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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 17 de noviembre de 1991

 

1. Es la hora de la oración mariana, queridos hermanos y hermanas, y hoy nos introduce a esa oración el padre Rafael Kalinowski, a quien hace unos momentos he tenido la alegría de inscribir en el catálogo de los santos.

Su experiencia de una presencia especial de la Virgen en el camino de su conversión y su posterior ingreso en el Carmelo, que es por definición "La Orden de María", hicieron del nuevo santo un hijo devotísimo de la Virgen.

Espero que el testimonio de san Rafael Kalinowski, por intercesión de la Virgen santísima, impulse a todos los cristianos de hoy y en especial a los miembros de la gloriosa orden carmelitana, a vivir más intensamente su fe testimoniándola con valiente coherencia mediante una generosa disponibilidad hacia los hermanos.

2. Hoy la diócesis de Roma celebra una jornada de oración para implorar a Dios el don de la paz para los croatas y para los demás pueblos de Yugoslavia.

Unámonos también nosotros a las súplicas que se elevan con insistencia desde el fondo del corazón de muchos hermanos y hermanas nuestros que se hallan angustiados por el dolor en esas amadas tierras; pidamos paz y justicia para todos, sin distinción de nacionalidad o religión.

La preocupación de la Sede apostólica, antes y después del comienzo de esta guerra injusta y cruel, se ha dirigido hacia todos los pueblos de Yugoslavia. Con insistencia la Santa Sede ha pedido el respeto a los derechos y las legítimas aspiraciones de todos; ha suplicado a las partes que no cedan a la tentación del uso de la fuerza, sino que perseveren con paciencia y buena voluntad en los esfuerzos encaminados a establecer nuevas relaciones de convivencia pacifica; ha condenado el recurso a la violencia armada; y, de todas las maneras posibles, ha tratado de romper la terrible espiral del odio fratricida.

3. Pero, ¿cómo permanecer silenciosos ante la prolongación de esa guerra, que siembra tantos muertos en esa querida tierra croata? Mi pensamiento va hoy a quien más sufre a causa de ese conflicto. A todos renuevo una vez más mi apremiante llamamiento para que se ponga fin a la guerra y se inicien finalmente unas negociaciones sinceras, que lleven a una solución global de la actual tragedia.

Hoy es preciso actuar en la historia con una actitud nueva, para no repetir los errores del pasado. Esos errores han acumulado resentimientos, que permanecen generación tras generación en la memoria de los pueblos. Tenemos que lograr que se superen las barreras del odio, abriendo los corazones a la novedad que nos trajo Cristo tal como anunciaba el profeta Ezequiel: "Os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne" (Ez 36, 26).

Unidos a María, Madre de Cristo y Madre de todos, como los Apóstoles en el cenáculo, pidamos para nuestros hermanos de Yugoslavia el don del Espíritu, que convierte los corazones.



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