JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Cuarto domingo de Cuaresma, 14 de marzo de 1999
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Prosigue nuestro itinerario cuaresmal hacia la Pascua, itinerario de conversión guiado por la palabra de Dios, que ilumina los pasos de nuestra vida. El gozo de la resurrección de Cristo se anticipa, en cierto modo, en la liturgia de hoy, que se abre con la invitación a alegrarnos: «Alegraos (...) los que por ella llevasteis luto; (...) os saciaréis de sus consuelos» (Antífona de entrada).
Precisamente la resurrección manifiesta el verdadero valor de la cruz, hacia la que caminamos en este período cuaresmal. Ella no es signo de muerte, sino de vida; no es signo de frustración, sino de esperanza; no es signo de derrota, sino de victoria. Más aún, como dice un antiguo himno litúrgico, la cruz de Cristo es la «única esperanza», porque cualquier otra promesa de salvación es falsa, desde el momento en que no resuelve el problema fundamental del hombre: el problema del mal y de la muerte.
2. Por esta razón los cristianos veneran la cruz y reconocen en ella el signo por excelencia del amor y la esperanza. También los jóvenes, que por su misma naturaleza se proyectan hacia la vida, abrazan la cruz de Jesús, como san Francisco de Asís y todos los santos, porque intuyen que, sin ella, el misterio de la vida sería un enigma sin sentido. En estos meses está peregrinando por las diócesis de Italia la cruz de las Jornadas mundiales de la juventud. Hoy ha llegado a Turín, donde los jóvenes del Piamonte y del Valle de Aosta se han dado cita para acogerla en la plaza de San Carlos. A ellos, que están unidos a nosotros mediante la televisión, les dirijo un saludo especial y les digo: ¡no tengáis miedo de acoger en vuestra vida la cruz de Cristo! Ella da valor y significado plenos a las alegrías y a los dolores de la existencia, ayudando a cada uno a hacer de la propia vida un don de amor a Dios y a sus hermanos. La cruz enseña a amar a todos, incluso a los enemigos, para cooperar en la obra redentora de Cristo y en el cumplimiento del reino de Dios.
3. Al pie de la cruz está silenciosa y orante la Madre de Jesús. Si seguimos a Cristo en su pasión, María estará siempre a nuestro lado. Hoy deseo encomendar a la santísima Virgen el itinerario cuaresmal de toda la Iglesia. De modo particular, quisiera encomendarle el compromiso de los jóvenes, para que siempre estén dispuestos a acoger la cruz de Cristo. La cruz, signo de nuestra salvación y estandarte de victoria definitiva, es el testimonio que vosotros, queridos jóvenes, debéis recibir de las generaciones que os preceden, para llevarlo, como verdaderos apóstoles del Evangelio, al tercer milenio.
Llamamiento en favor de la paz en Indonesia
Ya desde hace meses la ciudad de Amboina, capital del archipiélago indonesio de las Molucas, es centro de cruentos enfrentamientos, que han perturbado la tradicional y armoniosa convivencia entre cristianos y musulmanes. Graves tensiones étnicas y religiosas se registran también en otras regiones de Indonesia.
Frente a estos fenómenos preocupantes, dirijo a todos, y especialmente a los que fomentan los desórdenes, una apremiante exhortación a abandonar la violencia, causa de innumerables sufrimientos, y a reencontrar los senderos de la concordia. Deseo, además, consolar a las víctimas y manifestar mi cercanía espiritual a todo el pueblo indonesio, sobre el cual invoco la bendición del Señor.
* * *
Mi saludo se dirige ahora a todas las personas y grupos de América Latina y de España, de modo particular a los fieles de la diócesis de Bilbao. Deseando que vuestra peregrinación a Roma sea provechosa en este tiempo cuaresmal, os bendigo a todos con afecto.
Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana