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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Castelgandolfo
Domingo 30 de julio de 2000

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. El gran jubileo no tiene pausas ni siquiera en el corazón del verano. Ayer, entre los numerosos peregrinos que acudieron a la plaza de San Pedro, se encontraban los del movimiento Cursillos de cristiandad, nacido en España hace cincuenta años y difundido en muchos países del mundo.

La característica de los Cursillos, como de otros movimientos eclesiales análogos, es la nueva evangelización de los adultos. El mensaje cristiano se propone a través de momentos de intensa experiencia espiritual, que pueden llevar a descubrir la belleza de encontrarse con Cristo y de ser Iglesia, así como la alegría de la fraternidad y del servicio recíproco, impregnando de espíritu cristiano toda la existencia.

2. La exigencia de un cristianismo integral, que no busque componendas cuando se trata de la verdad y que al mismo tiempo sepa confrontarse con la historia y la modernidad, caracterizó todo el siglo pasado y se manifestó con fuerza en el concilio ecuménico Vaticano II.

La Iglesia ha comprendido cada vez con mayor claridad, en la sucesión de los acontecimientos a veces dramáticos de los decenios pasados, que su tarea es la solicitud y la responsabilidad por el hombre, no "abstracto", sino real, "concreto" e "histórico", al que ha de ofrecer incesantemente a Cristo, su único Redentor. En efecto, sólo en Cristo ―y no se cansa de repetirlo, especialmente durante este Año jubilar― el ser humano puede encontrar el sentido verdadero y pleno de su existencia. Por tanto, el cristianismo no puede reducirse a doctrina, ni a simples principios, porque Cristo, centro del cristianismo, está vivo y su presencia constituye el acontecimiento que renueva constantemente a las criaturas humanas y  el  cosmos.  Es  preciso proclamar hoy con vigor esta verdad de Cristo, tal como la defendieron valientemente en el siglo XX numerosos testigos de la fe e ilustres pensadores cristianos, entre los cuales me agrada recordar hoy a Vladímir Sergeevic Soloviev, de cuya muerte se celebra en estos días el centenario.

Al recordar a esta personalidad rusa de extraordinaria profundidad, que también percibió con gran claridad el drama de la división entre los cristianos y la necesidad urgente de su unidad, quisiera invitaros a orar para que los creyentes en Cristo de Oriente y de Occidente restablezcan cuanto antes su comunión plena. Para que esto suceda, es indispensable que todos se conviertan a Cristo vivo, ayer, hoy y siempre, y, viviendo sin componendas su Evangelio, lleguen a ser levadura de una humanidad nueva. Esta es la oración que elevamos hoy al cielo, sostenidos por María santísima, Sede  de la Sabiduría divina, a quien ahora nos dirigimos con confianza.

Después de la plegaria mariana, el Santo Padre dijo en español:

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, especialmente al grupo de la Obra de la Iglesia. Os invito a cada uno a vivir con entrega vuestra vocación cristiana, para que la palabra de Dios sembrada en vuestro corazón dé fruto abundante.

A continuación pronunció la condena de los actos de terrorismo en España:

Ante la ola de terrorismo que azota en estos días España, y que ayer se cobraba una nueva víctima, deseo expresar mi profundo dolor, así como mi solidaridad y cercanía a las familias de las víctimas.

Renuevo una vez más la condena más enérgica a estos actos contra el derecho a la libertad y a la vida, reafirmando que ninguna idea o concepción social o política puede imponerse por la violencia. Pido al Señor que el querido pueblo español pueda gozar siempre de una pacífica convivencia y armonía social.

Luego, hablando en italiano, prosiguió:

Deseo, además, invitar a todos a unirse espiritualmente a la vigilia de oración con motivo de la fiesta de la Transfiguración, que, como respuesta a la invitación del patriarca de Constantinopla Bartolomé I,  se celebrará la tarde del sábado 5 de agosto  en la  patriarcal basílica de San Juan de Letrán, para dar gracias a Dios que en Cristo se manifestó plenamente cuando afirmó:  "Este es mi Hijo predilecto, escuchadle" (Mt 17, 5).

 



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