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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 29 de diciembre de 1985

 

1. Y el Verbo se hizo carne.

Sí, el Verbo se hizo carne. Y habitó entre nosotros.

El Eterno Hijo de Dios, al hacerse hombre, habitó entre los hombres. Encontró aquí en la tierra su casa familiar. Hoy, en el curso de la octava de la Natividad del Señor, la Iglesia recuerda precisamente aquella casa familiar de Jesús en Nazaret. Hoy rinde homenaje a Aquel que, hasta los treinta años de su vida, "estaba sujeto" a José y a María. Y, al mismo tiempo, ya a los doce años manifestó ante sus seres queridos la voluntad del Padre, para el cual vive: "Es preciso que me ocupe en las cosas de mi Padre" (Lc 2, 49).

2. Cuando rezamos el Angelus Domini, qué elocuente es la palabra "habitó". "Habitar" hace referencia al espacio en el que el hombre vive, se desarrolla, confirma de nuevo su vocación; en el que, cada vez más, "se hace" y "es" hombre. Hallar este espacio entre los hombres, entre los hombres más queridos: en su presencia, en su solicitud, en sus corazones. Hallar este espacio en las relaciones diarias: el espacio que está lleno de la verdad y del amor. Precisamente un "espacio" espiritual así se le llama "la familia". A este espacio espiritual se le llama en el lenguaje del Concilio Vaticano II: "Iglesia doméstica" (cf. Lumen gentium, 11; Apostolicam actuositatem., 11).

El Hijo de Dios encontró tal espacio en la Familia de Nazaret. Ella, durante treinta años, fue su "casa" en la tierra. Ella fue también en la base de su misión mesiánica: la Santa Familia de Nazaret.

3. Hoy la Iglesia venera a esta Santa Familia, y al mismo tiempo, mediante Ella, abraza con su oración y con su intercesión a todas las familias humanas del mundo.

En la conclusión de mi Exhortación Apostólica sobre los deberes de la familia cristiana en el mundo de hoy, invocando la protección de la Santa Familia de Nazaret, escribía. "Por misterioso designio de Dios, en ella vivió escondido largos años el Hijo de Dios: es, pues, el prototipo y ejemplo de todas las familias cristianas. Aquella familia, única en el mundo, que transcurrió una existencia anónima y silenciosa en un pequeño pueblo de Palestina; que fue probada por la pobreza, la persecución y el exilio; que glorificó a Dios de manera incomparablemente alta y pura, no dejará de ayudar a las familias cristianas, más aún, a todas las familias del mundo, para que sean fieles a sus deberes cotidianos, para que sepan soportar las ansias y tribulaciones de la vida, abriéndose generosamente a las necesidades de los demás y cumpliendo gozosamente los planes de Dios sobre ellas" (Familiaris consortio, 86; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 20 de diciembre de 1981, pág. 23).

Dirigiéndonos a la Santa Familia de Nazaret pidamos que todas las familias humanas se conviertan cada vez más en aquel "espacio" espiritual en el que el hombre habita y madura; que se conviertan en auténticas "iglesias domésticas".



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