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REUNIÓN PLENARIA DE LA CAL
« ORIENTACIONES
DEL SANTO PADRE EN LOS DISCURSOS A LOS OBISPOS LATINOAMERICANOS EN
VISITA "AD LIMINA"»
Intervención de monseñor
Leonardo Sandri
A lo largo de los años 2001, 2002 y parte del 2003, han realizado su visita
ad limina los Episcopados de América Latina, con excepción de Colombia y México.
El canon 400, 1, establece los elementos fundamentales de la visita ad limina,
a saber, venerar los sepulcros de los santos apóstoles Pedro y Pablo y
presentarse al Sumo Pontífice. Estos dos momentos "esenciales", con
el paso del tiempo han ido desarrollándose hasta dar lugar a una visita ad
limina podríamos decir "alargada" o enriquecida con otros
elementos que, aunque no son canónicamente esenciales, contribuyen a darle una
fisonomía especial, que la hace muy útil pastoralmente. Además de las
reuniones mantenidas en los dicasterios de la Curia romana, siempre interesantes
por el intercambio de opiniones y las indicaciones que se reciben, y de las
celebraciones litúrgicas que tienen lugar en los sepulcros de los apóstoles
Pedro y Pablo, seguramente el momento más esperado por cada obispo es el del
encuentro con el Santo Padre, que tiene lugar en tres ocasiones distintas.
Privilegiado y muy estimado es el de la audiencia privada -normalmente en la
Biblioteca del Santo Padre-, en la cual cada obispo puede exponer libremente sus
anhelos y realizaciones y recibir la palabra confortadora del Papa. En otra
ocasión los obispos, reunidos en grupos, son invitados por el Santo Padre a un
almuerzo o encuentro convivial, lo cual les ofrece otra posibilidad de conversar
sobre distintos temas; es un momento casi festivo, fruto de la solicitud del
Papa hacia los obispos, a los que les resulta ciertamente gratificante. Un
tercer encuentro -diría momento álgido de la visita ad limina- es el de
la concelebración de la santa misa en la capilla privada del apartamento
pontificio. Al supremo gesto de la comunión eucarística se añade la oración
común por las Iglesias particulares confiadas a su atención pastoral. Al término
de la celebración, el Papa les entrega un discurso conclusivo de la visita. En
el análisis de estos discursos nos queremos detener en esta ponencia. Los dos
últimos grupos del Brasil no han podido tener esta celebración eucarística,
como era habitual hasta el presente; en su lugar, han tenido una audiencia
colectiva, en el curso de la cual el presidente de la región ha dirigido unas
palabras al Santo Padre y este, a continuación, les ha entregado el discurso.
En este momento deseo agradecer a la Pontificia Comisión para América Latina
la iniciativa de publicar en un volumen los textos de los discursos del Papa a
los Episcopados latinoamericanos con ocasión de las visitas ad limina
2001-2003, pues permite así tenerlos al alcance de la mano, de un modo fácil y
sistemático, para su consulta y utilización.
Aunque los encontrarán en el referido volumen, cito aquí estos discursos,
indicando las fechas en las que han tenido lugar: Panamá, el 3 de marzo
de 2001; Paraguay, el 7 de abril de 2001; Guatemala, el 29 de mayo de 2001;
Cuba, el 6 de julio de 2001; Uruguay, el 6 de septiembre de 2001; Nicaragua, el
21 de septiembre de 2001; El Salvador, el 23 de noviembre de 2001 (de este país
quiero subrayar que en los días de la visita ad limina se celebraba la
fiesta de la patrona de la República, Nuestra Señora de la Paz [22 de
noviembre] y no por eso los obispos la interrumpieron o pidieron posponerla);
Costa Rica, el 30 de noviembre de 2001; Honduras, el 4 de diciembre de 2001;
Argentina, el primer grupo el 12 de febrero de 2002 y el segundo el 5 de marzo
de 2002; Bolivia, el 13 de abril de 2002; Ecuador, el 20 de mayo de 2002;
Antillas, el 7 de mayo de 2002; Venezuela, el 11 de junio de 2002; Perú, el 2
de julio de 2002; Chile, el 15 de octubre de 2002. Por lo que respecta al gran
país del Brasil, los encuentros colectivos de los distintos grupos de obispos
con el Papa para la santa misa y el discurso han tenido lugar el 31 de agosto de
2002, el 5 de septiembre de 2002, el 14 de septiembre de 2002, el 21 de
septiembre de 2002, el 28 de septiembre de 2002, el 19 de octubre de 2002, el 26
de octubre de 2002, el 16 de noviembre de 2002, el 26 de noviembre de 2002, el
10 de diciembre de 2002, el 23 de enero de 2003 y el 7 de febrero de 2003.
Los planes pastorales
Esta visita ad limina es la primera que tiene lugar después de la
celebración del gran jubileo del año 2000, cuya celebración ha sido como
"un río de agua viva derramado sobre la Iglesia" (Novo millennio
ineunte, 1). En consecuencia, se puede decir que los obispos han venido a
Roma trayendo consigo el gran patrimonio espiritual que ha supuesto la celebración
del jubileo en cada Iglesia particular. En este sentido, se trata de una visita ad
limina, en cierto modo, preparada con la carta apostólica Tertio
millennio adveniente y al concluir el gran jubileo, con la carta apostólica
Novo millennio ineunte. "Al recordar la rica experiencia del Año
jubilar, que demostró que el mundo tiene necesidad de Cristo, quisiera volver a
entregar simbólicamente también a vosotros la carta apostólica Novo
millennio ineunte, que traza las líneas del camino de la Iglesia en esta
nueva etapa de la historia, proyectando su compromiso hacia nuevas metas apostólicas"
(Juan Pablo II, Discurso del 5 de julio de 2001, n. 5). Es este el
programa espiritual y pastoral para el comienzo del nuevo siglo. La vuelta
a cuanto dice la Novo millennio ineunte es como una especie de
"obligación moral" para los planes pastorales, ya diocesanos, ya
nacionales.
Acogiendo esta llamada del Santo Padre, los diversos Episcopados
latinoamericanos han redactado los planes pastorales, que, concebidos para
distintos períodos, unos decenales, otros quinquenales, trienales o bienales,
se están llevando a la práctica en las Iglesias particulares del continente,
lo cual es de mucha actualidad ante "el mayor y no menos comprometedor
horizonte de la pastoral ordinaria" (Novo millennio ineunte, 29). En
estos planes, ha señalado el Papa en el discurso a los obispos del Ecuador, se
ha de procurar que "el anuncio de Cristo llegue a las personas, modele las
comunidades e incida profundamente mediante el testimonio de los valores evangélicos
en la sociedad y en la cultura" (cf. ib., 29).
Si bien las consideraciones anteriores valen para la Iglesia universal, en el
caso concreto de Latinoamérica nos encontramos con dos acontecimientos que
también han marcado la vida eclesial del continente y han tenido notable eco en
la realización de las visitas ad limina en el período 2001-2003. Uno es
la celebración de la Asamblea especial para América del Sínodo de los obispos
(1998) y la consiguiente publicación de la exhortación apostólica postsinodal
Ecclesia in America (México, 24 de enero de 1999), mientras que el otro
está constituido por los viajes apostólicos del Papa a México (1999 y 2002) y
Guatemala (2002). Hay en estos acontecimientos un patrimonio de doctrina y de
orientación que los obispos en América han recibido, haciendo eco de ello en
su actuación pastoral.
Los grandes temas de estas visitas ad limina
Dicho todo lo anterior, vamos a ver las grandes líneas del rico magisterio que
el Papa ha entregado, con solicitud pastoral, a los obispos de América Latina.
Ciertamente hay orientaciones que son válidas para el conjunto de la Iglesia;
otras, sin embargo, se refieren a situaciones concretas de algunos países (p. ej.
Cuba, Argentina, Venezuela, etc.); en estos casos hay que tener presente que
incluso esas orientaciones, prescindiendo de las situaciones concretas que las
han motivado, están fundamentadas en la doctrina de la Iglesia y, por tanto,
también las otras Iglesias locales pueden sacar abundante provecho de ellas.
La palabra del Papa está basada en primer lugar en el ejercicio de su solicitud
por la Iglesia universal, de la que es Pastor supremo; pero además, surge de su
amor y su conocimiento de América Latina. A este respecto, quiero recordar sus
palabras en el tercer discurso a los obispos del Brasil, norte 1 y noroeste:
"A veces se oye decir que el Papa desconoce la realidad local, o la más
amplia del continente latinoamericano. Sin embargo, procura poner la máxima
atención en lo que le dicen periódicamente sus hermanos en el episcopado
durante las visitas ad limina. Además, las numerosas ocasiones en las
que, con la gracia de Dios, le ha sido posible visitar América Latina y tener
un contacto directo con las poblaciones de aquella tierra rica en promesas
evangelizadoras, han confirmado una vez más la confianza que el Sucesor de
Pedro deposita en vuestra misión de pastores. Por tanto, expreso mi deseo de
que los mensajes que se os dirigen contribuyan a la orientación de los
fieles" (n. 6).
Con estas indicaciones, podemos ver que los grandes temas de los discursos,
dando una rápida ojeada sobre ellos, sin poder ser exhaustivo, son los
siguientes:
En primer lugar, anuncio de Jesucristo
La primacía de la misión de los obispos que, como cabezas y guías, están al
frente de las Iglesias locales y donde son pastores que actúan in
persona Christi capitis, corresponde a la proclamación misma del Evangelio
(Panamá, 3); edificar las comunidades sobre la roca que es Cristo, "al que
hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y
transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén
celeste" (Novo millennio ineunte, 29). Hay una constante invitación
del Papa a que no escatimen esfuerzos en proclamar constantemente el Evangelio,
formando la conciencia de los fieles mediante una catequesis sistemática y
continua, que llegue a penetrar el espíritu humano (Uruguay, 2).
Para ello, el Santo Padre señala el siguiente camino:
a) Anunciar a Jesucristo para acrecentar la fe de los fieles y hacer que
maduren en ellos las enseñanzas del Evangelio (El Salvador, 4), transmitiendo
el mensaje de Cristo en toda su integridad y belleza, sin dejar de lado sus
exigencias. Hay que tener presente, cuando las dificultades se presentan, que la
cruz forma parte del camino de los discípulos de Cristo (Cuba, 3), y ante las
circunstancias difíciles hay que prestar el servicio de mantener la esperanza
auténtica, que es Jesucristo (Argentina I, 2). Todo ello llevado a cabo
mediante la predicación de la palabra de Dios, la celebración de los
sacramentos y el fomento de la caridad (Guatemala, 2).
b) Teniendo en cuenta las exigencias actuales de la nueva evangelización,
en perspectiva soteriológica, se debe presentar, ante todo la persona y misión
de Cristo, único mediador entre Dios y los hombres (Uruguay, 3). Ello ayuda a
esclarecer el misterio del hombre (Gaudium et
spes, 22). El anuncio de
Jesucristo debe ser claro y preciso, explícito y profético, realizado con la
parresía apostólica, que facilite a los fieles un conocimiento de Cristo vivo.
Quedando claro, pues, la prioridad del ministerio episcopal en el anuncio de
Jesucristo, para orientar el diálogo y la reflexión, podrían proponerse
algunas preguntas: Cuando los obispos programan sus actividades, ¿qué
lugar ocupa en su actividad ese anuncio explícito de Jesucristo? ¿Con qué
medios se lleva a cabo? ¿Cómo actualizan su preparación? Son interrogantes a
los cuales es preciso ser muy sensibles.
Comunión
La comunión es otro aspecto que debe distinguir la vida, la misión y el
ministerio del obispo, pues la espiritualidad de comunión "encarna y
manifiesta la esencia misma del misterio de la Iglesia" (Novo
millennio ineunte, 42) y "es un gran desafío que tenemos ante nosotros
en el milenio que comienza" (ib., 43). En este sentido hay que
destacar la costumbre de que el Papa inicie sus discursos ad limina
recordando ese importante vínculo. La visita ad limina es siempre una
ocasión de profunda comunión eclesial con el Santo Padre, es decir, de la
unidad que todos los obispos han de tener con el Sucesor de Pedro, y viene a
reforzar la unidad de ellos con el Papa, que preside y guía el Colegio
episcopal (cf. también constitución apostólica Pastor bonus, 1988.
Anexo I, Significado pastoral de las visitas ad limina Apostolorum).
En particular, en el discurso a los obispos del Brasil de la región sur 2 y en
el de la región norte 1 y nordeste, el Papa se ha ocupado principalmente de
este tema, recordando la homilía durante la misa de clausura de la X Asamblea
general ordinaria del Sínodo de los obispos, 27 de octubre de 2001, donde dijo:
"Sólo si es claramente perceptible una profunda y convencida unidad de los
pastores entre sí y con el Sucesor de Pedro, como también de los obispos con
sus sacerdotes, se podrá dar una respuesta creíble a los desafíos que
provienen del actual contexto social y cultural" (n. 4).
a) Hay dos grandes pilares sobre los que se construye la comunión: la conservación del depósito de la fe en su pureza e integridad y la unidad de
todo el Colegio de los obispos bajo la autoridad del Sucesor de Pedro. Esto se
ha de vivir por un lado instando a los evangelizadores de la propia diócesis,
y sobre todo a sí mismo, a ser plenamente fieles a la doctrina católica en su
integridad. Como dice el Papa: "Comprobando constantemente si la
explicación de la palabra de Dios está en conformidad con la revelación
confiada por el divino Maestro al magisterio eclesiástico. Añádase así mismo
que tal identidad supone una clara sintonía disciplinar y doctrinal con el
Episcopado mundial, para mantener así, junto con este, el vínculo esencial con
el Papa" (Brasil I, 3).
b) Los obispos han de ser promotores y modelos de comunión; la unión
colegial del Episcopado es uno de los elementos constitutivos de la unidad de la
Iglesia; esta unión es particularmente necesaria en nuestros días, dado que
las iniciativas pastorales tienen múltiples formas y trascienden los límites
de la propia diócesis.
c) La espiritualidad de comunión tiene un ámbito privilegiado de aplicación
también en las relaciones de los obispos con sus sacerdotes y viceversa, por la
perfecta sintonía y concordia que ha de existir entre el pastor y sus
colaboradores en el impulso de la pastoral conjunta (cf. Christus Dominus,
16).
Algunas preguntas para un diálogo constructivo sobre este punto podrían ser:
Los obispos, llamados a ser promotores y modelos de comunión, ¿cómo ejercen
esta misión con respecto a las publicaciones, periódicas o no, que se editan
en sus diócesis? ¿Cómo se llevan a cabo algunas iniciativas muy
significativas de comunión, como son la fiesta del Papa y colecta del Óbolo
de san Pedro, Jornada misionera y colecta del Domund, etc.? ¿Cómo se busca la
comunión favoreciéndola con un seguimiento concorde de los planes pastorales?
Los sacerdotes
Hay dos puntos a los que el Santo Padre dedica particular atención en lo
referente a los presbíteros en los discursos de las visitas
ad limina
de 2001-2003. Uno es la atención personal que el obispo debe dar a quienes son
sus primeros colaboradores; el otro es la necesidad de proveer a una formación
continua en los diversos campos de la actividad sacerdotal, lo cual favorecerá
que los sacerdotes puedan vivir mejor el altísimo don del sacerdocio y puedan
llevar a cabo su actividad pastoral en unas condiciones más apropiadas a las
circunstancias, siempre cambiantes, de tiempo, lugar y ambiente. Con ello se
reforzará la misión y la figura del sacerdote, tan necesaria hoy, pues
las circunstancias actuales, que inducen cada vez más a la dispersión y al
alejamiento, hacen particularmente urgente una figura de pastor que no sólo
atiende a los fieles cercanos, sino que incansablemente va en busca de los
desorientados y alejados (cf. Lumen
gentium, 28; Panamá, 6).
a) Sobre la atención personal que el obispo debe tener con ellos, las
expresiones que más se repiten son la cercanía, la disposición para
encontrarse con ellos "como hermanos y amigos" (cf. Presbyterorum
ordinis, 7), sentirse afectiva y efectivamente cercano a todos sus
sacerdotes, preocupado por sus necesidades espirituales y materiales, e
interesado por sus proyectos pastorales y actividades de cada día. Hay que
velar por la situación particular de cada uno y ofrecerle la ayuda que
necesita, alentándolo a proseguir, libre de otras preocupaciones, por el camino
de la santidad sacerdotal, que no es otro que el de la caridad pastoral. Se
anima a los obispos a no escatimar esfuerzos ni contentarse con una labor
meramente de gestión y organización del clero: hace falta cercanía,
trato personal asiduo y cordial, así como aliento en la misión que se confía
a cada uno (Honduras, 6).
Una gran desilusión, especialmente en el clero joven, es no percibir la estima
del obispo sobre lo que el presbítero hace. En algunas zonas, el ejercicio del
ministerio sacerdotal reviste dificultades muy grandes y requiere una
disponibilidad muy exigente. Se trata, como ha señalado el Papa en otras
ocasiones, de "un trabajo a menudo escondido que, si bien no aparece en las
primeras páginas, hace avanzar el reino de Dios en las conciencias" (Carta
del Jueves santo de 2001, n. 3) y, por ello, ha de ser favorecido y
custodiado.
Un aspecto a tener en cuenta en orden a favorecer la cercanía del obispo a los
sacerdotes es el de la residencia (cf. canon 95), que el Papa ha recordado en el
discurso a los obispos de Honduras y en el del último grupo de Brasil,
afirmando en este que el permanecer el obispo fuera de la diócesis a causa de
excesivas reuniones, tiene consecuencias negativas para el acompañamiento del
propio presbiterio; asimismo, el Papa levanta la voz de alerta ante la necesidad
de evitar la excesiva multiplicación de organismos y la burocratización,
teniendo presente que, como señala el motu proprio Apostolos
suos, estos
organismos existen para ayudar a los obispos, no para sustituirlos (cf. n. 18).
b) El otro aspecto sobre el que el Papa insiste con relación a los
sacerdotes es el de la formación permanente. La atención hacia ellos
requiere también un acompañamiento, no sólo en sus necesidades personales,
sino también en sus funciones ministeriales, a través de una adecuada formación
permanente humana, espiritual, intelectual y pastoral, dentro de los límites de
las posibilidades de cada diócesis o con iniciativas de carácter regional o
local. Se trata de que aparezcan siempre dotados de una sólida espiritualidad,
imitando a Cristo, buen pastor, y con un bagaje intelectual que los haga cada día
más idóneos para transmitir el mensaje evangélico a los hombres y mujeres de
hoy.
La formación permanente, cuya función es revitalizar el don que recibieron
mediante la imposición de las manos (cf. 2 Tm 4, 14), ha de tender, además,
a ayudarlos a que sean, en medio de las comunidades que les son confiadas, signo
de unidad, ejerciendo el ministerio de forma humilde y con caridad pastoral.
Con referencia a lo dicho anteriormente, podemos preguntarnos sobre cómo se
lleva a cabo, en las distintas diócesis, el trato personal, frecuente, asiduo,
directo, entre el obispo y cada uno de sus presbíteros. Otro punto de reflexión
podrían ser las iniciativas concretas que cada diócesis, o donde sea posible,
cada provincia eclesiástica o región, organiza para asegurar la formación
permanente de los presbíteros. Vale la pena dedicar particular atención a este
punto que, desde la Asamblea del Sínodo de los obispos de 1992 y la
exhortación apostólica postsinodal Pastores dabo
vobis, ha de ser visto
como una prioridad.
Las personas consagradas
Un sector de la Iglesia numeroso y decisivo es el de los institutos religiosos y
demás personas consagradas, que contribuyen de manera determinante a la
evangelización y al testimonio de vida cristiana. La Iglesia está agradecida a
Dios por el don de la vida consagrada, que "hunde sus raíces en el
Evangelio y da frutos copiosos en cada época"
(Vita consecrata,
5). Muchos de esos frutos se ven en las obras e instituciones dedicadas al
apostolado juvenil, a la educación, al cuidado de los enfermos y ancianos, a la
lucha contra las diversas formas de pobreza y marginación, a la promoción de
la mujer, al servicio parroquial, etc.
Los pastores de la Iglesia no sólo han de promover las vocaciones al clero
diocesano, más estrechamente vinculado a su misión, sino también a la vida
consagrada, así como velar para que se respete la identidad de cada instituto
(cf. Código de derecho canónico, cc. 385 y 586), fomentando así
mismo entre los fieles la estima por la vida religiosa.
Además de referirse a los consagrados en algunos discursos, el Papa ha dedicado
a este tema íntegramente el discurso a los obispos de Brasil de la región
nordeste 3, del 10 de diciembre de 2002. Después de recordar cómo muchos
de los frutos de evangelización y de vida cristiana que hoy podemos ver en el
continente americano se deben a la obra de tantos religiosos y religiosas,
motivo por el cual debemos dar gracias a Dios, el Papa hace un llamado a acoger
la exhortación del concilio Vaticano II, en el sentido de que mantengan la
fidelidad al carisma fundacional y el compromiso radical con los elementos que
configuran la vida religiosa.
Todo lo anterior ha de llevar a los religiosos a mantener la comunión y el diálogo
con los otros componentes del pueblo de Dios, y en primer lugar con los mismos
obispos. Deben, además, distinguirse por un especial acatamiento y obediencia a
los pastores de la Iglesia y a las directrices emanadas por la Sede apostólica.
Como elementos de reflexión sobre estos puntos, podemos preguntarnos sobre las
mutuas relaciones entre el obispo y los religiosos, entre los religiosos y el
clero secular, sobre la incorporación de los religiosos a la pastoral diocesana
y parroquial. La legítima autonomía de los religiosos no va en contra de la
autoridad de los obispos, sino que la supone y encuadra. Por eso, es importante
ver cómo los obispos han de respetar la identidad y las peculiaridades de los
religiosos, pero a la vez estos no pueden llevar a cabo una actuación que
desconozca el magisterio de la Iglesia, las prescripciones litúrgicas,
disciplinarias, y líneas pastorales comunes. Ver también cómo, en virtud de
su especial consagración han de ser modelos de comunión con la Iglesia
diocesana que los acoge y con la Iglesia universal de la que son parte.
Los seminarios
Los seminarios son de vital importancia para el futuro de la Iglesia en América
Latina, pues cada vez son necesarios más evangelizadores y más cualificados.
El número de seminarios ha crecido notablemente en América Latina. Mientras
los seminarios mayores y menores diocesanos en América Latina eran hace treinta
años unos 370, hoy son más de mil. Este crecimiento es fruto de la superación
de algunas dificultades provocadas por algunas experiencias pedagógicas que
tuvieron como resultado una fuerte ideologización política, confusión en
torno a la identidad sacerdotal e incluso la clausura de algunos centros de
formación. Hoy, afortunadamente, el ambiente general en los seminarios
latinoamericanos es sereno y positivo. Para continuar en esta línea, el Papa,
en diversas ocasiones, ha dado indicaciones en los discursos de estas visitas ad
limina. Resumiendo los puntos más sobresalientes podemos señalar:
a) Los jóvenes, y a veces personas ya maduras y formadas, deben ser
recibidos, sentirse amados y ser convenientemente atendidos en los seminarios y
casas de formación mediante un proceso que ayude a desarrollar la vocación y
puedan un día ser servidores de Dios en beneficio de los fieles y de tantos
hermanos necesitados (Argentina I, 7).
b) Es importante la selección de los formadores, pues para colaborar en la
formación de los seminaristas no hay que dudar en elegir a las personas más
capaces y de vida más íntegra, porque de ello depende en buena parte un futuro
prometedor para la Iglesia" (Argentina I, 7).
c) La escasez de sacerdotes no justifica que no se haga una debida y
exigente selección de los candidatos, ni que disminuya el nivel intelectual que
se les ha de exigir. A este respecto señala el Papa en el discurso a los
obispos de Bolivia: "Ha de ponerse, además, un especial cuidado en
la formación de los candidatos al sacerdocio y la vida consagrada, pues la
penuria de los llamados a proclamar y dar testimonio del Evangelio nunca
justifica que no se exija la debida idoneidad para esta crucial misión de la
Iglesia. Por eso, se les debe brindar una sólida formación teológica y una
profunda espiritualidad, con el fin de que comprendan y acepten con gozo las
exigencias del ministerio y la consagración, dando pruebas de que son capaces
de "gastar" toda la vida por Cristo y de poner los propios talentos al
servicio de la Iglesia, lo cual da pleno sentido a la existencia personal y la
colma en todos sus aspectos" (n. 4).
El diálogo sobre el punto de los seminarios podría ser muy amplio y
variado.
Pastoral vocacional
En América Latina se da, con alguna excepción, un cierto incremento
vocacional, aunque de forma desigual sea de unos países con relación a otros,
sea dentro del mismo país, según las diócesis. Se trata de un factor que debe
ser aprovechado para dotar a la Iglesia de suficientes pastores y consagrados
que le permitan llevar a cabo la misión que el Maestro divino le ha confiado.
En cualquier caso América Latina sigue necesitando aún hoy del apoyo de
numerosos misioneros. En este punto el Papa ha insistido en que estos han de
recibir gran atención, respeto y gratitud, si bien espera en que cada comunidad
eclesial pueda proporcionarse sus propios ministros. Y no sólo eso, sino que en
las Iglesias particulares latinoamericanas surja un fuerte espíritu misionero,
prosiguiendo la tendencia ya iniciada de enviar misioneros desde América a
otros continentes. En este sentido, es notable ya el número de misioneros
latinoamericanos presentes especialmente en Europa y África.
La promoción de las vocaciones sacerdotales es tarea de todo el pueblo de Dios
(cf.
Ecclesia in America, 40), y nadie debe sentirse excluido de
este compromiso. Su realización es una tarea amplia y capilar, que debe abarcar
a las parroquias, a las familias, a los centros educativos (cf. Novo
millennio ineunte, 46).
Entre los pasos necesarios para una adecuada pastoral vocacional, insiste el
Papa en los siguientes aspectos:
1) Contar con familias sanas, estables, fundadas en los verdaderos valores
domésticos, como un ambiente apropiado donde puedan brotar y crecer en un clima
conveniente las semillas de la vocación.
2) Servirse de organizaciones de tipo parroquial, escolar o vinculadas a
los movimientos apostólicos, que sean capaces de ofrecer una educación basada
en la fe (cf. Argentina I, 7) y proporcionar un ambiente propicio para la
inserción de un estilo de vida que muestre interés por los demás.
3) Una preocupación especial de cada sacerdote, y también de los
responsables de la educación, por presentar la invitación a escuchar la
llamada de Dios a los jóvenes -e incluso, cuando sea el caso, a los menos jóvenes-.
En este sentido, el Papa, en el discurso a los obispos de Bolivia, habla de la
audacia de hacerse mediadores de la llamada del Maestro a través de una
propuesta directa y personal, que exige también un paciente acompañamiento
espiritual y la indomable esperanza propia del sembrador, que continúa su tarea
aun sabiendo lo incierto de la cosecha" (n. 3).
4) El testimonio de los sacerdotes y de las personas consagradas, en las
cuales se ha de ver una entrega incondicional a la causa del Evangelio, pues
"su concordia fraterna y su celo por la evangelización del mundo son el
factor primero y más persuasivo de fecundidad vocacional" (Pastores
dabo vobis, 41; cf. Panamá, 3).
5) A ello debe añadirse la creación o reforzamiento de las estructuras de
pastoral específicamente vocacional necesarias en cada caso, para coordinar las
diversas actividades en este campo, aprovechar los recursos disponibles de las
comunidades locales y establecer programas que aseguren una atención adecuada a
cada situación y continuada en el tiempo. Esto puede hacerse mediante las
delegaciones diocesanas de vocaciones, comisiones o centros especializados u
otras fórmulas, según las necesidades de cada caso. Lo importante es la
exhortación del Papa a que todos los obispos muestren un interés especial por
este importante aspecto de la vida eclesial y pongan los medios concretos para
que el fomento de las vocaciones sea una realidad en sus diócesis.
6) Todo ello, recuerda el Papa en muchos de sus discursos, ha de estar
presidido y acompañado de incansable oración al Dueño de la mies para que
mande abundantes operarios a su campo (cf. Mt 9, 38). Este es,
ciertamente, un medio necesario, pues "si el Señor no construye la casa,
en vano se cansan los albañiles; si el Señor no guarda la ciudad, en vano
vigilan los centinelas" (Sal 122).
A la luz de lo expuesto, cabe pues preguntarse sobre cómo se llevan a cabo
estas orientaciones generales de pastoral vocacional. Antiguamente estaban muy
arraigadas en las parroquias las "horas santas" por las vocaciones,
los ejercicios de piedad llamados "jueves sacerdotales" tendentes a
orar por las vocaciones: es hora de revisar la cantidad y la calidad de
oración por las vocaciones. Junto a ello, se debe revisar en qué medida la
pastoral familiar y la educativa tienen también una dimensión
"vocacional", dado que es en las familias y en los jóvenes en edad
escolar donde normalmente surgen las vocaciones al sacerdocio y a la vida
consagrada.
Fieles laicos
En América Latina están presentes muchos movimientos y asociaciones de laicos
con fines apostólicos, de espiritualidad y de caridad. Pero esta no es la única
forma de participación de los fieles laicos en la vida de la Iglesia, pues son
más las personas que, a título individual, aunque se reúnan para la formación
y la acción en tareas eclesiales como la catequesis, la enseñanza, la
liturgia, la administración de bienes, etc., lo hacen por propia iniciativa o
invitados por los párrocos u otros responsables de la vida pastoral, siempre
animados por su amor a la Iglesia.
Es necesaria una renovada invitación a los seglares a participar en los ámbitos
que les son propios, es decir, la inspiración cristiana del orden temporal, la
defensa y promoción de los bienes de la familia y la vida, la cultura, la
economía, la política, de modo que, como ciudadanos y como hijos de Dios y
miembros de la Iglesia, asuman sus responsabilidades en estos ámbitos según
los criterios del Evangelio y la doctrina de la Iglesia. Los obispos han de
contar con los laicos, otorgándoles la confianza que merecen y no rehusando
atribuirles encargos para los que estén capacitados.
Por tanto, también en los discursos de estas visitas ad limina,
el Papa se ha ocupado de estos temas, insistiendo de modo particular en todo lo
que significa una formación integral. Vamos a referirnos, en este punto, a
algunas de las observaciones del Sumo Pontífice:
a) Proporcionar a los fieles laicos una atención pastoral privilegiada
para que tengan una recia formación cristiana y una gran fuerza de ánimo en su
cometido social. Así sabrán impregnar con los valores evangélicos el mundo de
la cultura, de la ciencia y de la política (cf. Ecclesia in
America, 54,
67; Panamá, 7; Guatemala, 7). Se ha de fomentar también la vida espiritual de
los laicos. Teniendo presente que están llamados a desempeñar un papel de gran
importancia ante los retos que plantean el presente y el futuro, en la medida en
que estén abiertos a la gracia serán más capaces de ofrecer el testimonio de
una vida renovada y tendrán la libertad y la fuerza de espíritu necesarias
para transformar las realidades sociales y la sociedad misma según los
designios de Dios (cf. El Salvador, 9).
b) Responsabilidad activa de los laicos en la vida eclesial, en el sentido
indicado por la Novo millennio ineunte:
"Junto con el
ministerio ordenado, pueden florecer otros ministerios instituidos o simplemente
reconocidos, para el bien de toda la comunidad, atendiéndola en sus múltiples
necesidades" (n. 46). Una mención especial merecen los delegados de
la Palabra, catequistas, fiscales, ministros extraordinarios de la Eucaristía,
etc., los cuales, con su acción eclesial, contribuyen a mantener viva la fe del
pueblo, organizando y guiando las comunidades cristianas en ausencia del presbítero.
A ellos es necesario proporcionarles un acompañamiento especial y ofrecerles
una formación teológica y pastoral conveniente, a la altura de la misión que
desempeñan (cf. Nicaragua, 3).
c) Importantísimo, y en ello ha insistido mucho el Papa, es ofrecer a los
laicos la formación religiosa adecuada, que les capacite para afrontar los
numerosos retos de la sociedad actual, pues a ellos les corresponde promover los
valores humanos y cristianos que han de iluminar la realidad política, económica
y cultural del país (cf. Nicaragua, 6); además, han de ser capaces de dar
ejemplo de honestidad y transparencia en la gestión de sus actividades, medida
necesaria para la lucha contra la corrupción, tan extendida en América y tan
condenada por el Papa (cf. Ecclesia in America, 23). Con la debida
preparación han de testificar que la fe cristiana es la única respuesta
plenamente válida a los problemas y expectativas que la vida plantea a cada
hombre y a cada sociedad (cf. Christifideles laici, 34). Es importante la
atención que se ha de dedicar a la doctrina social de la Iglesia, que propone
los principios que han de ordenar la actuación de los fieles en la vida civil.
Ya en Ecclesia in America (cf. n. 54), el Papa se refiere a su difusión
definiéndola una verdadera prioridad pastoral, tanto para afrontar las diversas
situaciones sociales con una conciencia rectamente formada, como para fomentar
el compromiso de los laicos en la vida pública (cf. Panamá, 8; Guatemala, 7).
d) Se constata un florecer de movimientos eclesiales y nuevas comunidades,
que facilitan la progresiva incorporación de las nuevas generaciones, la ayuda
mutua y la acción apostólica coordinada. La presencia de estos movimientos en
las iglesias particulares se debe considerar un fenómeno esperanzador, que
merece especial atención por parte de los obispos, teniendo presente lo que
dice san Pablo: "No extingan el Espíritu ni desprecien las profecías;
sino que lo examinen todo y se queden con lo mejor" (1 Ts 5, 19-21;
cf. Guatemala, 8).
f) Una atención particular ha dedicado el Papa en los discursos que
examinamos ahora a los fieles laicos que se desempeñan en el campo de la política.
En ellos invita a los obispos a dedicar un esfuerzo por evangelizar también a
cuantos tienen responsabilidades en las diversas áreas de la administración pública.
Puesto que el Evangelio tiene también algo que decirles a ellos, es necesario
ayudarles a descubrir que el mensaje de Jesucristo es valioso y pertinente,
tanto para su vida familiar o personal, como para la función que desempeñan
(cf. Ecclesia in America, 67; Paraguay 6; Guatemala, 7). La Iglesia -señala
el Papa en su discurso a los obispos de las regiones 3 y 4 del Brasil- no quiere
ocupar las tareas o prerrogativas del poder político, pero sí que le quiere
ofrecer una contribución específica de orientación acerca de los grandes
valores morales.
En tema de los laicos hay algunas cuestiones sobre las cuales es interesante
detenerse en el debate, como, por ejemplo, ante la aparición de tantos nuevos
movimientos eclesiales, ¿cómo se concreta su inserción dentro de la pastoral
diocesana o parroquial? Si los encuentros con políticos han resultado útiles,
¿sería una experiencia que conviene proseguir a nivel nacional, regional y
diocesano, en orden a dotar de alma cristiana la vida social, política y económica,
que es responsabilidad de los seglares?
Familia
La defensa de la familia y su promoción es una preocupación constante en este
pontificado, lo cual se ha plasmado tanto en documentos pontificios como en
diversas actividades, entre los que destacan los Encuentros mundiales de las
familias, el último de los cuales tuvo lugar en Manila. Refiriéndonos específicamente
al área latinoamericana, es digna de señalar la exhortación apostólica
postsinodal
Ecclesia in
America, que dedica algunas
consideraciones al tema de la familia. En América, además, se han desarrollado
algunas iniciativas del Pontificio Consejo para la familia, de modo particular
los encuentros entre políticos y legisladores y las reuniones de presidentes de
comisiones episcopales para la familia, la última de las cuales tuvo lugar
en Santo Domingo.
El Papa, en el número 46 de la exhortación apostólica postsinodal Ecclesia
in America, hace un diagnóstico preciso y marca las líneas maestras de
actuación, recordadas luego en algunos discursos de la visita ad limina:
"Son muchas las insidias que amenazan la solidez de la institución
familiar en la mayor parte de los países de América, siendo, a la vez, desafíos
para los cristianos. Se deben mencionar, entre otros, el aumento de
los divorcios, la difusión del aborto, del infanticidio y de la mentalidad
contraceptiva. Ante esta situación hay que subrayar que el fundamento de la
vida humana es la relación nupcial entre el marido y la esposa, la cual entre
los cristianos es sacramental. Es urgente, pues, una amplia catequización sobre
el ideal cristiano de la comunión conyugal y de la vida familiar, que incluya
una espiritualidad de la paternidad y la maternidad. Es necesario prestar mayor
atención pastoral al papel de los hombres como maridos y padres, así como a la
responsabilidad que comparten con sus esposas respecto al matrimonio, la familia
y la educación de los hijos. No debe omitirse una seria preparación de los jóvenes
antes del matrimonio, en la que se presente con claridad la doctrina católica,
a nivel teológico, espiritual y antropológico sobre este sacramento. En un
continente caracterizado por un considerable desarrollo demográfico, como es América,
deben incrementarse continuamente las iniciativas pastorales dirigidas a las
familias" (n. 46). Luego, de una manera más general y sintética, esta vez
dirigiéndose a la Iglesia universal, en la Novo millennio ineunte afirma
que se constata "una crisis generalizada y radical de esta institución
fundamental" (n. 47).
Para favorecer la pastoral de los evangelizadores en este campo y afrontar los
desafíos antes señalados, así como para ayudar a las familias a vivir su
sublime vocación, en casi todos los discursos de las visitas ad limina
que consideramos, el Papa recuerda algunas enseñanzas que brevemente resumo:
a) La necesidad de una sólida preparación de quienes se preparan a
contraer matrimonio (cf. Código de derecho canónico, cc. 1063-1064). La
insistencia en una buena preparación tiene como finalidad salvaguardar la
verdadera identidad y vocación del matrimonio y de la familia. No basta
enunciarlo teóricamente, sino que se han de hacer llegar a la conciencia de los
esposos los valores que dan sentido y dignidad cristiana a su proyecto de vida.
Esta es, por decirlo así, la premisa fundamental que ha de presidir cualquier
acción pastoral. Se ha de formar a los jóvenes para vivir la unión conyugal
según el plan de Dios, venciendo las presiones de una cultura opuesta al
matrimonio y a la institución familiar, de modo que puedan vivir según el plan
de Dios y las verdaderas y genuinas exigencias del hombre y de la mujer. Así
mismo, es importante sensibilizar todos los ámbitos disponibles, recurriendo
también a los medios de comunicación social, para fortalecer el matrimonio y
la familia y hacer frente a ciertas campañas o modas que atentan solapadamente
contra la institución familiar y contra la vida misma.
b) Es también preciso impulsar las condiciones sociales, económicas y
legales que mejor salvaguarden la unidad y estabilidad de los hogares, invitando
a las familias mismas a "hacerse promotores de una eficaz presencia
eclesial y social para tutelar sus derechos" (Novo millennio ineunte,
47). La pastoral familiar ha de contemplar también aquellos aspectos que pueden
condicionar el digno desarrollo de los deberes propios de esta institución
fundamental, promoviendo un mejor sustento económico a los nuevos hogares que
se van formando, mayores posibilidades de obtener viviendas decorosas que eviten
el deterioro familiar, y facilidad efectiva de ejercer el derecho a la educación
de los hijos.
c) La familia es el lugar privilegiado donde se vive y transmite la fe. En
los discursos de estas visitas ad limina, se pone especial hincapié
en su importancia para la vida cristiana en lo que la Familiaris consortio llama
"ministerio evangelizador" (cf. n. 53). Por eso, ha de tener un lugar
preeminente en los proyectos de evangelización, tanto para que responda al
proyecto de Dios sobre el matrimonio, como para que los hogares mismos sean
cauce de irradiación de los valores evangélicos (Panamá, 5). La vida
matrimonial es una auténtica vocación, que permite al bautizado encarnar la
fe, la esperanza y la caridad; es una llamada a la santidad en un estado
concreto. La Iglesia ha de anunciar incansablemente, a creyentes y no creyentes,
el "evangelio de la vida y de la familia", la verdad sobre el
matrimonio y la familia establecida por Dios: dejar de hacerlo sería una
grave omisión pastoral que induciría a los creyentes al error, pues el
matrimonio y la familia son un bien insustituible de la sociedad, la cual no
puede permanecer indiferente ante su degradación o pérdida de la identidad.
d) Se ha de prestar particular atención a todas las familias. Es necesario
hacer un discernimiento pastoral sobre las formas alternativas de unión que hoy
afectan a la institución de la familia, especialmente aquellas que consideran
como realidad familiar las simples uniones de hecho, desconociendo el auténtico
concepto de amor conyugal. Además, "toda ley que perjudique a la familia y
atente contra su unidad e indisolubilidad, o bien otorgue validez legal a
uniones entre personas, incluso del mismo sexo, que pretendan suplantar, con los
mismos derechos, a la familia basada en el matrimonio entre un hombre y una
mujer (...) no es una ley conforme al designio divino" (Discurso del
4 de noviembre de 2000, n. 4). No se puede ceder ante modas y teorías que, bajo
una apariencia de falsa modernidad y progreso, se vuelven contra el hombre y
crean tantas víctimas, empezando por los propios hijos o los mismos cónyuges
abandonados. No se puede permanecer neutrales ante fenómenos que denotan una
cultura hedonista, de egoísmo y de muerte, por grandes que sean las
dificultades y poderosas las influencias externas, pues es dramática la situación
de madres solteras o abandonadas que tienen que luchar por el sustento y la
educación de los hijos, o el problema de los niños solos en la calle.
e) Promover los movimientos y asociaciones de espiritualidad matrimonial,
alentando su celo apostólico para que participen en la "nueva evangelización",
estén dispuestos a acoger y ayudar a los que viven en situaciones difíciles y
sean testimonio vivo en la sociedad del amor desinteresado e incondicional,
"ya que el amor es de Dios" (1 Jn 4, 7), en actitud de
entrega y no de egoísmo, que se inicien en la convivencia con espíritu limpio
y puro, incluyendo en ella también la riqueza de fe compartida, y que afronten
su futuro como una verdadera vocación a la que Dios los llama para colaborar en
la inefable tarea de ser dadores de vida.
En definitiva, son grandes los desafíos a los que hay que dar respuesta en el
campo de la familia y de la vida. Atendiendo, pues, a las apremiantes llamadas
del Papa en favor de la familia y de la acogida de la vida, cabe preguntarse en
este punto: ¿Cómo es la pastoral específicamente familiar en las diócesis
de América Latina? ¿Qué incidencia tienen los movimientos y asociaciones de
espiritualidad familiar? ¿Qué se hace para defender esta importante institución
frente a otras uniones, tan en boga, que se intentan equiparar, en el plano
legal, a la unión conyugal? ¿Cómo es la atención que se dedica a los que se
preparan para el matrimonio? ¿Qué se hace para atender a las familias que se
hallan en situaciones difíciles o las personas que viven en situaciones
irregulares, para ofrecerles la ayuda necesaria para que puedan acercarse al
modelo de familia querido por Dios y enseñado por la Iglesia?
Misa dominical
En un auditorio tan cualificado no es menester insistir sobre la importancia de
la santa misa para la vida de los cristianos. Sin embargo, vale la pena recordar
la afirmación del concilio Vaticano II: "No se construye ninguna
comunidad cristiana si esta no tiene su raíz y centro en la celebración de la
sagrada Eucaristía. En ella, por tanto, ha de empezar toda la formación en el
espíritu de comunidad. Esta celebración, para ser sincera y plena, debe llevar
a las diversas obras de caridad y a la ayuda mutua, así como a la actividad
misionera y a las diversas formas de testimonio cristiano" (Presbyterorum
ordinis, 6; cf. Sacrosanctum Concilium, 9).
A este respecto, el Papa ha considerado oportuno volver a reflexionar sobre este
argumento y proponerlo de nuevo a la Iglesia de hoy con la carta apostólica Dies
Domini, en la cual se refiere de una manera particular a la importancia de
la celebración del domingo en la vida ordinaria de los creyentes. Punto central
de esta carta es precisamente la insistencia sobre la incidencia que la
celebración dominical tiene en la vida de las personas, las familias y las
comunidades. Citando este documento, el Papa ha vuelto a insistir sobre este
tema en algunos discursos de estas visitas ad limina. Así, a los obispos
de El Salvador dice: "Se ha de promover la práctica dominical, pues
en el proceso de fortalecimiento de la fe, la Eucaristía es el momento
privilegiado para el encuentro con Jesucristo vivo. Teniendo presente que la
misa dominical debe ser compromiso y práctica de todos los fieles, no dejéis
de empeñaros junto con vuestros sacerdotes en promover este aspecto tan
importante de la vida eclesial... Más recientemente he señalado también que
se ha de dar un realce particular a la eucaristía dominical y al domingo mismo,
sentido como día especial de la fe, día del Señor y don del Espíritu,
verdadera Pascua de la semana (Novo millennio
ineunte, 35)" (El
Salvador, 7).
También en el discurso a los obispos argentinos recordó la importancia de la
celebración dominical. Partiendo de cuanto se dice en la Dies
Domini: "Entre las numerosas actividades que desarrolla una parroquia, ninguna es
tan vital o formativa para la comunidad como la celebración dominical del día
del Señor y su Eucaristía" (n. 35). Nada puede suplirla jamás, pues
aunque la celebración de la Palabra en ausencia del presbítero ayuda para
mantener la fe y la conciencia de pertenencia a una comunidad, la meta a la que
hay que tender es la regular celebración eucarística. Por eso, el llamado del
Papa es a incrementar una acción pastoral que favorezca una participación
asidua de los fieles en la eucaristía dominical, la cual ha de ser vivida no sólo
como un precepto, sino también como una exigencia profundamente inscrita en la
existencia cristiana (cf. Argentina II, 4).
Para continuar con la reflexión sobre la eucaristía dominical y su
importancia, me permito plantear algunas cuestiones, como por ejemplo: teniendo presente la situación diferente en las zonas urbanas y en las zonas
predominantemente rurales, el número de misas que se celebran los domingos, ¿responde
a un planteamiento en el que la Eucaristía ocupa el centro, la fuente y el
culmen de las actividades pastorales y, de manera particular, de la acción
evangelizadora?, ¿o es más bien un servicio aislado que se limita a garantizar
poco más que la observancia del precepto dominical? ¿Se promueve la celebración
de la Eucaristía dominical, "principal manifestación de la Iglesia"
(cf. Sacrosanctum Concilium, 41-42), como eje del domingo en
cuanto día del encuentro con el Señor resucitado, día de la comunidad
cristiana y día de la fe, la esperanza y la caridad, que ha de impregnar toda
la semana y la existencia de los fieles? Muchas de las consideraciones de la Dies
Domini, por su estilo llano y el espíritu profundamente pastoral que las
impregna, pueden ser utilizadas con gran provecho en una catequesis a los fieles
cuya finalidad sea precisamente la superación del "mero precepto"
dominical, para convertirlo en una práctica convencida, activa y gozosa de
todos los fieles.
El mundo de la cultura, universidades y escuelas católicas
Uno de los signos de la época que nos corresponde vivir es el interés por la
cultura. Por eso, la Iglesia, muy especialmente desde los tiempos del concilio
Vaticano II, se ha sentido impulsada a preguntarse cómo evangelizar la cultura.
La actuación pastoral en este campo no resulta fácil, pues la sociedad actual
se caracteriza también por una fuerte transformación de criterios y valores.
En ocasiones, la cultura que nos envuelve ni siquiera se plantea la existencia
de Dios; simplemente prescinde de él y se despreocupa del significado más
profundo del hecho religioso, tratando de explicarlo y fomentarlo desde las
perspectivas más dispares e incluso al margen de su matriz originaria de la fe
cristiana. Sin embargo, es preciso no desesperarse en el intento de afrontar una
nueva evangelización en estos "nuevos areópagos", como ha llamado el
Papa Juan Pablo II a los diversos campos de la civilización contemporánea (cf. Redemptoris
missio, 37).
Para insertar, pues, la savia nueva del Evangelio en la sociedad contemporánea,
la Iglesia se sirve también de las universidades y escuelas católicas, que con
su actividad son cauces para la recepción de la buena nueva. Así pues, este
tema ha sido tocado por el Papa en diversos discursos de las visitas ad
limina objeto de nuestra consideración. Algunos puntos dignos de especial
consideración son:
a) Hay que favorecer un ambiente cultural propicio, que posibilite la
promoción de los valores humanos y evangélicos en toda su integridad.
b) Es necesario que las escuelas y universidades católicas mantengan bien
definida su propia identidad, pues de ello depende, en gran medida, que la
cultura esté vivificada por los valores cristianos; así mismo, estas
instituciones han de promover realmente la civilización del amor, ser factores
de reconciliación y fomentar la solidaridad y el desarrollo, manifestando
abiertamente la primacía de los principios sociales auténticos (cf. Nicaragua,
6). Recuerdo aquí cuanto dice la exhortación apostólica Ecclesia in
America sobre la importancia de mantener con nitidez la orientación católica
(n. 71) y en el caso concreto de las universidades "es esencial que la
universidad católica sea, a la vez, verdadera y realmente ambas cosas: universidad y católica" (ib.).
c) Los obispos tienen el deber de ocuparse con gran atención de las
escuelas y universidades católicas, porque están destinadas a llevar a la
sociedad el fermento saludable del Evangelio de Cristo (Chile, 2). Este deber de
vigilancia adquiere unas dimensiones notables si se tiene en cuenta que en América
Latina nos encontramos con 20 universidades pontificias, 61 universidades católicas
y 26 facultades eclesiásticas.
En sintonía con lo señalado por el Santo Padre, podríamos hacernos algunas
preguntas: ¿Mantenemos contacto personal, reuniones, atención pastoral
específica con los fieles laicos que están presentes en el campo de la enseñanza,
la cultura, la universidad, para favorecer que la actividad docente sea una
fuente inspiradora de normas de conducta y normas de vida cristiana? ¿Hay en
las universidades y colegios un servicio permanente de atención pastoral a
profesores, alumnos y personal no docente o, más bien, cuando es el caso, se da
por supuesto que dicha acción evangelizadora ya se cumple por el mero hecho de
pertenecer a un centro confesional? ¿Qué lugar ocupa en los planes pastorales
la actual y urgente evangelización de la cultura?
Situación social
El Papa ha desarrollado también el tema del servicio en busca de una
convivencia armónica, basada en los valores de la justicia, la solidaridad y la
libertad (cf. Paraguay, 5; Guatemala, 6), que es propio de la Iglesia,
para lo cual ha de participar en el análisis de los logros y expectativas de la
sociedad, tratando de interpretar a la luz del Evangelio los asuntos temporales
y sociales para orientar a la misma sociedad (cf. Guatemala, 2; Cuba, 5), no
rehuyendo, cuando sea el caso, la denuncia de la injusticia y proponiendo los
principios de carácter moral que han de orientar también la actuación en la
vida civil (cf. Guatemala, 6), reiterando el valor de la vuelta a los valores
morales fundamentales, como son la honestidad, la austeridad, la responsabilidad
por el bien común, el espíritu de sacrificio, la cultura del trabajo, etc.
(cf. Argentina I, 3).
Así mismo, se ha ocupado de la necesidad de contribuir a la construcción de un
orden social más justo, pacífico y provechoso para todos, dando voz a los que
no la tienen u ocupándose en discernir, en los acontecimientos, exigencias y
deseos que comparte con sus contemporáneos, cuáles son los signos verdaderos
de la presencia o del designio de Dios (cf. Gaudium et spes, 11),
buscando formas de colaboración leal en aquellas iniciativas que persiguen el
bien integral de la persona (cf. Venezuela, 5).
Aunque a la Iglesia no le corresponde señalar cuáles son las medidas técnicas
a adoptar ante las cuestiones sociales, sí está llamada a favorecer el diálogo
entre las partes interesadas en caso de conflicto, evitando el recurso a la
violencia y ayudando a construir un futuro con la colaboración de todos (cf.
Argentina I, 3.)
Un aspecto que merece un tratamiento especial es el de la problemática de los
emigrantes. Ya en la exhortación apostólica Ecclesia in America (cf. n. 65),
el Papa se había hecho eco de la voz de los padres sinodales. Después, en los
discursos de las visitas ad limina, no ha olvidado a quienes dejan su
tierra en busca de mejores condiciones de vida y han de afrontar dificultades de
carácter material y espiritual. En este sentido, a los obispos del Ecuador les
recuerda que hay que interesarse por esta parte de la grey, planteando una
pastoral de emigración que siga a quienes cambiaron de lugar, les promueva la
inserción en las Iglesias particulares de destino y, también, les facilite la
integración familiar (cf. Ecuador, 4). En el discurso a los obispos brasileños
de la región sur 2, después de alabar los intercambios que se llevan a cabo
entre las Conferencias episcopales para armonizar gradualmente las diversas
pastorales y la acogida generosa y digna, las pone en guardia frente al peligro
de las sectas que encuentran en estos fieles un terreno propicio para su extensión
(cf. n. 5; Ecclesia in America, 73).
Este apartado sugiere algunos puntos de reflexión: ¿Cómo se proclaman
los valores cristianos de la justicia, la solidaridad y la libertad, que tienen
su origen en Dios y son fuente de la fraternidad universal? En las orientaciones
pastorales, ¿se establecen actitudes concretas que, más allá de pretender ser
soluciones técnicas, ayuden a discernir a los fieles los valores permanentes de
la convivencia social y a actuar según los criterios de la justicia social?
Ante el fenómeno de la emigración, ¿nuestros servicios pastorales incluyen
esta realidad, tantas veces fuente de marginación? La atención a los
emigrantes, ¿nos lleva a preocuparnos efectivamente por la inserción en otras
comunidades y a la atención humana y espiritual de los fieles que han emigrado
a otros países en busca de una situación mejor? ¿Hay acciones conjuntas de
cara a este y otros problemas sociales a través del intercambio y estrecha
colaboración fraterna entre las distintas Conferencias episcopales?
La atención a los pobres, a los necesitados y a los indígenas
La atención a los pobres, a los necesitados y a las poblaciones indígenas,
tantas veces olvidadas o no tenidas en la debida consideración, es honor de la
Iglesia. Ya en la exhortación apostólica Ecclesia in America el
Papa señala que "amando a los pobres, el cristiano imita las actitudes del
Señor, que en su vida terrena se dedicó con sentimientos de compasión a las
necesidades de las personas espiritual y materialmente indigentes. La actividad
de la Iglesia en todas las partes del continente es importante" (n. 58).
Con referencia especialmente a los indígenas, el mismo documento señala que se
"debe dedicar una especial atención a aquellas etnias que todavía hoy son
objeto de discriminaciones injustas. En efecto, hay que erradicar todo intento
de marginación contra las poblaciones indígenas. Ello implica, en primer
lugar, que se deben respetar sus tierras y los pactos contraídos con ellos:
igualmente, hay que atender a sus legítimas necesidades sociales, sanitarias y
culturales" (n. 64).
Con estos principios, el Santo Padre ha aprovechado algunos de los discursos en
la visita ad limina para referirse a estas situaciones. Así, en el
primer discurso, el dedicado a los obispos de Panamá, reconoció que "la
Iglesia y sus pastores tienen una gran tradición de asistencia a los
necesitados, de defensa de las minorías étnicas, de promoción humana"
(n. 7), animando a proseguir por ese camino, promoviendo "con mayor
creatividad una nueva imaginación de la caridad" (cf. Novo millennio
ineunte, 50).
Para llevar adelante esta acción, el Papa propone algunas líneas de actuación:
a) Mantener la voz profética frente al perpetuarse de situaciones de
discriminación. En este sentido, la Iglesia se encuentra con el hombre y
"lo libera de tantas opresiones, promueve el desarrollo integral de las
personas y ennoblece la cultura de cada pueblo, purificando y llevando a
plenitud sus valores peculiares" (Paraguay, 2).
b) Orientar la creatividad hacia la búsqueda de medios y actividades, por
parte de todos y cada uno, en la construcción de su propio porvenir.
c) La Iglesia no puede conformarse con la búsqueda de un simple bienestar
o comodidad de vida, sino que ha de promover el bien integral de la persona, el
respeto de la verdadera dignidad de cada ser humano, lo cual implica el respeto
de los derechos humanos fundamentales y del sentido de responsabilidad,
solidaridad y cooperación para construir un mundo mejor para todos.
Este importante apartado nos puede inducir a reflexionar sobre algunos puntos,
como por ejemplo, el tipo de colaboración evangélica con los poderes públicos
para superar las situaciones de pobreza material, tantas veces origen de
degradación humana; así mismo, ver cómo en los planes de formación de los
seminarios y casas de religiosos figure de manera específica la preparación en
la caridad de Cristo. ¿Promovemos instituciones eclesiales: parroquiales,
diocesanas o nacionales, que salgan al paso inmediato de las diversas y múltiples
formas de pobreza que surgen en nuestros ambientes, a veces simplemente por
calamidades naturales y son fuente de desesperación para nuestros hermanos? ¿Predicamos
a nuestros fieles que la atención a los pobres, por encima de razones políticas
o coyunturales, ha de hacerse sobre todo por motivos teológicos, es decir, por
amor a Dios, que se hace pobre en Jesucristo? ¿Estamos siempre dispuestos a
interpelar la conciencia de los responsables del bien público para que
garanticen el desarrollo de los pueblos indígenas y a aceptar nosotros mismos y
nuestras comunidades ser instrumentos de salvación en los distintos ámbitos en
los que estas etnias viven, a veces incluso siendo víctimas de injusticias?
A modo de conclusión
Como decía al principio, las visitas ad limina de 2001-2003 han
sido llevadas a cabo a la luz de la exhortación apostólica postsinodal Ecclesia
in America y con el rico patrimonio espiritual de la celebración del gran
jubileo del año 2000. En el ejercicio de su potestad ordinaria sobre toda la
Iglesia y movido por la sollicitudo omnium Ecclesiarum, el Santo Padre se
ha dirigido al Episcopado de cada país latinoamericano, animándolos a
anunciar, acrecentar y promover el don más grande que tiene América Latina:
su fe. Para ello, ha estimado oportuno lanzar una serie de sugerencias que
podemos ver en estos discursos, que han sido someramente examinados en esta
ponencia, pero que son depositarios de una riqueza que va mucho más allá de lo
que yo les haya podido decir en esta tarde. Por eso, quiero concluir invitando
de corazón a retomar el volumen que nos ofrece la Pontificia Comisión para América
Latina, a penetrar con la mente y el corazón en este rico magisterio del Papa,
donde podemos encontrar indicaciones muy certeras para ejercer el ministerio
episcopal en esta hora histórica del continente americano. Hoy, como siempre,
hemos de llevar a nuestro pueblo a unirse cada vez más a Cristo, poniendo en él
toda la confianza, ya que es el único Salvador del mundo (cf. declaración Dominus
Jesus, III).
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