JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 12 de marzo de 1980
(La audiencia del miércoles 12 de marzo se desarrolló en dos fases: la primera en la basílica de San Pedro, donde el Papa habló a los jóvenes, y la segunda en el Sala Pablo VI, donde pronunció su catequesis)
Sala Pablo VI
Dignidad de la generación humana
1. En la meditación precedente sometimos a análisis la frase del Génesis 4, 1 y, en particular, el término "conoció", utilizado en el texto original para definir la unión conyugal. También pusimos de relieve que este "conocimiento" bíblico establece una especie de arquetipo [1] personal de la corporeidad y sexualidad humana. Esto parece absolutamente fundamental para comprender al hombre, que desde el "principio" busca el significado del propio cuerpo. Este significado está en la base de la misma teología del cuerpo. El término "conoció" - "se unió" (Gén 4, 1-2) sintetiza toda la densidad del texto bíblico analizado hasta ahora. El "hombre" que, según el Génesis 4, 1, "conoce" por primera vez a la mujer, su mujer, en el acto de la unión conyugal, es en efecto el mismo que, al poner nombre, es decir, "al conocer" también, se ha "diferenciado" de todo el mundo de los seres vivientes o animalia, afirmándose a sí mismo como persona y sujeto. El "conocimiento", de que habla el Génesis 4, 1, no lo aleja ni puede alejarlo del nivel de ese primordial y fundamental autoconocimiento. Por lo tanto -diga lo que diga sobre esto una mentalidad unilateralmente "naturalista"-, en el Génesis 4, 1, no puede tratarse de una mera aceptación pasiva de la propia determinación por parte del cuerpo y del sexo, precisamente porque se trata de "conocimiento".
Es, en cambio, un descubrimiento ulterior del significado del propio cuerpo, descubrimiento común y recíproco, así como común y recíproca es desde el principio la existencia del hombre a quien "Dios creo varón y mujer". El conocimiento que estaba en la base de la soledad originaria del hombre, está ahora en la base de esta unidad del varón y la mujer, cuya perspectiva clara ha sido puesta por el Creador en el misterio mismo de la creación (cf. Gén 1, 27; 2, 23). En este "conocimiento" el hombre confirma el significado del nombre "Eva", dado a su mujer, "por ser la madre de todos los vivientes"(Gén 3, 20).
2. Según el Génesis 4, 1, aquel que conoce es el varón, y la que es conocida es la mujer- esposa, como si la determinación específica de la mujer, a través del propio cuerpo y sexo, escondiese lo que constituye la profundidad misma de su feminidad. En cambio, el varón fue el primero que -después del pecado- sintió la vergüenza de su desnudez, y el primero que dijo: "He tenido miedo, porque estaba desnudo, y me escondí" (Gén 3, 10). Será necesario volver todavía por separado al estado de ánimo de ambos después de perder la inocencia originaria. Pero ya desde ahora es necesario constatar que en el "conocimiento", de que habla el Génesis 4, 1, el misterio de la feminidad se manifiesta y se revela hasta el fondo mediante la maternidad, como dice el texto: "la cual concibió y parió". La mujer está ante el hombre como madre, sujeto de la nueva vida humana que se concibe y se desarrolla en ella, y de ella nace al mundo. Así se revela también hasta el fondo el misterio de la masculinidad del hombre, es decir, el significado generador y "paterno" de su cuerpo [2].
3. La teología del cuerpo, contenida en el libro del Génesis, es concisa y parca en palabras. Al mismo tiempo, encuentran allí expresión contenidos fundamentales, en cierto sentido primarios y definitivos. Se encuentran todos a su modo en ese "conocimiento" bíblico. La constitución de la mujer es diferente respecto al varón; más aún, hoy sabemos que es diferente hasta en sus determinaciones bio-fisiológicas más profundas. Se manifiesta exteriormente sólo en cierta medida, en la estructura y en la forma de su cuerpo. La maternidad manifiesta esta constitución interiormente, como particular potencialidad del organismo femenino, que con peculiaridad creadora sirve a la concepción y a la generación del ser humano, con el concurso del varón. El "conocimiento" condiciona la generación.
La generación es una perspectiva, que el varón y la mujer insertan en su recíproco conocimiento. Por lo cual éste sobrepasa los límites de sujeto-objeto, cual varón y mujer parecen ser mutuamente, dado que el "conocimiento" indica, por una parte, a aquel que "conoce", y por otra, a la que "es conocida" (o viceversa). En este "conocimiento" se encierra también la consumación del matrimonio, el específico consummatum; así se obtiene el logro de la "objetividad" del cuerpo, escondida en las potencialidades somáticas del varón y de la mujer, y a la vez el logro de la objetividad del varón que "es" este cuerpo. Mediante el cuerpo, la persona humana es "marido" y "mujer"; simultáneamente, en este particular acto de "conocimiento", realizado por la feminidad y masculinidad personales, parece alcanzarse también el descubrimiento de la "pura" subjetividad del don: es decir, la mutua realización de sí en el don.
4. Ciertamente, la procreación hace que "el varón y la mujer (su esposa)" se conozcan recíprocamente en el "tercero" que trae su origen de los dos. Por eso, ese "conocimiento" se convierte en un descubrimiento, a su manera, en una revelación del nuevo hombre, en el que ambos, varón y mujer, se reconocen también a sí mismos, su humanidad, su imagen viva. En todo esto que está determinado por ambos a través del cuerpo y del sexo, el "conocimiento" inscribe un contenido vivo y real. Por tanto, el "conocimiento" en sentido bíblico significa que la determinación "biológica" del hombre, por parte de su cuerpo y sexo, deja de ser algo pasivo, y alcanza un nivel y un contenido específicos para las personas autoconscientes y autodeterminantes: comporta, pues, una conciencia particular del significado del cuerpo humano, vinculada a la paternidad y a la maternidad.
5. Toda la constitución del cuerpo de la mujer, su aspecto particular, las cualidades que con la fuerza de un atractivo permanente están al comienzo del "conocimiento", de que habla el Génesis 4, 12 ("Adán se unió a Eva, su mujer"), están en unión estrecha con la maternidad. La Biblia (y después la liturgia) con la sencillez que le es característica, honra y alaba a lo largo de los siglos "el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron" (Lc 11, 2). Estas palabras constituyen un elogio de la maternidad, de la feminidad, del cuerpo femenino en su expresión típica del amor creador. Y son palabras que en el Evangelio se refieren a la Madre de Cristo, María, segunda Eva. En cambio, la primera mujer, en el momento en que se reveló por primera vez la madurez materna en su cuerpo, cuando "concibió y parió", dijo: "He alcanzado de Yahvé un varón" (Gén 4, 1).
6. Estas palabras expresan toda la profundidad teológica de la función de generar- procrear. El cuerpo de la mujer se convierte en el lugar de la concepción del nuevo hombre [3]. En su seno el hombre concebido toma su propio aspecto humano, antes de venir al mundo. La homogeneidad somática del varón y de la mujer, que encontró expresión primera en las palabras: "Es carne de mi carne, y hueso de mis huesos" (Gén 2, 23), está confirmada a su vez por las palabras de la primera mujer-madre: "He alcanzado un varón". La primera mujer parturiente tiene plena conciencia del misterio de la creación, que se renueva en la generación humana. Tiene también plena conciencia de la participación humana, obra de ella y de su marido, puesto que dice: "He alcanzado de Yahvé un varón".
No puede haber confusión alguna entre las esferas de acción de las causas. Los primeros padres transmiten a todos los padres humanos -también después el pecado, juntamente, con el fruto del árbol del bien y del mal y como en el umbral de todas las experiencias "históricas"- la verdad fundamental acerca del nacimiento del hombre a imagen de Dios, según las leyes naturales. Este nuevo hombre nacido de la mujer-madre por obra del varón- padre reproduce cada vez la misma "imagen de Dios", de ese Dios que ha constituido la humanidad del primer hombre: "Creó Dios al hombre a imagen suya..., varón y mujer los creó" (Gén 1, 27).
7. Aunque existen profundas diferencias entre el estado de inocencia originaria y el estado pecaminoso heredado del hombre, esa "imagen de Dios" constituye una base de continuidad y de unidad. El "conocimiento" de que habla el Génesis 4, 1, es el acto que origina el ser, o sea, en unión con el Creador, establece un nuevo hombre en su existencia. El primer hombre, en su soledad trascendental, tomó posesión del mundo visible, creado para él, conociendo e imponiendo nombre a los seres vivientes (animalia). El mismo "hombre", como varón y mujer, al conocerse recíprocamente en esta específica comunidad-comunión de personas, en la que el varón y la mujer se unen tan estrechamente entre sí que se convierten en "una sola carne", constituye la humanidad, es decir, confirma y renueva la existencia del hombre como imagen de Dios. Cada vez ambos, varón y mujer, renuevan, por decirlo así, esta imagen del misterio de la creación y la transmiten "con la ayuda de Dios-Yahvé".
Las palabras del libro del Génesis, que son un testimonio del primer nacimiento del hombre sobre la tierra, encierran en sí, al mismo tiempo, todo lo que se puede y se debe decir de la dignidad de la generación humana.
Notas
[1] En cuanto a los arquetipos, C. G. Jung los describe como formas "a priori" de varias funciones del alma: percepción de relación, fantasía creativa. Las formas se llenan de contenido con materiales de la experiencia. No son inertes, sino que están cargadas de sentimiento y de tendencia (véase sobre todo: Die psychologischen Aspekte des Mutterrarchetypus, Eranos 6, 1938, págs. 405-409).
Según esta concepción, se puede encontrar un arquetipo en la mutua relación varón-mujer, relación que se basa en la realización binaria y complementaria del ser humano en dos sexos. El arquetipo se llenará de contenido mediante la experiencia individual y colectiva, puede poner en movimiento a la fantasía creadora de imágenes. Sería necesario precisar que el arquetipo: a) no se limita ni se exalta en la relación física, sino que incluye la relación del "conocer"; b) está cargado de tendencia: deseo-temor, don-posesión; c) el arquetipo, como proto- imagen ("Urbild") es generador de imágenes ("Bilder").
El tercer aspecto nos permite pasar a la heremenéutica, en concreto a la de textos de la escritura y de la Tradición. El lenguaje religioso primario es simbólico (cf. W. Stahlin, Symbolon, 1958; I. Macquarrie, God Talk, 1968; T. Fawcett, The Symbolic Language of Religion, 1970). Entre los símbolos él prefiere algunos radicales o ejemplares, que podríamos llamar arquetipales. Ahora bien, entre los de la Biblia usa el de la relación conyugal, concretamente al nivel del "conocer" descrito.
Uno de los primeros poemas bíblicos, que aplica el arquetipo conyugal a las relaciones de Dios con su Pueblo, culmina en el verbo comentado: "Conocerás al Señor" (Os 2, 22; weyadacta 'et Yhwh; atenuado en "Conocerá que yo soy el Señor - wydet ky 'ny Yhwh: Is 49, 23; 60, 16; Ez 16, 62, que son los tres poemas conyugales). De aquí parte una tradición literaria, que culminará en la aplicación paulina de Ef 5 a Cristo y a la Iglesia; luego pasará a la tradición patrística y a la de los grandes místicos (por ejemplo, "Llama de amor viva", de San Juan de la Cruz.
En el tratado Grundzüge der Literatur -und Sprach- wissenschaft, vol. I, Munich 1976, 4 ed., pág 462, se definen así los arquetipos: "Imágenes y motivos arcaicos, que según Jung, forman el contenido del inconsciente colectivo común a todos los hombres; presentan símbolos, que en todos los tiempos y en todos los pueblos hacen vivo de manera imaginaria lo que para la humanidad es decisivo en cuanto a ideas, representaciones e instintos".
Freud, a lo que parece, no utiliza el concepto de arquetipo. Establece un símbolo o código de correspondencias fijas entre imágenes presentes-patentes y pensamientos latentes. El sentido de los símbolos es fijo, aun cuando no único; pueden ser reducibles a un pensamiento último irreducible a su vez, que suele ser alguna experiencia de la infancia. Estos son primarios y de carácter sexual (pero no los llama arquetipos). Véase T. Todorov, Théories du symbol, París, 1977, págs. 317 ss.; además, J. Jacoby, Komplex, Archetyp, Symbol in der Psycologie C. G. Jungs, Zurich, 1957.
[2] La paternidad es uno de los aspectos de la humanidad más puestos de relieve en la Sagrada Escritura.
El texto del Gén 5, 3: "Adán... engendró un hijo a su imagen y semejanza", se une explícitamente al relato de la creación del hombre (Gén 1, 27; 5, 1) y parece atribuir al padre terrestre la participación en la obra divina de transmitir la vida, y quizá también en esa alegría presente en la afirmación: "y vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho" (Gén 1, 31).
[3] Según el texto del Gén 1, 26, la "llamada" a la existencia es al mismo tiempo transmisión de la imagen y semejanza divina. El hombre debe proceder a transmitir esta imagen, continuando así la obra de Dios. El relato de la generación de Set subraya este aspecto: "Adán tenía 130 años cuando engendró un hijo a su imagen y semejanza" (Gén 5, 3).
Dado que Adán y Eva eran imagen de Dios, Set hereda de sus padres esta semejanza para transmitirla a los otros.
Pero en la Sagrada Escritura toda vocación está unida a una misión; la llamada, pues, a la existencia es ya predestinación a la obra de Dios:
"Antes que te formara en el vientre te conocí, antes de que tú salieses del seno materno te consagré (Jer 1, 5; cf. también Is 44, 1; 49, 1. 5).
Dios es Aquel que no sólo llama a la existencia, sino que sostiene y desarrolla la vida desde el primer momento de la concepción:
"Tú eres quien me sacó del vientre, me tenías confiado en el pencho de mi madre; desde el seno pasé a tus manos, desde el vientre materno Tú eres mi Dios" (Sal 22, 10. 11; cf. Sal 139, 13-15).
La atención del autor bíblico se centra en el hecho mismo del don de la vida. El interés por el modo en que esto sucede, es más bien secundario y sólo aparece en los libros posteriores (cf. Job 10, 8. 11; Mac 7, 22-23; Sab 7, 1-3).
Saludos
(En alemán)
Dirijo un cordial saludo de bienvenida al grupo de representantes de la "Asociación femenina católica de Alemania".
Conozco la rica y bendita labor de vuestra asociación en los 50 primeros años de su existencia. Como subraya el Concilio, es de gran importancia en nuestro tiempo reconocer abiertamente el puesto y la tarea específica de la mujer en la vida de la Iglesia, estimar esta tarea como se merece, fomentarla cada vez más en función del apostolado eclesial y hacerla fructuosa (cf. Apostolicam actuositatem, 9). Agradezco sinceramente a vuestra asociación todo lo que vosotras habéis hecho ya en este sentido en el pasado y os animo al mismo tiempo a proseguir vuestra confiada y decidida labor con una fe viva y en estrecha colaboración con el Pastor de la Iglesia, instituida por Dios. Para ello, con mi bendición apostólica pido para vosotras la asistencia iluminadora y protectora de Dios.
Saludo también cordialmente a los participantes en la peregrinación a Roma del Movimiento católico de hombres de Bozen-Bolzano. Este tiempo de Cuaresma nos recuerda una vez más nuestra llamada cristiana a la santificación personal y a la santificación de nuestro ambiente familiar, profesional y social. Declaraos incondicionalmente por Cristo, vuestro Señor y Salvador, e intentad configurar vuestra vida según El y en unión íntima con El. Que Dios os conceda esto con su gracia mediante mi bendición apostólica.
(En italiano)
Tengo el placer ahora de saludar al hermoso grupo de los alumnos oficiales y los agregados a los servicios de. la "Escuela de Estado Mayor" los cuales, acompañados por el general de Cuerpo de Armada, por los profesores y por los familiares, han venido a traer a esta audiencia una nota de entusiasmo juvenil.
Os doy las gracias por esta presencia y tomando como punto de referencia el lema de la escuela: "Alere flammam", os digo: alimentad siempre en vuestro ánimo la llama de los ideales cristianos, realizad con seriedad y empeño vuestros cursos para llevar mañana al campo de vuestras actividades ese sentido de responsabilidad, de dignidad y dedicación que la sociedad espera de vosotros. Para este fin os sirva de sostén mi bendición especial.
Saludo también a los socios del "Circolo Magistrati della Corte dei Conti", a su presidente y a sus familiares, presentes en esta audiencia para recordar los 15 años de fundación de su asociación. El Señor os bendiga y os conceda transformar vuestro Círculo en una palestra de creciente amistad en el espíritu de paz y de amor propio del Evangelio, para cumplir cada vez con mayor dedicación los graves y delicados compromisos de vuestra alta profesión.
Dirijo ahora un saludo también a los numerosos funcionarios de dirección del Banco de Roma, provenientes tanto de las filiales italianas como de las extranjeras del mismo Instituto, que celebra en estos días el centenario de su fundación. Deseo de corazón a todos vosotros que en la dedicación a vuestro trabajo podáis realizar vuestra personalidad y contribuir, a través de los medios a vosotros confiados, al desarrollo y al bienestar social.
La bendición, que gustosamente os concedo, va también dirigida a todos vuestros colegas, a vuestros colaboradores y a vuestros familiares.
Deseo también saludar al grupo de peregrinos provenientes de Florencia. Queridísimos, me traéis el testimonio de la adhesión que une a la Iglesia florentina a la Sede de Pedro. Os doy las gracias cordialmente por ello. Sé que en vuestra diócesis se ha iniciado la visita pastoral, que quiere despertar en todos una renovada conciencia del "don de Dios" (cf. Jn 4, 10) y llamar a todos a un empeño de evangelización más decidido en relación al amplio círculo de personas que, por razones diversas, se mantienen alejadas de la Iglesia, la ignoran o incluso le son hostiles.
Expreso el deseo de que toda la comunidad diocesana sepa corresponder generosamente a la invitación de su Pastor y quiera participar, activamente, haciéndose signo de la presencia divina e instrumento de la palabra y de la gracia de Cristo "Redentor del hombre". Con estos sentimientos y con el deseo de copiosos favores celestes sobre una iniciativa pastoral tan importante, imparto a vosotros y a la querida Iglesia de San Cenobio y de San Antonino mi bendición apostólica.
Saludo ahora al numerosísimo grupo de peritos industriales, que con ocasión del cincuenta aniversario de su organización han venido a esta audiencia en representación de más de 15.000 colegas.
Hermanos queridísimos: vuestra específica colocación, que os pone, como ideal anillo de unión, entre las maestranzas y los órganos directivos superiores, muestra la delicadeza y la importancia de vuestros deberes y de vuestras funciones en la sociedad contemporánea.
Deseo que vuestra vida profesional esté siempre animada y sostenida por límpida honradez, gran seriedad, consumada laboriosidad, pero especialmente por un profundo y mutuo respeto hacia los otros, en el nombre de la fraternidad cristiana.
Contribuid, por tanto, al progreso auténtico del país con vuestra preparación profesional y con vuestras riquezas interiores de bondad, de inteligencia, de fantasía, para que la paz social y la convivencia civil sean un legítimo, común beneficio de todos.
A vosotros, a vuestras familias y a todas las personas que os son queridas va mi bendición apostólica especial.
Me dirijo ahora a las numerosas religiosas, presentes en Roma para hacer un curso de formación y de perfeccionamiento para maestras de formación, organizado por la Unión de Superioras Mayores de Italia.
Queridísimas hermanas en Cristo, pongo vuestro trabajo y vuestros propósitos de bien bajo la protección de María Santísima, "Mater Divinae Gratiae", para que os inspire a saber decir a Dios, en todas las circunstancias de vuestra vida de almas consagradas, su proclamación de absoluta disponibilidad a la gracia: "¡He aquí a la sierva del Señor!" (Lc 1, 38).
A vosotras y a todas vuestras hermanas mi particular bendición apostólica.
(A los enfermos y a los recién casados)
Una palabra especial de saludo vaya ahora a todos vosotros, hermanos enfermos aquí presentes.
Queridísimos: en este período de Cuaresma tratáis de hacer vuestra la invitación de San Pablo a "revestíos del Señor Jesucristo" (Rom 13, 14) y a "conformaos a la pasión y muerte de Cristo" (Flp 3, 10), viviendo en vuestra carne la realidad del dolor, a ejemplo de Jesús paciente, como camino seguro para la gloria de la resurrección. Procurad, por tanto, realizar con generosidad esta vocación vuestra, basándola en una profunda fe cristiana y en un ardiente amor a Cristo. Mi bendición os acompañe a vosotros y a cuantos con amor os asisten en vuestro ofrecimiento cotidiano.
Un saludo especial y una ferviente felicitación también a vosotros, recién casados, presentes hoy en esta audiencia.
Os exhorto a ser agradecidos al Señor por el don de la familia, que acabáis de formar y que el Concilio Vaticano II llama "iglesia doméstica" (Lumen gentium, 11). Estad orgullosos de ella y custodiadla con todo cuidado. En la familia podréis y deberéis encontrar el ambiente propicio para vuestra santificación.
Con el fin de que cumplan esta cristiana misión, ruego al Señor y a la Virgen María que os bendigan y os protejan.
Encuentro con los jóvenes en la Basílica de San Pedro
¡Queridísimos jóvenes!
¡Queridos muchachos y muchachas!
Habéis venido muchos y quizás también de lejos de Roma, para rezar sobre la tumba de San Pedro, para ver a su Sucesor y para escuchar su palabra. Os saludo de todo corazón y os doy las gracias por vuestra visita, de la que deseo llevéis a vuestras casas un recuerdo y un sentimiento que sean eficaces para vuestra vida.
Estamos en el tiempo litúrgico de Cuaresma, es decir, en ese período particular del año, de reflexión y- austeridad, que nos lleva día tras día a la Semana Santa y especialmente al Viernes Santo, el día que recuerda la muerte de Jesús en cruz para nuestra salvación.
San. Pablo, escribiendo a los cristianos de la ciudad de Filipos, afirmaba: Jesucristo "se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz"' (Flp 2, 8). Se humilló; se hizo obediente: son palabras que hoy parecen no actuales, especialmente si van dirigidas a los jóvenes, cuando hay toda una sistemática oposición a la obediencia, que se presenta como una humillación de la propia personalidad, una derrota de la inteligencia y de la voluntad, una abdicación de la propia dignidad humana; y se predica la autonomía, la revuelta, la rebelión...
¡En cambio, precisamente Jesús nos ha dado el ejemplo de la obediencia hasta la muerte de cruz! ¡Y por esto os exhorto a la obediencia, hablándoos en nombre de Jesús! Ciertamente en la sociedad en que debemos vivir, hay quien no sabe mandar del modo justo; y por ello la obediencia, cuando es necesario, debe ser respetuosamente crítica. Pero hay también, y qué numerosos, quienes son una enseñanza viviente del bien: óptimos papás y mamás que os aman y desean sólo guiaros por el recto camino; maestros, profesores y directores que os siguen con delicada atención; sacerdotes equilibrados y sabios, ansiosos sólo de vuestra verdadera felicidad y de vuestra salvación; religiosas y catequistas, dedicadas únicamente a vuestra auténtica formación... Pues bien, yo os digo, ¡escuchadlos, obedecedlos!
Como bien sabéis, todos los Santos han pasado a través de la prueba, a veces incluso heroica, de la obediencia: como María Santísima, come San José, que no hicieron otra cosa que obedecer a la voz de Dios que les llamaba a una misión bien sublime, ¡pero también desconcertante y misteriosa!
¿Por qué debéis obedecer? Ante todo, porque la obediencia es necesaria en el cuadro general de la Providencia: Dios no nos ha creado al azar, sino para un fin bien claro y lineal: su gloria eterna y nuestra felicidad. Los padres y todos los que tienen responsabilidad sobre nosotros deben, en nombre de Dios, ayudarnos a alcanzar el fin querido por el Creador. Además, la obediencia externa enseña también a obedecer a la ley interior de la conciencia, o sea, a la voluntad de Dios expresada en la ley moral.
Finalmente, debéis obedecer también porque la obediencia hace serena y alegre la vida: cuando sois obedientes en casa, en la escuela, en el trabajo, estáis más contentos y dais felicidad en el ambiente.
¿Y cómo debéis obedecer?
Con amor y también con santa valentía, sabiendo bien que casi siempre la obediencia es difícil, cuesta sacrificio, exige empeño y a veces comporta hasta un esfuerzo heroico. ¡Hay que mirar a Jesús crucificado! Hay que 'obedecer también con confianza, convencidos de que la gracia de Dios no falta nunca y que además el alma se llena de inmensa alegría interior. El esfuerzo de la obediencia será recompensado con una continua alegría pascual.
He aquí, queridísimos, la exhortación que deseaba haceros mientras vivimos el tiempo de Cuaresma. Os ayude y os acompañe siempre la bendición apostólica, que de corazón os imparto a vosotros, a vuestros padres y a vuestros profesores.
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