JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Praça do Congresso, Natal
Domingo 13 de octubre de 1991
Queridos hermanos y hermanas:
1. Para concluir esta solemne liturgia eucarística, rezaremos la oración del "Ángel del Señor", que ya es tradicional en todo el mundo, para recordar a nuestra Madre del cielo, la Virgen María, y el misterio de la encarnación del Verbo Divino. "He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra" (Lc 1, 38), dijo la Virgen de Nazaret al mensajero de Dios. Reflexionando acerca de esta respuesta, en la que la Virgen expresó la luz y el poder del Espíritu Santo arrodillémonos con profunda veneración ante el misterio: "Y la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros" (Jn 1, 14). ¡Cuántos labios repiten las palabras de la Virgen Madre de Dios! Te saludo, Jesús, Hijo de María; Tú eres el verdadero Dios de la Hostia sagrada, esta Eucaristía que acabamos de celebrar aquí.
2. Al clausurarse este congreso eucarístico, se abre una nueva perspectiva de dimensión continental, que nos lleva a reconocer la mano providencial del divino Consolador, que nunca deja de escuchar las súplicas de sus hijos. Ayer comenzó el año jubilar de América Latina, importante paso para la celebración del V Centenario de la evangelización de este continente. Las grandes esperanzas que el mundo católico latinoamericano deposita en la reunión de los obispos del año próximo en Santo Domingo atestigua desde ahora el clamor incesante que elevan tantas almas para solicitar una nueva evangelización que influya profundamente en la vida de los fieles y particularmente en su identidad de católicos. Hoy, cuando la vocación cristiana de millones de almas se ve amenazada por el peligro de las sectas, por la violencia de todo tipo —incluida la generada por el tráfico de estupefacientes—, por el consumismo y por las campañas antinatalistas, por no citar otras causas, resulta urgente una reacción vigorosa para volver a los valores morales y culturales de la tradición cristiana de una generación que se prepara para el tercer milenio de la era cristiana.
Mi pensamiento se dirige especialmente a todos los jóvenes brasileños que me escuchan. Hago mías aquellas palabras que la Conferencia general del Episcopado latinoamericano sugirió en Puebla, lanzando un llamamiento a la responsabilidad y a una mayor participación de la juventud en la vida de la Iglesia. Pedía a los jóvenes "un mayor compromiso y testimonio cristiano (...) para la construcción de una nueva civilización en el continente de la esperanza" (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de julio de 1990, pág 10).
3. ¡Bendita seas, Madre del Hijo de Dios! ¡Bendita seas, Señora Aparecida! Ayer celebramos con alegría de hijos tu fiesta, y ahora queremos pedirte que ayudes a este Sucesor de san Pedro para que lleve la palabra divina a todo hogar brasileño, de la ciudad y del campo, a los pescadores y a los obreros, a los hospitales y a las favelas. "Dichosos más bien los que oyen la palabra de Dios y la guardan" (Lc 11, 28).
Y el Papa te suplica: "Madre, bendice a todos tus hijos. Muéstrales que eres Madre. Ruega por nosotros, que recurrimos a ti".
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