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CARTA DEL SANTO PADRE PABLO VI,
FIRMADA POR EL
SECRETARIO DE ESTADO,
CON MOTIVO DE LA JORNADA DE LA UNIVERSIDAD CATÓLICA

 

Al profesor Giuseppe Lazzati
rector de la Universidad Católica del Sagrado Corazón de Milán

Querido profesor:

Con delicada cortesía ha informado usted oportunamente a Su Santidad acerca de la celebración de la próxima Jornada Universitaria que por decisión de la Conferencia Episcopal Italiana tendrá lugar el domingo 9 de abril y que propondrá a la reflexión de los católicos la figura y la obra del p. Agostino Gemelli, de quien se celebra este año el centenario de su nacimiento.

El Santo Padre, secundando con mucho gusto su deseo de obtener una palabra de apoyo y estímulo para los miembros de la Universidad Católica y para la comunidad eclesial italiana, quiere hacer suya la idea contenida en el tema de la Jornada: "Un hombre, una idea". Así, pues, invita a todos a una profunda reflexión sobre las razones ideales que inspiraron al ilustre religioso a iniciar valientemente la gran Obra y que lo sostuvieron, animándolo incansablemente en el desarrollo y consolidación de la misma a lo largo de más de 38 años de rector. Dicho "retorno a las fuentes" no dejará de favorecer una más adecuada conciencia de los fines del Ateneo y un renovado impulso para proseguir el trabajo con fidelidad plena al espíritu primitivo, aunque con las adaptaciones necesarias a las condiciones actuales del contexto social.

Desde este punto de vista, indudablemente tiene una importancia particular el artículo primero de los estatutos, en el que el p. Gemelli, interpretando también el pensamiento de cuantos le estaban cercanos en aquella hora decisiva, trazó la fisonomía y los objetivos de la Obra que quería fundar: "La Universidad Católica del Sagrado Corazón de Jesús en Milán —dice— tiene como objetivo contribuir al desarrollo de los estudios y preparar a los jóvenes a la investigación científica, a los cargos públicos y a la libre profesión mediante una adecuada instrucción y una educación moral basada en los principios del catolicismo".

La orientación de entonces no ha perdido actualidad. Más aún, ha encontrado autorizada confirmación en las palabras del mismo Concilio Ecuménico Vaticano II, el cual reafirmó claramente que toda Universidad Católica "puede lograr una como presencia pública, estable y universal del pensamiento cristiano en todo el afán por promover la cultura superior, y los alumnos de estos institutos pueden formarse como hombres de auténtico prestigio por su doctrina, preparados para desempeñar las funciones más importantes en la sociedad y testigos de la fe en el mundo" (Gravissimum educationis, 10).

Así, pues, es urgente, hoy más que ayer, acompañar la formación intelectual-científica de los estudiantes con una adecuada educación moral-cristiana que no debe ser considerada como algo que se añade, meramente exterior, sino como una cualidad con la que la instrucción. intelectual —se podría decir— se especifica y se vive. Esto, como es obvio, sin menoscabo ni rechazo del método y de la libertad que corresponden a cada disciplina. Se trata por el contrario de promover una síntesis cada vez más armónica entre fe y razón, entre fe y cultura y entre fe y vida. Dicha síntesis se debe realizar no sólo a nivel de investigación y enseñanza, sino también a nivel educativo-pedagógico. Precisamente con este fin la comunidad católica y las familias cristianas mandan a los jóvenes a su universidad, y el cumplimiento de este fin es lo que esperan de su Ateneo. A este respecto, no pocas veces se nos pregunta: ¿qué tipo de profesionales prepara la Universidad Católica? Una vez terminada la carrera, ¿ofrecen verdaderamente estos jóvenes un valiente y concreto testimonio de vida cristiana en su profesión? Estas preguntas afectan a la Universidad Católica en su misión específica y por tanto comprometen en primer lugar a las autoridades académicas y a los profesores a renovar cada vez más su primitiva vocación de formadores de hombres preparados para el ejercicio de sus deberes no sólo técnicamente, sino también moral y cristianamente. Con este objetivo los responsables de la Universidad Católica deben realizar todos los esfuerzos que sean necesarios para crear en ella —incluso mediante apropiadas estructuras e iniciativas pastorales— la atmósfera y el estilo de vida que demuestren claramente a quien entre en ella que el catolicismo está vivo y operante.

La Universidad Católica tiene la vocación irrenunciable de ofrecer el testimonio de una comunidad seria y sinceramente orientada hacia la investigación intelectual; pero también ha de estar visiblemente marcada por un compromiso de vida cristiana auténtica. Quizás no será inútil recordar lo que el fundador de esta Universidad, p. Agostino Gemelli, dijo en el discurso académico pronunciado en 1925: "En la Universidad Católica los estudiantes y profesores son libres de entrar o no; pero entrar en ella quiere decir libre y espontánea aceptación de una doctrina y de una concepción a las que se debe servir con las obras y con la vida. No pedimos una supina y mecánica observación de fórmulas externas; pedimos espontánea y libre aceptación de una norma de vida",

Justamente hoy se habla y se escribe sobre el servicio que la Universidad Católica debe ofrecer a la sociedad, así como a su desarrollo, y del papel que le incumbe frente al pluralismo cultural. Se trata de empeños ciertamente importantes que no obstante exigen una acentuación de la fisonomía específica de la Universidad Católica y que deben acrecentar era todos, especialmente en los profesores, la convicción de que en el cumplimiento de este servicio se debe hacer una continua referencia a los principios cristianos, únicos que pueden dar una respuesta completa a los múltiples problemas que perturban la sociedad contemporánea. En efecto, estos principios satisfacen plenamente las necesidades de la sociedad: justicia, libertad, fraternidad, atención al bien de los demás, espíritu de colaboración. El recurso a tales principios, que son de origen divino, permite presentar, de manera clara y segura, verdades y respuestas naturalmente accesibles y asimilables por cualquier cultura, en orden a la promoción de un humanismo auténtico y pleno.

Al recordar estos ideales que estuvieron bien presentes en la mente y en el corazón del fundador de la Universidad Católica, y que ciertamente recogen también la firme adhesión de los responsables actuales, el Santo Padre confía en la generosa y concorde acción de todos los componentes de ese Ateneo, de cuya viva y original presencia en el mundo de la cultura italiana, el Papa espera frutos copiosos y duraderos en favor de la Iglesia y de toda la comunidad civil.

Con estos sentimientos el Vicario de Cristo, al mismo tiempo que exhorta a los católicos italianos a que no nieguen su apoyo, oración y ayuda económica a una Obra por la que tantas almas grandes trabajaron, lucharon y sufrieron, envía gustosamente su propio óbolo personal, que acompaña con una particular bendición apostólica propiciadora de abundantes gracias celestiales para usted, para sus distinguidos colegas, para los alumnos y para todos los bienhechores que han creído y creen en la próvida función de ese Ateneo.

Aprovecho esta ocasión para confirmarme de Vuestra Señoría Ilustrísima devotísimo en el Señor.

Cardenal Jean VILLOT

 

 



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