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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 10 de octubre de 1993

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Hace poco he tenido la alegría de elevar al honor de los altares a trece nuevos beatos. Once de ellos son mártires de los años difíciles de la guerra civil española; y dos son religiosas italianas, que vivieron con plenitud la otra forma, más ordinaria, de martirio, que consiste en la adhesión sin reservas a las exigencias, a menudo arduas, del orden moral.

En ellos se han cumplido las palabras del Evangelio, que la encíclica Veritatis splendor coloca en el centro de sus reflexiones: Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. Se trata de mártires, es decir, de testigos de verdad y de libertad. En el martirio resplandece la íntima conexión existente entre estas dos dimensiones, que la cultura actual siente la tentación de separar y, a voces incluso, de oponer. Con su sacrificio, el mártir grita ante el mundo su elección libre de la verdad de Dios contra toda lisonja o amenaza de quien se opone a Dios.

2. Al dar gracias al Señor por el don de estos nuevos beatos, dirijo un saludo cordial a todos los peregrinos reunidos aquí con esta ocasión.

Saludo con particular afecto a los numerosos peregrinos de España, a los obispos y delegaciones que han participado en esta ceremonia de beatificación, en especial a los provenientes de Almería y Guadix, a los Hermanos de las Escuelas Cristianas y a los miembros de la Institución Teresiana. Saludo también a los peregrinos de Uruguay, el país que conserva los restos mortales de la beata Rubatto. Que el testimonio de los nuevos boatos sea para todos vosotros semilla de nueva evangelización y estímulo para ser constructores de paz y fraternidad.

Saludo asimismo, a los peregrinos de lengua italiana que han venido de la tierra de origen de María Francesca Rubatto y de las diversas zonas donde trabajan actualmente las hermanas Capuchinas de Loano, fundadas por ella. Saludo, igualmente, a los devotos de María Crocifissa Satellico y en particular a los numerosos fieles de Las Marcas, que hoy se alegran por las maravillas que la gracia del Señor realizó en su vida conventual, humilde y escondida a los ojos del mundo, pero rica en humanidad y en espiritualidad a los ojos de Dios.

3. La santidad de vida de estos beatos, diversa en las circunstancias exteriores pero animada por un único amor a la verdad del Evangelio sea para todos una apremiante invitación a dar primacía a los valores del espíritu.

Que la Virgen María, Reina de todos los santos, abra el corazón de todos, para acoger y poner en práctica el mensaje que nos dejaron con su palabra y con su vida estos hermanos nuestros, inscritos hoy en el catálogo de los beatos.

 



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