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SAGRADA CONGREGACIÓN PARA EL CLERO

NORMAS DIRECTIVAS
PARA LA COLABORACIÓN DE LAS IGLESIAS PARTICULARES
Y ESPECIALMENTE PARA UNA MEJOR DISTRIBUCIÓN
DEL CLERO EN EL MUNDO

 

I. Prólogo

Enseñanzas del Concilio Vaticano II

1. Después que Cristo Nuestro Señor confió a los Apóstoles, antes de su ascensión al cielo, la misión de ser sus testigos "hasta los extremos confines de la tierra" (Act 1, 8), todos sus esfuerzos y preocupaciones no tuvieron otro objetivo sino la ejecución fiel del mandato de Cristo: "Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura" (Mc 16, 15).

La Iglesia, como lo demuestra la historia, no ha cesado de dedicarse con fidelidad y fervor, a lo largo de los siglos, a la actuación práctica del tal mandato. Asimismo, recientemente los sucesores de los Apóstoles, procedentes de todo el mundo y reunidos en el Concilio Ecuménico Vaticano II, insistieron en el cumplimiento de dicho mandato con estas palabras: "(Los Pastores) demuestren su solicitud en aquellas partes del mundo, donde la Palabra de Dios no ha sido aún anunciada o donde, a causa de la escasez de sacerdotes, los fieles corren el peligro de alejarse de la práctica de la vida cristiana y aun de perder la fe". Por este motivo, preocúpense los obispos "de preparar dignos sacerdotes y auxiliares tanto religiosos como laicos, no sólo para las misiones, sino también para las regiones donde el clero sea insuficiente [1].

Institución de una comisión para la distribución del clero

2. Para poner en práctica esta orientación del Concilio, el Sumo Pontífice Pablo VI, con el Motu proprio Ecclesiae Sanctae, quiso que fuese instituida en la Santa Sede una Comisión especial "con el fin de emanar principios generales para una mejor distribución del clero, teniendo en cuenta las necesidades de las diversas Iglesias"[2]. De acuerdo con lo establecido por la Constitución Apostólica Regimini Ecclesiae universae, la citada Comisión está constituida en el ámbito de la Sagrada Congregación para el Clero [3].

Este Sagrado Dicasterio ha consultado ya, sobre tal materia, a las Conferencias Episcopales y ha celebrado un Congreso internacional en Malta en 1970 [4]. Además, después de haber convocado frecuentemente a sus miembros y de haber oído repetidas veces el parecer de los otros organismos de la Curia Romana, este mismo Dicasterio, ponderando bien la importancia y la oportunidad de la cuestión, ha preparado diligentemente normas directivas que, con la aprobación del Sumo Pontífice, promulga ahora por medio del presente documento.

 

II. Necesidad de cumplir el mandato de Cristo

Toda la Iglesia está llamada a evangelizar

3. El medio del que la Iglesia se debe servir para cumplir el mandato de Cristo es la evangelización; siguiendo el ejemplo de su Fundador, que ha sido el primer Evangelizador. De hecho, la Iglesia ha considerado siempre la evangelización como su principal y especifica misión. Más aún, existe solamente para esto, como declararon solemnemente los obispos en el Sínodo de 1977: "Deseamos confirmar nuevamente que el mandato de evangelizar a todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia" [5].

Consecuentemente, ningún bautizado y confirmado en la Iglesia está exento de tal deber, como ha advertido el Concilio Vaticano II: "Siendo misionera toda la Iglesia y puesto que la obra de la evangelización constituye un deber fundamental del Pueblo de Dios, el Sagrado Concilio invita a todos a una profunda renovación interna, a fin de que tengan una conciencia viva de la propia responsabilidad en orden a la difusión del Evangelio" [6].

Aunque todo cristiano deba colaborar en la misión de la Iglesia según la parte que le corresponde, sin embargo, teniendo presente la diversidad de sus miembros por lo que concierne a los servicios a realizar [7] son diversas las tareas del obispo, del presbítero, del religioso, y del laico.

La función de los obispos

4. El deber de la evangelización afecta ante todo a los obispos, los cuales —"sub Petro et cum Petro"[8]— no sólo deben ocuparse de la obra de evangelizar a los fieles de la propia diócesis, sino que deben también sentir la responsabilidad de la salvación del mundo entero. De hecho "en cuanto miembros del Colegio Episcopal y legítimos sucesores de los Apóstoles, están obligados, por Institución y precepto de Cristo, a tener por toda la Iglesia una solicitud [9] que, aunque no la ejerzan con actos de jurisdicción, contribuye en grado sumo al bien de la Iglesia universal" [10].

Es tarea del obispo procurar con todo esfuerzo que se cultive en los fieles desde la primera infancia, y se mantenga siempre vivo, un auténtico sentido católico [11], para amar a todo el Cuerpo místico de Cristo, especialmente a sus miembros más pobres, a los que más sufren y a los perseguidos a causa de la justicia [12]. Además, el obispo debe promover en su pueblo el celo misionero, para que a los obreros del Evangelio en tierras de misión no les falten las ayudas espirituales y materiales que necesiten; debe asimismo animar las vocaciones de los jóvenes a las misiones, y orientar la atención de los candidatos al sacerdocio hacia la dimensión universal de su misión y, por tanto, hacia la disponibilidad a servir incluso fuera de sus diócesis [13].

La tarea de los presbíteros

5. Los presbíteros, que junto con sus obispos actúan "en nombre y en la persona de Cristo cabeza" [14], colaboran de modo eminente en favor de la dilatación del reino de Dios en la tierra con su función de Pastores de almas, con la predicación de la Palabra de Dios y con la administración de los sacramentos de la Nueva Ley [15]. Por tanto, ellos, por medio de su ministerio, "hacen visible en sus sedes la Iglesia universal" [16].

Por otra parte, la misma comunidad cristiana necesita esencialmente la presencia de los sacerdotes, puesto que no puede estar verdaderamente formada sino mediante el sacrificio de Cristo que "por sus manos y en nombre de toda la Iglesia es ofrecido en la Eucaristía en modo incruento y sacramental" [17]; este acto litúrgico constituye el centro de la comunidad de los fieles [18]. Por ello, el Sínodo de los Obispos de 1971, refiriéndose al sacerdocio ministerial, declaró justamente que: "Si faltase la presencia y acción de su ministerio (del sacerdote)... la Iglesia no podría tener la certeza plena de su fidelidad y de su continuidad visible" [19].

Ahora bien, este don espiritual que los presbíteros reciben en la sagrada ordenación "no los prepara para una misión limitada y restringida, sino para una vastísima y universal misión de salvación hasta los últimos confines de la tierra, dado que todo ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles" [20]. Por ello, todos los sacerdotes deben alimentar en su corazón una disponibilidad interior y si alguno de ellos recibe del Espíritu del Señor una vocación especial, no se negará a marchar a otra diócesis, con el consentimiento de su obispo, para continuar su ministerio.

De todas formas, todos los sacerdotes deben ser sensibles a las necesidades de la Iglesia universal, y deben informarse sobre el estado de las misiones y de las Iglesias particulares que se encuentran en alguna dificultad especial, para que puedan exhortar a los fieles a participar en las necesidades de la Iglesia [21].

La participación de los religiosos

6. Los religiosos y las religiosas están ya íntimamente ligados al misterio de la Iglesia, en virtud de la profesión de los votos, y de la índole peculiar de su vida brota el deber de comprometerse para que "el reino de Cristo se enraíce y consolide en las almas y se dilate en todas las partes del mundo" [22]. En consecuencia, el Concilio Vaticano II no sólo les exhorta a mantener vivo el espíritu misionero, sino que invita igualmente a los Institutos —respetando sus fines específicos— a renovarse para que puedan responder a las actuales situaciones de modo que "la evangelización en las misiones sea cada vez más eficaz [23].

Además, los religiosos y las religiosas que pertenecen a Institutos misioneros, han sido, y lo son aún, modelos de vida dedicada enteramente a la causa de Cristo. Es admirable la prontitud que brota de su consagración a Dios y su completa disponibilidad para servir a Dios, a la Iglesia y a los hermanos; de hecho, "gracias a su consagración religiosa, son voluntarios y libres por excelencia para dejarlo todo e ir a anunciar el Evangelio hasta los confines del mundo" [24].

Finalmente, siendo el estado religioso un "don especial", está ordenado en favor de toda la Iglesia, cuya misión salvífica no puede en modo alguno prescindir de la participación de los religiosos" [25].

La vocación de los laicos

7. Todos los laicos, en virtud del bautismo y de la confirmación, están llamados por el Señor a un apostolado efectivo. "La vocación cristiana es también por su naturaleza vocación al apostolado" [26]. El apostolado de los laicos, aunque se realice principalmente en las parroquias, debe extenderse también a nivel interparroquial, diocesano, nacional e internacional. Más aún, los laicos deben preocuparse de "las necesidades del Pueblo de Dios en toda la tierra"; lo cual podrá realizarse ayudando a las obras misioneras tanto materialmente como con servicios personales [27].

Además, los laicos pueden ser llamados por la jerarquía a una cooperación apostólica más directa e inmediata. De hecho, durante los últimos decenios, la Iglesia ha descubierto la riqueza de posibilidades y recursos que la colaboración de los laicos puede ofrecer a su misión de salvación. La Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, basándose en las recientes experiencias, enumera ya diversas funciones como la de catequista, la de cristianos dedicados al servicio de la Palabra de Dios o a las obras de caridad, la de jefes de pequeñas comunidades, etc. Esta colaboración de los laicos, útil en cualquier parte, lo es sobre todo en tierra de misión para la fundación, animación y desarrollo de la Iglesia" [28].

Todos los miembros de la Iglesia, sean Pastores, laicos o religiosos, participan, cada uno a su modo, de la naturaleza misionera de la Iglesia. La diversidad de sus miembros, debida a la variedad de ministerios y carismas, como nos enseña el Apóstol, debe entenderse en el sentido de que "no todos los miembros tienen las mismas funciones", sino que sirviéndose unos a otros, forman un solo cuerpo de Cristo (Rom 12, 4) para poder cumplir mejor el propio mandato; de hecho, el Espíritu Santo impulsa a toda la Iglesia a cooperar en la realización del plan de Dios [29].

 

III. El cumplimiento del mandato de Cristo
en nuestro tiempo

Datos estadísticos de la población mundial

8. Si dedicamos nuestra atención al mundo que tenemos que evangelizar y, más concretamente, a la población no cristiana, no puede dejar de impresionarnos vivamente la insuficiencia de los medios de los que la Iglesia dispone hoy para afrontar este inmenso problema.

De hecho, en 1977 nuestro planeta contaba con 4.094.110.000 habitantes, de los que sólo 739.127.000 eran católicos, es decir, apenas el 18 por ciento de la población mundial [30].

Si luego consideramos el número de sacerdotes, relacionándolo con el número de habitantes del mundo, nos encontramos con que para cada 100.000 habitantes en Asia hay 2 sacerdotes, en África 4, en América Latina 13, en Oceanía 26, en América del Norte 29, y en Europa 37.

Desproporción de las fuerzas de apostolado dentro de la Iglesia

9. Si se examina la distribución de los ministros sagrados entre los mismos católicos, los datos estadísticos nos demuestran que por cada 100.000 católicos en América Latina hay 16 sacerdotes, 33 en África del Sur, 43 en Extremo Oriente, 93 en Europa, 104 en Oceanía, 120 en América del Norte y 133 en el Medio Oriente Asiático.

Todo esto pone de manifiesto una gran desproporción: mientras en Europa y en América del Norte se encuentra el 45 por ciento de los católicos del mundo, asistidos por el 77,2 por ciento de todos los sacerdotes de la Iglesia católica, en América Latina y en las Islas Filipinas, en cambio, donde habita igualmente el 45 por ciento de los católicos del mundo, sólo el 12,6 por ciento de sacerdotes prestan su asistencia espiritual. En otras palabras, la proporción de sacerdotes, para el mismo número de fieles es de 4 a 1 a favor de Europa y de América del Norte en confrontación con América Latina y las Islas Filipinas. Se debe notar que existe casi idéntica desproporción en esas mismas áreas geográficas si se considera el número de diáconos, de religiosos, de religiosas y de laicos.

Es cierto que el problema de una mejor distribución del clero no se resuelve simplemente a base de números, puesto que hay que tener en cuenta la evolución histórica, y las condiciones especificas de las Iglesias particulares más desarrolladas, las cuales, naturalmente, requieren un mayor número de ministros. De todas formas, los datos estadísticos indicados más arriba, tienen un peso que nos lleva a la reflexión y presenta graves problemas para quienes se interesan por una sana evolución de la Iglesia y, sobre todo, para quienes en Ella están revestidos de autoridad, como más adelante se dirá.

La escasez de clero constituye el mayor obstáculo

10. Para obedecer hoy a la voluntad de Cristo en orden a la evangelización, el mayor obstáculo parece derivarse de la fuerte disminución de vocaciones sacerdotales y religiosas; fenómeno que en los últimos decenios afecta a muchas regiones de antigua tradición cristiana, aunque no a todas, por el reducido número de candidatos, o por la dolorosa defección de algunos, o por la edad media más bien alta de los sacerdotes.

Con todo, si se consideran las condiciones de las diócesis que se encuentran más necesitadas, semejante penuria es muy relativa, como queda dicho en el número precedente. En realidad, la escasez de clero por sí misma, no debería ser obstáculo a la generosidad: "Las diócesis que sufren por la escasez de clero —como advertía Pío XII— no deberían dejar de escuchar las súplicas provenientes de las misiones que piden ayuda. El óbolo de la viuda, según la palabra del Señor, es un ejemplo a seguir: si una diócesis pobre socorre a otra pobre también, no se sigue de ello que la primera resulte empobrecida, porque el Señor nunca se deja ganar en generosidad" [31].

Todas las Iglesias particulares deberían meditar en la profecía mesiánica: "los pobres serán evangelizados" (Lc 7, 28), para que la prudencia excesivamente humana o terrena no sofoque los sentimientos de generosidad que impulsan a ofrecer el don de la fe a todos cuantos hoy podrían llamarse "pobres" en algún modo. Por tanto, debemos convencernos de que nunca se podrá cumplir el mandato de Cristo, si una Iglesia particular desease ofrecer a las Iglesias más pobres solamente el superfluo de sus fuerzas.

El plan de Dios y la limitación de las fuerzas humanas

11. Si confrontamos el número de los católicos con el de los no católicos, reflexionando al mismo tiempo sobre la misión confiada hoy a la Iglesia para el cumplimiento del mandato de Cristo, podríamos caer fácilmente en el pesimismo; tanto más, sabiendo que la desproporción tal vez crecerá en un futuro próximo, y que la indiferencia de muchísimos católicos va aumentando, incluso como consecuencia de otros males cual el secularismo, el naturalismo, el materialismo, etc., que han invadido el tenor de vida de países de antigua tradición cristiana.

Pero no debemos olvidar que la Iglesia —si sólo se consideran los medios humanos— nunca se ha encontrado a la altura de la grandeza de su vocación en el mundo. Más aún: esta insuficiencia fue ya prevista por su mismo Fundador cuando al designar a sus 72 discípulos, les dijo: "La mies es mucha y los obreros pocos"; y añadió: "Rogad, pues, al dueño de la mies para que mande obreros a su mies" (Lc 10, 2), deseando inculcar de este modo en la mente de los discípulos que la oración es el medio más eficaz para superar los obstáculos, puesto que no se trata de una tentativa o empresa humana, sino de la realización de un designio divino. De hecho, con la oración, por medio de la cual reconocemos nuestra necesidad de la ayuda de Dios, no sólo asumimos nuestras responsabilidades en la ejecución del plan divino haciéndonos disponibles para ser "enviados", sino que además ejercemos un influjo directo sobre el aumento de las vocaciones, puesto que el Señor nos ha advertido expresamente que el número de los obreros depende de la oración.

Ciertamente nos ha sido revelado el designio divino de salvación para todos los hombres, pero queda oscuro y misterioso el tiempo en el que el reino mesiánico llegará a su plenitud: "A vosotros no os toca conocer los tiempos y momentos que el Padre ha reservado en su poder" (Act 1, 7). Estas palabras parecen también indicar que el mandato de Cristo necesita tiempo para ser realizado. En verdad la historia de la Iglesia nos demuestra que en el transcurso de los siglos se han verificado momentos de gracia, cuando una multitud de pueblos recibían la semilla de la Palabra de Dios; pero es necesario reconocer que han existido y existen aún, tiempos menos favorables, sobre todo para ciertos pueblos [32].

Descubrir los momentos y la hora de la gracia, e indicar cuáles son los pueblos maduros para recibir el Evangelio, es tarea de aquellos que, iluminados por la luz de Cristo, pueden leer los signos de los tiempos, y lo es sobre todo para aquellos que el Espíritu Santo ha puesto como cabeza de su Iglesia (Act 20, 28). En relación con esto, nos complace recordar el ejemplo del Papa Pío XII, que en su Carta Encíclica Fidei Donum, recomendaba a todos los hijos de la Iglesia la tierra de África, como continente ya maduro para la evangelización [33].

Testimonio de la Iglesia primitiva

12. Todo lo afirmado concuerda perfectamente con la historia de la Iglesia primitiva. Los Hechos de los Apóstoles demuestran con evidencia que nuestros antepasados en la fe pensaban lo mismo [34]. Su método apostólico era precisamente éste: enviar mensajeros del Evangelio a otras regiones, sin preocuparse de si la comunidad local se había convertido en su totalidad a la fe de Cristo. Así obedecían los Apóstoles y sus colaboradores al mandato de Dios: "Id y enseñad a todas las gentes" (Mt 28,19), poniendo toda su confianza en la voluntad de Dios que quiere "que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2, 4).

El Concilio Vaticano II recomienda el mismo método. "Es muy conveniente que las Iglesias jóvenes participen cuanto antes, de hecho, en la misión universal de la Iglesia, enviando misioneros a predicar el Evangelio por todas partes, aunque padezcan de escasez de clero". Y la razón es que: La comunión con la Iglesia universal alcanzará en cierto modo su perfección sólo cuando ellas tomen parte activa en el esfuerzo misionero dirigido hacia otras naciones" [35]

 

IV. Tareas y deberes de las Iglesias particulares

La Iglesia particular como comunidad

13. La diócesis, en cuanto Iglesia particular, es una porción del Pueblo de Dios que ha sido confiada al obispo, para que, con la colaboración del presbiterio, sea gobernada, alimentada con la enseñanza y santificada [36]. Pero para que pueda formarse una comunidad diocesana verdadera y viva, es necesario que las estructuras de base, y especialmente las parroquias, cultiven el sentido de la diócesis y se sientan en ella como células vivas, integrándose así en la Iglesia universal [37]. Por eso el Concilio exhorta a los párrocos a desarrollar su función de modo que "los fieles y las comunidades parroquiales se sientan realmente miembros no sólo de la diócesis, sino también de la Iglesia universal" [38].

En esta Iglesia particular "está verdaderamente presente y actúa la Iglesia de Cristo, una, santa, católica y apostólica" [39]. De ello se deduce que la diócesis debe reproducir perfectamente, en su ambiente concreto, la Iglesia universal; es necesario que se convierta en signo que presente Cristo a todos cuantos con ella tengan alguna relación [40].

La Iglesia particular en relación con las otras Iglesias

14. Dado que la Iglesia particular ha sido formada "a imagen de la Iglesia universal" ([41], en su seno se reflejan la esperanza y la angustia, la alegría y la tristeza de toda la Iglesia. Es cierto que la Iglesia particular debe evangelizar ante todo la porción del Pueblo de Dios que le ha sido confiada, es decir: a aquellos que han perdido la fe o a quienes ya no la practican [42]; pero tienen también el sacrosanto deber de "promover toda actividad que es común a la Iglesia universal" [43].

En consecuencia, la Iglesia particular no puede cerrarse en sí misma sino que —como parte viva de la Iglesia universal— debe abrirse a las necesidades de las otras Iglesias. Por tanto, su participación en la misión evangelizadora universal no es algo dejado a su arbitrio, aunque sea generosa, sino que debe considerarse como una ley fundamental de vida. De hecho, disminuiría su impulso vital si ella, concentrándose únicamente en sus problemas, se cerrase a las necesidades de las otras Iglesias. En cambio, adquirirá nuevo vigor cada vez que amplíe sus horizontes hacia los demás. Este deber de la Iglesia particular lo pone claramente de relieve el Concilio Vaticano II, cuando afirma que la renovación, más aún, la sana reforma de la Iglesia particular, depende del grado de caridad eclesial con el que ella se esfuerza por llevar el don de la fe a las otras Iglesias: "La gracia de la renovación no puede crecer en las comunidades, si cada una de ellas no amplía los espacios de la caridad hasta los confines de la tierra, demostrando para quienes están lejos, la misma solicitud que tiene por sus miembros" [44].

Significado de la colaboración recíproca

15. Sería de gran utilidad para la Iglesia universal, que las comunidades diocesanas se esforzaran por desarrollar relaciones recíprocas, intercambiándose ayudas y bienes; así surgiría una comunión y cooperación de las Iglesias entre sí, hoy más que nunca necesaria para que pueda continuar felizmente el trabajo de la evangelización [45].

Cuando se trata de este tema, con frecuencia se usan expresiones, como "diócesis ricas" o "diócesis pobres"; expresiones que podrían inducir a error, como si una Iglesia diese solamente ayuda y la otra se limitara a recibirla. Hay que plantear la cuestión en otros términos: de hecho se trata de un intercambio de colaboración, pues existe una verdadera reciprocidad entre las dos Iglesias, porque la pobreza de una Iglesia que reciba ayuda hace más rica a la Iglesia que se priva para dársela, y lo hace tanto vigorizando el celo apostólico de la comunidad más rica, cuanto comunicándole sobre todo sus experiencias pastorales, que con frecuencia son utilísimas y pueden referirse a un modo más simple pero más eficaz de trabajo pastoral, al apostolado de los auxiliares laicos a pequeñas comunidades, etc.

Los artífices de esta colaboración común serán los mismos ministros elegidos por el obispo, los cuales se sentirán mensajeros de la propia comunidad, como embajadores de Cristo ante la otra.

Además, para hacer más intenso y vivo este intercambio recíproco de experiencias pastorales, la diócesis, o incluso una comunidad parroquial grande, podrá hacer un pacto de fraternidad con una comunidad pobre, a la cual, además de ayuda material, podrá enviar ministros sagrados como colaboradores. Este tipo de cooperación recíproca, como la experiencia demuestra, podrá ser utilísimo para ambas comunidades [46].

Necesidad de acoger las peticiones de ayuda

16. Teniendo en cuenta la situación descrita, las Iglesias particulares deben adquirir una clara conciencia de su común responsabilidad y, sensibilizándose para acoger las peticiones de socorro, deben mostrarse dispuestas a ayudar a las que lo necesiten. Entre éstas, en primer lugar merecen ser ayudadas las Iglesias nuevas que sufren por la gran escasez de sacerdotes y por la falta de medios materiales; pero también es necesario ofrecer ayuda a las Iglesias que, aun existiendo desde hace muchos años, se encuentran, por diversas circunstancias, en un estado de extrema necesidad [47].

Está claro que se puede ayudar eficazmente a las Iglesias necesitadas con el envío de sacerdotes y de otros colaboradores. Naturalmente, el objetivo de esta ayuda no puede ser la simple cobertura de lagunas existentes, sino que los ministros enviados, una vez integrados en el apostolado local, deben ser capaces de convertirse —como pedagogos— en verdaderos educadores en la fe; de modo que las Iglesias locales, sin perder su carácter autóctono, lleguen poco a poco a desarrollarse y fortalecerse de forma que puedan afrontar las necesidades con sus propios medios. Esto explica por qué se ha rogado a los obispos, y a otros superiores, que para este tipo de evangelización envíen "algunos de sus mejores sacerdotes" [48].

Necesidad de reformar las estructuras eclesiásticas

17. Para que una Iglesia particular pueda cumplir más adecuadamente su deber de ayudar a las otras que se encuentran necesitadas, es ante todo necesario que dentro de ella se proceda a una revisión de fuerzas y a una reestructuración de la organización tradicional. Y la razón es que de hecho, en las regiones tradicionalmente cristianas, se han verificado fenómenos sociales que han transformado las estructuras de la sociedad; por tanto también las estructuras eclesiásticas deberían adaptarse a la nueva realidad. Baste citar entre los nuevos fenómenos: la transmigración de la gente a las regiones industriales; el urbanismo con la consiguiente despoblación de otras zonas, el problema general de los emigrados en busca de trabajo o por motivos políticos [49]; el fenómeno de la difusión del turismo durante períodos más o menos largos (por ejemplo durante las vacaciones o los fines de semana) [50]. Todos estos fenómenos requieren una peculiar presencia de los sacerdotes que, en estas nuevas circunstancias de vida, deberán afrontar una cura de almas especializada.

Por todo ello se plantea el problema de si se deben y cómo se deben renovar las estructuras que antes bastaban para el servicio de las necesidades espirituales del Pueblo de Dios. Ciertamente esta revisión no es fácil y requiere mucha prudencia y circunspección. El obispo, ayudado por los consejos presbiteral y pastoral, debería elaborar un proyecto orgánico para un empleo mejor de quienes participan efectivamente en la cura de almas. No se puede ya aplazar la solución de este problema sin perjuicio para la Iglesia. En efecto, no es raro el hecho de que, a pesar de la lamentada escasez de clero, se encuentren sacerdotes que se sienten frustrados porque su trabajo es insuficiente para llenar sus jornadas y naturalmente desearían trabajar más intensamente.

Con el fin de proveer mejor a las crecientes necesidades de la cura de almas, el obispo tiene el deber de interesar en esta tarea a los sacerdotes religiosos que, por otra parte "en cierto sentido puede considerarse que pertenecen al clero diocesano", así como a todos los otros religiosos, hombres y mujeres, incluso los exentos, que viven y actúan en medio del Pueblo de Dios, porque también ellos "bajo cierto aspecto pertenecen a la familia diocesana"; en ambos casos hay que tener en cuenta la índole propia de cada Instituto religioso [51]. En relación con esto, la Sagrada Congregación para los Obispos, junto con la de Religiosos e Institutos Seculares han publicado recientemente sabias normas para su colaboración cordial en el plano formativo, operativo y organizativo [52].

En los últimos tiempos, los Pastores llaman cada vez más frecuentemente a los laicos al servicio de las comunidades eclesiales; éstos aceptan de buen grado las tareas que les son confiadas, dedicando sus energías al servicio de la Iglesia a tiempo pleno o parcial. Así se vuelve en la actualidad a la práctica de la Iglesia de los primeros tiempos, cuando los laicos se comprometían en diversos servicios en consonancia con sus inclinaciones y carismas, y según las necesidades y la utilidad del Pueblo de Dios "para el crecimiento y la vitalidad de la comunidad eclesial" [53].

V. Órganos para la colaboración entre las Iglesias particulares

Las Conferencias Episcopales

18. El papel principal e indispensable para una colaboración más eficaz entre las Iglesias particulares compete a las Conferencias Episcopales cuyo fin especifico consiste en coordinar la pastoral de conjunto. En relación con esto, el Sumo Pontífice Pablo VI, en su Motu proprio Ecclesiae sanctae, dispone que: "Compete a los Sínodos Patriarcales y a las Conferencias Episcopales, de acuerdo con las prescripciones de la Sede Apostólica, fijar el ordenamiento y dictar normas para los obispos, con, el fin de obtener una oportuna distribución del clero tanto del propio territorio cuanto del que provenga de otras regiones; provéase con esta distribución a las necesidades de todas las diócesis del propio territorio, sin olvidar el bien de las Iglesias de tierra de misión y de las naciones que tienen insuficiencia de clero" [54].

Por tanto, además de proveer a las necesidades de la cura pastoral del propio territorio, se recomienda a las Conferencias Episcopales otras dos necesidades, a saber: el primer anuncio del Evangelio en tierra de misión, y la ayuda a las Iglesias más necesitadas en general. Ambos deberes afectan a cada una de las Iglesias particulares; sin embargo, para que todo resulte bien ordenado, se requiere la colaboración de todos los obispos de la misma nación o del mismo territorio. Para proveer a estas necesidades cada Conferencia Episcopal debe constituir dos comisiones: una para la mejor distribución del clero y otra para las misiones [55]. Dado que la institución de ésta última tiende a promover el celo misionero y, en cierto modo, ambas tienen un fin similar, parece necesaria la colaboración entre las dos comisiones, más aún: a veces, será conveniente la unificación de las mismas.

Solicitud por los territorios de misión

19. Por lo que se refiere al primer anuncio del Evangelio, es decir, las misiones, la dirección suprema de las cuestiones compete a la Sagrada Congregación para la Evangelización de los Pueblos, que "tiene competencia para las cosas que se relacionan con todas las misiones instituidas para difundir por todas partes el reino de Cristo y, por tanto, para la constitución y cambio de los ministros necesarios y de las circunscripciones eclesiásticas; para proponer las personas que han de regirlas; para la promoción más eficaz del clero autóctono, al que serán confiadas gradualmente tareas más importantes y el gobierno; para dirigir y coordinar toda la actividad misionera en cada parte de la tierra, tanto por lo que se refiere a los mismos misioneros como por lo que concierne a la cooperación misionera de los fieles" [56].

En este contexto, a las Conferencias Episcopales compete promover la participación activa del clero diocesano en el apostolado de las misiones; establecer una determinada contribución económica en favor de las obras misioneras; intensificar cada vez más las relaciones con los Institutos misioneros y colaborar en favor de la creación o ayuda a seminarios que sirven a las misiones [57].

En cuanto a las obras misioneras, la comisión episcopal constituida en cada Conferencia Episcopal debe incrementar la actividad misionera y la conveniente colaboración entre las diócesis; por ello deberá mantener relaciones con las otras Conferencias y. preocuparse de que la distribución de las ayudas a las misiones se haga, posiblemente, con una justa proporción [58].

Solicitud por las Iglesias particulares más necesitadas

20. Como queda indicado más arriba, cada Conferencia Episcopal debe instituir otra comisión episcopal que tenga como fin el de "indagar sobre las necesidades de las diversas diócesis de su territorio y sobre sus posibilidades de ofrecer a otras Iglesias algunos elementos del propio clero; el de velar por el cumplimiento de las decisiones tomadas y aprobadas por la Conferencia relacionadas con la distribución del clero, y referirlas a los obispos interesados" [59].

Por tanto, la tarea de dicha comisión es doble. Ante todo la de remediar los posibles desequilibrios del propio territorio. En efecto, no es raro notar una gran desproporción en el número de sacerdotes, pues mientras algunas diócesis tienen abundancia de clero, en otras la insuficiencia de sacerdotes pone en peligro incluso la conservación de la fe.

La otra tarea se refiere a la solicitud hacia las Iglesias particulares que se encuentran fuera del propio territorio, para ayudarles en virtud del vinculo de comunión existente entre las Iglesias particulares y del que ya hemos hablado.

Este trabajo se debe desarrollar ante todo indagando sobre las necesidades de las diócesis, teniendo en cuenta la proporción entre el número de fieles y el de Pastores; luego se presentará a la Conferencia Episcopal una relación sobre las necesidades más urgentes y sobre las posibilidades de ayudar a las Iglesias más necesitadas.

Por lo que se refiere a este segundo deber de la comisión, se han emprendido ya algunas interesantes iniciativas que en este campo producen buenos frutos [60].

Colaboración con los Consejos Superiores Religiosos

21. Para la coordinación de las actividades ministeriales y de las obras apostólicas en el territorio de una misma Conferencia Episcopal, se requiere una colaboración más estrecha entre el clero diocesano y los Institutos religiosos. La promoción de esta tarea común compete a la Conferencia Episcopal. Pero dado que una cooperación eficaz depende en gran parte de una disposición interna que, poniendo en segundo lugar los intereses particulares, tienda únicamente al bien general de la Iglesia, conviene que los obispos y los superiores religiosos se reúnan en tiempos establecidos para examinar lo que ha de hacerse en común en los respectivos territorios [61]. Por este motivo el Motu proprio Ecclesiae Sanctae establece que se forme una comisión mixta entre la Conferencia Episcopal y el Consejo Nacional de Superiores Mayores, para las cuestiones que conciernen a las dos partes [62]. El tema principal de las reuniones de dicha comisión mixta deberá precisamente referirse a una distribución mejor y más conveniente de las fuerzas de apostolado, determinando prioridades y opciones en sel esfuerzo común de promover un apostolado de conjunto ([63]. Las deliberaciones de dicha comisión deberán ser luego sometidas, por razón de competencia, al examen de la Conferencia Episcopal y del Consejo de Superiores religiosos [64].

Concientización de los fieles

22. Nunca se subrayará bastante el primer y principal deber de ambas comisiones, que consiste en tener continuamente bien informada a la opinión pública de los fieles tanto sobre las necesidades de las misiones como sobre la situación de las Iglesias particulares que se encuentran en dificultad. Por ello, dichas comisiones deben utilizar todos los medios de comunicación social, deben ayudar y difundir revistas y otras publicaciones de este tipo, así como intervenir en la preparación y ejecución de programas bien concretos, de modo que los problemas aparezcan evidentes.

El fin de todo esto, además del de obtener una información buena y rápida, es el de despertar en los fieles la conciencia de su responsabilidad y desarrollar en ellos el sentido de la catolicidad por medio de una colaboración activa y madura de las Iglesias particulares [65].

 

VI. Ministros sagrados enviados a otras diócesis

Necesidad de una vocación especial

23. Aunque todos los fieles, cada uno a su manera, deben participar en la obra de evangelización, quien desea ejercer el ministerio sagrado en otra diócesis, necesita una vocación especial. En realidad, toda la comunidad, bajo la dirección del obispo, debe pedir al Espíritu Santo el don de las vocaciones con oraciones y obras de penitencia, para que haya sacerdotes, religiosos y laicos disponibles a dejar su patria y marchar a cumplir el mandato de Cristo en otro campo.

Por lo que se refiere a la preparación de los jóvenes, es necesario inculcar en ellos desde su tierna edad una mentalidad verdaderamente católica; en cuanto a los candidatos al sacerdocio es preciso que durante su formación, además de cultivar el amor hacia la diócesis para cuyo servicio serán ordenados, se interesen también por toda la Iglesia [67].

Idoneidad de los ministros

24. Esta vocación especial presupone en el candidato una índole adecuada y peculiares dotes naturales. Entre las cualidades síquicas, se consideran necesarias la fortaleza de ánimo y un sincero espíritu de servicio. Por ello, los superiores deben ser muy diligentes en la dirección espiritual para encontrar candidatos aptos e idóneos. Naturalmente, se supone que los obispos destinan a esta tarea a sus mejores sacerdotes, los cuales no sólo deben poseer una segura doctrina sagrada, sino que deben distinguirse por una fe firme, una esperanza inquebrantable y el celo por las almas [68] a fin de que, por cuanto esté de su parte, puedan transmitir verdaderamente la fe a los demás.

Preparación necesaria

25. Todos los ministros que van a otra diócesis, necesitan una preparación adecuada por lo que se refiere a la formación humana, la ortodoxia de la doctrina y el estilo de vida apostólico. En cuanto a los sacerdotes que vayan a una diócesis de otra nación para anunciar el Evangelio, deben recibir una formación especial, es decir, deben conocer la cultura y la religión de aquel pueblo; tener en cuenta su lengua y sus costumbres, adquirir la práctica del idioma y la comprensión de las condiciones sociales, de los usos y de las costumbres; deben asimismo examinar atentamente el ordenamiento moral y las convicciones íntimas que dicho pueblo se ha formado sobre Dios, sobre el mundo y sobre el hombre, según sus tradiciones religiosas [69]

Necesidad de una convención para el traslado

26. El traslado de los ministros de una diócesis a otra, sobre todo si son sacerdotes, es necesario que se realice ordenadamente. El Ordinario "a quo" debe enviar al Ordinario "ad quem" noticias exactas y claras sobre quienes deben ser enviados, especialmente si los motivos del traslado pueden dar lugar a sospechas.

Es absolutamente necesario que los derechos y los deberes de los sacerdotes que se ofrecen espontáneamente para marchar a otra diócesis, sean , cuidadosamente definidos en una convención escrita entre el obispo "a quo" y el obispo "ad quem" [70]; para que dicha convención —preparada incluso con la participación del sacerdote— tenga valor normativo, debe ser aceptada y firmada por el sacerdote interesado; además, éste poseerá una copia del documento, y otra se conservará en cada una de las dos curias.

Hágase también esta convención cuando se trata de auxiliares laicos; para los religiosos, es necesario observar las constituciones del Instituto al que pertenecen. El mismo principio, con la debida proporción, vale también para lo que se dice en los números siguientes.

Objeto de la convención

27. Es preciso definir en esta convención: a) la duración del servicio; b) las tareas concretas del sacerdote y el lugar del ministerio y de la vivienda, teniendo en cuenta las condiciones de vida de la región adonde el sacerdote se traslada; c) las ayudas de diverso tipo que recibirá y quién debe prestárselas; d) la seguridad social en caso de enfermedad, invalidez y vejez. Si se puede, será útil tratar además de la posibilidad de volver a visitar la patria de origen después de un cierto período.

Dicha convención no puede ser cambiada sin el consentimiento de los interesados. Queda firme el derecho del obispo "ad quem" de volver a mandar al sacerdote a su propia diócesis, después de haber avisado de ello previamente al obispo "a quo" y con la observancia de la equidad natural y canónica, en caso de que su ministerio comience a resultar perjudicial.

Deberes del obispo « a quo » y « ad quem » hacia los sacerdotes

28. Tenga el obispo "a quo", en cuanto sea posible, una solicitud especial hacia los sacerdotes que ejercen el ministerio sagrado fuera de la propia diócesis, considerándolos como miembros de su comunidad que actúan lejos; hágalo por carta, visitándoles personalmente o mediante otras personas, y ayudándoles de acuerdo con la convención. Por su parte el obispo "ad quem", que se beneficia de la ayuda de estos sacerdotes, debe garantizar su vida tanto material como espiritual, de acuerdo siempre con la convención.

Sacerdotes miembros del presbiterio de las otras diócesis

29. Cuando se trata de regiones notablemente diferentes por su lengua, costumbres y condiciones sociales, no se mande normalmente a ellas —excepto en casos de urgente necesidad— sacerdotes solos, sino más bien en grupo, para que puedan ayudarse mutuamente [71]. Dicho grupo deberá esforzarse por integrarse en el clero local de modo que no se perjudique de ninguna manera la colaboración fraterna.

Los sacerdotes trasladados a otra diócesis, deben respetar profundamente al obispo del lugar y prestarle obediencia según la convención. Por cuanto concierne al sistema de vida, deberán adaptarse a las condiciones de los sacerdotes autóctonos y esforzarse por cultivar su amistad, puesto que todos forman un solo presbiterio bajo la autoridad del obispo [72]. Por esto deben integrarse en la comunidad local como si fuesen miembros nativos de aquella Iglesia particular; todo esto exige una disponibilidad interna fuera de lo común y un profundo espíritu de servicio. Puesto que son ministros agregados a una nueva familia, deben abstenerse de emitir juicios y críticas sobre la Iglesia local, dejando esta función profética al obispo, a quien compete la plena responsabilidad del gobierno de la Iglesia particular.

Regreso de los sacerdotes a su patria

30. Los sacerdotes que deseen regresar a su diócesis una vez cumplido el plazo establecido en la convención, deben ser bien acogidos en ella; este regreso necesita una preparación, como la necesitó la ida a la misión. Estos sacerdotes deben gozar de todos los derechos en la diócesis de origen, en la que permanecieron incardinados, como si hubieran continuado en ella su ministerio sacerdotal sin ninguna interrupción [73]. Con las experiencias adquiridas, dichos sacerdotes pueden aportar notables ventajas espirituales a la propia diócesis. Además, los que regresan deberán poder contar con un tiempo suficiente, antes de asumir nuevas responsabilidades, para que puedan adaptarse a las nuevas situaciones que hubieran podido crearse durante su ausencia.

Incardinación en la nueva diócesis

31. En cuanto a la incardinación de los sacerdotes en otras diócesis, siguen todavía en vigor las prescripciones del Código de Derecho Canónico. Sin embargo, para la consecución de la misma "ope legis", el Motu proprio Ecclesiae Sanctae ha dictado una nueva norma con la que se tiene en cuenta el servicio prestado: "El clérigo que se traslada legítimamente de la propia diócesis a otra, transcurridos cinco años, será incardinado por derecho en esta última si habiendo comunicado por escrito su voluntad, tanto al Ordinario de la diócesis que le ha acogido, como al Ordinario propio, no ha recibido por escrito parecer contrario de ninguno de los dos en un plazo de cuatro meses" [74].

Conclusión

La situación actual de la Iglesia, sobre todo por lo que se refiere a la insuficiencia de clero para las necesidades más urgentes de la evangelización, podría llevar a muchos a una visión pesimista de las cosas, creando así un cierto desaliento en relación con el futuro de la Iglesia.

Semejante modo de pensar no es propio de cristianos, y mucho menos de los Pastores de almas.

En efecto, ésta no es toda la realidad eclesial sino un aspecto de ella si la miramos no de manera exterior y superficial, sino cristianamente, es decir, con la mirada de la fe, cuya luz sobrenatural nos hace descubrir, a través de la trama del acontecer humano, la presencia viva y operante del Espíritu Santo que anima la Iglesia y la conduce infaliblemente hacia el plan de salvación que Dios ha concebido para el hombre, plan que realiza a pesar de las violentas oposiciones con las que se intenta obstaculizar el camino de la Iglesia.

Por tanto, así como sabemos que a lo largo del curso de la historia de la Iglesia el agente principal de la evangelización es el Espíritu Santo que actúa moviendo a los cristianos para hacer progresar el reino de Dios y abriendo los corazones de los hombres a la Palabra divina, así debemos creer que el porvenir de la Iglesia está puesto bajo la dirección del mismo Espíritu. Entre tanto, es deber de todos nosotros invocarlo insistentemente y dejarnos guiar confiadamente por El, comprometiéndonos con todas nuestras fuerzas a fin de que permanezca viva en los fieles la convicción de la naturaleza misionera de la Iglesia, y crezca cada vez más la conciencia de la responsabilidad que cada cristiano, y sobre todo los Pastores de almas, tienen hacia la Iglesia universal.

Debemos realizar e intensificar este esfuerzo guiados y animados siempre por la esperanza cristiana "que no defrauda" (Rom 5, 5) porque se funda en las palabras de Cristo, que en el momento de dejar a sus discípulos entre las insidias y las fuerzas hostiles de este mundo, les prometió: "Yo estaré con vosotros todos los días, hasta la consumación de los siglos" (Jn 16, 33).

Roma, 25 de marzo de 1980, Solemnidad de la Anunciación del Señor

 

Cardenal Silvio ODDI,
Prefecto

Maximino ROMERO DE LEMA
Arzobispo tit. de Cittanova Secretario

 


 

NOTAS

[1] Decreto Christus Dominus, 6

[2] Motu proprio Ecclesiae Sanctae, I, 1, AAS 58, (1966), págs. 757 ss.

[3] Núm. 68, par. 2, AAS 59 (1967), págs. 885 ss.

[4] Atti del I Congresso "pro meliori cleri distributione in mundo" il mondo é la mia parrocchia, Roma 1971.

[5] "Declaración final de los padres sinodales", núm. 4. L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española 3 de noviembre, 1974, pág. 8. Cf. Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi núms. 6-15, AAS 68 (1976), págs. 5 ss.

[6] Decreto Ad gentes divinitus, 35.

[7] Constitución Lumen gentium, 13.

[8] Decreto Ad gentes divinitus, 38.

[9] Cf. Carta Encíclica Fidei donum, Pío XII, AAS 49 (1957), pág. 237.

[10] Constitución Lumen gentium, 23.

[11] Cf. "Directorium de pastorali ministerio Episcoporum" 1973, núm. 43, Roma.

[12] Constitución Lumen gentium, 23.

[13] Cf. Decreto Christus Dominus, 6. Decreto Ad gentes divinitus, 38.

[14] Decreto Presbyterorum ordinis, 2.

[15] Ibidem, núms. 4, 5, 6.

[16] Constitución Lumen gentium, 28.

[17] Decreto Presbyterorum ordinis, 2.

[18] Ibidem, núm. 5.

[19] I. núm. 4. AAS 63 (1971), págs. 898 ss.

[20] Decreto Presbyterorum ordinis, 10.

[21] Cf. Carta Apostólica Graves et increscentes, AAS 58 (1966), págs. 750 ss.

[22] Constitución Lumen gentium, 44.

[23] Decreto Perfectae caritatis, 20. Cf. Decreto Ad gentes divinitus, 40.

[24] Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, 69.

[25] Constitución Lumen gentium, 43. Cf. Sagradas Congregaciones para los Religiosos e Institutos Seculares, y para los Obispos: Notae directivae pro mutuis relationibus inter Episcopos et Religiosos in Ecclesia, AAS 70 (1978), págs. 373 ss.; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 30 de julio 1978, págs. 3-10.

[26] Decreto Apostolicam actuositatem, 2.

[27] Ibidem, 10.

[28] N. 73; cf. Constitución Lumen gentium, 22.

[29] Constitución Lumen gentium. 17.

[30] Cf. Annuarium Statisticum Ecclesiae, 1977, pág. 44.

[31] Carta Encíclica Fidei donum, AAS 49 (1957), pág. 244.

[32] Cf. Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, 50.

[33] AAS 49 (1957), págs. 225 ss.

[34] Cf. 8, 14; 11, 22, 13, 3 etc.

[35] Decreto Ad gentes divinitus, 20.

[36] Decreto Christus Dominus, 11.

[37] Decreto Apostolicam actuositatem, 10.

[38] Decreto Christus Dominus, 30.

[39] Ibidem, 11.

[40] Decreto Ad gentes divinitus, 20.

[41] Constitución Lumen gentium, 23.

[42] Cf. Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, núms. 55, 56.

[43] Constitución Lumen gentium, 23.

[44] Decreto Ad gentes divinitus, 37.

[45] Ibidem, 38.

[46] Cf. Instrucción de la Sagrada Congregación para la Evangelización de los Pueblos, Pro aptius, AAS 61 (1969), pág-276 ss.

[47] Decreto Ad gentes divinitus, 19.

[48] Ibidem, 38.

[49] Motu proprio Pastoralis migratorum cura, AAS 61 (1969), pág. 601; Instrucción de la Sagrada Congregación, para los Obispos, ib., págs. 614 ss.; Motu proprio Cartas Circulares de la pontificia Comisión para la Pastoral de las Migraciones y el turismo: Iglesia y movilidad humana, AAS 70 (1978), págs. 357 ss.

[50] Cf. Directorio General para el ministerio referente al Turismo, de la S. Congregación para el Clero, AAS 61 (1969), págs. 361 ss.

[51] Decreto Christus Dominus, 34, 35. Cf. Motu proprio Ecclesiae Sanctae, I, núm. 36.

[52] AAS 70 (1978), págs. 473 ss.

[53] Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, 73.

[54] I, 2.

[55] Motu proprio Ecclesiae Sanctae, I, 2, III, 9.

[56] Constitución Apostólica Regimini Ecclesiae universae, 82, AAS 59 (1967), págs. 885 ss.

[57] Decreto Ad gentes divinitus, 38.

[58] Motu proprio Ecclesiae Sanctae, III, 9.

[59] Motu proprio Ecclesiae Sanctae, I, 2.

[60] Para favorecer las relaciones entre las diócesis de América Latina, existen las siguientes Comisiones Episcopales: COPAL en Bélgica, CEFAL en Francia, CEIAL en Italia, CECADE-OCSHA en España, ADVENIAT en Alemania Federal, NCCB-LAB en los Estados Unidos, OCCAL en Canadá, etc.; todas estas Comisiones colaboran con la Pontificia Comisión para América Latina (CAL), que mantiene relaciones estrechas con el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM). Además, existe el Consejo General de la Pontificia Comisión para América Latina (COGECAL), formado por la CAL, por el CELAM, por los presidentes de las Comisiones Episcopales ya mencionadas, por el presidente de la Unión Internacional de Superiores Generales y por el presidente de la Conferencia de los Religiosos de América Latina.

[61] Decreto Christus Dominus, 35, 5, 6.

[62] II, 43, cf. Sagradas Congregaciones para los Religiosos e Institutos Seculares y para los Obispos, Notae directivae, 60-65, AAS 70 (1978), págs. 503 ss.

[63] Decreto Perfectae caritatis, 23.

[64] Notae directivae, 63, AAS 70 (1978), pág. 504.

[65] Decreto Ad gentes divinitus, 36.

[66] Decreto ibidem, 23, cf. Decreto Optatam totius, 2.

[67] Decreto Optatam totius, 20.

[68] Decreto Ad gentes divinitus, 25.

[69] Ibidem, 26.

[70] Motu proprio Ecclesiae Sanctae, I, 3, par. 2.

[71] Decreto Presbyterorum ordinis, 10.

[72] Decreto Ad gentes divinitus, 20.

[73] Motu proprio Ecclesiae Sanctae, I, 3, par. 4.

[74] Ibidem, I, 2, par. 5.

 

 

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