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VISITA PASTORAL A BOLONIA

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 28 de septiembre de 1997

 

1. «Ave verum corpus natum de Maria Virgine », «Salve, verdadero cuerpo nacido de María Virgen».

Al final de esta solemne celebración eucarística, que ha congregado espiritualmente en torno al Sacramento del altar a toda la Iglesia italiana, dirigimos nuestro pensamiento a la Virgen Madre del Verbo encarnado, el cual se hizo nuestro alimento y nuestra bebida de salvación.

Meditando en el sublime misterio del Cuerpo y la Sangre de Cristo, queremos saludar a María, en cuyo seno se hizo hombre el Hijo eterno de Dios. Recordamos esta realidad central de nuestra fe cada vez que rezamos la plegaria mariana del Ángelus: «Verbum caro factum est et habitavit in nobis», «El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros». Llenos de gratitud espiritual, invocamos a la santa Madre del Salvador, santuario de la presencia divina y tabernáculo de la gloria eterna.

2. En la ciudad de Bolonia, en la que se ha llevado a cabo este Congreso eucarístico que ahora se concluye, la santísima Virgen es particularmente venerada con el título de «Virgen de san Lucas». Es antigua y profunda la devoción de los boloñeses hacia su celestial patrona; forma parte de su misma identidad cívica y cultural, y está casi visiblemente representada por el majestuoso pórtico que une la ciudad al santuario del Monte de la Guardia.

En el pasado la Virgen fue, para los habitantes de Bolonia y de sus cercanías, defensa y honra en las diversas circunstancias, tanto alegres como tristes, de su historia. Aún hoy sigue asistiendo y protegiendo a sus hijos en todas sus necesidades materiales y espirituales.

3. A la Virgen encomendamos ahora todos los frutos del Congreso eucarístico nacional.

Acompaña, María, con tu maternal protección, el camino futuro de la querida comunidad boloñesa y de toda la Iglesia que está en Italia.

Ayúdanos a todos a proseguir con valentía y generosidad en el compromiso de la nueva evangelización, para ser, en el umbral del nuevo milenio, auténticos testigos de las infinitas riquezas del amor de Dios, reveladas y comunicadas al mundo en el sacramento de la Eucaristía.



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