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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 12 de junio de 1983

 

1. En muchos ambientes y en movimientos juveniles sobre todo, constatamos hoy que se está descubriendo de nuevo el valor de la oración. Vuelve a hacerse patente el hondo sentido humano y bíblico de la oración, es decir, el ponerse en contacto con Dios, abrirse a su voluntad para sí y para los demás, y encontrarse en pobreza radical, sin fantasías, frente a la infinita riqueza divina. En esos momentos privilegiados se comprende, corno decía Santa Catalina de Sena, que nuestro ser no nos viene "de nosotros", sino que lo recibimos de "Aquel que es".

2. La oración es una de las sublimes actividades de los Santos en el reino de los cielos, comenzando por Cristo, el Santo de Dios.

El Nuevo Testamento nos asegura que Jesús sigue orando e intercediendo por nosotros ante el Padre (cf. Jn 14, 16; 1 Jn 2, 1; Rom 8, 34). La Carta a los Hebreos puntualiza que "es perfecto su poder de salvar a los que por Él se acercan a Dios y siempre vive para interceder por ellos" (Heb 7, 25).

Esta actitud orante y salvífica de Cristo no excluye sino que exige la oración de los fieles y de los santos que deben implorar en unión con Él las gracias de la salvación para sí y para los demás.

¡Maravillosa disposición divina! ¡La oración ilumina y sostiene el curso de la historia y el destino de los hermanos! ¡Es un signo de la solidaridad de los hombres y de la ayuda mutua que pueden prestarse si se hacen disponibles a los designios de Dios!

Pero, ¿qué criatura está más disponible al Señor que María, su Madre y Esclava? ¿Quién continúa más que Ella alabando, adorando e implorando al Señor en el cielo? Afirma el Concilio Vaticano II que Ella, "asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna" (Lumen gentium, 62).

Sí, María es la gran orante; María abre las manos con gesto de apertura a Dios y de súplica universal, maternalmente solícita de la salvación de todos.

Acordémonos siempre de que en el cielo María reza por nosotros, y apoyémonos con confianza, por tanto, en su intercesión poderosa con el deseo de que se cumpla en nosotros la voluntad de Dios.

3. A la protección e intercesión de María y también a vuestras oraciones confío la peregrinación que emprenderé, Dios mediante, el jueves próximo a Polonia con ocasión del 600 aniversario de la imagen de Jasna Góra.

Quiera Dios bendecir esta empresa pastoral y sacar frutos copiosos de bien para la Iglesia y para toda la población de la querida nación polaca.


Después del Ángelus

Saludo ahora con particular afecto a todos y cada uno de los peregrinos, grupos y familias de habla española, que han participado en este encuentro espiritual.

Amadísimos: os invito, tomo recuerdo de vuestra grata presencia, a vivir en todo momento y lugar el gran precepto cristiano de Amor: Amor a Dios y al prójimo. Sólo así la sociedad podrá tener un rostro mas humano y esperanzador. Os bendigo de corazón.  



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