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PRIMERAS VÍSPERAS DE LA SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Sábado 28 de junio de 2003

 

1. "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. ¡Dichoso tú, Simón:  el Padre te lo ha revelado!" (Antífona 1).

Con esta antífona comienza la salmodia de las primeras Vísperas de la solemnidad de San Pedro y San Pablo. Estas palabras nos remiten al diálogo entre Jesús y Simón Pedro, en Cesarea de Filipo. Resuenan constantemente en esta basílica:  están como grabadas en las piedras, en los mosaicos y, sobre todo, en este lugar central llamado "Confesión".

Tú eres el Cristo, repite esta tarde el Sucesor de Pedro juntamente con sus hermanos en el episcopado, con los sacerdotes y con el pueblo cristiano de Europa y de todo el mundo. Proclama esta verdad fundamental de la fe cristiana con vigor y con íntimo gozo. Sólo Cristo es el Redentor del hombre, sólo Cristo es nuestra esperanza.

2. "Jesucristo, vivo en su Iglesia, fuente de esperanza para Europa". Este fue el tema de la II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los obispos, que se celebró en el Vaticano del 1 al 23 de octubre de 1999.

Esta tarde, con alegría firmo y entrego la exhortación apostólica "Ecclesia in Europa", que recoge y elabora el fruto de los trabajos de esa significativa asamblea sinodal.

La breve lectura bíblica que hemos escuchado —el inicio de la carta a los Romanos—, sitúa este gesto en la perspectiva más auténtica y amplia de la misión evangelizadora de la Iglesia, según el modelo de la que realizaron los Apóstoles. En particular, las tres características con las que san Pablo se califica ante la comunidad cristiana de Roma se pueden aplicar en sentido amplio a toda la Iglesia, que es, precisamente, servidora de Cristo Jesús, apostólica por vocación y escogida para anunciar el Evangelio de Dios (cf. Rm 1, 1).

Expreso mi más viva y cordial gratitud al cardenal Jan Pieter Schotte y a la Secretaría general del Sínodo de los obispos, así como a todos los que cooperaron en la realización de la Asamblea sinodal para Europa de 1999, proporcionando las bases para este documento.

Saludo a los cardenales, arzobispos y obispos presentes, así como a los sacerdotes, los religiosos, las religiosas y los laicos que se han reunido para esta solemne celebración. Extiendo mi saludo fraterno también a la delegación enviada por el Patriarca ecuménico Su Santidad Bartolomé I y guiada por el venerado arzobispo de América Dimitrios. Nos consuela la convicción de que también ellos comparten nuestras mismas preocupaciones por la conservación y promoción de los valores morales de la nueva Europa.

3. "Jesucristo, vivo en su Iglesia". Que Cristo vive en su Iglesia lo demuestra la historia bimilenaria del cristianismo. Desde la orilla oriental del Mediterráneo, el mensaje evangélico fue extendiéndose a través del Imperio romano, para injertarse después en las múltiples ramificaciones étnicas y culturales presentes en el continente europeo. A todas ellas la Iglesia, llamada precisamente católica, les ha comunicado el mensaje único y universal de Cristo.

La "buena nueva" ha sido y sigue siendo fuente de vida para Europa. Si es verdad que el cristianismo no se puede reducir a ninguna cultura particular, sino que dialoga con cada una para llevarlas a todas a expresar lo mejor de sí en cada campo del saber y del obrar humano, las raíces cristianas son para Europa la principal garantía de su futuro. ¿Podría vivir y desarrollarse un árbol sin raíces? Europa, ¡no olvides tu historia!

4. "Jesucristo, fuente de esperanza para Europa". Por desgracia, la pureza de la linfa evangélica ha experimentado, a lo largo de los siglos, la contaminación debida a los límites y a los pecados de algunos miembros de la Iglesia. Por eso, durante el gran jubileo del año 2000, sentí la necesidad de hacerme intérprete de la petición de perdón especialmente por algunas dolorosas divisiones que se produjeron precisamente en Europa y que hirieron al Cuerpo místico de Cristo.

Sin embargo, en el siglo XX el Espíritu Santo suscitó una nueva primavera, fecundada por el testimonio de numerosos santos y mártires. Se inició una profunda renovación espiritual gracias al concilio ecuménico Vaticano II.

5. "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo". La profesión de fe de Pedro jamás ha faltado en la Iglesia, a pesar de las dificultades y las pruebas que han marcado el camino bimilenario del pueblo cristiano.

La Exhortación apostólica que esta tarde entrego simbólicamente a los obispos, a los presbíteros y a los diáconos, a los consagrados, a las consagradas y a los fieles laicos de Europa, es una invitación a renovar esta adhesión sin reservas a Cristo y a su Evangelio. ¡Sólo tú, Jesucristo, vivo en tu Iglesia, eres fuente de esperanza!

Te proclamamos presente en el continente europeo, desde el Atlántico hasta los Urales. Juntos nos comprometemos a dar testimonio de ti, siguiendo el ejemplo y con la ayuda de los apóstoles san Pedro y san Pablo y de los santos patronos:  Benito, Cirilo y Metodio, Brígida de Suecia, Catalina de Siena y Edith Stein.

Desde el cielo nos sostenga María, Reina de los Apóstoles y Madre de Cristo, nuestra esperanza. Amén.

* *

Amadísimos hermanos y hermanas, al final de la celebración de las primeras Vísperas de la solemnidad de los apóstoles San Pedro y San Pablo, tengo la alegría de entregar la exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Europa a algunos representantes de la Iglesia que está en Europa, llegando idealmente a todos los pastores y fieles del continente.

Esta exhortación es fruto de la Asamblea especial para Europa del Sínodo de los obispos celebrada en 1999, que tuvo como centro de las reflexiones de los padres sinodales el tema:  "Jesucristo, vivo en su Iglesia, fuente de esperanza para Europa".

En mi vigésimo quinto año de pontificado, encomiendo a la intercesión de san Pedro y san Pablo este don y deseo que contribuya, con la fuerza del Evangelio y el testimonio de los fieles, a consolidar la paz y la concordia entre las naciones, y a forjar la Europa del Espíritu. Las raíces de la cultura del continente europeo hallan en Cristo, presente en su Iglesia, la fuerza y el vigor para un futuro lleno de frutos de vida y de sabiduría, en la civilización de la unidad y del amor.

 



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