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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 19 de enero de 1992

 

Queridos hermanos y hermanas:

1. Ayer comenzó una semana especial dedicada en todo el mundo a la oración por la unidad de los cristianos, que terminará el próximo día 25. Católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes se reúnen para pedir juntos al Señor el don de la unidad. Responden así al deseo de Jesús mismo, que dijo: «Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18, 20). Quieren manifestar la voluntad de buscar incansablemente esa unidad concorde y espiritual, pero también visible, que debe caracterizar a los que creen en Cristo.

2. «Yo estoy con vosotros... Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes» (Mt 28, 19). Éste es el tema que el Comité mixto, formado por representantes de la Iglesia católica y del Consejo ecuménico de las Iglesias, propone a la reflexión de la comunidad cristiana.

La obra urgente de la nueva evangelización, que se impone en este momento histórico, exige que todos los creyentes estén unidos en la profesión de la fe en Dios uno y trino y en el Hijo de Dios encarnado, redentor de la humanidad. De este modo, mediante el esfuerzo constante de la estima mutua y la comprensión, dan testimonio ante el mundo de la esperanza que hay en ellos (cf. 1 P 3, 15).

La Asamblea especial para Europa del Sínodo de los obispos, con su llamamiento a ser testigos de Cristo que nos ha librado, ha centrado la atención de todos los cristianos en la necesidad apremiante de la cooperación ecuménica en la misión evangelizadora.

En la Declaración conclusiva de dicha Asamblea, los padres sinodales afirmaron explícitamente: «Nos hemos persuadido aún más de que la nueva evangelización es una obligación común de todos los cristianos y de que de esto depende la credibilidad de la Iglesia».

Queridísimos hermanos y hermanas: conscientes de esa realidad, durante estos días elevemos al unísono con perseverancia nuestra oración al Señor Jesús, centro de la comunión eclesial, para impetrar el don de la unidad. Él escuchará nuestras súplicas si nos dirigirnos a Él con fe profunda, caridad ferviente y esperanza viva.

Por eso mismo, que de cada rincón de la tierra se eleve una sola invocación confiada, haciéndose eco de la de Cristo: «Que todos sean uno..., para que el mundo crea» (Jn 17, 21).

María, Madre del Redentor y de la Iglesia, nos acompañe y nos sostenga con su intercesión constante.



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