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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Plaza Farnese, Roma
Domingo 6 de octubre de 1991

 

Queridos hermanos y hermanas:

1. Acabamos de concluir la solemne celebración eucarística con ocasión del sexto centenario de la canonización de santa Brígida de Suecia.

Demos gracias, una vez más al Señor por haber concedido a la Iglesia, a Europa y a toda la humanidad una mujer tan singular por su fe y celo apostólico.

Demos gracias a Dios y pidámosle que, en el camino que recorrió esta mujer, testigo fiel, continúen caminando también hoy muchos hombres y mujeres animados por el mismo deseo de perfección cristiana.

¿Cómo no pensar con admiración en las varias comunidades claustrales de la orden del Santísimo Salvador esparcidas por el mundo, y en la "rama sueca" que, partiendo precisamente de esta casa de la plaza Farnese, ya se ha extendido a diversas naciones? Siguiendo el ejemplo de su santa fundadora, la familia espiritual de las Brígidas sigue dedicándose a la causa de Cristo y de la Iglesia, sostenida por la ayuda maternal de María, "Madre y Maestra de todos".

2. ¡Cuán decisiva fue la presencia de la Virgen en el itinerario ascético y misionero de santa Brígida!

El amor hacia la Virgen fue el secreto de su testimonio evangélico y de su perseverante seguimiento del Redentor.

Brígida miró a María como a modelo y amparo en los diferentes momentos de su existencia, proclamó con vigor el privilegio divino de su Inmaculada Concepción; y contempló su misión sorprendente de Madre del Salvador. La invocó como Inmaculada, Dolorosa y Corredentora, exaltando su papel singular en la historia de la salvación y en la vida del pueblo cristiano.

Observa la santa: "Así como el imán atrae hacia si el acero, del mismo modo la bienaventurada siempre Virgen María atrae los corazones".

3. Queridos hermanos y hermanas, santa Brígida nos invita a imitarla depositando también nosotros nuestra confianza en María. Nos invita a confiar a la Virgen nuestras familias, las esperanzas de la Iglesia y las expectativas del mundo.

Y la festividad ya inminente, de la Bienaventurada Virgen del Santo Rosario, particularmente venerada en el santuario de Pompeya, nos sugiere una oración sencilla y profunda, que puede ayudar a que crezca en nosotros esta intima comunión con María, que es fuente de entrega generosa a la obra de su Hijo Jesús.

El santo rosario nos ofrece un resumen del Evangelio y nos conduce, de modo fácil y accesible a todos, a la oración del corazón.



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