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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 19 de enero de 1997

 

1. «En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!» (2 Co 5, 20).

El apremiante llamamiento a la reconciliación, que encierran estas palabras del apóstol Pablo, se renueva con fuerza y, al mismo tiempo, con alegría y esperanza, con ocasión de la Semana de oración por la unidad de los cristianos, que se ha inaugurado ayer y se concluirá el sábado 25 de enero, fiesta de la Conversión de san Pablo. Es un llamamiento que actúa como hilo conductor de las asambleas interconfesionales previstas para cada día de esta semana.

En la jornada conclusiva, como es habitual, presidiré una solemne celebración eucarística en la basílica de San Pablo extramuros.

2. El tema de la reconciliación, que también es objeto del mensaje para la Jornada mundial de la paz de este año, presenta una doble dimensión: ante todo, la reconciliación con Dios y, después, la reconciliación con los hermanos.

La división entre los cristianos encuentra su verdadera y última causa en el pecado del hombre, que es una rebelión contra la voluntad de Dios. Precisamente por esta razón, el concilio ecuménico Vaticano II afirmó que «el auténtico ecumenismo no se da sin la conversión interior» (Unitatis redintegratio, 7). Por eso, a todos los que quieren ser agentes eficaces de la unidad se les pide la firme voluntad, sostenida por la oración constante, de conformar su vida con el Evangelio.

La comunidad cristiana se encuentra en camino hacia la reconciliación y la plena comunión en la fe, en los sacramentos y en el ministerio. De hecho, hoy las relaciones entre los cristianos son más fraternas. Se constata que hay un mejor conocimiento recíproco, un respeto más atento y también una colaboración creciente, orientada a fortalecer el entendimiento y la fraternidad. Sin embargo, perduran todavía diferencias doctrinales y prácticas, que impiden la plena comunión. Por eso, hay que intensificar el diálogo y desarrollar ulteriormente el compromiso de la oración.

3. Amadísimos hermanos y hermanas, en el mundo de hoy, como en todas las épocas, no faltan tensiones y conflictos, que muestran la exigencia de una profunda reconciliación. Como cristianos, el Evangelio nos llama a ser agentes de paz y heraldos de la reconciliación que Cristo ha traído para cada hombre y para todos los hombres (cf. 2 Co 5, 14.18).

Esta misión resulta más urgente mientras estamos en camino hacia la puerta santa del año 2000, cuando celebraremos el gran jubileo. Si queremos ser fieles a Jesucristo, debemos comprometernos a fondo, para que en el alba del tercer milenio nos podamos encontrar más cercanos unos a otros y, todos juntos, más cercanos a Dios.

Invoquemos ahora a la Madre de Dios para que nos guíe en este camino, pues ella, entre otros títulos, tiene también el de «Odigitria», es decir, la que indica el camino.

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Después del Ángelus

Esperamos que esta Semana de oración por la unidad de los cristianos sea fructuosa para la Iglesia de Roma y para toda la cristiandad. Os deseo una buena semana. ¡Alabado sea Jesucristo!



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