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JUAN PABLO II 

ÁNGELUS

 Domingo 12 de enero de 2003

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. El tiempo de Navidad y de la Epifanía termina con la fiesta del Bautismo del Señor en el río Jordán, que celebramos hoy. Los evangelios concuerdan en atestiguar que, cuando Jesús salió del agua, se posó sobre él el Espíritu Santo en forma de paloma, y se oyó de lo alto la voz del Padre celestial que decía: "Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto" (Mc 1, 11).

Mezclado con la multitud de penitentes, Jesús había pedido a Juan Bautista que  lo bautizara, dejando desconcertado al mismo Precursor. Pero precisamente ese gesto revela la singularidad del mesianismo de Jesús: consiste en cumplir la voluntad del Padre, haciéndose "propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10).

Su humilde solidaridad con los pecadores lo llevará a la muerte en la cruz.

2. Sumergirse en la muerte y en la resurrección de Cristo libera radicalmente al hombre del pecado y de la muerte, y realiza un nuevo nacimiento, según el Espíritu, para una vida que ya no tendrá fin. Este es el bautismo que el Resucitado confía a los Apóstoles, enviándolos al mundo entero (cf. Mt 28, 19). Esta mañana, como de costumbre, he tenido la alegría de administrar este mismo bautismo a algunos recién nacidos.

El bautismo de los niños, tan apreciado en la tradición cristiana, permite comprender con inmediata elocuencia la auténtica naturaleza de la salvación, que es gracia, es decir, don gratuito del Señor. En efecto, Dios es siempre el primero en amarnos, y en la sangre de su Hijo ya ha pagado el precio de nuestro rescate.

Por eso conviene que los padres cristianos lleven a sus hijos a la pila bautismal, para que reciban, en virtud de la fe de la Iglesia, el gran don de la vida divina. Además, los padres, con su ejemplo, su oración y su enseñanza han de ser los primeros educadores de la fe de sus hijos, para que esa semilla de vida nueva llegue a la madurez plena.

3. Dirigiéndonos ahora a la Virgen María, oremos por los veintidós niños que esta mañana han recibido el santo bautismo; oremos por sus padres, por sus padrinos y madrinas, y por todos los cristianos. Que la Madre del Señor ayude a todos los bautizados a rechazar lo que es contrario al Evangelio y a permanecer siempre fieles a las promesas asumidas en la pila bautismal.

 



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