JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 18 de septiembre de 1994
1. Desde la ciudad de Lecce, que tiene el honor de llamarse Civitas mariana, elevo hoy mi oración a ti, Virgen santísima. Lo hago en medio de esta amada gente de Salento, que te venera con profunda devoción y te invoca como Madre de todas las gracias. Tú, que nos precedes en la peregrinación de la fe, acompaña al sucesor de Pedro durante esta visita que constituye una nueva etapa de la «Gran oración por Italia».
Virgen santísima, nos consuela saber que estás a nuestro lado. Tú, con mano segura, nos guías a Cristo, tu Hijo. A ti, en esta circunstancia providencial, la Iglesia que está en Lecce te encomienda sus proyectos de bien, sus esfuerzos apostólicos y su compromiso de testimonio evangélico en medio de esta gente laboriosa y fiel.
2. Te alabamos, Virgen bienaventurada, en los santuarios que la piedad popular te ha construido en tierra salentina: el de la Virgen de Roca, a orillas del mar; el de la Virgen de la cultura, de Parabita; y especialmente, entre muchos otros, el de Santa María «de finibus terrae», de Leuca.
Virgen fiel, desde esta tierra, que suele invocarte también como Odigitria, te pedimos que asistas a los creyentes en su esfuerzo diario por hallar caminos de encuentro y de comprensión mutua. Aquí, donde Oriente y Occidente se han intercambiado ricos dones de fe y civilización, te sentimos cercana, Madre de la unidad.
Alimenta en todos los cristianos el deseo de llegar a proclamar pronto, en plena sintonía, la fe de los Apóstoles, para poder celebrar el sacrificio del cuerpo y la sangre de Cristo en la única mesa. Abre su corazón a la confianza y al diálogo, para que puedan ser en el mundo testigos creíbles del evangelio de salvación.
3. Nuestra oración se eleva ferviente por todas las familias, en este año dedicado especialmente a ellas. Tú conoces las dificultades a las que están expuestas, las insidias que amenazan su estabilidad y las propuestas que deforman su fisonomía, querida por el Creador.
Tú sabes cuánto hemos insistido, uniendo los esfuerzos de los creyentes y de todos los hombres de buena voluntad, para que la reciente Conferencia internacional de El Cairo reconociera que la familia es el santuario de la comunión y de la vida y asegurara su protección contra cualquier intento de alterar su estructura natural. Nos dirigimos a ti, que diste al mundo el Redentor, para que no se debilite aún más esta célula primordial de la sociedad, cuna de la vida del ser humano y camino de la Iglesia.
Te encomendamos a los jóvenes, especialmente a los de Pulla, proyectados hacia un porvenir de esperanza; a las mujeres, llamadas a contribuir en gran medida a la edificación de una sociedad más acogedora para todos; a los débiles, a los ancianos, a los enfermos y a los que sufren, pues todos ellos necesitan una solidaridad más atenta.
Vela sobre cada uno con solicitud asidua, y derrama sobre todos la abundancia de tus dones, ¡oh Reina sin mancha de pecado, oh Madre de todas las gracias, oh Virgen María!
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