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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 22 de diciembre de 1991

 

"Prope est iam Dominus, venite adoremus!".

1. Queridos hermanos y hermanas, la Navidad ya está cerca y también nosotros caminamos espiritualmente hacia Belén con María y José para adorar al Salvador, Jesús, nacido por nosotros. Lo hacemos meditando acerca del acontecimiento extraordinario y único de la Encarnación del Hijo de Dios: creemos que ese Niño, nacido en una gruta y colocado en un pesebre, es el Emmanuel, Dios con nosotros, anunciado por los profetas del pueblo de Israel y esperado durante muchos siglos.

Ante la realidad misteriosa y grandiosa de la Navidad, san Juan escribe en el prólogo de su evangelio: "En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios... Y la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros" (1, 1. 14). Por tanto, ese Niño, como escribió el autor de la carta a los Hebreos, "siendo resplandor de su gloria e impronta de su sustancia... sostiene todo con su palabra poderosa" (1, 3).

Conscientes de esto nos encaminamos hacia Belén para arrodillarnos ante aquel que sostiene el mundo y resume en sí mismo toda la historia de la humanidad.

2. Pero debemos reflexionar también sobre el motivo de la Encarnación: ¿por qué el Hijo asumió la naturaleza humana, insertándose —Él, que es la trascendencia infinita— en nuestra historia y sometiéndose a todos los límites del tiempo y del espacio? La respuesta la da Jesús mismo en la conversación con Pilato: "Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz" (Jn 18, 37).

En efecto, a la verdad se opone el pecado, cuya raíz más profunda es la mentira (cf. Jn 8, 44), por tanto la redención del pecado se obtiene con el restablecimiento de la verdad en la relación entre el hombre y Dios. Y Jesús vino al mundo para restablecer esta verdad esencial.

Así, pues la Navidad es también ¡la fiesta de la verdad! Por esta razón el Niño que nace en Belén dirá un día: ¡Yo soy la Verdad! ¡Yo soy la luz del mundo! (cf. Jn 14, 6; 8, 12). La Navidad perdería su significado verdadero, al mismo tiempo histórico y trascendental, si no se lo comprendiera y viviera como celebración de la Verdad.

3. La Navidad, precisamente por ser la fiesta de la Verdad, es también rechazo de todos los engaños y falsas apariencias con las que a menudo se disfraza la vanagloria humana. Significativamente, Jesús elige nacer en la pobreza de una gruta. Con ello quiere enseñarnos que los caminos de Dios pasan por la humildad, el silencio, el sacrificio y la renuncia de sí mismo por amor a Dios y al prójimo.

Invoquemos a María Santísima a fin de que nos ilumine y ayude a aprender las grandes lecciones de la Navidad: que el misterio de la Encarnación de Dios en ella sea para todos motivo de alegría y estímulo para la bondad, caridad y misericordia. Estos son los deseos que os formulo para esta santa Navidad: ¡Venid, adoremos! Dios nos ama y ha nacido en Belén por nosotros. Amémonos, por tanto, ¡como Él nos ha amado!



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