VIAJE APOSTÓLICO A GUATEMALA,
NICARAGUA, EL SALVADOR Y VENEZUELA
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Aeropuerto «La Carlota» de Caracas
IV Jornada mundial del enfermo
Domingo 11 de febrero de 1996
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. En este domingo se celebra la IV Jornada Mundial del Enfermo. La Iglesia, en su solicitud pastoral por quienes padecen en su cuerpo, se acerca a ellos con la misma ternura y caridad que tenía Cristo. La enfermedad es una cruz, a veces muy pesada, pero unida a la de Cristo se transforma en fuente de salvación, de vida y resurrección para el propio enfermo y para los demás. Por eso, invito a todos los que sufren a ofrecer generosamente esa prueba junto con Cristo sufriente y con María.
La celebración más solemne de esta Jornada tiene lugar en el Santuario de Guadalupe, en México, con la asistencia del Cardenal Fiorenzo Angelini, como Enviado mío. En aquel lugar un humilde indígena, el beato Juan Diego, escuchó de labios de la Virgen Santísima: «¿No soy yo tu salud?», manifestándose así como Aquella que el pueblo cristiano invoca siempre como «Salus infirmorum». Hoy peregrino idealmente a aquel Santuario, que visité al principio de mi Pontificado. La Virgen se muestra muy luminosamente en el rostro mestizo de la imagen de María de Guadalupe, que se yergue al inicio de la evangelización (cf. Puebla, 446). Por eso, Ella es venerada como «primera evangelizadora de América Latina» (Discurso en el aeropuerto de Ciudad de México, 6 de mayo de 1990).
2. Ahora, en la preparación del Gran Jubileo del 2000, la Virgen María acompaña a cada uno de sus hijas e hijos con su presencia materna. A Ella le pido que «visite» —como en una «peregrinatio Mariae», como «peregrina de la fe»— a todas y cada una de las diócesis, parroquias, comunidades eclesiales y familias de América, repitiendo a sus hijos lo que dijo en Caná: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2, 5). Que recorra este mismo Continente llevando «vida, dulzura y esperanza». Que anime y proteja la labor de la nueva evangelización, para que los cristianos vivan su fe con coherencia y fervor, y vuelvan a la misma quienes la abandonaron. Que favorezca la unidad de la Iglesia reuniendo, como en un nuevo Pentecostés, a los que creen en Jesucristo y a quienes necesitan ser renovados por el Espíritu.
¡Virgen María, Madre de los hombres y de los pueblos, al regresar a Roma, junto al sepulcro de san Pedro, te encomiendo de nuevo a tus hijos e hijas de América Latina! ¡Marcho confiado sabiendo que quedan en tus manos! Con el mismo amor y solicitud con que visitaste a santa Isabel (cf, Mt 1, 39-41), te pido que hoy y siempre les muestres a «Jesús, fruto bendito de tu vientre». Míralos constantemente con tus ojos misericordiosos y, por tu intercesión ante el divino Redentor, cúralos de sus sufrimientos, líbralos de todo mal y llénalos de tu amor.
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