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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Fiesta de San Esteban, protomártir
Lunes
26 de diciembre de 1994

 

1. Hemos conmemorado ayer el nacimiento del Hijo único del Padre y hemos cantado: «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace» (Lc 2, 14).

En este clima de alegría y de viva gratitud hacia el Señor, la Iglesia recuerda hoy al protomártir Esteban, que estuvo dispuesto a dar el supremo testimonio de Cristo derramando su sangre.

Frente a sus acusadores, confesó: «Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está en pie a la diestra de Dios» (Hch 7, 56).

El diácono Esteban fue el primero de una gran legión de testigos, cuya sangre roció a la Iglesia e impulsó su rápida difusión por todo el mundo: sanguis martyrum, semen christianorum, la sangre de los mártires es semilla de cristianos, afirmaba Tertuliano (Apol., 50, 13). Si no hubiera sido por esa siembra de mártires y por ese patrimonio de santidad que caracterizaron las primeras generaciones cristianas, tal vez la Iglesia no habría tenido el desarrollo que todos conocemos.

2. En efecto, en sus dos mil años de vida y, de modo especial, en nuestro siglo, la Iglesia se ha fortalecido constantemente con la contribución de los mártires que, como san Esteban, se han sacrificado por la gran causa de Dios entre los hombres. El pueblo cristiano, por consiguiente, no puede y no quiere olvidar el don que le han hecho estos miembros suyos elegidos: constituyen un patrimonio común de todos los creyentes. El ejemplo de los mártires y de los santos es una invitación a la plena comunión entre todos los discípulos de Cristo.

En la reciente carta apostólica Tertio millennio adveniente, he manifestado la intención de la Santa Sede de actualizar los martirologios, asegurando que «el mayor homenaje que todas las Iglesias tributarán a Cristo en el umbral del tercer milenio, será la demostración de la omnipotente presencia del redentor mediante frutos de fe, esperanza y caridad en hombres y mujeres de tantas lenguas y razas, que han seguido a Cristo en las distintas formas de la vocación cristiana» (n. 37).

María, Reina de los mártires, asociada a su Hijo en un único martirio, acompañe a cada uno de nosotros en las pequeñas y grandes ocasiones en que debemos dar nuestro fiel testimonio evangélico; y nos conforte con su amor de Madre en nuestro esfuerzo diario por seguir a Cristo, especialmente en las situaciones complejas y difíciles.

El amor a Cristo, que animó al mártir Esteban, alimente como savia vital nuestra existencia de cada día.



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