JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 23 de octubre de 1994
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Se celebra hoy la Jornada mundial de las misiones: una ocasión propicia para tomar mayor conciencia de la necesidad de contribuir a la difusión del reino de Dios mediante un renovado compromiso en el anuncio del Evangelio.
Con esta celebración se desea reavivar la tensión apostólica en los creyentes e invitarlos a prestar ayuda eficaz para afrontar las crecientes necesidades misioneras de la Iglesia. Los donativos que se recogen hoy, están destinados al fondo común de solidaridad que, en nombre del Papa, la Obra de la propagación de la fe distribuye a las misiones y a los misioneros del mundo entero.
Agradezco vivamente a los responsables de las Obras misionales pontificias el constante servicio de animación y formación que prestan en este campo. Deseo, además, dar las gracias a todos los que en las diócesis y en las parroquias trabajan para que la Jornada de las misiones sea en verdad una cita de fe y comunión eclesial, un modo de responder con generosidad a la inmensa y urgente demanda de verdad, de justicia y de paz que se eleva de la humanidad contemporánea.
2. En particular, quisiera dar las gracias a las familias cristianas comprometidas en la acción misionera. Tengo aún ante mis ojos la estupenda multitud de familias que colmaba esta plaza hace dos domingos: eran familias que habían venido de numerosos lugares del mundo para celebrar el Año de la familia con el Sucesor de Pedro.
Ante tantos hombres y mujeres que esperan el anuncio de Cristo, es un gran estímulo y un signo de viva esperanza ver que numerosas familias están dispuestas, con valentía e impulso apostólico, a dar su aportación a la obra misionera. Mediante la oración y la solidaridad, y, de modo especial, mediante las vocaciones misioneras, que el Señor suscita en su seno, cooperan eficazmente en la difusión de la buena nueva en todos los rincones de la tierra.
3. Este año la Jornada de las misiones se celebra mientras está en pleno desarrollo la Asamblea de los obispos sobre la vida consagrada. Se trata de una coincidencia providencial.
La historia de los religiosos y de los laicos consagrados, en buena parte, es la historia de las misiones. En efecto, como escribió el Papa Pablo VI en la exhortación Evangelii nuntiandi, a los religiosos «se les encuentra no raras veces en la vanguardia de la misión y afrontando los más grandes riesgos para su salud y su propia vida. Sí, en verdad, la Iglesia les debe muchísimo» (n. 69).
Queridos misioneros —sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos—, la Iglesia está especialmente cercana a vosotros, ora por vosotros, os acompaña con su solicitud materna y os apoya en vuestro trabajo diario. Os encomiendo a María, madre del Salvador y modelo de la Iglesia, que da al mundo el Verbo encarnado. Que ella os proteja siempre y obtenga a todos los bautizados la fuerza para difundir por doquier, con su testimonio incisivo, la buena semilla del Evangelio.
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