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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Jueves 1 de noviembre de 1984
Solemnidad de Todos los Santos

 

1. "Oí el número de los marcados" (Ap 7, 4).

Estas palabras del libro del Apocalipsis de San Juan Apóstol se encuentran en la liturgia de hoy.

En la solemnidad de Todos los Santos la Iglesia en toda la tierra venera a aquellos en quienes la salvación se ha realizado de modo definitivo.

Son los que ―según el Apocalipsis de Juan― "gritaban con voz potente: la salvación es de nuestro Dios... y del Cordero" (v. 10).

Efectivamente, están sellados con la Sangre del Cordero. Llevan en sí el Sello de la redención, que es la fuente de la vida y de la santidad.

"Todo el que tiene esta esperanza en Él, se hace puro como puro es Él" (1 Jn 3, 3).

Dios es santo: tres veces santo, infinitamente santo.

Y llama a los hombres a la santidad.

Hoy la Iglesia se alegra con todos los que han llevado a plenitud esta vocación, con todos los que participan para siempre de la santidad de Dios.

2. Por esto brota de lo profundo del corazón la plegaria que hoy se eleva al cielo en esta solemnidad: "Dios todopoderoso y eterno, que nos has otorgado celebrar en una misma fiesta los méritos de todos los Santos, concédenos, por esta multitud de intercesores, la deseada abundancia de tu misericordia" (Oración).

3. Al rezar el Ángelus, nos dirigimos de manera especial a Aquella a quien la Iglesia venera como Reina de Todos los Santos:

"Bendita tú entre las mujeres". "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra" (Lc 1. 42. 35).

En Ti queremos adorar, en el grado más alto, a Dios por el don de la santidad ofrecido a los hombres en Jesucristo.

Dígnate también Tú presidir nuestra oración por los difuntos, con la que la Iglesia completa, en cierto sentido, la alegría de la solemnidad de Todos los Santos.

 



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