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En la comunión de la Iglesia

Paul McPartlan

 

Después de haber examinado, en el primer capítulo, la naturaleza fundamental de la teología como exploración racional de aquella fe que es una respuesta a la proclamación de la Palabra de Dios, y antes de una mayor reflexión, en el tercer capítulo, sobre los aspectos significativos de la racionalidad de la teología, el nuevo documento de la Comisión teológica internacional, La teología hoy: perspectivas, principios y criterios examina con atención el contexto eclesial de la teología en el segundo capítulo. “La eclesialidad de la teología es un aspecto constitutivo de la tarea teológica porque la teología se basa en la fe, y la fe es a la vez personal y eclesial. La revelación de Dios se dirige a la convocatoria y a la renovación del pueblo de Dios, y por medio de la Iglesia los teólogos reciben el objeto de su investigación” (nº 20). La investigación teológica se desarrolla, por tanto, correctamente en el ámbito vivo y vivificante de la leiturgia, de la martyria y de la diakonia de la Iglesia (cf. nº 7). En pocas palabras, tal como indica el título del capítulo, para los teólogos es necesario permanecer en la comunión de la Iglesia.

Lo que esto en realidad significa viene descrito en seis apartados, cuya secuencia es significativa: “El estudio de la escritura como alma significativa”, “La fidelidad a la Tradición apostólica”, “La atención al sensus fidelium”, “La adhesión responsable al magisterio eclesiástico”, “La comunidad de los teólogos” y “En diálogo con el mundo”. Los apartados examinan puntos de referencia, relaciones y compromisos que son fundamentales para el teólogo como servidor “de la Iglesia y de la sociedad” (cf. nº 100), y, de acuerdo con el esquema del texto en conjunto, cada uno de ellos termina con un criterio recopilativo.

El primer apartado se centra en la Escritura y comienza con un recordatorio de la “afirmación central” del Concilio Vaticano Segundo relativa a la teología, especialmente que “el estudio de la página sagrada” debería ser el “alma de la sagrada teología” (nº 21; cf. Dei Verbum, DV, 24). Destaca que esto se aplica a todas las disciplinas teológicas. En los ensayos teológicos, “los temas bíblicos deberían ocupar el primer lugar” (nº 23, cf. Optatam Totius 16). La exégesis debe utilizar “todos los métodos literarios, históricos y filológicos apropiados” para comprender la Escritura, pero debe hacer más para alcanzar una verdadera interpretación “teológica” de la Escritura, reconociendo que la Escritura está inspirada por Dios y dirigida para nuestra salvación. El texto recuerda la profunda enseñanza del Concilio de que la Escritura hay que “leerla e interpretarla con el mismo Espíritu con que se escribió” (DV 12), y que la exégesis debe tener en cuenta, por tanto,  “la  unidad de las Escrituras, el testimonio de la Tradición y la analogía de la fe”. La exégesis busca así el sentido literal de las Escrituras pero también “se abre al sentido espiritual o pleno (sensus plenior)” (nº 22). Anclada en la Palabra de Dios, la teología “debería esforzarse en abrir con amplitud las Escrituras a los fieles cristianos” (nº 24).

El siguiente apartado destaca el vínculo entre Escritura y Tradición: “la Sagrada Escritura pertenece a la Tradición viva de la Iglesia como testimonio canónico de la fe de todos los tiempos”. Observa, citando el Concilio, que la Escritura y la Tradición constituyen “un único depósito sagrado de la Palabra de Dios confiado a la Iglesia”, y que la tarea de interpretar auténticamente  la Palabra de Dios, ya sea en forma de Escritura o de Tradición, pertenece “al Magisterio vivo de la Iglesia” (nº 30; cf. DV 10). Un matiz importante de este magisterio conciliar viene reflejado en  el texto de la Comisión teológica internacional, que, en sus dos siguientes  apartados, trata en primer lugar la relación entre teología y el sensus fidelium de la Iglesia como un todo antes de centrarse específicamente en la relación entre teología y el magisterio eclesiástico. Lumen Gentium, de igual modo, en el segundo capítulo habla del Pueblo de Dios como un todo antes de hablar de la jerarquía y del episcopado en el tercer capítulo.

En todo el texto se enfatiza la obra del Espíritu Santo. La Tradición es un proceso “vivo y vital”, potenciado por el Espíritu que guía la Iglesia ”hacia la completa verdad” (nº 26; cf. Juan 16:13). Transmite un “modo de vida íntegro en el Espíritu” del cual la lex orandi, la lex credendi y la lex vivendi son “aspectos esenciales” (nº 25). Las enseñanzas de los padres, concilios ecuménicos y papas juegan un papel clave en él, como lo hacen los dogmas en los que la Iglesia propone una verdad revelada definitivamente (nº 27-29). La teología católica conlleva necesariamente “una recepción activa y discerniente” de todos los testimonios y expresiones de la “Tradición Apostólica en curso” (nº 32).

El texto ejemplifica su propio énfasis en la prioridad del testimonio escritural mediante un rico uso de las Escrituras. El tercer apartado comienza recordando la gratitud de San Pablo hacia Dios por los Tesalónicos que han acogido la palabra de Dios “cual es en verdad, palabra de Dios, que  permanece operante en vosotros los creyentes» (nº 33, cf.1 Tes 2,13). Consagrados por el Espíritu, los fieles tienen un “íntimo sentido de las realidades espirituales” (nº 33, cf. DV 8), lo que es de gran importancia como fuente y punto de referencia para los teólogos: “la fe que exploran y explican vive en el pueblo de Dios” (nº 35). Es claramente necesario para los teólogos ser miembros activos de la Iglesia para que sean realmente conscientes del sensus fidelium, y tengan dentro de la Iglesia una vocación particular para ayudar a clarificar y articular el contenido de dicho sensus.

El siguiente apartado examina de modo sincero y realista la “colaboración de mutuo respeto” que se requiere entre obispos y teólogos. Estos dos grupos, no siendo, por supuesto, completamente distintos, tienen “vocaciones diferentes” y deben “respetar las competencias propias de cada uno, para evitar que el Magisterio reduzca la teología a mera ciencia repetitiva o que los teólogos pretendan sustituir el Magisterio de los pastores de la Iglesia” (nº 37). El texto destaca la relación “a menudo buena y de confianza” existente entre obispos y teólogos, pero también las tensiones que pueden aparecer. Recuerda también el celebrado análisis del beato John Henry Newman sobre la interacción dinámica de los tres oficios de Cristo dentro de la Iglesia, y en particular la descripción que hace Newman de los “choques y diferencias crónicas” como “pertenecientes a la misma naturaleza de la cuestión” (nº 42). La tensión puede ser vista como una “fuerza vital” y un “incentivo” para que los obispos y teólogos  desarrollen sus respectivas tareas “practicando el diálogo” (nº 42).

“Los teólogos son correctamente conscientes y están orgullosos de los vínculos profundos de solidaridad que les unen los unos a los otros en el servicio al cuerpo de Cristo y al mundo”. El siguiente apartado examina esos vínculos que “se extienden a través del espacio y el tiempo, uniendo a teólogos a lo largo y ancho del mundo de distintos países y culturas y a través del tiempo en distintas épocas y contextos. Los teólogos se dan apoyo y se inspiran los unos a los otros, sirven de mentores y modelos de referencia para aquellos que aspiran a ser teólogos., y son los mismos teólogos católicos los que están mejor situados para ayudarse unos a los otros “a dar el mejor servicio posible, conforme a las características verdaderas de su disciplina” (nº 45). La identificación de esas características es la finalidad del presente texto, y se espera con certeza que el texto y los criterios que ofrece ayudarán particularmente a los que se están formando como teólogos.

El trabajo de los teólogos es siempre provisional, y debe ofrecerse a la Iglesia en su conjunto “para su escrutinio y evaluación” (nº 47). Los teólogos realizan el valioso servicio del “mutuo cuestionamiento y corrección”, pero este mecanismo de autocorrección no siempre es adecuado, especialmente hoy en día cuando las ideas pueden difundirse rápidamente más allá de la comunidad teológica en toda la Iglesia. Los obispos que guían la Iglesia pueden actuar para censurar el trabajo teológico que es erróneo y dañino” (nº 48).

El concilio Vaticano II enseñó que la Iglesia debe leer los signos de los tiempos e interpretarlos en la luz del Evangelio (nº 51, cf. Gaudium et Spes, GS 4), y que mientras toda la Iglesia debe desarrollar esta tarea, guiada por el Espiritu, esto compete particularmente a los obispos y teólogos (nº 52, cf. GS 44). El último apartado del segundo capítulo trata la responsabilidad específica de los teólogos a este respecto. A través de su “diálogo constante con las corrientes sociales, religiosas y culturales del momento” y a través de su apertura a las otras ciencias que examinan los mismos fenómenos con sus propios métodos, los teólogos ayudan a los fieles y al magisterio a apreciar y evaluar los desarrollos y acontecimientos de su tiempo, para discernir cómo el Espíritu puede estar hablando a la Iglesia y al mundo a través de ellos. (nº 53). El texto señala que una comprensión más profunda del mundo y sus necesidades permite una comprensión más penetrante de Cristo y del Evangelio “puesto que Cristo es el Salvador del mundo” (nº 55). A través de su diálogo constante con el mundo, los teólogos son capaces de facilitar e incluso guiar la misión salvadora de la Iglesia (cf. Nº 47, 58).

 

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