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DICASTERIO PARA LA DOCTRINA DE LA FE

La tierra no está separada del cielo

Carta al Obispo de Trivento sobre los presuntos fenómenos sobrenaturales vinculados al Monte S. Onofrio en Agnone

 

A Su Excelencia Rvdma.
Mons. Camillo Cibotti
Obispo de Isernia-Venafro y Trivento

 

Excelencia Reverendísima,

me dirijo a Usted con referencia a los presuntos fenómenos sobrenaturales que han dado origen a un movimiento espiritual en torno al Monte S. Onofrio, en la localidad di Agnone, situado en el territorio de su Diócesis. A este respecto, la Comisión para la investigación diocesana, instituida por su predecesor, ha desarrollado un trabajo muy meticuloso, cuyas actas han sido enviadas a este Dicasterio para que, de acuerdo con las nuevas Normas para proceder en el discernimiento de presuntos fenómenos sobrenaturales, se pudiese proceder a confirmar, o no, la resolución propuesta por el Ordinario diocesano (cf. Art. 20) de “prae oculis habeatur” (cf. n. 18).

La experiencia espiritual del Monte S. Onofrio

De la lectura del rico material que nos ha llegado, podemos concluir que en esta experiencia espiritual aparecen diversos aspectos positivos y signos de una acción del Espíritu Santo en medio de este presunto fenómeno sobrenatural, que podemos resumir en dos puntos.  

1) El modo de las manifestaciones

Un punto importante que nos lleva a una evaluación positiva de esta experiencia espiritual es la forma de las manifestaciones, en el sentido de que suceden de repente, sin una causa previa, una expectativa, una petición. Parte de este hecho es que el supuesto vidente es una persona honesta, profundamente creyente, sincera, y al mismo tiempo muy sencilla, sin las características de alguien que, por formación o naturaleza, puede articular fácilmente un discurso complejo, o construir con su ingenio una propuesta espiritual articulada. Esto se observa, por ejemplo, en la forma lingüística en la que se presentan los textos transmitidos, que a menudo no es impecable y refleja mucho el lenguaje hablado. Al mismo tiempo, en los mensajes encontramos la confirmación de la imprevisibilidad de las manifestaciones:

«Si estos acontecimientos tuvieran que suceder cada vez que nos reunimos para rezar, entonces deberían suceder todos los días, ya que todos los días, en familia, intentamos reunirnos para rezar juntos el Santo Rosario […] Cuando nos reunimos para rezar, no lo hacemos con la intención de que suceda algo, ni siquiera se nos ocurre pensarlo, sería una locura y significaría que no creemos realmente, que nos reunimos por curiosidad, que todo lo que ha sucedido hasta ahora, todos los dones recibidos no han servido para nada. A menudo estos acontecimientos suceden cuando y donde menos lo esperamos […] Cada uno de nosotros debe, en cambio, preocuparse por hacer un esfuerzo para iniciar un camino hacia el Señor, meditar sobre lo que sucede y decidirse por el Señor. Esto es lo que nos tiene que preocupar y hacer reflexionar a todos» (Testimonio del 25 de diciembre de 2010 de una de las hijas del presunto vidente).

Este es precisamente uno de los signos positivos indicados en las Normas: «el carácter imprevisible del fenómeno, del que se desprende claramente que no es fruto de la iniciativa de las personas implicadas» (Art. 14, 3º).

2) El contenido de los presuntos mensajes

Junto a los frutos positivos presentes en esta experiencia espiritual, debemos identificar el valor que los presuntos mensajes pueden tener en consonancia con el mensaje del Evangelio.

Por un lado, encontramos un frecuente llamado al Espíritu Santo, a menudo con la secuencia de Pentecostés. La invocación al Espíritu y la invitación a dejarle actuar es constante:

«Padre, por tu Hijo aquí en mis brazos, extiende tus manos sobre ellos: envíales un Espíritu de perdón, un Espíritu de anuncio, un Espíritu de amor, un Espíritu de paz. Padre, aparta de ellos toda trampa y todo mal. Padre con poder: un Espíritu de perdón, un Espíritu de anuncio, un Espíritu de amor, un Espíritu de paz» (Mensaje del 14 de mayo de 2014).

«Abrid vuestros corazones al Espíritu de mi Hijo que os sigue día a día, paso a paso» (Mensaje del 22 noviembre de 2017).

Muchas veces se pide el testimonio de una vida plena de gozo, de fuerza y de serenidad, que llegue a mostrar a los otros cuanto bien nos hace Jesucristo:

«Gracias hijos míos, así os quiero, ¡llenos de energía! Esta es la demostración que debéis llevar: el gozo, el gozo del Señor en el corazón […] Fuerza, fuerza, fuerza. Nosotros estamos con vosotros […] Estad tranquilos. No quiero veros tristes. Vuestro gozo será la fuerza de los demás» (Mensaje del 18 de mayo de 2011).

Al mismo tiempo, recuerda los medios fundamentales de santificación -la Palabra de Dios, la Eucaristía, la Reconciliación- que nos dan vida y alegría y nos preparan para la vida eterna:

«Queridos hijos, la invitación que os hago [es] a pensar primero en la salud del alma y después en la del cuerpo. No olvidéis que el alma de cada uno de nosotros no muere nunca, vive para la eternidad y, os lo ruego, reflexionad sobre estas palabras, deteneos un momento y reflexionad. Sin la Palabra de Dios dentro, tu corazón es como un árbol sin raíces, tarde o temprano se marchita lentamente, entonces debe ser quemado. Os lo ruego, para una mamá decir estas palabras es muy difícil. Os lo ruego, daros prisa, que estáis a tiempo de salvaros. Os lo ruego, las Santas Misas a ser posible los Domingos. No permanezcáis encerrados por la pereza en vuestras casas, llenad las casas del Señor, son tantas las que os esperan. Os agradezco vuestra atención. Invito en esta comunidad, hoy aquí presente, a tantos de aquellos que no creen ni una palabra, invito, me dirijo a ellos, de esforzarse por comprender y por encontrar en cada uno este gozo que nosotros les podemos donar: un gozo en la fatiga, en el dolor, en el sufrimiento; si nos aceptáis en vuestro corazón todo esto será superado» (Mensaje del 13 mayo de 2012).

«Buscad, vaciaros, empezad por la Confesión. Muchos pastores están a vuestra disposición, buscadlos; a través de ellos cada uno de vosotros puede vaciarse de cualquier carga, de cualquier problema. Dios Padre Todopoderoso no espera otra cosa, para acoger vuestros pecados. Pedidlo con el corazón, es infinita su misericordia que tiene para todos los hijos del mundo, está ahí a la espera: para acoger todos vuestros pecados, para perdonaros, para salvaros y para estar cerca de cada uno de vosotros» (11 de julio de 2012).

En una fuerte invitación a la solidaridad con el mundo en que vivimos, Nuestra Señora exhorta a cooperar con Dios por el bien de la humanidad:

«Pensad cuando el papá y la mamá que habla, habla, continua a repetir aquello que es por el bien y el futuro de los propios hijos y los hijos no escuchan, responden mal. El corazón de una mamá viene herido. Os lo ruego, el mundo se ha convertido en un baño de sangre día tras día, no podréis jamás comprender nuestro sufrimiento, ver este odio, nuestros hijos. Nuestro llanto es por todo este mal que no se alcanza, a pesar de nuestra intervención, no se alcanza a hacerlo entender, a hacer comprender el valor de la vida eterna, pero sobre todo el valor de la eternidad. Os lo ruego, aun podemos conseguir salvar el mundo, tenemos necesidad de toda vuestra colaboración, colaboración de vosotros, hijos llamados por Dios a anunciar su Palabra, y por aquello que hacéis día tras día, yo os lo agradezco. Os lo ruego, poned más fuerza, no tengáis miedo a anunciar la salvación de la vida eterna» (8 agosto 2012).

Además de la oración, Nuestra Señora pide también actos concretos de caridad hacia los que sufren y no deja de dar gracias por ello:

«Hijitos, mi Hijo ha pedido ir entre los que sufren, entre todos los que sufren con el cuerpo y con el alma, y os agradezco esta iniciativa vuestra» (23 de abril de 2014).

«Hijitos, doy gracias a todos nuestros hijos que se hacen disponibles para dar amor, una sonrisa a sus hermanos y hermanas que sufren en el dolor, en la enfermedad: les doy las gracias uno por uno; y la invitación que os hago de nuevo, esta tarde, a haceros disponibles para estas obras, obras agradables a mi Hijo» (8 de febrero de 2017).

Es importante subrayar cómo Nuestra Señora nos orienta siempre a Jesucristo:

«Agradezco a esta querida muchacha que haya traído hasta aquí esta belleza de flores. La invito a no dejarlas que se marchiten en este monte. Al día siguiente, al amanecer, colócalas ante el sagrario, ante el cuerpo eucarístico de mi Hijo» (22 de julio de 2017).

«No olvidéis hijitos que la Cruz, el Crucifijo, está siempre al centro de todo» (2 de noviembre de 2014).

Por último, merece la pena leer una bonita invitación dirigida a los jóvenes y a las familias jóvenes:

«Hijitos, cuando os sintáis oprimidos, cuando sintáis que el odio reina en vuestro corazón, cuando os cueste ser pacientes, cuando vuestro corazón no esté en paz, incluso en los momentos difíciles, en las pruebas, os invito a que aclaréis vuestras mentes. En esos momentos, es el maligno el que os persigue y la invitación de hoy es a ser fuertes con amor y a no ceder ante esto. En esos momentos, os invito a dar espacio al amor, al Espíritu Santo de mi Hijo. Sobre todo, hago esta invitación a los jóvenes, a las familias jóvenes, les invito a caminar en las raíces del amor, a dar dulces palabras de amor a sus pequeños para que crezcan en el amor. No con voces de odio, con peleas, sólo así llegaremos a una nueva generación más comprensiva al amor. Os invito a transmitirles las raíces del camino de la luz, a no ceder al odio porque los malos espíritus siguen reinando entre ellos, a darles pensamientos equivocados: de separación, de odio; anteponiendo el bienestar de la carne. Os invito a reaccionar con fortaleza por amor, a perseverar por la luz, por el amor. Hijitos, ¡aún podemos hacerlo!» (26 de julio de 2020).

3) Resolución propuesta

Como Usted bien sabe, cuando no se considera adecuado o prudente el juicio de “nulla osta” sobre un presunto fenómeno sobrenatural, pero siguen encontrándose muchos signos positivos, puede llegar a ser necesaria la resolución de un “prae oculis habeatur”. Esto significa que «si bien se reconocen importantes signos positivos, se advierten también algunos elementos de confusión o posibles riesgos que requieren un cuidadoso discernimiento y diálogo con los destinatarios de una determinada experiencia espiritual, por parte del Obispo diocesano. Si hay escritos o mensajes, puede ser necesaria una clarificación doctrinal» (Normas I, n. 18). De la correspondencia con su predecesor, se concluye que hay dos aspectos a considerar con especial atención:

1) El anterior Obispo de Trivento señalaba «el incumplimiento de las prescripciones impuestas por el Ordinario del lugar relativas a la prohibición de cualquier forma de culto público o privado» (Carta de S.E. Mons. Claudio Palumbo, 30 de mayo de 2025). Se refiere concretamente al Decreto, promulgado por él con fecha 23 de junio de 2021 y confirmado por Usted el 3 de julio pasado, que establece la prohibición «de cualquier manifestación pública o privada relativa a las supuestas apariciones de la Santísima Virgen» (Decreto del 23 de junio de 2021) sul Monte S. Onofrio.

Tal observación no se refiere directamente a actitudes del presunto vidente, sino a «algunos eclesiásticos» que quieren fomentar esta inobservancia «sea cual sea el juicio de la Iglesia», constituyendo así «de facto un magisterio paralelo». (Carta de S.E. Mons. Claudio Palumbo, 30 de mayo de 2025). Nos encontramos entonces ante una herida en la comunión eclesial que ciertamente no es un signo positivo, sobre todo si se rechaza el necesario discernimiento del Pastor diocesano. Las cuestiones concretas que puedan aparecer en un presunto fenómeno sobrenatural deben someterse al discernimiento eclesial y no deben seguirse ciegamente, como si no se pudiera evitar cumplir las presuntas peticiones del Señor “comunicadas” en tales ocasiones, según la regla de prudencia indicada por San Pablo: «los espíritus de los profetas están sometidos a los profetas. Que Dios no es Dios de confusión sino de paz» (1Cor 14,32-33).

Se debe trabajar en ello auspiciando un crecimiento de la comprensión mutua y la curación de estas heridas a la unidad del Pueblo de Dios, aunque una sana comunión eclesial no excluye la posibilidad de que coexistan opiniones diferentes como signo de la riqueza sembrada por el Espíritu. Al mismo tiempo, debemos constatar que, incluso en otros fenómenos reconocidos o tolerados por la Iglesia, ha habido procesos de difusión pública que no siempre han sido explícitamente aprobados. Por otra parte, en los mismos presuntos mensajes se encuentra una invitación a la obediencia:

«A la obediencia recibida de los jefes de los sacerdotes, la invitación, a vosotros hermanos y hermanas, a vosotros hijos, a vosotros fieles laicos, a perseverar […]. Continúa tu obediencia a todo lo que el Espíritu te ha impulsado: no ir ante la Cruz del Monte San Onofrio con los fieles» (Mensaje del 1 febrero de 2019).

2) En la carta con el parecer del anterior Ordinario sobre los presuntos fenómenos, se hacía referencia también a una posible confusión «sobre la naturaleza de las relaciones entre las almas de los difuntos» y la Iglesia que vive en la historia. Si bien esta «confusión» no emerge de afirmaciones explicitas y concretas o de la práctica del presunto vidente, es igualmente verdad que existen «posibles riesgos» que justifican, junto a la valoración de los signos positivos, la necesidad de un tiempo de vigilancia. Este último punto exige una clarificación, que se ofrece aquí de manera sintética para acompañar esta etapa de dialogo propia del “prae oculis habeatur”.  

El “prae oculis habeatur” no admite todavía el culto público, donde con esta última expresión se entienden aquellos actos litúrgicos cumplidos «en nombre de la Iglesia por las personas legítimamente designadas y mediante actos aprobados por la autoridad de la Iglesia» (Código de Derecho Canónico, can. 834 §2). Por consiguiente, tal juicio excluye los siguientes elementos:

1) la celebración de ritos litúrgicos en los lugares vinculados al fenómeno sin la explícita aprobación de la autoridad eclesiástica competente;

2) las peregrinaciones u otros eventos pastorales de relevancia pública por parte de parroquias u otras estructuras eclesiásticas;

3) la posibilidad de divulgar, sin la aprobación de la autoridad eclesiástica, el fenómeno y sus presuntos mensajes;

4) actividades que reciban personas para compartir esta experiencia.

No obstante, dado que no se han detectado hechos graves que requieran medidas adicionales, se permite el culto privado: la visita personal, en pareja o en grupos muy reducidos, en este caso al lugar de la cruz erigida sobre el Monte S. Onofrio en un periodo anterior al inicio de los presuntos fenómenos, o a lo largo del recorrido del Via Crucis establecido para acompañar la subida al monte con la oración.

Esto implica mantener una actitud de humildad por parte de las personas relacionadas con el fenómeno y de apertura al diálogo con la autoridad eclesiástica, que está llamada a hacer todo lo posible para evaluar la marcha de la experiencia y la corrección de los posibles aspectos confusos. A continuación, ofrezco una breve catequesis sobre el tema de las relaciones entre lo difuntos y la Iglesia en camino, que puede ayudar a orientar un acompañamiento pastoral de la experiencia espiritual examinada.

La comunión entre la Iglesia peregrina y los difuntos

1) La enseñanza de la Iglesia sobre nuestra relación con los difuntos

¿Cómo explicar con precisión el sentido de nuestras relaciones con los difuntos sin caer en prácticas condenadas por la Iglesia?

Un texto que se encuentra en el canon católico de la Biblia atestigua la práctica de rezar por los muertos ya en el judaísmo post-exílico, que era considerada una acción «de gran rectitud y nobleza […] piadosa y santa» (2Mac 12,43.46). Esta práctica continuó después en la Iglesia cristiana. Es importante precisar que la oración por los difuntos es muy diferente de la evocación de los muertos, práctica explícitamente condenada en la Biblia, como se desprende del conocido episodio de la evocación del espíritu de Samuel por Saúl (cf. 1Sam 28,3-25), prohibición confirmada por los Apóstoles junto con el uso de todo tipo de artes mágicas (cf. Hch 13,6-12; 16,16-18; 19,11-20). En concreto, por “evocación” o “espiritismo” se entiende «cualquier método “por el que se intenta provocar con técnicas humanas una comunicación sensible con los espíritus o las almas separadas para conseguir diversas noticias y diversos auxilios”»[1]. El Catecismo de la Iglesia Católica la coloca entre las prácticas de adivinación, que como tal van directamente contra el primer mandamiento y, por tanto, debe rechazarse (cf. Catecismo de la Iglesia Católica n. 2116). Hace algún tiempo, este Dicasterio también se pronunció explícita y decididamente contra la evocación de los muertos mediante prácticas espiritistas, con pronunciamientos que siguen siendo válidos hoy en día[2].

Una vez precisado esto, conviene ahora subrayar que la idea de “evocación” expuesta más arriba se aleja mucho de la de “invocación”, que incluye la oración por los difuntos, debiendo considerarse esta última como expresión del misterio de la comunión de los santos.

«Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo» (Rm 14,7), dice san Pablo. Ninguno de nosotros ha sido creado como una individualidad aislada, sin vínculos con los demás, sino que, por el mero hecho de nacer, nos encontramos ya insertos en una red de relaciones que contribuyen a formar nuestra propia identidad. Además, la salvación posee también una dimensión comunitaria radical. La vida eterna es, de hecho, relación con Dios (cf. Jn 17,3), una relación que tiene carácter de diálogo, puesto que Él creó al ser humano para llamarlo a la comunión con Él (cf. Rm 8,29-30). Este diálogo, sin embargo, no es un “cara a cara” aislado, entre dos individualidades, siendo Dios mismo una comunión de amor. Se realiza en el “nosotros” de la Iglesia: por el Bautismo, el cristiano es insertado en la gran “familia” de Dios, que constituye un vínculo de amor que ni siquiera la muerte puede destruir. Como recuerda también el Concilio Vaticano II, todos aquellos «que son de Cristo por poseer su Espíritu, constituyen una misma Iglesia y mutuamente se unen en Él. La unión de los que todavía están en camino con los hermanos que se durmieron en la paz de Cristo, de ninguna manera se interrumpe, antes bien, según la constante fe de la Iglesia, se robustece con la comunicación de bienes espirituales» (Lumen gentium, n. 49). Esto hace que exista una relación, misteriosa pero real, fundada en el amor de Dios manifestado en el misterio pascual de Cristo, entre los que están “más allá” y nosotros que estamos en esta tierra.

La experiencia de la muerte como pasaje puede vivirse ciertamente a nivel humano como una soledad extrema. Sin embargo, no olvidemos que forma parte de un misterio de vida aún mayor, el de la muerte y resurrección del Señor Jesús. En efecto, la victoria de Cristo hace que esta soledad nunca sea realmente tal: el “Descenso a los infiernos”, que se cita en el Símbolo de los Apóstoles, significa que también allí, donde todo vínculo parecería definitivamente roto, Cristo se hace presente para acogernos en su abrazo lleno de amor.

Es en este misterio de vida que rompe toda soledad, incluso la radical y aparentemente insuperable de la muerte, donde se inserta la comunión de los santos, como expresión de la gracia desbordante de amor del Padre, que supera todos los confines. Este misterio está en el fundamento tanto de la oración de invocación a los santos como en la oración de intercesión por los difuntos.

Pero, ¿qué se entiende por “alma” cuando se habla de “almas de los difuntos”? Ante todo, hay que tener en cuenta que el alma no es una “parte” de la persona, sino que es una forma de referirse a la persona misma en todo lo que no se reduce al ámbito biológico: conciencia, voluntad, inteligencia, sentimientos y, sobre todo, su relación con Dios, una relación que ni siquiera la muerte puede empañar (cf. Ct 8,6).

Cuando nos enfrentamos a este misterio, debemos “mantener juntos” dos aspectos: la experiencia concreta de la disolución del cuerpo y la fe, fundada en la promesa de Dios, que tiene su sello en la Resurrección de Cristo, de que ese mismo cuerpo nos será devuelto, por así decirlo, «en el último día» (Jn 11, 24). También aqui hay que reiterar que la resurrección se refiere «al hombre todo entero»[3], porque, al igual que el alma, el cuerpo no es una “porción” de la persona, sino una dimensión de su ser. Es lícito preguntarse, por tanto, qué le sucede a la persona en el “tiempo” que media entre la muerte corporal y la resurrección.

San Pablo manifestaba un dilema con respecto a esto: «Me encuentro en esta alternativa: por un lado, deseo partir para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor; pero, por otro, quedarme en esta vida veo que es más necesario para vosotros» (Flp 1,23-24). Pero si no existiese la posibilidad de una forma de encuentro con el Señor después de la muerte, antes de la resurrección de los cuerpos, este dilema carecería de sentido. Por otra parte, en un pasaje posterior de la misma carta, San Pablo incluye la fe en la resurrección de los cuerpos en la espera de la Parusía (cf. Flp 3,20-21). En consecuencia, esto nos hace pensar que el Apóstol creía que había dos fases: una dimensión del encuentro del ser humano con Cristo justo después de la muerte, encuentro que es distinto de la resurrección plena que tendrá lugar al final de los tiempos.

Esta condición en la que se encuentra el ser humano tras cruzar el umbral de la muerte, a la espera de la resurrección, ha sido denominada por los teólogos “estado intermedio”, y se caracteriza por la supervivencia de lo que para la tradición cristiana es el alma. Este término, que en la Biblia y en la tradición de la Iglesia tiene múltiples significados, y en este contexto, pretende simplemente indicar el hecho de que, con la muerte, la persona no es borrada de la existencia, sino que sobrevive «un elemento espiritual que está dotado de conciencia y de voluntad, de manera que subsiste el mismo “yo” humano, faltándole entretanto el complemento de su cuerpo»[4]. Cuando hablamos de las “almas de los difuntos”, por lo tanto, nos referimos a esas mismas personas que conocimos en vida y que sabemos que están vivas en Dios a pesar del fin de su existencia terrena. Esta es una condición que nos resulta muy difícil, si no imposible, de imaginar, al menos mientras estemos aquí en esta tierra, por lo que es bueno evitar cualquier tipo de fantasía y confiarse, en la fe, a la oración.

A partir de esto, podemos entender que el problema de la evocación de los difuntos no radica tanto en el deseo de buscar el contacto con un ser querido que ha fallecido, ya que este es un deseo muy humano y dice hasta qué punto los seres humanos estamos hechos para la vida y el amor. El problema es que intentamos hacer este contacto a través de una “técnica”, un método, que como tal no considera la realidad autentica de nuestros seres queridos fallecidos: estar vivos en Dios en la comunión de los santos.

Sin embargo, la oración por las almas de los difuntos tiene una configuración distinta de la invocación a los santos. Mientras que esta última puede ser una oración dirigida “a” un alma beata, las oraciones de sufragio son, en cambio, “para” el alma de un difunto que todavía no goza de la visión beatifica. Aquí nos enfrentamos a otro misterio de nuestra fe, el del purgatorio. Más allá de las imágenes, más o menos adecuadas, que se han propuesto a lo largo de la historia, también aquí debemos evitar dar demasiado espacio a la imaginación, viviendo este misterio con un auténtico espíritu de fe. Lo que sí podemos afirmar es que muchas almas, sin estar condenadas, se encuentran en estado de purificación y curación, a la espera de alcanzar la plena comunión con Dios. Esto es consecuencia del hecho de que estas personas, durante su vida terrena, en las opciones concretas que tomaron, de alguna manera hicieron pequeños y grandes compromisos con el mal, que así cubrieron su apertura íntima y radical al amor de Dios, sin destruirla (cf. Benedicto XVI, Spe salvi, n. 46). A decir verdad, ésta es quizá la experiencia más frecuente que tenemos, y esto -debemos admitirlo honestamente- vale también para nosotros.

Pero precisamente la fe en el Purgatorio nos da testimonio de que el mal no tiene la última palabra. Si construimos nuestra vida sobre el fundamento de Cristo (cf. 1Cor 3,12), aunque no seamos perfectos, no tenemos nada que temer, porque Él es más grande que nuestro corazón, a pesar de lo que Él pueda reprocharnos. (cf. 1Jn 3,20). Esto requiere, sin duda, no subestimar la realidad del mal mientras estamos vivos, pero también nos da una sólida esperanza que las personas que hemos amado y que han cruzado el umbral de la muerte están en las manos de Dios. (cf. Sab 3,1).

En este contexto se puede comprender la piedad hacia los difuntos, que, como es sabido, forma parte de lo que la tradición ha denominado obras de misericordia espirituales, en particular la oración (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1032; Tob 1,17-18). Es decir, se trata de auténticas obras de caridad que, por ese misterio de abajamiento por el cual el Señor acepta realizar sus obras a través de sus criaturas, permiten al amor del Padre llevar a esas almas a la plena comunión con Él. La oración por los difuntos, aunque sea poco frecuente, mantiene vivo el vínculo con las personas que han compartido su vida con nosotros, aunque hoy en día, en muchos países, los jóvenes prefieren cortar ese hilo que los une a una historia común. Este intento de negar la historia puede ser la causa de un creciente individualismo, de una indiferencia hacia los demás, de un sentimiento de libertad vacía y de soledad. Rezar por los difuntos, en cambio, al ser una obra de misericordia, puede producir los efectos contrarios.

Obviamente, entre todas estas prácticas, hay que tener muy en cuenta la ofrenda de la Eucaristía, «medicina de inmortalidad», a través de la cual todos nosotros, vivos y difuntos, recibimos «la garantía de participar en la resurrección de Cristo»[5]. Por eso «la Iglesia ofrece por los difuntos el Sacrificio Eucarístico de la Pascua de Cristo para que, por la comunicación entre todos los miembros de Cristo, lo que a unos obtiene ayuda espiritual, a otros les lleve el consuelo de la esperanza» (Instrucción general del Misal Romano, n. 379).

Además, la fe y la tradición nos confirman en la convicción de que esta relación espiritual es recíproca, en el sentido de que no solo nosotros rezamos por los difuntos, sino que ellos (los santos, los mártires) también rezan por nosotros, ofreciendo así una verdadera intercesión por el mundo (cf. 2Mac 15,12-14; Ap 6,9-10) que se une a la de los demás seres celestiales (cf. Zac 1,12).

2) Afirmaciones y prácticas presentes en este caso concreto

A su manera, también las presuntas apariciones vinculadas al Monte S. Onofrio siguen esta enseñanza, aunque de una forma que muestra su originalidad con respecto a la tradición espiritual y que, por tanto, requeriría una mayor profundización. Me refiereo al hecho, de que algunas almas difuntas se manifestarían al presunto vidente a través de la acción del ángel de la guardia. Parece claro que, al subrayar la mediación de los ángeles (presente en varios textos de la escritura: Gen 16,7-11; 21,17-18; Ex 23-20,21; 1Re 19,5-7; Tob 5,4; Dn 3,49; 6,23; Mt 1,20-24; 2,13; Lc 1,19.26; 2,9-10), por un lado, se quiere excluir cualquier fenómeno “médium” o “contactista” en la manifestación de estas almas, atribuyendo más bien estos acontecimientos a la misericordiosa iniciativa de Dios; por otro lado, se muestra un rechazo explícito de cualquier técnica de evocación, así como de cualquier curiosidad indiscreta sobre el “más allá”, reduciendo toda relación con los difuntos a la oración de intercesión, según la práctica de la Iglesia que acabamos de ilustrar. De hecho, los propios mensajes muestran que son frecuentes las respuestas de quienes aparecen, del tipo: «No puedo responder…no puedo dar nombres» a preguntas directas sobre la salvación eterna de algunas almas, seguidas de exhortaciones del tipo: «¡pensad en la eternidad!» (Mensaje del 19 de diciembre de 2010).

En cuanto a las prácticas mágicas, en el presunto mensaje del 14 de agosto de 2016 se hace referencia a la frecuentación de magos como «ligaduras que […] habían atado a Satanás». En otras ocasiones se expresa de manera igualmente contundente: «Queridos hijos, hermanos y hermanas, en la desesperación acudís a los ocultistas [es decir a los magos], a los hermanos y hermanas que no están con Dios, pensáis que ellos pueden ser vuestra salvación. No hijitos, no hermanos y hermanas, Satanás está con ellos, son hijos de Satanás. Os ruego, manteneos alejados de ellos, la verdadera salvación es de quien ama a Dios Padre Todopoderoso por encima de todo, no lo olvidéis. Ningún hombre tiene el poder de curar con palabras, no lo olvidéis» (Mensaje del 5 de enero de 2024, la cursiva se ha añadido). Hay que decir que este tipo de diálogos ilícitos no tienen nada que ver con las apariciones en el Monte S. Onofrio, ni con los mensajes atribuidos a la Virgen María, salvo de manera muy marginal.

En cualquier caso, teniendo en cuenta que la frontera entre las prácticas lícitas y las riesgosas es bastante sutil, se le invita, Excelencia, a confirmar que dentro del grupo que sigue y promueve la experiencia espiritual relacionada con las supuestas apariciones no haya dudas al respecto.

La maduración relativa a las dos cuestiones críticas mencionadas anteriormente, es decir, el restablecimiento de la plena paz eclesial y la aclaración de las ambigüedades presentes en los mensajes, tal vez nos permita avanzar en el futuro hacia un “nulla osta”, si Usted y cuando Usted lo considere oportuno.

Con afecto en el Señor y mis mejores deseos para su ministerio pastoral en la Diócesis de Trivento, le saludo cordialmente, encomendándole a Usted y a sus comunidades diocesanas a la intercesión de la Virgen María, Madre de la Iglesia.

Víctor Manuel Card. Fernández
Prefecto

 


[1] Comisión Teológica Internacional, Algunas cuestiones actuales de escatología (1992), 7.2, que cita Acta Synodalia Sacrosanti Concilii Oecumenici Vat. II, 3/8, 144.

[2] Cf. S. Congregatio s. rom. et univ. inquisitionis, Enc. Ad omnes episcopos adversus magnetismi abusus (4 de agosto de 1856): ASS 1 (1865-66), 177-179; Suprema Sacra Congregatio S. Officii, Resp. De spiritismo (27 de abril de 1917): AAS 9 (1917) 268.

[3]Congregación para la Doctrina de la Fe, Cart. Recentiores episcoporum synodi (17 de mayo de 1979), 2).

[4]Congregación para la Doctrina de la Fe, Cart. Recentiores episcoporum synodi (17 de mayo de 1979), 3).

[5]Comisión Teológica Internacional, Algunas cuestiones actuales de escatología (1992), 6.3.