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JUAN PABLO II

REGINA COELI

Lunes 12 de abril  de 1993

 

Queridos hermanos y hermanas:

1. La alegría pascual vibra aún en nuestros corazones en este primer día después de la Pascua. Y os saludo cordialmente a todos vosotros, habitantes de Castelgandolfo y peregrinos que habéis venido a Roma en días pasados para participar en los sugestivos ritos del Triduo pascual y en la celebración de la santa Pascua.

«Jesús ha resucitado», anuncia el ángel a las mujeres que habían ido al sepulcro, ya no está aquí. La vida ha triunfado sobre la muerte. Aunque ante los ojos de la experiencia humana parece todavía vencedora, Cristo al morir y resucitar la ha vaciado ―por decirlo de alguna manera― desde dentro.

Se necesita fe para abrirse a este horizonte maravilloso y nuevo. Lo dice Jesús al apóstol Tomás, que dudaba: «Dichosos los que no han visto y han creído» (Jn 20, 29). La fe no es una ilusión, es una mirada penetrante que nos introduce en un nivel más profundo de la realidad. Es aceptación de la voz interior del Espíritu de Dios, es confianza depositada razonablemente en un testimonio fundado históricamente.

2. Por tanto, dejémonos penetrar por el mensaje consolador de la Pascua y envolver por el triunfo de su luz, que disipa las tinieblas del miedo y la tristeza.

Jesús resucitado camina junto a nosotros. De alguna manera se hace sentir a quienes lo invocan y lo aman. Podemos encontrarlo en la oración y en diferentes momentos de la vida, si vivimos con fe y amor. También la simple alegría de estar juntos, la cordialidad de la acogida, la amistad y el disfrutar de la naturaleza pueden ser lugar concreto del encuentro con Cristo. Que este lunes de Pascua, tradicionalmente caracterizado por la experiencia tonificante de un descanso legítimo, sirva para hacernos experimentar esta presencia de Jesús resucitado.

Queridos hermanos y hermanas os deseo que encontréis en él la paz y la serenidad que os acompañen no sólo hoy, sino también todos los días de vuestra existencia. Pidámoselo a María, la madre del Resucitado. Pidámosle a ella la concordia y la paz, sobre todo para las poblaciones todavía atenazadas por la guerra, y para cuantos sufren por la enfermedad, la soledad o diversas necesidades. Regina coeli, laetare, alleluia!



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