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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 10 de febrero de 2002

 

Amadísimos hermanos y hermanas: 

1. Mañana se celebra la memoria litúrgica de la Bienaventurada Virgen María de Lourdes. En la pequeña ciudad pirenaica se ha encendido un potente faro de esperanza, de modo particular para los que sufren en el cuerpo y en el alma, desde que el 11 de febrero de 1858 la Virgen se apareció a santa Bernardita en la gruta de Massabielle, pidiendo que se convirtiera en un lugar de peregrinación y oración.

Desde hace diez años, a esta fiesta mariana va unida la celebración de la Jornada mundial del enfermo, ocasión propicia para que la comunidad eclesial se reúna en torno a las personas enfermas, invocando sobre ellas el apoyo materno de María, que a todos brinda consuelo y luz.

Este año el centro de la Jornada mundial del enfermo estará en Vailankanny, en el sur de la India, donde se encuentra el santuario de la "Virgen de la salud", llamado "el Lourdes de Oriente" y meta de numerosos peregrinos. Encomendemos  a la protección celestial de la Madre de Dios también a las personas de religión hindú, o de otras religiones, que de buen grado acuden a ese santuario cristiano.

En unión espiritual, se realizará mañana por la tarde en San Pedro una celebración especial, al término de la cual tendré la alegría de encontrarme con los enfermos, los profesionales de la salud y las asociaciones de voluntariado presentes en la basílica vaticana.

2. "Para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10). Estas palabras de Jesús, que leemos en el evangelio de san Juan, constituyen el tema de la Jornada mundial del enfermo de este año. Evocan la perspectiva de fondo de la fe cristiana que, incluso en la experiencia de la enfermedad y de la muerte, está siempre abierta a la vida. El creyente sabe que puede contar con el poder de Dios creador, de Cristo resucitado y del Espíritu vivificante. Esta perspectiva da sentido al compromiso de todos los que, de múltiples maneras, se ocupan con amor de los enfermos y de los que sufren: médicos, enfermeros, investigadores, farmacéuticos y voluntarios. A todos estos servidores de la vida, entre los cuales se encuentran numerosas personas consagradas, quisiera manifestarles mi más cordial aprecio.

3. Quiero saludar en especial a los amadísimos enfermos, que se encuentran en todas las partes del mundo. A cada uno le aseguro mi cercanía espiritual, recordando que el sufrimiento humano fue asumido por Cristo y es parte integrante de su misterio de salvación: "dolor salvífico". Al unirse con fe y amor a la pasión de Cristo, la persona que sufre participa en su lucha victoriosa sobre el mal y sobre la muerte, como lo demuestra el testimonio de los santos.

Oremos para que la Virgen María, Salud de los enfermos, asista con su protección a quienes sufren en el cuerpo y en el alma, y sostenga a cuantos los cuidan con amorosa disponibilidad.

 



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