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VISITA PASTORAL A CERDEÑA

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 20 de octubre de 1985

Queridos hermanos y hermanas:

1. Me siento muy feliz al poder elevar hay la acostumbrada oración del Ángelus en el lugar más entrañable y más sagrado para todos los ojos de Cerdeña: el santuario de nuestra Señora de Bonaria, es decir, del "buen aire", puro y no contaminado, que da vida y vigor a nuestro cuerpo, o también ―según otra interpretación― del "buen viento", que guía a los navegantes a la meta prefijada.

La Virgen Santísima, con su poderosa intercesión, obtiene que el Padre y el Hijo expiren sobre nosotros el aura vital y restauradora del Espíritu Santo, que nos guía con seguridad al puerto de la salvación eterna, entre las tempestades de la vida mortal.

Más aún, María misma, en cierto sentido, al darnos al Hijo, nos da con Él el Espíritu Santo que, por medio del Hijo, nos conduce al Padre.

2. El año 1970, con ocasión del VI centenario de la llegada milagrosa de la imagen mariana a vuestra isla, y del I centenario de su coronación, mi predecesor Pablo VI vino aquí como peregrino y quiso recordar la función esencial de la Virgen en el plan de la salvación: el consentimiento que Ella dio a la voluntad del Padre ―dijo― "forma parte esencial del misterio de la salvación". De Ella hemos recibido a Cristo y, por medio de Ella, podemos llegar más fácilmente a Cristo.

Es el pensamiento que también yo quiero dejaros, como recuerdo de esta peregrinación mía: la devoción a la Virgen forma parte esencial de los deberes del cristiano.

Intensificad vuestra devoción a María: Ella os llevará al puerto de la salvación eterna: os llevará a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

3. La Jornada Misionera de hoy nos induce a pensar en la función que vuestro santuario ha desarrollado en el anuncio y sostenimiento de la fe. Más allá del desenvolvimiento de los sucesos, frecuentemente dramáticos y dolorosos, y por encima de los intereses y los destinos de las potencias terrenas que se han ido sucediendo en vuestra tierra, el santuario de la Virgen del Buen Aire ha sido siempre, para las naciones y las gentes más diversas, un atractivo universal, un faro de certeza, por encima de los contrastes y de las divisiones. Ha sido un centro de unidad y de concordia. Su historia secular y gloriosa da testimonio de que esta obra ha traspasado los confines de vuestra isla, y se ha extendido por varias partes del mundo, sobre todo por América Latina y América Central, donde muchos lugares ―pensemos en la misma capital de Argentina, Buenos Aires― toman su nombre de la Virgen del "buen aire": Buenos Aires.

4. Continúa, Virgen Santísima, guardando a este pueblo a quien a lo largo de los siglos has mostrado tantos signos de tu protección materna.

En esta etapa nada fácil del actual camino de la historia no permitas que le falte el apoyo de tu presencia y de tu intercesión.

Te consagro, Virgen Santísima, la Iglesia que está en Cerdeña y su población, buena y laboriosa: te consagro sus sufrimientos y esperanzas, sus angustias y aspiraciones.

Asiste, María, a la gente de esta isla, que recurre a Ti llena de confianza en tu santuario del Buen Aire pidiendo socorro en las luchas entre el bien y el mal que agitan al mundo actual. Demuestra una vez más que eres Madre de bondad y de misericordia.

Quiero confiarte una intención especial, Virgen Santa, que te has manifestado en este lugar tan entrañable para las gentes de Cerdeña: Derrama también desde aquí tu protección materna sobre los Pastores de la Iglesia que pronto se reunirán en el Sínodo extraordinario, con el fin de verificar los resultados del Concilio y desarrollar su eficacia para bien de la Iglesia.

El trabajo que les espera es difícil y complejo: necesitarán espíritu de sacrificio, discernimiento en las valoraciones, prudencia y valentía en las decisiones, escucha atenta de la verdad, fidelidad al espíritu del Concilio, atención a las necesidades de los hombres de hoy.

Sé Tú, Nuestra Señora del Buen Aire, su guía y su apoyo, a fin de que el trabajo, que van a comenzar, suscite en el pueblo cristiano renovado compromiso en la puesta en práctica de lo que en el Concilio "el Espíritu ha dicho a la Iglesia".



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