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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 11 de febrero de 1990

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. El aniversario de las apariciones de la Virgen Santísima en Massabielle, cerca de Lourdes, nos invita a dirigir nuestra mirada a la Madre celeste. En la perspectiva del próximo Sínodo de los Obispos, que afrontará el problema de la formación sacerdotal, queremos hoy reflexionar sobre el sentido de la presencia de María en la vida del sacerdote.

Esta presencia ha sido querida por Cristo cuando, en el Calvario, dijo a la Madre: "Mujer, ahí tienes a tu hijo" (Jn 19, 26). Dando a María, como hijo, al discípulo predilecto, Jesús establecía una maternidad universal, en virtud de la cual María tendría por hijos a todos los cristianos, más aún, a cuantos en Cristo estaban llamados a recibir la salvación, es decir, a todos los hombres. Cada uno de nosotros recibió entonces este primer fruto del sacrificio redentor: una madre para conducirlo a lo largo del camino de la gracia, y ¡ésta era la Madre de Dios!

2. Nuestra atención, sin embargo, se concentra en la elección de aquel que entonces fue llamado a convertirse en el hijo de María. ¡Juan era un sacerdote! Poco antes del drama del Calvario, él había recibido el poder de celebrar la eucaristía en nombre de Cristo: a él como a los demás Apóstoles, se había dirigido el mandato: "Haced esto en recuerdo mío" (Lc 22, 19; 1 Co 11, 24-25).

Al ser proclamada por Jesús madre de un sacerdote, y siendo sobre todo la madre de Jesús, Sumo Sacerdote, María se convirtió de modo especialísimo en la madre de los sacerdotes. Ella ha recibido la misión de velar por el desarrollo de la vida sacerdotal en la Iglesia, desarrollo íntimamente ligado al de la vida cristiana.

Jesús no se limitó a confiar a María esta misión con respecto a los sacerdotes. Se dirigió también a Juan para introducirlo en una relación filial con María: "Ahí tienes a tu madre" (Jn 19, 27). Deseaba que el discípulo reconociera en María a su propia madre y que sintiese por ella un profundo afecto.

A este deseo del Maestro crucificado el discípulo predilecto respondió enseguida acogiendo a María en su casa. Según la tradición, él vivió los primeros años de su ministerio apostólico en compañía de Aquella que le había sido dada como madre, encontrando en ella una ayuda incomparable.

3. "Acoger a María en su casa": he aquí el deber y el privilegio de todo sacerdote. Por el hecho de que recibe el poder de hablar y de actuar en nombre de Cristo, debe amar a María como la amó Jesús. En nombre de este vínculo de amor filial, él puede confiarle todo su ministerio sacerdotal, sus proyectos y las dificultades que encuentra en su camino.

Dirigiremos hoy nuestra oración a la Virgen para que la formación sacerdotal conduzca a los jóvenes a "acoger a María en su casa". Y pediremos para que la Iglesia abunde en sacerdotes que muestren cada vez con más fervor su afecto a Aquella que les fue dada como Madre.



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