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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO PROMOVIDO
POR EL CONSEJO PONTIFICIO «COR UNUM»

Sala Clementina
Viernes, 11 de noviembre de 2011

 

Eminencias,
queridos hermanos en el Episcopado,
queridos amigos:

Agradezco tener la oportunidad de saludaros durante vuestro encuentro, promovido por el Consejo Pontificio  Cor Unum en este Año Europeo del Voluntariado.

Deseo comenzar agradeciendo al Cardenal Robert Sarah las cordiales palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. También quiero expresaros mi profunda gratitud, tanto a vosotros como a los millones de voluntarios católicos que contribuyen, con regularidad y generosidad, a la misión caritativa de la Iglesia en el mundo. En el momento actual, caracterizado por la crisis y la incertidumbre, vuestro compromiso es un motivo de confianza, porque muestra que la bondad existe y está creciendo entre nosotros. Ciertamente, la fe de todos los católicos se ve fortalecida al ver todo el bien que se hace en nombre de Cristo (cf. Flm, 6).

Para los cristianos, el voluntariado no es sólo una expresión de buena voluntad. Se funda en la experiencia personal de Cristo. Él fue el primero en servir a la humanidad, entregó libremente su vida por el bien de todos. Ese don no se basaba en nuestros méritos. De aquí aprendemos que Dios se entrega a sí mismo, se entrega a nosotros. Además, Deus caritas est: Dios es amor, por citar una frase de la Primera carta del apóstol San Juan (4, 8) que elegí como título de mi primera Carta encíclica. La experiencia del amor generoso de Dios nos desafía y nos libera, para que adoptemos esta misma actitud hacia nuestros hermanos y hermanas: «Gratis lo recibisteis; dadlo gratis» (Mt 10, 8). Lo experimentamos, en particular, en la Eucaristía, cuando el Hijo de Dios, al partir el pan, une la dimensión vertical de su don divino con la horizontal de nuestro servicio a los hermanos y hermanas.

La gracia de Cristo nos ayuda a descubrir dentro de nosotros un anhelo humano de solidaridad y una vocación fundamental al amor. Su gracia perfecciona, fortalece y eleva la vocación y nos permite servir a los demás sin esperar una recompensa, una satisfacción o compensación alguna. Aquí vislumbramos la grandeza de la vocación humana de servir a los demás con la misma libertad y generosidad que caracterizan a Dios. Asimismo, nos convertimos en instrumentos visibles de su amor en un mundo que todavía anhela profundamente ese amor en medio de la pobreza, la soledad, la marginación y la ignorancia que vemos alrededor nuestro.

Ciertamente, el trabajo de los voluntarios católicos no puede responder a todas estas necesidades, pero esto no nos desalienta. Ni deberíamos dejarnos seducir por ideologías que quieren cambiar el mundo según una visión puramente humana. Lo poco que podemos lograr hacer para aliviar las necesidades humanas se puede considerar como la buena semilla que brotará y dará mucho fruto. Es un signo de la presencia y del amor de Cristo que, como el árbol del Evangelio, crece para dar abrigo, protección y fuerza a todos aquellos que lo necesiten.

Esta es la naturaleza del testimonio que vosotros, con toda humildad y convicción, dais a la sociedad civil. Aunque sea un deber de la autoridad pública reconocer y apreciar esta contribución sin tergiversarla, vuestro papel de cristianos consiste en participar activamente en la vida de la sociedad, tratando de hacerla cada vez más humana, caracterizada cada vez más por la libertad, la justicia y la solidaridad auténticas.

Celebramos nuestro encuentro de hoy en el día de la fiesta litúrgica de san Martín de Tours. Martín, representado con frecuencia en el momento en que comparte su capa con un pobre, se convirtió en un modelo de caridad en toda Europa, que ha llegado a todo el mundo. Hoy, el trabajo de voluntariado como servicio de caridad se ha convertido en un elemento universalmente reconocido de nuestra cultura moderna. Pero también sus orígenes pueden verse aún en la especial solicitud cristiana por la defensa, sin discriminaciones, de la dignidad de la persona humana creada a imagen y semejanza de Dios. Cuando estas raíces espirituales se ofuscan o se ensombrecen, y los criterios de nuestra colaboración se hacen meramente utilitaristas, se corre el riesgo de perder lo más característico del servicio que ofrecéis, en perjuicio de la sociedad en su conjunto.

Queridos amigos, deseo concluir alentando a los jóvenes a descubrir en el trabajo de voluntariado un modo de acrecentar el propio amor oblativo, que da a la vida su significado más profundo. Los jóvenes reaccionan con prontitud a la vocación del amor. Ayudémosles a escuchar a Cristo, que hace oír en sus corazones su llamada y los atrae hacia sí. No debemos tener miedo de presentarles un desafío radical que cambia la vida, hemos de ayudarles a comprender que nuestros corazones están hechos para amar y para ser amados. En la entrega de sí mismos, vivimos la vida en toda su plenitud.

Con estos sentimientos, renuevo mi gratitud a todos vosotros y a cuantos representáis. Pido a Dios que vele por vuestras numerosas obras de servicio y haga que sean cada vez más fecundas espiritualmente, por el bien de la Iglesia y de todo el mundo. A vosotros y a vuestros voluntarios, os imparto de corazón la Bendición Apostólica.



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