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IV JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Domingo de Ramos 19 de marzo de 1989

 

1. «Os digo que, si éstos callan, gritarán las piedras» (Lc 19, 40).

Así respondió Jesús cuando se le pidió que hiciera callar a sus discípulos, que habían ido con El a Jerusalén: “Reprende a tus discípulos” (Lc 19, 39).

Jesús no los reprendió.

Jesús, mientras bajaba del Monte de los Olivos, no impide a la multitud que lo salude aclamando: “¡Hosanna!”.

¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en lo alto” (Lc 19, 28).

En otra ocasión Jesús se había alejado entre la multitud, que quería proclamarlo rey. Esto sucedió después de la milagrosa multiplicación de los panes, cerca de Cafarnaún. Esta vez los peregrinos pascuales “se pusieron a alabar a Dios a gritos por todos los milagros que habían visto” (cf. Lc 19, 37).

Ahora Jesús no se aleja de ellos. No hace prohibiciones. No hace callar a los que gritan. No impide que alfombren el camino con sus mantos. Más aún, replica a los fariseos: “Si éstos callan, gritarán las piedras”.

Jesús sabe que ha llegado el momento de que se deje oír este grito ante las puertas de Jerusalén. Sabe que ya ha “llegado su hora”.

2. Esta hora —su hora— está inscrita eternamente en la historia de Israel. Y está también inscrita en la historia de la humanidad, así como Israel está inscrito en esta historia: ¡El pueblo elegido!

“Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor”.

Este pueblo ha fijado en su memoria el paso de Dios. Dios ha entrado en su historia, comenzando por los patriarcas, por Abraham. Y después a través de Moisés.

Dios ha entrado en la historia de Israel corno Aquel que “Es” (cf. Ex 3, 14).

“Es” en medio de todo lo que pasa. Y “Es” con el hombre. “Es” con el pueblo que ha elegido.

Yahvé —Aquel que “Es”— hizo salir a su pueblo de Egipto, de la casa de esclavitud y de opresión. Mostró de forma visible el invisible “poder de su derecha”.

No es sólo el Dios lejano de majestad infinita, Creador y Señor de todas las cosas. Se ha convertido en el Dios de la Alianza.

Los peregrinos que se dirigen a Jerusalén —y entre ellos Jesús de Nazaret— van allí para las fiestas pascuales. Para alabar a Dios por el milagro de la noche pascual en Egipto. Por la noche del éxodo.

El Señor pasó por Egipto e Israel salió de la casa de la esclavitud. Este es el Dios que libera, el Dios-Salvador.

3. “Bendito el rey que viene en el nombre del Señor”.

¡Estas palabras las pronuncian los labios de los hijos y de las hijas de Israel! Este pueblo espera una nueva venida de Dios, una nueva liberación. Este pueblo espera al Mesías, al Ungido de Dios, en quien está la plenitud del reino de Dios entre los hombres. Este reino lo habían representado en la historia los reyes terrenos de Israel y de Judá, el mayor de los cuales fue David: el rey-profeta.

El Mesías tenía que significar la plenitud del reino de Dios entre los hombres.

¿Y acaso también el reino terreno? ¿Y acaso también la liberación de la esclavitud de Roma?

Los hombres que cantan: “Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor”, dan testimonio de la verdad. ¿Acaso no viene de Dios Aquel que ha manifestado en medio de ellos tantos signos del poder de Dios? ¿Aquel que tinos días antes resucité a Lázaro?

¡Bendito!

Dan testimonio de la verdad. No podía faltar este testimonio. Si éstos callasen, entonces gritarían las piedras.

4. Jesús entra en Jerusalén al son de este testimonio. Va hacia su “hora”, en la que se revela la plenitud del reino de Dios en la historia del hombre.

El mismo lleva dentro de Sí esta plenitud. Es comienzo del reino de Dios en la tierra. El mismo Padre le dio este signo. Ese reino debe crecer por El y para El entre los hombres, debe permanecer y crecer en toda la familia humana.

Jesús conoce bien el camino que conduce a El.

El sabe que, “a pesar de su condición divina” (Flp 2, 6), tenía que “despojarse de su rango, tomando la condición de esclavo, pasando por uno de tantos” (cf. Flp 2, 7).

Sabe que El —Hijo de la misma substancia del Padre, “Dios de Dios, Luz de Luz”, y al mismo tiempo verdadero hombre “y actuando como un hombre cualquiera” (Flp 2, 7)— debe “rebajarse hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz” (cf. Flp 2, 8).

Jesús sabe que ésta es precisamente su “hora”. Que esta “hora” ya está cerca. En efecto, precisamente para ella —para esa “hora”— El ha “venido al mundo” (cf. Jn 12, 27).

En su humillación, en su cruz, en su muerte oprobiosa, Dios, —“Aquel que es”— pasará por la historia del hombre. Pasará mucho más de cuanto haya pasado la noche del éxodo de la esclavitud de Egipto.

Y, mejor aún: liberará.

Precisamente por medio de esa obediencia filial hasta la muerte: liberará.

Esta será la liberación del mal fundamental que, a partir de la “desobediencia” originaria, pesa sobre el hombre como pecado y como muerte.

5. Por lo tanto, los labios de los hombres anuncian la verdad; las voces de los jóvenes dan testimonio de la verdad.

“Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor”.

Esto sucederá —dentro de unos días— cuando el Rey será coronado de espinas y lo verán agonizando en la cruz, que lleva la inscripción: “Este es Jesús, el rey de los judíos” (cf. Mt 27, 37).

Precisamente a través de este escarnio, a través de este oprobio, pasará Aquel que es.

Pasará mucho más, de modo aún más definitivo que la noche de la primera pascua en Egipto.

Pasará por la tumba, en la que depositarán al Crucificado. Y se revelará en el signo más grande: en el signo de la muerte vencida por la Vida.

Realmente en este signo se encierra la misma plenitud divina de su reinado. Cristo sigue su “hora”. Es la hora de la exaltación:

«Por eso Dios lo levantó... y le concedió el “Nombre-sobre-todo-nombre”» (Flp 2, 9).

“Bendito el que viene... en nombre del Señor”.

6. Desde entonces, desde su Resurrección Cristo vive.

Y, con su misterio pascual, “viene en el nombre del Señor” a las generaciones humanas siempre nuevas.

En El permanece, hasta el fin del mundo, la venida de Dios: de Aquel que es.

Todos vosotros que estáis reunidos en la Pascua de la Nueva y Eterna Alianza —sobre todo vosotros, jóvenes— estad junto a Jesucristo a lo largo de la Semana Santa. A lo largo de estos próximos días que contienen dentro de sí una especial memoria de “su hora”.

Es bueno que estéis aquí para “alabar a Dios” en el misterio de su paso pascual a través de la historia del hombre.

Es bueno que se deje oír vuestra voz.

¡Realmente, si vosotros calláis, gritarán las piedras!

Vuestra voz, hoy, aquí en Roma, será también un anuncio de la que queréis oír —estoy seguro— el próximo mes de agosto, con ocasión de la Jornada mundial de la Juventud, en el santuario de Santiago de Compostela, donde nos volveremos a encontrar juntos para ese importante acontecimiento eclesial. Así, hoy empezará, en cierto modo, ese “camino de Santiago” que habrá de convertiros a vosotros, queridos jóvenes, en otros peregrinos de la fe cristiana.

¡Aquel que Es, Dios, el Dios Vivo, espera vuestra voz, la voz de los hombres vivos, la voz de los jóvenes!



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