está. Desde el instante en el que le fue
propuesto acogerte en su seno hizo un cambio, se convirtió a ti. Unió sus
caminos a los tuyos. No fue una renuncia, sino un descubrimiento continuo, hasta
el Calvario. Seguirte es dejar que sigas tu camino; tenerte es dar espacio a tu
novedad. Lo sabe toda madre: un hijo sorprende. Hijo amado, tú reconoces que tu
madre y tus hermanos son aquellos que escuchan y se dejan cambiar. No hablan,
sino que hacen. En Dios las palabras son hechos, las promesas son realidades. En
la vía de la cruz, oh Madre, estás entre las pocas que lo recuerda. Ahora es el
Hijo el que te necesita. Él percibe que tú no desesperas, que sigues engendrando
la Palabra en tu seno. También nosotros, Jesús, logramos seguirte generados por
quien te ha seguido. También nosotros hemos venido al mundo por la fe de tu
madre y de innumerables testigos que generan vida incluso allí donde todo habla
de muerte. Aquella vez, en Galilea, fueron ellos los que querían verte. Ahora,
subiendo al Calvario, tú mismo buscas la mirada del que te escucha y lo pone en
práctica. Acuerdo indescriptible. Alianza indisoluble.
Oremos diciendo: He aquí a mi madre
María escucha y habla. |
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He aquí a mi madre |
María pregunta y reflexiona. |
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He aquí a mi madre |
María sale de su casa y viaja decidida. |
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He aquí a mi madre |
María se alegra y consuela. |
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He aquí a mi madre |
María acoge y cuida. |
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He aquí a mi madre |
María se arriesga y protege. |
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He aquí a mi madre |
María no teme juicios ni insinuaciones. |
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He aquí a mi madre |
María espera y permanece. |
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He aquí a mi madre |
María orienta y acompaña. |
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He aquí a mi madre |
María no concede nada a la muerte. |
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He aquí a mi madre |
V estación
Jesús es ayudado por el Cirineo a llevar la cruz
Evangelio según san Lucas (23,26)
Cuando lo llevaban, detuvieron a un tal Simón de Cirene, que volvía del campo, y
lo cargaron con la cruz, para que la llevara detrás de Jesús.
No se ofreció, lo detuvieron. Simón regresaba de trabajar y lo cargaron con la
cruz de un condenado. Habrá tenido el físico adecuado, cierto, pero su camino
era otro, su plan era otro. Con Dios nos podemos tropezar con una situación así.
Quién sabe por qué, Jesús, ese nombre ―Simón de Cirene― se hizo rápidamente
imborrable entre tus discípulos. En el camino de la cruz no estaban ellos,
tampoco nosotros, Simón, en cambio, sí. Sigue siendo válido hoy que mientras
alguien ofrece todo de sí, nosotros, o podemos estar en otra parte, incluso
tratando de huir; o bien, podemos involucrarnos. Jesús, nosotros creemos recordar el nombre de Simón porque aquel incidente lo cambió para siempre. No
cesó nunca de pensar en ti. Se volvió parte de tu cuerpo, testigo de primera
mano de la diferencia entre ti y cualquier otro condenado. Simón de Cirene se
encontró cargando con tu cruz, sin haberla pedido, como el yugo del que tú
hablaste un día: «mi yugo es suave y mi carga liviana» (Mt 11,30).
También los animales trabajan mejor si avanzan juntos. Y tú, Jesús, amas
involucrarte con tu trabajo, que prepara la tierra para que sea nuevamente
sembrada. Necesitamos esa sorprendente delicadeza. Necesitamos a alguien que nos
detenga, a veces, y ponga sobre nuestros hombros algún trozo de realidad que
simplemente necesita ser cargado. Se puede trabajar el día entero, pero sin ti,
se desperdicia. En vano se cansan los constructores, en vano vigila el centinela
de la ciudad que Dios no construye (cf. Sal 127). Por eso, en el camino
de la cruz surge la nueva Jerusalén. Y nosotros, como Simón de Cirene, cambiamos
rumbo y trabajamos contigo.
Oremos diciendo: Detén nuestra carrera, Señor
Cuando vamos por nuestro propio camino, desinteresándonos de los demás. |
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Detén nuestra carrera, Señor |
Cuando las noticias no nos conmueven. |
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Detén nuestra carrera, Señor |
Cuando las personas se vuelven números. |
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Detén nuestra carrera, Señor |
Cuando nunca hay tiempo para escuchar. |
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Detén nuestra carrera, Señor |
Cuando tenemos prisa por decidir. |
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Detén nuestra carrera, Señor |
Cuando los cambios de programa no son permitidos. |
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Detén nuestra carrera, Señor |
VI estación
La Verónica enjuga el rostro de Jesús
Evangelio según san Lucas (9,29-31)
Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una
blancura deslumbrante. Y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías,
que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a
cumplirse en Jerusalén.
Salmo 27 (27,8-9a)
Mi corazón sabe que dijiste: «Busquen mi rostro».
Yo busco tu rostro, Señor, no lo apartes de mí.
En tu rostro, Jesús, vemos tu corazón. Tu decisión se lee en tus ojos, traspasa
tu semblante, vuelve tus facciones expresión de una atención inconfundible. Te
fijas en Verónica y también en mí. Yo busco tu rostro, que describe la decisión
de amarnos hasta el último suspiro: incluso más allá, porque fuerte como la
muerte es el amor (cf. Ct 8,6). Tu rostro, que quisiera imprimir y
conservar, nos cambia el corazón. Tú te entregas a nosotros, día tras día, en el
rostro de cada ser humano, memoria viva de tu encarnación. Cada vez que nos
acercamos al más pequeño, en efecto, nos interesamos por tus miembros y tú
permaneces con nosotros. De esta forma nos iluminas el corazón y la expresión de
nuestro semblante. En vez de rechazar, ahora acogemos. En el camino de la cruz
nuestro rostro, como el tuyo, puede volverse finalmente resplandeciente y
derramar bendiciones. Has grabado en nosotros la memoria, presentimiento de tu
regreso, cuando nos reconocerás con la primera mirada, uno a uno. Entonces, tal
vez, te asemejaremos. Y estaremos cara a cara, en un diálogo sin fin, en la
intimidad de la que nunca nos cansaremos, familia de Dios.
Oremos diciendo: Graba en nosotros tu recuerdo, Jesús
Si nuestro rostro es inexpresivo. |
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Graba en nosotros tu recuerdo, Jesús |
Si nuestros proyectos excluyen. |
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Graba en nosotros tu recuerdo, Jesús |
Si nuestro corazón es indiferente. |
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Graba en nosotros tu recuerdo, Jesús |
Si nuestras actitudes causan división. |
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Graba en nosotros tu recuerdo, Jesús |
Si nuestras elecciones lastiman. |
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Graba en nosotros tu recuerdo, Jesús |
VII estación
Jesús cae por segunda vez
Evangelio según san Lucas (15, 2-6)
Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este hombre recibe a los
pecadores y come con ellos». Jesús les dijo entonces esta parábola: «Si alguien
tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y
va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra,
la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus
amigos y vecinos, y les dice: “Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que
se me había perdido”».
Caer y levantarse; caer y volver a levantarse. Así nos has enseñado a leer,
Jesús, la aventura de la vida humana. Humana porque es abierta. A las máquinas
no les permitimos equivocarse, las pretendemos perfectas. En cambio, las
personas dudan, se distraen, se pierden. Y, sin embargo, conocen la alegría: aquella de los nuevos
inicios, aquella de los renacimientos. Los humanos no se generan mecánicamente,
sino artesanalmente: somos piezas únicas, un entrelazado de gracia y
responsabilidad. Jesús, te hiciste uno de nosotros; no tuviste temor de tropezar
y de caer. Quien se avergüenza de ello, quien hace alarde de infalibilidad,
quien oculta sus propias caídas y no perdona las de los demás, reniega del
camino que tú has elegido. Tú eres, Jesús, el Señor de la alegría. En ti todos
nos encontramos y somos llevados a casa, como la única oveja que se había
perdido. Deshumana es la economía en la que noventa y nueve valen más que uno.
Sin embargo, hemos construido un mundo que funciona de ese modo; un mundo de
cálculos y algoritmos, de frías lógicas e intereses implacables. La ley de tu
casa, economía divina, es otra, Señor. Volvernos a ti, que caes y te levantas,
es un cambio de ruta y un cambio de paso. Conversión que devuelve alegría y nos
lleva a casa.
Oremos diciendo: Levántanos, oh Dios, nuestra salvación
Somos niños que a veces lloran. |
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Levántanos, oh Dios, nuestra salvación |
Somos adolescentes que se sienten inseguros. |
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Levántanos, oh Dios, nuestra salvación |
Somos jóvenes que muchos adultos desprecian. |
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Levántanos, oh Dios, nuestra salvación |
Somos adultos que se han equivocado. |
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Levántanos, oh Dios, nuestra salvación |
Somos ancianos que aún quieren soñar. |
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Levántanos, oh Dios, nuestra salvación |
VIII estación
Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén
Evangelio según san Lucas (23,27-31)
Lo seguían muchos del pueblo y un buen número de mujeres, que se golpeaban el
pecho y se lamentaban por él. Pero Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo:
«¡Hijas de Jerusalén!, no lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por sus
hijos. Porque se acerca el tiempo en que se dirá: “¡Felices las estériles,
felices los senos que no concibieron y los pechos que no amamantaron!” Entonces
se dirá a las montañas: “¡Caigan sobre nosotros!”, y a los cerros:
“¡Sepúltennos!” Porque si así tratan a la leña verde, ¿qué será de la leña
seca?».
En las mujeres has reconocido desde siempre, Jesús, una particular
correspondencia con el corazón de Dios. Por eso, en la gran multitud del pueblo
que aquel día cambió dirección y te seguía, inmediatamente viste a las mujeres
y, una vez más, estableciste con ellas una conexión especial. La ciudad es
distinta cuando se lleva en el vientre a sus habitantes, cuando se amamanta a
los niños: en definitiva, cuando no se conoce solamente el registro del dominio,
sino que las cosas se viven desde dentro. A las mujeres que por deber llevan a
cabo el rito de la compasión, tú les golpeas el corazón. En efecto, es en el
corazón donde se enlazan los acontecimientos y nacen los pensamientos y las
decisiones. «No lloren por mí». El corazón de Dios vibra por su pueblo, genera
una nueva ciudad. «Lloren más bien por ustedes y por sus hijos». En realidad,
existe un llanto donde todo renace. Pero son necesarias lágrimas de
reconsideración, de las que no hay que avergonzarse, lágrimas que no se pueden
esconder en lo íntimo. Nuestra convivencia herida, oh Señor, en este mundo hecho
trizas, necesita lágrimas sinceras, no de circunstancia. De lo contrario, se
realizará lo que predijeron los apocalípticos: ya no generaremos nada y todo se
derrumbará. En cambio, la fe mueve montañas. Los montes y las colinas no se
derrumban sobre nosotros, sino que en medio a ellos se abre un camino. Es tu
camino, Jesús: un camino en salida, en el que los apóstoles te abandonaron, pero
tus discípulas ―madres de la Iglesia― te siguieron.
Oremos diciendo: Danos un corazón materno, Jesús
Has poblado de santas mujeres la historia de la Iglesia. |
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Danos un corazón materno, Jesús |
Has repudiado la prepotencia y el dominio. |
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Danos un corazón materno, Jesús |
Has reunido y consolado las lágrimas de las madres. |
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Danos un corazón materno, Jesús |
Has confiado a las mujeres el mensaje de la resurrección. |
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Danos un corazón materno, Jesús |
Has inspirado en la Iglesia nuevos carismas y sensibilidad. |
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Danos un corazón materno, Jesús |
IX estación
Jesús cae por tercera vez
Evangelio según san Lucas (7,44-49)
[Jesús] dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste
agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con
sus cabellos. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entré, no cesó de
besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies.
Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados
porque ha demostrado mucho amor. Pero aquel a quien se le perdona poco,
demuestra poco amor». Después dijo a la mujer: «Tus pecados te son perdonados».
Los invitados pensaron: «¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los
pecados?».
No sólo una o dos veces, tú caes de nuevo, Jesús. Te caías cuando eras niño,
como todo niño. Así abarcaste y acogiste nuestra humanidad, que cae una y otra
vez. Si el pecado nos aleja, tu existir sin pecado te acerca a todo pecador, te
une indisolublemente a las caídas. Y esto mueve a la conversión. Escándalo para
quien toma distancia de los demás y de sí mismo. Escándalo para quien vive
dividido en dos, entre lo que debería ser y lo que realmente es. En tu
misericordia, Jesús, cae toda hipocresía. Las máscaras, las fachadas hermosas no
sirven más. Dios ve el corazón. Ama el corazón. Enciende el corazón. Y de esta
manera me levantas y me colocas en caminos nunca antes recorridos, audaces,
generosos. ¿Quién eres, Jesús, que perdonas también los pecados? De nuevo caído
por tierra, en el camino de la cruz, eres el Salvador de esta tierra nuestra. No
sólo la habitamos, sino que hemos sido plasmados con ella. Tú, por tierra, nos
sigues modelando, como un hábil alfarero.
Oremos diciendo: Nosotros somos arcilla en tus manos
Cuando las cosas parecen no poder cambiar, acuérdate de nosotros: |
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Nosotros
somos arcilla en tus manos |
Cuando de los conflictos no se ve el final, acuérdate de nosotros: |
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Nosotros
somos arcilla en tus manos |
Cuando la tecnología nos engaña haciéndonos creer omnipotentes, acuérdate de
nosotros: |
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Nosotros
somos arcilla en tus manos |
Cuando los éxitos nos despeguen de la tierra, acuérdate de nosotros: |
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Nosotros
somos arcilla en tus manos |
Cuando nos preocupa más la apariencia que el corazón, acuérdate de nosotros: |
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Nosotros
somos arcilla en tus manos |
X estación
Jesús es despojado de sus vestiduras
Libro de Job (1,20-22)
Entonces Job se levantó y rasgó su manto; se rapó la cabeza, se postró con el
rostro en tierra y exclamó: «Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo
volveré allí. El Señor me lo dio y el Señor me lo quitó: ¡bendito sea el nombre
del Señor!». En todo esto, Job no pecó ni dijo nada indigno contra Dios.
No te desnudas, te desnudan. La diferencia está clara para todos nosotros,
Jesús. Sólo quien nos ama puede acoger nuestra desnudez entre sus manos y en su
mirada. Tememos, en cambio, la mirada de quien no nos conoce y sólo sabe poseer.
Estás desnudo y expuesto a todos, pero tú transformas incluso la humillación en
familiaridad. Quieres revelarte íntimo incluso a quien te destruye, miras a
quien te desnuda como a una persona amada que el Padre te ha dado. Aquí hay más
que la paciencia de Job, incluso más que su fe. En ti está el Esposo que se deja
tomar, tocar y trueca todo en bien. Nos dejas tus vestiduras, como reliquias de
un amor consumado. Están en nuestras manos, porque has estado en casa, has
estado con nosotros. Nosotros tomamos tus vestiduras y ahora las echamos a
suerte, pero la suerte, aquí, no favorece a uno, sino a todos. Nos conoces uno a
uno, para salvar a todos, todos, todos. Y si la Iglesia te parece hoy como una
vestidura rasgada, enséñanos a recoser nuestra fraternidad, fundada sobre tu
entrega. Somos tu cuerpo, tu túnica indivisible, tu Esposa. Lo somos juntos.
Para nosotros la suerte ha caído en un lugar de delicias, estamos contentos con
nuestra herencia (cf. Sal 16,6).
Oremos diciendo: Concede a tu Iglesia paz y unidad
Señor Jesús, que ves divididos a tus discípulos. |
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Concede a tu Iglesia paz y unidad |
Señor Jesús, que llevas las heridas de nuestra historia. |
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Concede a tu Iglesia paz y unidad |
Señor Jesús, que conoces la fragilidad de nuestro amor. |
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Concede a tu Iglesia paz y unidad |
Señor Jesús, que nos quieres miembros de tu Cuerpo. |
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Concede a tu Iglesia paz y unidad |
Señor Jesús, que vistes la túnica de la misericordia. |
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Concede a tu Iglesia paz y unidad |
XI estación
Jesús es clavado en la cruz
Evangelio según san Lucas (23,32-34a)
Con él llevaban también a otros dos malhechores, para ser ejecutados. Cuando
llegaron al lugar llamado «del Cráneo», lo crucificaron junto con los
malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía: «Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen».
Nada nos asusta más que la inmovilidad. Y tú estás clavado, inmovilizado,
bloqueado. Lo estás, pero junto a otros, nunca solo; estás determinado a
revelarte también en la cruz como el Dios con nosotros. La revelación no se
detiene, no se clava. Tú, Jesús, nos muestras que en cualquier circunstancia hay
una decisión que tomar. Y este es el vértigo de la libertad. Ni siquiera en la
cruz estás neutralizado, tú decides para quién estás ahí. Tú prestas atención
tanto a uno como a otro de los que están crucificados contigo; dejas deslizar
los insultos de uno y acoges la invocación del otro. Tú prestas atención a quien
te crucifica y sabes leer el corazón de quien no sabe lo que hace. Tú prestas
atención al cielo, lo quisieras más claro, pero rasgas la barrera de la
oscuridad con la luz de la intercesión. Clavado, de hecho, intercedes, te pones
en medio de las partes, entre los opuestos. Y los llevas a Dios, porque tu cruz
derriba los muros, cancela las deudas, anula las sentencias, establece la
reconciliación. Eres el verdadero Jubileo. Conviértenos a ti, Jesús, que clavado
todo lo puedes.
Oremos diciendo: Enséñanos a amar
Cuando nos sentimos con fuerzas y cuando parece que nos
faltan. |
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Enséñanos a amar |
Cuando nos vemos inmovilizados por leyes y decisiones injustas. |
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Enséñanos a amar |
Cuando nos vemos contrastados por quien no quiere la verdad y la justicia. |
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Enséñanos a amar |
Cuando estamos tentados de perder la esperanza. |
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Enséñanos a amar |
Cuando se dice que “no hay nada más que hacer”. |
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Enséñanos a amar |
XII estación
Jesús muere en la cruz
Evangelio según san Lucas (23,44b-49)
El sol se eclipsó […] El velo del Templo se rasgó por el medio. Jesús, con un
grito, exclamó: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Y diciendo esto,
expiró. Cuando el centurión vio lo que había pasado, alabó a Dios, exclamando:
«Realmente este hombre era un justo». Y la multitud que se había reunido para
contemplar el espectáculo, al ver lo sucedido, regresaba golpeándose el pecho.
Todos sus amigos y las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea
permanecían a distancia, contemplando lo sucedido.
En el Calvario, ¿dónde estamos nosotros?, ¿bajo la cruz?, ¿a cierta distancia?,
¿lejos? O tal vez, como los apóstoles, ya no estamos. Tú expiras, y este
respiro, último y primero, sólo pide ser acogido. Señor Jesús, orienta nuestros
caminos hacia tu don. No permitas que tu soplo de vida se disipe. Nuestra
oscuridad busca luz. Nuestros templos quieren permanecer definitivamente
abiertos. Ahora el Santo ya no está detrás del velo, su secreto se ofrece a
todos. Lo percibe un militar, que observando de cerca cómo mueres reconoce un
nuevo tipo de fuerza. Lo comprende la multitud que había gritado contra ti;
antes estaba distante, pero ahora encuentra el espectáculo de un amor jamás
visto, de una belleza que la hace volver a creer. A quienes te ven morir, Señor,
tú les das el tiempo de volver, golpeándose el pecho, golpeándose el corazón,
para que su dureza se haga pedazos. A nosotros, Jesús, que frecuentemente te
miramos todavía desde lejos, concédenos vivir acordándonos de ti, para que un
día, cuando vengas, también la muerte nos encuentre vivos.
Oremos diciendo: ¡Ven, Espíritu Santo!
Nos hemos mantenido a distancia de las llagas del Señor. |
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¡Ven, Espíritu Santo! |
Ante el hermano caído hemos mirado hacia otro lado. |
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¡Ven, Espíritu Santo! |
Los misericordiosos y los pobres en el espíritu parecen
unos perdedores. |
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¡Ven, Espíritu Santo! |
Creyentes y no creyentes están frente al crucificado. |
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¡Ven, Espíritu Santo! |
El mundo entero busca comenzar de nuevo. |
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¡Ven, Espíritu Santo! |
XIII estación
Jesús es bajado de la cruz
Evangelio según san Lucas (23,50-53a)
Llegó entonces un miembro del Consejo, llamado José, hombre recto y justo, que
había disentido con las decisiones y actitudes de los demás. Era de Arimatea,
ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios. Fue a ver a Pilato para pedirle el
cuerpo de Jesús. Después [lo bajó] de la cruz.
Finalmente, tu cuerpo está en las manos de un hombre bueno y justo. Tú estás
envuelto en el sueño de la muerte, Jesús, pero el que se hace cargo de ti es un
corazón vivo, que ha hecho una elección. José no era de aquellos que dicen y no
hacen. “Había disentido con las decisiones y actitudes de los demás”, dice el
Evangelio. Y esto es una buena noticia: te abraza, Jesús, uno que no ha abrazado
la opinión común. Se hace cargo de ti uno que ha asumido las propias
responsabilidades. Estás en tu sitio, Jesús, en el seno de José de Arimatea, que
“esperaba el Reino de Dios”. Estás en tu sitio entre quien espera todavía, entre
quien no se resigna a pensar que la injusticia es inevitable. Tú rompes la
cadena de lo ineludible, Jesús. Rompes los automatismos que destruyen la casa
común y la fraternidad. A quienes esperan tu Reino les das el valor de
presentarse a las autoridades, como Moisés al Faraón, como José de Arimatea a
Pilatos. Nos habilitas para grandes responsabilidades, nos haces audaces. Así,
aun estando muerto, sigues reinando. Y para nosotros, Jesús, servirte es
reinar.
Oremos diciendo: Servirte es reinar
Dando de comer a los hambrientos. |
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Servirte es reinar |
Dando de beber a los sedientos. |
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Servirte es reinar |
Vistiendo al desnudo. |
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Servirte es reinar |
Hospedando a los forasteros. |
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Servirte es reinar |
Visitando a los enfermos. |
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Servirte es reinar |
Visitando a los encarcelados. |
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Servirte es reinar |
Enterrando a los muertos. |
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Servirte es reinar |
XIV estación
Jesús es colocado en el sepulcro
Evangelio según san Lucas (23,53b-56)
Lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro cavado en la roca, donde
nadie había sido sepultado. Era el día de la Preparación, y ya comenzaba el
sábado. Las mujeres que habían venido de Galilea con Jesús siguieron a José,
observaron el sepulcro y vieron cómo había sido sepultado. Después regresaron y
prepararon los bálsamos y perfumes, pero el sábado observaron el descanso que
prescribía la Ley.
En un sistema que nunca se detiene, Jesús, tú vives tu sábado. Lo viven también
las mujeres, a las que aromas y perfumes quisieran ya hablar de resurrección.
Enséñanos a no hacer nada, cuando únicamente se nos pide esperar. Edúcanos en
los tiempos de la tierra, que no son los del artificio. Colocado en el sepulcro,
Jesús, compartes la condición que nos acomuna a todos y alcanzas los abismos que
tanto nos asustan. Ves cómo los rehuimos, multiplicando nuestras actividades.
Giramos frecuentemente en círculos, pero el sábado brilla con sus luces, nos
educa y nos pide descanso. Vida divina, vida a la medida del hombre, la que
conoce la paz del sábado. «Cada uno se sentará bajo su parra y bajo su higuera,
sin que nadie lo perturbe» (Mi 4,4), profetizaba Miqueas. Y Zacarías se
hace eco de esta palabra: «Aquel día –oráculo del Señor de los ejércitos–
ustedes se invitarán unos a otros debajo de la parra y de la higuera» (Za
3,10). Jesús, que pareces dormir en un mundo tempestuoso, llévanos a todos a la
paz del sábado. Entonces la creación entera nos parecerá muy buena y hermosa,
destinada a la resurrección. Y habrá paz para tu pueblo y entre todas las
naciones.
Oremos diciendo: Que venga tu paz
Para la tierra, el aire y el agua. |
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Que venga tu paz |
Para los justos y los injustos. |
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Que venga tu paz |
Para quien es invisible y carece de voz. |
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Que venga tu paz |
Para quien no tiene poder ni dinero. |
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Que venga tu paz |
Para quien espera un brote justo. |
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Que venga tu paz |
Invocación final
«“Laudato si’, mi’ Signore” – “Alabado seas, mi Señor”, cantaba san
Francisco de Asís. En ese hermoso cántico nos recordaba que nuestra casa común
es también como una hermana […]. Esta hermana clama por el daño que le
provocamos» (Carta enc.
Laudato si’, 1-2).
«“Fratelli tutti”, escribía san Francisco de Asís para dirigirse a todos
los hermanos y las hermanas, y proponerles una forma de vida con sabor a
Evangelio» (Carta enc.
Fratelli tutti, 1).
«“Nos amó”, dice san Pablo refiriéndose a Cristo […], para ayudarnos a descubrir
que de ese amor nada “podrá separarnos”» (Carta enc.
Dilexit nos, 1).
Hemos recorrido la vía de la Cruz; nos hemos dirigido al amor del que nada podrá
separarnos. Ahora, mientras el Rey duerme y un gran silencio cubre toda la
tierra, haciendo nuestras las palabras de san Francisco invoquemos el don de la
conversión del corazón.
¡Oh alto y glorioso Dios!,
ilumina las tinieblas de mi corazón.
Concédeme fe recta,
esperanza cierta,
caridad perfecta
y humildad profunda.
Concédeme, Señor, sabiduría y discernimiento
para cumplir tu santa voluntad. Amén.