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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

V Domingo de Cuaresima, 28 de marzo de 2004

 

1. En el Mensaje cuaresmal de este año he invitado a poner a los niños en el centro de la atención de las comunidades cristianas. Muchos de ellos son víctimas de graves enfermedades, incluidas la tuberculosis y el sida, carecen de instrucción y sufren hambre. La desnutrición y la malnutrición, agravadas por preocupantes carencias sanitarias, siguen siendo causa diaria de muerte para muchos de estos niños, privados incluso de lo mínimo indispensable para sobrevivir.

2. En algunos lugares de la tierra, especialmente en los países más pobres, hay niños y adolescentes víctimas de una horrible forma de violencia:  son reclutados para combatir en los así llamados "conflictos olvidados". De hecho, sufren una doble agresión escandalosa:  los convierten en víctimas y, al mismo tiempo, en protagonistas de la guerra, involucrándolos en el odio de los adultos. Privados de todo, ven su futuro amenazado por una pesadilla difícil de alejar.

3. Estos hermanos nuestros más pequeños, que sufren a causa del hambre, la guerra y las enfermedades, dirigen al mundo de los adultos un angustioso llamamiento. Ojalá que su grito de dolor no sea desoído. Jesús nos recuerda:  "El que reciba a un niño como este en mi nombre, a mí me recibe" (Mt 18, 5).

El tiempo cuaresmal impulsa a los cristianos a una acogida más generosa de estas palabras evangélicas, para traducirlas en intervenciones valientes en favor de la infancia en peligro y abandonada.

Que la Virgen Madre de Dios ayude a los niños que se encuentran en dificultades y haga fructificar los esfuerzos de cuantos, con amor, tratan de aliviar sus sufrimientos.

* * *

Llamamiento a la comunidad internacional para que construya la paz y la civilización del amor, especialmente en el continente africano.

Han pasado diez años desde que, el 7 de abril de 1994, estallaron en Ruanda graves enfrentamientos entre hutus y tutsis, que culminaron con el genocidio en el que fueron bárbaramente asesinadas miles de personas.

Pidamos al Señor que esa tragedia no se repita nunca más.

A vosotras, queridas poblaciones; a vosotros, jefes religiosos y civiles; y a todos vosotros que, en la comunidad internacional, os esforzáis generosamente por llevar la paz a la amada región de los Grandes Lagos, os digo:  ¡No os desalentéis! Sed constructores de la civilización del amor, estimulados por las palabras del Salvador:  "Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios" (Mt 5, 9).

 



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