[EN
-
ES
-
FR
-
IT]
DICASTERIO PARA LA DOCTRINA DE LA FE
La tierra no está separada del cielo
Carta al Obispo de Trivento sobre los presuntos fenómenos sobrenaturales
vinculados al Monte S. Onofrio en Agnone
A Su Excelencia Rvdma.
Mons. Camillo Cibotti
Obispo de Isernia-Venafro y Trivento
Excelencia Reverendísima,
me dirijo a Usted con referencia a los presuntos fenómenos sobrenaturales que
han dado origen a un movimiento espiritual en torno al Monte S. Onofrio, en la
localidad di Agnone, situado en el territorio de su Diócesis. A este respecto,
la Comisión para la investigación diocesana, instituida por su predecesor, ha
desarrollado un trabajo muy meticuloso, cuyas actas han sido enviadas a este
Dicasterio para que, de acuerdo con las nuevas
Normas para proceder en el discernimiento de presuntos fenómenos sobrenaturales, se pudiese proceder a confirmar, o no, la resolución propuesta por el
Ordinario diocesano (cf. Art. 20) de “prae oculis habeatur” (cf. n. 18).
La experiencia espiritual del Monte S. Onofrio
De la lectura del rico material que nos ha llegado, podemos concluir que en esta
experiencia espiritual aparecen diversos aspectos positivos y signos de una
acción del Espíritu Santo en medio de este presunto fenómeno sobrenatural, que
podemos resumir en dos puntos.
1) El modo de las manifestaciones
Un punto importante que nos lleva a una evaluación positiva de esta experiencia
espiritual es la forma de las manifestaciones, en el sentido de que suceden de
repente, sin una causa previa, una expectativa, una petición. Parte de este
hecho es que el supuesto vidente es una persona honesta, profundamente creyente,
sincera, y al mismo tiempo muy sencilla, sin las características de alguien que,
por formación o naturaleza, puede articular fácilmente un discurso complejo, o
construir con su ingenio una propuesta espiritual articulada. Esto se observa,
por ejemplo, en la forma lingüística en la que se presentan los textos
transmitidos, que a menudo no es impecable y refleja mucho el lenguaje hablado.
Al mismo tiempo, en los mensajes encontramos la confirmación de la
imprevisibilidad de las manifestaciones:
«Si estos acontecimientos tuvieran que suceder cada vez que nos reunimos para
rezar, entonces deberían suceder todos los días, ya que todos los días, en
familia, intentamos reunirnos para rezar juntos el Santo Rosario […] Cuando nos
reunimos para rezar, no lo hacemos con la intención de que suceda algo, ni
siquiera se nos ocurre pensarlo, sería una locura y significaría que no creemos
realmente, que nos reunimos por curiosidad, que todo lo que ha sucedido hasta
ahora, todos los dones recibidos no han servido para nada. A menudo estos
acontecimientos suceden cuando y donde menos lo esperamos […] Cada uno de
nosotros debe, en cambio, preocuparse por hacer un esfuerzo para iniciar un
camino hacia el Señor, meditar sobre lo que sucede y decidirse por el Señor.
Esto es lo que nos tiene que preocupar y hacer reflexionar a todos» (Testimonio
del 25 de diciembre de 2010 de una de las hijas del presunto vidente).
Este es precisamente uno de los signos positivos indicados en las Normas:
«el carácter imprevisible del fenómeno, del que se desprende claramente que no es
fruto de la iniciativa de las personas implicadas» (Art. 14, 3º).
2) El contenido de los presuntos mensajes
Junto a los frutos positivos presentes en esta experiencia espiritual, debemos
identificar el valor que los presuntos mensajes pueden tener en consonancia con
el mensaje del Evangelio.
Por un lado, encontramos un frecuente llamado al Espíritu Santo, a menudo con la
secuencia de Pentecostés. La invocación al Espíritu y la invitación a dejarle
actuar es constante:
«Padre, por tu Hijo aquí en mis brazos, extiende tus manos sobre ellos: envíales
un Espíritu de perdón, un Espíritu de anuncio, un Espíritu de amor, un Espíritu
de paz. Padre, aparta de ellos toda trampa y todo mal. Padre con poder: un
Espíritu de perdón, un Espíritu de anuncio, un Espíritu de amor, un Espíritu de
paz» (Mensaje del 14 de mayo de 2014).
«Abrid vuestros corazones al Espíritu de mi Hijo que os sigue día a día, paso a
paso» (Mensaje del 22 noviembre de 2017).
Muchas veces se pide el testimonio de una vida plena de gozo, de fuerza y de
serenidad, que llegue a mostrar a los otros cuanto bien nos hace Jesucristo:
«Gracias hijos míos, así os quiero, ¡llenos de energía! Esta es la demostración
que debéis llevar: el gozo, el gozo del Señor en el corazón […] Fuerza, fuerza,
fuerza. Nosotros estamos con vosotros […] Estad tranquilos. No quiero veros
tristes. Vuestro gozo será la fuerza de los demás» (Mensaje del 18 de mayo de
2011).
Al mismo tiempo, recuerda los medios fundamentales de santificación -la Palabra
de Dios, la Eucaristía, la Reconciliación- que nos dan vida y alegría y nos
preparan para la vida eterna:
«Queridos hijos, la invitación que os hago [es] a pensar primero en la salud del
alma y después en la del cuerpo. No olvidéis que el alma de cada uno de nosotros
no muere nunca, vive para la eternidad y, os lo ruego, reflexionad sobre estas
palabras, deteneos un momento y reflexionad. Sin la Palabra de Dios dentro, tu corazón es como un árbol sin raíces, tarde o
temprano se marchita lentamente, entonces debe ser quemado. Os lo ruego, para
una mamá decir estas palabras es muy difícil. Os lo ruego, daros prisa, que estáis a tiempo de salvaros.
Os lo ruego, las Santas Misas a ser posible los Domingos. No permanezcáis
encerrados por la pereza en vuestras casas, llenad las casas del Señor, son
tantas las que os esperan. Os agradezco vuestra atención. Invito en esta
comunidad, hoy aquí presente, a tantos de aquellos que no creen ni una palabra,
invito, me dirijo a ellos, de esforzarse por comprender y por encontrar en cada
uno este gozo que nosotros les podemos donar: un gozo en la fatiga, en el dolor,
en el sufrimiento; si nos aceptáis en vuestro corazón todo esto será superado»
(Mensaje del 13 mayo de 2012).
«Buscad, vaciaros, empezad por la Confesión. Muchos pastores están a vuestra
disposición, buscadlos; a través de ellos cada uno de vosotros puede vaciarse de
cualquier carga, de cualquier problema. Dios Padre Todopoderoso no espera otra
cosa, para acoger vuestros pecados. Pedidlo con el corazón, es infinita su
misericordia que tiene para todos los hijos del mundo, está ahí a la espera:
para acoger todos vuestros pecados, para perdonaros, para salvaros y para estar
cerca de cada uno de vosotros» (11 de julio de 2012).
En una fuerte invitación a la solidaridad con el mundo en que vivimos, Nuestra
Señora exhorta a cooperar con Dios por el bien de la humanidad:
«Pensad cuando el papá y la mamá que habla, habla, continua a repetir aquello
que es por el bien y el futuro de los propios hijos y los hijos no escuchan,
responden mal. El corazón de una mamá viene herido. Os lo ruego, el mundo se ha
convertido en un baño de sangre día tras día, no podréis jamás comprender
nuestro sufrimiento, ver este odio, nuestros hijos. Nuestro llanto es por todo
este mal que no se alcanza, a pesar de nuestra intervención, no se alcanza a
hacerlo entender, a hacer comprender el valor de la vida eterna, pero sobre todo
el valor de la eternidad. Os lo ruego, aun podemos conseguir salvar el mundo,
tenemos necesidad de toda vuestra colaboración, colaboración de vosotros, hijos
llamados por Dios a anunciar su Palabra, y por aquello que hacéis día tras día,
yo os lo agradezco. Os lo ruego, poned más fuerza, no tengáis miedo a anunciar
la salvación de la vida eterna» (8 agosto 2012).
Además de la oración, Nuestra Señora pide también actos concretos de caridad
hacia los que sufren y no deja de dar gracias por ello:
«Hijitos, mi Hijo ha pedido ir entre los que sufren, entre todos los que sufren
con el cuerpo y con el alma, y os agradezco esta iniciativa vuestra» (23 de
abril de 2014).
«Hijitos, doy gracias a todos nuestros hijos que se hacen disponibles para dar
amor, una sonrisa a sus hermanos y hermanas que sufren en el dolor, en la
enfermedad: les doy las gracias uno por uno; y la invitación que os hago de
nuevo, esta tarde, a haceros disponibles para estas obras, obras agradables a mi
Hijo» (8 de febrero de 2017).
Es importante subrayar cómo Nuestra Señora nos orienta siempre a Jesucristo:
«Agradezco a esta querida muchacha que haya traído hasta aquí esta belleza de
flores. La invito a no dejarlas que se marchiten en este monte. Al día
siguiente, al amanecer, colócalas ante el sagrario, ante el cuerpo eucarístico
de mi Hijo» (22 de julio de 2017).
«No olvidéis hijitos que la Cruz, el Crucifijo, está siempre al centro de todo»
(2 de noviembre de 2014).
Por último, merece la pena leer una bonita invitación dirigida a los jóvenes y a
las familias jóvenes:
«Hijitos, cuando os sintáis oprimidos, cuando sintáis que el odio reina en
vuestro corazón, cuando os cueste ser pacientes, cuando vuestro corazón no esté
en paz, incluso en los momentos difíciles, en las pruebas, os invito a que
aclaréis vuestras mentes. En esos momentos, es el maligno el que os persigue y
la invitación de hoy es a ser fuertes con amor y a no ceder ante esto. En esos
momentos, os invito a dar espacio al amor, al Espíritu Santo de mi Hijo. Sobre
todo, hago esta invitación a los jóvenes, a las familias jóvenes, les invito a
caminar en las raíces del amor, a dar dulces palabras de amor a sus pequeños
para que crezcan en el amor. No con voces de odio, con peleas, sólo así
llegaremos a una nueva generación más comprensiva al amor. Os invito a
transmitirles las raíces del camino de la luz, a no ceder al odio porque los
malos espíritus siguen reinando entre ellos, a darles pensamientos equivocados:
de separación, de odio; anteponiendo el bienestar de la carne. Os invito a
reaccionar con fortaleza por amor, a perseverar por la luz, por el amor.
Hijitos, ¡aún podemos hacerlo!» (26 de julio de 2020).
3) Resolución propuesta
Como Usted bien sabe, cuando no se considera adecuado o prudente el juicio de
“nulla osta” sobre un presunto fenómeno sobrenatural, pero siguen encontrándose
muchos signos positivos, puede llegar a ser necesaria la resolución de un “prae
oculis habeatur”. Esto significa que «si bien se reconocen importantes signos positivos, se advierten también algunos
elementos de confusión o posibles riesgos que requieren un cuidadoso
discernimiento y diálogo con los destinatarios de una determinada experiencia
espiritual, por parte del Obispo diocesano. Si hay escritos o mensajes, puede
ser necesaria una clarificación doctrinal» (Normas I, n. 18). De la correspondencia con su predecesor, se concluye que hay
dos aspectos a considerar con especial atención:
1) El anterior Obispo de Trivento señalaba «el incumplimiento de las
prescripciones impuestas por el Ordinario del lugar relativas a la prohibición
de cualquier forma de culto público o privado» (Carta de S.E. Mons. Claudio
Palumbo, 30 de mayo de 2025). Se refiere concretamente al Decreto, promulgado
por él con fecha 23 de junio de 2021 y confirmado por Usted el 3 de julio
pasado, que establece la prohibición «de cualquier manifestación pública o
privada relativa a las supuestas apariciones de la Santísima Virgen» (Decreto
del 23 de junio de 2021) sul Monte S. Onofrio.
Tal observación no se refiere directamente a actitudes del presunto vidente,
sino a «algunos eclesiásticos» que quieren fomentar esta inobservancia «sea cual
sea el juicio de la Iglesia», constituyendo así «de facto un magisterio
paralelo». (Carta de S.E. Mons. Claudio Palumbo, 30 de mayo de 2025). Nos
encontramos entonces ante una herida en la comunión eclesial que ciertamente no
es un signo positivo, sobre todo si se rechaza el necesario discernimiento del
Pastor diocesano. Las cuestiones concretas que puedan aparecer en un presunto
fenómeno sobrenatural deben someterse al discernimiento eclesial y no deben
seguirse ciegamente, como si no se pudiera evitar cumplir las presuntas
peticiones del Señor “comunicadas” en tales ocasiones, según la regla de
prudencia indicada por San Pablo: «los espíritus de los profetas están sometidos a los profetas. Que Dios no es
Dios de confusión sino de paz» (1Cor 14,32-33).
Se debe trabajar en ello auspiciando un crecimiento de la comprensión mutua y la
curación de estas heridas a la unidad del Pueblo de Dios, aunque una sana
comunión eclesial no excluye la posibilidad de que coexistan opiniones
diferentes como signo de la riqueza sembrada por el Espíritu. Al mismo tiempo,
debemos constatar que, incluso en otros fenómenos reconocidos o tolerados por la
Iglesia, ha habido procesos de difusión pública que no siempre han sido
explícitamente aprobados. Por otra parte, en los mismos presuntos mensajes se
encuentra una invitación a la obediencia:
«A la obediencia recibida de los jefes de los sacerdotes, la invitación, a
vosotros hermanos y hermanas, a vosotros hijos, a vosotros fieles laicos, a
perseverar […]. Continúa tu obediencia a todo lo que el Espíritu te ha
impulsado: no ir ante la Cruz del Monte San Onofrio con los fieles» (Mensaje del
1 febrero de 2019).
2) En la carta con el parecer del anterior Ordinario sobre los presuntos
fenómenos, se hacía referencia también a una posible confusión «sobre la
naturaleza de las relaciones entre las almas de los difuntos» y la Iglesia que
vive en la historia. Si bien esta «confusión» no emerge de afirmaciones
explicitas y concretas o de la práctica del presunto vidente, es igualmente
verdad que existen «posibles riesgos» que justifican, junto a la valoración de
los signos positivos, la necesidad de un tiempo de vigilancia. Este último punto
exige una clarificación, que se ofrece aquí de manera sintética para acompañar
esta etapa de dialogo propia del “prae oculis habeatur”.
El “prae oculis habeatur” no admite todavía el culto público, donde con
esta última expresión se entienden aquellos actos litúrgicos cumplidos «en nombre de la Iglesia por las personas legítimamente designadas y mediante
actos aprobados por la autoridad de la Iglesia» (Código de Derecho Canónico,
can. 834 §2). Por consiguiente, tal juicio excluye los siguientes
elementos:
1) la celebración de ritos litúrgicos en los lugares
vinculados al fenómeno sin la explícita aprobación de la autoridad eclesiástica
competente;
2) las peregrinaciones u otros eventos pastorales de
relevancia pública por parte de parroquias u otras estructuras eclesiásticas;
3) la posibilidad de divulgar, sin la aprobación de la
autoridad eclesiástica, el fenómeno y sus presuntos mensajes;
4) actividades que reciban personas para compartir esta
experiencia.
No obstante, dado que no se han detectado hechos graves que requieran medidas
adicionales, se permite el culto privado: la visita personal, en pareja o
en grupos muy reducidos, en este caso al lugar de la cruz erigida sobre el Monte
S. Onofrio en un periodo anterior al inicio de los presuntos fenómenos, o a lo
largo del recorrido del Via Crucis establecido para acompañar la subida
al monte con la oración.
Esto implica mantener una actitud de humildad por parte de las personas
relacionadas con el fenómeno y de apertura al diálogo con la autoridad
eclesiástica, que está llamada a hacer todo lo posible para evaluar la marcha de
la experiencia y la corrección de los posibles aspectos confusos. A
continuación, ofrezco una breve catequesis sobre el tema de las relaciones entre
lo difuntos y la Iglesia en camino, que puede ayudar a orientar un
acompañamiento pastoral de la experiencia espiritual examinada.
La comunión entre la Iglesia peregrina y los difuntos
1) La enseñanza de la Iglesia sobre nuestra relación con los difuntos
¿Cómo explicar con precisión el sentido de nuestras relaciones con los difuntos
sin caer en prácticas condenadas por la Iglesia?
Un texto que se encuentra en el canon católico de la Biblia atestigua la
práctica de rezar por los muertos ya en el judaísmo post-exílico, que era
considerada una acción «de gran rectitud y nobleza […] piadosa y santa» (2Mac
12,43.46). Esta práctica continuó después en la Iglesia cristiana. Es importante
precisar que la oración por los difuntos es muy diferente de la evocación de los
muertos, práctica explícitamente condenada en la Biblia, como se desprende del
conocido episodio de la evocación del espíritu de Samuel por Saúl (cf. 1Sam
28,3-25), prohibición confirmada por los Apóstoles junto con el uso de todo tipo
de artes mágicas (cf. Hch 13,6-12; 16,16-18; 19,11-20). En concreto, por
“evocación” o “espiritismo” se entiende «cualquier método “por el que se intenta
provocar con técnicas humanas una comunicación sensible con los espíritus o las
almas separadas para conseguir diversas noticias y diversos auxilios”»[1].
El Catecismo de la Iglesia Católica la coloca entre las prácticas de
adivinación, que como tal van directamente contra el primer mandamiento y, por
tanto, debe rechazarse (cf. Catecismo de la Iglesia Católica n. 2116).
Hace algún tiempo, este Dicasterio también se pronunció explícita y
decididamente contra la evocación de los muertos mediante prácticas
espiritistas, con pronunciamientos que siguen siendo válidos hoy en día[2].
Una vez precisado esto, conviene ahora subrayar que la idea de “evocación”
expuesta más arriba se aleja mucho de la de “invocación”, que incluye la oración
por los difuntos, debiendo considerarse esta última como expresión del misterio
de la comunión de los santos.
«Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo» (Rm
14,7), dice san Pablo. Ninguno de nosotros ha sido creado como una
individualidad aislada, sin vínculos con los demás, sino que, por el mero hecho
de nacer, nos encontramos ya insertos en una red de relaciones que contribuyen a
formar nuestra propia identidad. Además, la salvación posee también una
dimensión comunitaria radical. La vida eterna es, de hecho, relación con Dios
(cf. Jn 17,3), una relación que tiene carácter de diálogo, puesto que Él
creó al ser humano para llamarlo a la comunión con Él (cf. Rm 8,29-30).
Este diálogo, sin embargo, no es un “cara a cara” aislado, entre dos
individualidades, siendo Dios mismo una comunión de amor. Se realiza en el
“nosotros” de la Iglesia: por el Bautismo, el cristiano es insertado en la gran
“familia” de Dios, que constituye un vínculo de amor que ni siquiera la muerte
puede destruir. Como recuerda también el Concilio Vaticano II, todos aquellos «que son de Cristo por poseer su Espíritu, constituyen una misma Iglesia y
mutuamente se unen en Él. La unión de los que todavía están en camino con los
hermanos que se durmieron en la paz de Cristo, de ninguna manera se
interrumpe, antes bien, según la constante fe de la Iglesia, se robustece
con la comunicación de bienes espirituales» (Lumen gentium, n. 49). Esto hace que exista una relación, misteriosa pero real, fundada en el
amor de Dios manifestado en el misterio pascual de Cristo, entre los que están
“más allá” y nosotros que estamos en esta tierra.
La experiencia de la muerte como pasaje puede vivirse ciertamente a nivel humano
como una soledad extrema. Sin embargo, no olvidemos que forma parte de un
misterio de vida aún mayor, el de la muerte y resurrección del Señor Jesús. En
efecto, la victoria de Cristo hace que esta soledad nunca sea realmente tal: el
“Descenso a los infiernos”, que se cita en el Símbolo de los Apóstoles,
significa que también allí, donde todo vínculo parecería definitivamente roto,
Cristo se hace presente para acogernos en su abrazo lleno de amor.
Es en este misterio de vida que rompe toda soledad, incluso la radical y
aparentemente insuperable de la muerte, donde se inserta la comunión de los
santos, como expresión de la gracia desbordante de amor del Padre, que supera
todos los confines. Este misterio está en el fundamento tanto de la oración de
invocación a los santos como en la oración de intercesión por los difuntos.
Pero, ¿qué se entiende por “alma” cuando se habla de “almas de los difuntos”?
Ante todo, hay que tener en cuenta que el alma no es una “parte” de la persona,
sino que es una forma de referirse a la persona misma en todo lo que no se
reduce al ámbito biológico: conciencia, voluntad, inteligencia, sentimientos y,
sobre todo, su relación con Dios, una relación que ni siquiera la muerte puede
empañar (cf. Ct 8,6).
Cuando nos enfrentamos a este misterio, debemos “mantener juntos” dos aspectos:
la experiencia concreta de la disolución del cuerpo y la fe, fundada en la
promesa de Dios, que tiene su sello en la Resurrección de Cristo, de que ese
mismo cuerpo nos será devuelto, por así decirlo, «en el último día» (Jn
11, 24). También aqui hay que reiterar que la resurrección se refiere «al hombre
todo entero»[3], porque, al igual que
el alma, el cuerpo no es una “porción” de la persona, sino una dimensión de su
ser. Es lícito preguntarse, por tanto, qué le sucede a la persona en el “tiempo”
que media entre la muerte corporal y la resurrección.
San Pablo manifestaba un dilema con respecto a esto: «Me encuentro en esta alternativa: por un lado, deseo partir para estar con
Cristo, que es con mucho lo mejor; pero, por otro, quedarme en esta vida veo que
es más necesario para vosotros» (Flp 1,23-24). Pero si no existiese la
posibilidad de una forma de encuentro con el Señor después de la muerte, antes
de la resurrección de los cuerpos, este dilema carecería de sentido. Por otra
parte, en un pasaje posterior de la misma carta, San Pablo incluye la fe en la
resurrección de los cuerpos en la espera de la Parusía (cf. Flp 3,20-21).
En consecuencia, esto nos hace pensar que el Apóstol creía que había dos fases:
una dimensión del encuentro del ser humano con Cristo justo después de la
muerte, encuentro que es distinto de la resurrección plena que tendrá lugar al
final de los tiempos.
Esta condición en la que se encuentra el ser humano tras cruzar el umbral de la
muerte, a la espera de la resurrección, ha sido denominada por los teólogos
“estado intermedio”, y se caracteriza por la supervivencia de lo que para la
tradición cristiana es el alma. Este término, que en la Biblia y en la tradición
de la Iglesia tiene múltiples significados, y en este contexto, pretende
simplemente indicar el hecho de que, con la muerte, la persona no es borrada de
la existencia, sino que sobrevive «un elemento espiritual que está dotado de conciencia y de voluntad, de manera
que subsiste el mismo “yo” humano, faltándole entretanto el complemento de su
cuerpo»[4]. Cuando hablamos de las “almas de los difuntos”, por lo tanto, nos referimos a
esas mismas personas que conocimos en vida y que sabemos que están vivas en Dios
a pesar del fin de su existencia terrena. Esta es una condición que nos resulta
muy difícil, si no imposible, de imaginar, al menos mientras estemos aquí en
esta tierra, por lo que es bueno evitar cualquier tipo de fantasía y confiarse,
en la fe, a la oración.
A partir de esto, podemos entender que el problema de la evocación de los
difuntos no radica tanto en el deseo de buscar el contacto con un ser querido
que ha fallecido, ya que este es un deseo muy humano y dice hasta qué punto los
seres humanos estamos hechos para la vida y el amor. El problema es que
intentamos hacer este contacto a través de una “técnica”, un método, que como
tal no considera la realidad autentica de nuestros seres queridos fallecidos:
estar vivos en Dios en la comunión de los santos.
Sin embargo, la oración por las almas de los difuntos tiene una configuración
distinta de la invocación a los santos. Mientras que esta última puede ser una
oración dirigida “a” un alma beata, las oraciones de sufragio son, en cambio,
“para” el alma de un difunto que todavía no goza de la visión beatifica. Aquí
nos enfrentamos a otro misterio de nuestra fe, el del purgatorio. Más allá de
las imágenes, más o menos adecuadas, que se han propuesto a lo largo de la
historia, también aquí debemos evitar dar demasiado espacio a la imaginación,
viviendo este misterio con un auténtico espíritu de fe. Lo que sí podemos
afirmar es que muchas almas, sin estar condenadas, se encuentran en estado de
purificación y curación, a la espera de alcanzar la plena comunión con Dios.
Esto es consecuencia del hecho de que estas personas, durante su vida terrena,
en las opciones concretas que tomaron, de alguna manera hicieron pequeños y
grandes compromisos con el mal, que así cubrieron su apertura íntima y radical
al amor de Dios, sin destruirla (cf. Benedicto XVI,
Spe salvi, n. 46). A decir verdad, ésta es quizá la experiencia más frecuente que
tenemos, y esto -debemos admitirlo honestamente- vale también para nosotros.
Pero precisamente la fe en el Purgatorio nos da testimonio de que el mal no
tiene la última palabra. Si construimos nuestra vida sobre el fundamento de
Cristo (cf. 1Cor 3,12), aunque no seamos perfectos, no tenemos nada que
temer, porque Él es más grande que nuestro corazón, a pesar de lo que Él pueda
reprocharnos. (cf. 1Jn 3,20). Esto requiere, sin duda, no subestimar la
realidad del mal mientras estamos vivos, pero también nos da una sólida
esperanza que las personas que hemos amado y que han cruzado el umbral de la
muerte están en las manos de Dios. (cf. Sab 3,1).
En este contexto se puede comprender la piedad hacia los difuntos, que, como es
sabido, forma parte de lo que la tradición ha denominado obras de misericordia
espirituales, en particular la oración (cf. Catecismo de la Iglesia Católica,
n. 1032; Tob 1,17-18). Es decir, se trata de auténticas obras de caridad
que, por ese misterio de abajamiento por el cual el Señor acepta realizar sus
obras a través de sus criaturas, permiten al amor del Padre llevar a esas almas
a la plena comunión con Él. La oración por los difuntos, aunque sea poco
frecuente, mantiene vivo el vínculo con las personas que han compartido su vida
con nosotros, aunque hoy en día, en muchos países, los jóvenes prefieren cortar
ese hilo que los une a una historia común. Este intento de negar la historia
puede ser la causa de un creciente individualismo, de una indiferencia hacia los
demás, de un sentimiento de libertad vacía y de soledad. Rezar por los difuntos,
en cambio, al ser una obra de misericordia, puede producir los efectos
contrarios.
Obviamente, entre todas estas prácticas, hay que tener muy en cuenta la ofrenda
de la Eucaristía, «medicina de inmortalidad», a través de la cual todos
nosotros, vivos y difuntos, recibimos «la garantía de participar en la
resurrección de Cristo»[5]. Por eso
«la Iglesia ofrece por los difuntos el Sacrificio Eucarístico de la Pascua de
Cristo para que, por la comunicación entre todos los miembros de Cristo, lo que
a unos obtiene ayuda espiritual, a otros les lleve el consuelo de la esperanza»
(Instrucción general del Misal Romano, n. 379).
Además, la fe y la tradición nos confirman en la convicción de que esta relación
espiritual es recíproca, en el sentido de que no solo nosotros rezamos por los
difuntos, sino que ellos (los santos, los mártires) también rezan por nosotros,
ofreciendo así una verdadera intercesión por el mundo (cf. 2Mac 15,12-14;
Ap 6,9-10) que se une a la de los demás seres celestiales (cf. Zac
1,12).
2) Afirmaciones y prácticas presentes en este caso concreto
A su manera, también las presuntas apariciones vinculadas al Monte S. Onofrio
siguen esta enseñanza, aunque de una forma que muestra su originalidad con
respecto a la tradición espiritual y que, por tanto, requeriría una mayor
profundización. Me refiereo al hecho, de que algunas almas difuntas se
manifestarían al presunto vidente a través de la acción del ángel de la guardia.
Parece claro que, al subrayar la mediación de los ángeles (presente en varios
textos de la escritura: Gen 16,7-11; 21,17-18; Ex 23-20,21; 1Re
19,5-7; Tob 5,4; Dn 3,49; 6,23; Mt 1,20-24; 2,13; Lc
1,19.26; 2,9-10), por un lado, se quiere excluir cualquier fenómeno “médium” o
“contactista” en la manifestación de estas almas, atribuyendo más bien estos
acontecimientos a la misericordiosa iniciativa de Dios; por otro lado, se
muestra un rechazo explícito de cualquier técnica de evocación, así como de
cualquier curiosidad indiscreta sobre el “más allá”, reduciendo toda relación
con los difuntos a la oración de intercesión, según la práctica de la Iglesia
que acabamos de ilustrar. De hecho, los propios mensajes muestran que son
frecuentes las respuestas de quienes aparecen, del tipo: «No puedo responder…no
puedo dar nombres» a preguntas directas sobre la salvación eterna de algunas
almas, seguidas de exhortaciones del tipo: «¡pensad en la eternidad!» (Mensaje
del 19 de diciembre de 2010).
En cuanto a las prácticas mágicas, en el presunto mensaje del 14 de agosto de
2016 se hace referencia a la frecuentación de magos como «ligaduras que […]
habían atado a Satanás». En otras ocasiones se expresa de manera igualmente
contundente: «Queridos hijos, hermanos y hermanas, en la desesperación acudís a
los ocultistas [es decir a los magos], a los hermanos y hermanas que no están
con Dios, pensáis que ellos pueden ser vuestra salvación. No hijitos, no
hermanos y hermanas, Satanás está con ellos, son hijos de Satanás. Os ruego,
manteneos alejados de ellos, la verdadera salvación es de quien ama a Dios Padre
Todopoderoso por encima de todo, no lo olvidéis. Ningún hombre tiene el poder
de curar con palabras, no lo olvidéis» (Mensaje del 5 de enero de 2024, la
cursiva se ha añadido). Hay que decir que este tipo de diálogos ilícitos no
tienen nada que ver con las apariciones en el Monte S. Onofrio, ni con los
mensajes atribuidos a la Virgen María, salvo de manera muy marginal.
En cualquier caso, teniendo en cuenta que la frontera entre las prácticas
lícitas y las riesgosas es bastante sutil, se le invita, Excelencia, a confirmar
que dentro del grupo que sigue y promueve la experiencia espiritual relacionada
con las supuestas apariciones no haya dudas al respecto.
La maduración relativa a las dos cuestiones críticas mencionadas anteriormente,
es decir, el restablecimiento de la plena paz eclesial y la aclaración de las
ambigüedades presentes en los mensajes, tal vez nos permita avanzar en el futuro
hacia un “nulla osta”, si Usted y cuando Usted lo considere oportuno.
Con afecto en el Señor y mis mejores deseos para su ministerio pastoral en la
Diócesis de Trivento, le saludo cordialmente, encomendándole a Usted y a sus
comunidades diocesanas a la intercesión de la Virgen María, Madre de la Iglesia.
Víctor Manuel Card. Fernández
Prefecto
[1] Comisión Teológica Internacional,
Algunas cuestiones actuales de escatología (1992), 7.2, que cita Acta Synodalia Sacrosanti Concilii Oecumenici
Vat. II, 3/8, 144.
[2] Cf. S. Congregatio s. rom. et univ. inquisitionis, Enc.
Ad omnes
episcopos adversus magnetismi abusus (4 de agosto de 1856): ASS 1
(1865-66), 177-179; Suprema Sacra Congregatio S. Officii, Resp. De spiritismo
(27 de abril de 1917): AAS 9 (1917) 268.
[3]Congregación para la Doctrina de la Fe, Cart.
Recentiores episcoporum synodi (17 de mayo de 1979), 2).
[4]Congregación para la Doctrina de la Fe, Cart.
Recentiores episcoporum synodi (17 de mayo de 1979), 3).
[5]Comisión Teológica Internacional,
Algunas cuestiones actuales de escatología (1992), 6.3.
|