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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Castelgandolfo
Domingo 10 de agosto de 1997

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Prosigamos nuestro itinerario espiritual hacia la Jornada mundial de la juventud, que tendrá lugar en París del 18 al 24 de agosto. Como ya he dicho, será un acontecimiento extraordinario y providencial para los jóvenes del mundo entero, en este período de preparación inmediata para el gran jubileo del año 2000.

En efecto, el encuentro en París, adonde acudirán chicos y chicas de todos los continentes, de todas las razas y culturas, constituye como la imagen de la Iglesia del tercer milenio y de la humanidad futura. Los jóvenes, esperanza y porvenir del mundo y de la comunidad cristiana, están llamados a ser los protagonistas de estos tiempos, en los que se ponen las bases de una sociedad marcada por una intensa solidaridad y por una comunión fraterna más abierta. Pero, ¿cómo construir una humanidad reconciliada y profundamente renovada sino a partir del Evangelio?

2. «Maestro, ¿dónde vives? Venid y lo veréis» (cf. Jn 1, 38-39). El tema de la XII Jornada mundial de la juventud representa una invitación explícita y apremiante a dirigir la mirada hacia el Señor, a buscarlo con todos los medios y a seguirlo con fidelidad constante. Sólo gracias a Cristo podemos construir un mundo de auténtica paz y de fecunda reconciliación.

Jesús es paz que reconcilia al ser humano, a las personas y a las familias, a de su pasión oró «para que todos sean uno» (Jn 17, 21) y confió a sus discípulos de todas las épocas la tarea de ser artífices de esta unidad sobrenatural y promotores de paz verdadera y duradera.

3. Queridos jóvenes, tenéis necesidad de paz para construir vuestra vida. Acercaos a Jesús, Maestro y Señor de la paz que nadie en el mundo puede daros. Siguiendo su ejemplo, promoved el «diálogo de conversión», que constituye «el espacio espiritual, interior, donde Cristo, con el poder del Espíritu, las induce (a las comunidades cristianas) sin excepción a examinarse ante el Padre y a preguntarse si han sido fieles a su designio sobre la Iglesia» (Ut unum sint, 82).

Que el Espíritu Santo, como escribió mi venerado predecesor Pablo VI, de cuya muerte acabamos de celebrar hace unos días el aniversario, «nos guíe por el camino de la reconciliación, para que la unidad de nuestras Iglesias llegue a ser un signo cada vez más luminoso de esperanza y de consuelo para toda la humanidad» (cit. en Ut unum sint, 99).

Invoquemos por esta intención a María, Madre de la unidad y Reina de la paz.

* * *

Después del Ángelus

Con gusto saludo ahora a los peregrinos de lengua española, en particular al grupo de religiosas de la Compañía de Santa Teresa de Jesús, continuadoras del carisma de san Enrique de Ossó, y al comandante y guardiamarinas del buque escuela fragata A.R.A. Libertad, de Argentina. A todos deseo que la visita a la ciudad eterna os ayude a fortalecer la fe, y que la intercesión de la Virgen María ilumine vuestros buenos propósitos.



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