JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María
Domingo 8 de diciembre de 1996
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. En el camino hacia el jubileo, que debe ser, ante todo, un itinerario de redescubrimiento del sentido de Cristo en nuestra vida, nos iluminan hoy la santidad y belleza de la Virgen, venerada en su inmaculada concepción. Esta verdad de fe, mientras expresa la singular condición de la Madre de Cristo, nos recuerda el designio universal de Dios, que «nos ha elegido en Cristo antes de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor» (Ef 1, 4). El Redentor restauró admirablemente el proyecto divino originario, lamentablemente dañado por el pecado, y María, la «llena de gracia» (Lc 1, 28), lo realizó de manera ejemplar.
Esta es la consoladora perspectiva que se ofrece a quien, como María, acoge a Cristo en su vida. A este propósito, en la carta que escribí para la preparación del jubileo recordé las palabras del Apóstol: «Todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo» (Ga 3, 27; cf. Tertio millennio adveniente, 41). En el rito del bautismo, este misterio está simbolizado por la vestidura blanca, signo de la nueva dignidad de hijos adoptivos de Dios.
2. Amadísimos hermanos y hermanas, que esta contemplación de la Inmaculada, imagen de la santidad de la Iglesia, nos recuerde la gracia del santo bautismo y nos impulse a una constante renovación de vida.
A la Virgen santísima, «tota pulchra», toda hermosa, encomendemos nuestros propósitos. Que María nos obtenga la valentía para no rendirnos ante nuestra fragilidad, conscientes de que el amor de Dios es más grande que el pecado. El Señor, que en María «hizo maravillas» (cf. Lc 1, 49), también hará maravillas en cuantos acogen sinceramente su invitación a la conversión y al amor.
3. En el clima de oración y solidaridad, propio del tiempo de Adviento, os pido nuevamente que no olvidéis el drama que se está consumando en África, en la zona de los Grandes Lagos.
Además de los numerosos prófugos ruandeses y burundeses todavía dispersos en Kivu, algunas noticias hablan de la total desolación en la que se halla la población del oriente de Zaire, víctima de combates fratricidas que se extienden rápidamente con sus funestas consecuencias de hambre, falta de seguridad, saqueos, huida de las ciudades y de las aldeas, atrocidades y horrores.
Los pastores de esas Iglesias hacen llegar diariamente al Papa los apremiantes llamamientos de su gente, que dirige su mirada al mundo entero, implorándole que no permanezca indiferente ante tantos sufrimientos y destrucciones. Una vez más hago mía esta súplica, y renuevo una urgente invitación a quienes, de una manera u otra, están implicados en el conflicto, para que pongan fin inmediatamente a la violencia y busquen una solución pacífica mediante el diálogo y la negociación.
Por nuestra parte, sigamos orando por estas intenciones y mostrando una solidaridad real hacia nuestros hermanos que sufren.
Después del Ángelus
Dos acontecimientos de estos días me inducen a dar gracias al Señor, que nos anima a proseguir por el camino de la comunión entre los cristianos.
Del 3 al 6 de diciembre he acogido en Roma al primado de la Comunión anglicana, el arzobispo de Canterbury: nos hemos encontrado dos veces y hemos orado juntos en la iglesia de San Gregorio en el Celio. Además, esta semana, acogeré al Catholicós-patriarca de todos los armenios, con una importante delegación de patriarcas, arzobispos y obispos de esa venerable Iglesia, que se remonta a los primeros siglos de la era cristiana. Os invito a todos a acompañar con la oración estos encuentros fraternas, que nos impulsan a buscar con gran empeño la comunión que Cristo ha querido para sus discípulos.
Por otra parte, el próximo jueves presidiré en San Pedro la misa para los universitarios de los ateneos de Roma. Es un encuentro muy agradable para mí, pues me hace remontarme a los años de mi ministerio de profesor y pastor en la universidad en Cracovia. Al inicio del camino de preparación para el gran jubileo del año 2000, renuevo mi invitación a la rica y multiforme comunidad universitaria de Roma. Queridos jóvenes estudiantes, espero que acudáis en gran número a. esta cita antes de la santa Navidad.
(En español)
Saludo Ahora cordialmente a los fieles de lengua española, en particular a los peregrinos de la «Obra de la Iglesia». En la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María os encomiendo a todos bajos su maternal protección.
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