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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 4 de diciembre de 1994

 

1. «Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas» (Lc 3, 4). Con estas palabras, hoy, segundo domingo de Adviento, el evangelio nos exhorta a disponer el corazón para acoger al Señor que viene. Y la liturgia de este día nos propone como modelo de esa preparación interior la figura austera de Juan Bautista, que predica en el desierto invitando a la conversión.

Su testimonio sugiere que, para salir al encuentro del Señor es preciso crear dentro de nosotros y a nuestro alrededor espacios de desierto: ocasiones de renuncia a lo superfluo, búsqueda de lo esencial, y un clima de silencio y oración.

San Juan Bautista invita, sobre todo, a volver a Dios, huyendo con decisión del pecado enfermedad del corazón del hombre, que le impide la alegría del encuentro con el Señor.

El tiempo de Adviento es especialmente apto para hacer experiencia del amor divino que salva. Y es sobre todo en el sacramento de la reconciliación donde el cristiano puede hacer esa experiencia, redescubriendo a la luz de la palabra de Dios la verdad de su propio ser y gustando la alegría de recuperar la paz consigo mismo y con Dios.

2. Juan en el desierto anuncia la venida del Salvador. El desierto hace pensar también en muchas situaciones contemporáneas graves: la indiferencia moral y religiosa, el desprecio hacia la vida humana que nace o que se encamina a su ultima meta natural, el odio racial, la violencia, la guerra y la intolerancia, son algunas de las causas de ese desierto de injusticia, de dolor y de desesperación que avanza en nuestra sociedad.

Frente a ese escenario, el creyente, como Juan Bautista, debe ser la voz que proclama la salvación del Señor, adhiriéndose plenamente a su Evangelio y testimoniándolo visiblemente en el mundo.

3. Nos aproximamos a la clausura del Año de la familia, que ha puesto de relieve el papel insustituible de esta primera célula de la sociedad en la educación humana y cristiana de la persona.

En nuestros días, tiempo de nueva evangelización, es urgente que los padres cristianos pongan atención especial en la educación de sus hijos para ser testigos valientes del Salvador en el mundo de hoy. Convirtiéndose en los primeros catequistas de sus hijos, pueden suscitar más fácilmente en ellos un amor singular a la palabra de Dios, y adecuando diariamente su vida al Evangelio, los estimulan en las decisiones coherentes y generosas, que son propias de todo auténtico discípulo del Señor.

Oremos para que cada familia cristiana sea una pequeña iglesia misionera y una escuela de evangelizadores. Encomendemos esta misión de todos los núcleos familiares creyentes así como sus alegrías y sufrimientos, a la Virgen Inmaculada, cuya solemnidad celebraremos el jueves próximo. Que María sea nuestro ejemplo y nuestra guía, especialmente ejemplo y guía de las familias.


Después del Ángelus

Deseo ahora saludar muy cordialmente a los peregrinos de lengua española, en especial a los integrantes de las Comunidades Neocatecumenales de las parroquias madrileñas de San Pedro el Real, Santa Catalina de Siena y de San Saturnino, venidos a Roma para hacer su profesión de fe ante la tumba del Apóstol san Pedro. Encomendándoos a la Santísima Virgen, a cuyo Santuario de Loreto os dirigís, os aliento a testimoniar con firmeza vuestra fe en Cristo y vuestro amor a la Iglesia.

Imparto a todos, de corazón, mi Bendición Apostólica.



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