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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 3 de septiembre de 1980

 

 

El pecado de adulterio según la doctrina de Jesús en el Sermón de la Montaña

1. En el sermón de la montaña Cristo se limita a recordar el mandamiento: "No adulterarás", sin valorar el relativo comportamiento de sus oyentes. Lo que hemos dicho anteriormente respecto a este tema proviene de otras fuentes (sobre todo, de la conversación de Cristo con los fariseos, en la que El se remitía al "principio": Mt 19, 8; Mc 10, 6). En el sermón de la montaña Cristo omite esta valoración o, más bien, la presupone. Lo que dirá en la segunda parte del enunciado, que comienza con las palabras: "Pero yo os digo...", será algo más que la polémica con los "doctores de la ley", o sea, con los moralistas de la Tora. Y será también algo más respecto a la valoración del ethos veterotestamentario. Se trata de un paso directo al nuevo ethos. Cristo parece dejar aparte todas las disputas acerca del significado ético del adulterio en el plano de la legislación y de la casuística, en las que la esencial relación interpersonal del marido y de la mujer había sido notablemente ofuscada por la relación objetiva de propiedad, y adquiere otras dimensiones. Cristo dice: "Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón" (Mt 5, 28); ante este pasaje siempre viene a la mente la traducción antigua: "ya la ha hecho adúltera en su corazón', versión que, quizá mejor que el texto actual, expresa el hecho de que se trata de un mero acto interior y unilateral. Así, pues, "el adulterio cometido con el corazón" se contrapone en cierto sentido al a adulterio cometido con el cuerpo".

Debemos preguntarnos sobre las razones que cambian el punto de gravedad del pecado, y preguntarnos además cuál es el significado auténtico de la analogía: si, efectivamente, el "adulterio", según su significado fundamental, puede ser solamente un "pecado cometido con el cuerpo", ¿en qué sentido merece ser llamado también adulterio lo que el hombre comete con el corazón? Las palabras con las que Cristo pone el fundamento del nuevo ethos, exigen por su parte un profundo arraigamiento en la antropología. Antes de responder a estas cuestiones, detengámonos un poco en la expresión que, según Mateo 5, 27-28, realiza en cierto modo la transferencia, o sea, el cambio del significado del adulterio del "cuerpo" al "corazón". Son palabras que se refieren al deseo.

2. Cristo habla de la concupiscencia: "Todo el que mira para desear". Precisamente esta expresión exige un análisis particular para comprender el enunciado en su integridad. Es necesario aquí volver al análisis anterior, que miraba, diría, a reconstruir la imagen "del hombre de la concupiscencia" ya en los comienzos de la historia (cf. Gén 3). Ese hombre del que habla Cristo en el sermón de la montaña —el hombre que mira "para desear"—, es indudablemente hombre de concupiscencia. Precisamente por este motivo, porque participa de la concupiscencia del cuerpo, "desea" y "mira para desear". La imagen del hombre de concupiscencia, reconstruida en la fase precedente, nos ayudará ahora a interpretar el "deseo", del que habla Cristo, según Mateo 5, 27-28. Se trata aquí no sólo de una interpretación sicológica, sino, al mismo tiempo, de una interpretación teológica. Cristo habla en el contexto de la experiencia humana y a la vez en el contexto de la obra de la salvación. Estos dos contextos, en cierto modo, se sobreponen y se compenetran mutuamente: y esto tiene un significado esencial y constitutivo para todo el ethos del Evangelio, y en particular para el contenido del verbo "desear" o "mirar para desear".

3. Al servirse de estas expresiones, el Maestro se remite en primer lugar a la experiencia de quienes le estaban oyendo directamente; se remite, pues, también a la experiencia y a la conciencia del hombre de todo tiempo y lugar. De hecho, aunque el lenguaje evangélico tenga una facilidad comunicativa universal, sin embargo para un oyente directo, cuya conciencia se había formado en la Biblia, el "deseo" debía unirse a numerosos preceptos y advertencias, presentes ante todo en los libros de carácter "sapiencial", en los que aparecían repetidos avisos sobre la concupiscencia del cuerpo e incluso consejos dados a fin de preservarse de ella.

4. Como es sabido, la tradición sapiencial tenía un interés particular por la ética y la buena conducta de la sociedad israelita. Lo que en estas advertencias o consejos, presentes, por ejemplo en el libro de los Proverbios [1], o de Sirácida [2] o incluso de Cohélet [3], nos impresiona de modo inmediato es su carácter en cierto modo unilateral, en cuanto que las advertencias se dirigen sobre todo a los hombres. Esto puede significar que son especialmente necesarias para ellos. En cuanto a la mujer, es verdad que en estas advertencias y consejos aparece más frecuentemente como ocasión de pecado o incluso como seductora de la que hay que precaverse. Sin embargo, es necesario reconocer que tanto el Libro de los Proverbios como el Libro de Sirácida, además de la advertencia de precaverse de la mujer y de no dejarse seducir por su fascinación que arrastra al hombre a pecar (cf. Prov 5, 1. 6; 6, 24-29; Sir 26, 9-12), hacen también el elogio de la mujer que es "perfecta" compañera de vida para el propio marido (cf. Prov 31, 10 ss). Y además elogian la belleza y la gracia de una mujer buena, que sabe hacer feliz al marido.

"Gracia sobre gracia es la mujer honesta. Y no tiene precio la mujer casta. Como resplandece el sol en los cielos, así la belleza de la mujer buena en su casa. Como lámpara sobre el candelero santo es el rostro atrayente en un cuerpo robusto. Columnas de oro sobre basas de plata son las piernas sobre firmes talones en la mujer bella... La gracia de la mujer es el gozo de su marido. Su saber le vigoriza los huesos" (Sir 26, 19-23. 16-17).

5. En la tradición sapiencial contrasta una advertencia frecuente con el referido elogio de la mujer-esposa, y es el que se refiere a la belleza y a la gracia de la mujer, que no es la mujer propia, y resulta pábulo de tentación y ocasión de adulterio: "No codicies su hermosura en tu corazón..." (Prov 6, 25). En Sirácida (cf. 9, 1-9) se expresa la misma advertencia de manera más perentoria:

"Aparta tus ojos de mujer muy compuesta y no fijes la vida en la hermosura ajena. Por la hermosura de la mujer muchos se extraviaron, y con eso se enciende como fuego la pasión" (Sir 9, 8-9).

El sentido de los textos sapienciales tiene un significado prevalentemente pedagógico. Enseñan la virtud y tratan de proteger el orden moral, refiriéndose a la ley de Dios y a la experiencia en sentido amplio. Además, se distinguen por el conocimiento particular del "corazón" humano. Diríamos que desarrollan una específica psicología moral, aunque sin caer en el psicologuismo. En cierto sentido, están cercanos a esa apelación de Cristo al "corazón" que nos ha transmitido Mateo (cf. 5, 27-28), aún cuando no pueda afirmarse que revelen tendencia a transformar el ethos de modo fundamental. Los autores de estos libros utilizan el conocimiento de la interioridad humana para enseñar la moral más bien en el ámbito del ethos históricamente vigente y sustancialmente confirmado por ellos. Alguno a veces, como por ejemplo Cohélet, sintetiza esta confirmación con la "filosofía" propia de la existencia humana, pero si influye en el método con que formula advertencias y consejos, no cambia la estructura fundamental que toma de la valoración ética.

6. Para esta transformación del ethos será necesario esperar hasta el sermón de la montaña. No obstante, ese conocimiento tan perspicaz de la psicología humana que se halla presente en la tradición "sapiencial", no está ciertamente privado de significado para el círculo de aquellos que escuchaban personal y directamente este discurso. Si, en virtud de la tradición profética, estos oyentes estaban, en cierto sentido, preparados a comprender de manera adecuada el concepto de "adulterio", estaban preparados además, en virtud de la tradición "sapiencial", a comprender las palabras que se refieren a la "mirada concupiscente". o sea, al "adulterio cometido con el corazón".

Nos convendrá volver ulteriormente al análisis de la concupiscencia. en el sermón de la montaña.


Notas

[1] Cf., por ej., Prov 5, 3-6. 15-20; 6, 24-7, 27; 21, 9. 19; 22, 14; 30, 20.

[2] Cf. por ej., Sir 7, 19. 24-26; 9, 1-9; 23, 22-27; 23, 13-26, 18; 36, 21-25; 42, 6. 9-14.

[3] Cf., por ej., Coh 7, 26-28; 9, 9.

 


Saludos

(A los Oblatos y Oblatas de la Orden Benedictina)

Recibo con particular gozo a los Oblatos y Oblatas de la Orden benedictina, venidos en gran número de Francia, de Italia y hasta de Togo, a venerar los lugares santificados por San Benito. Os exhorto a intensificar esta "oblación" que habéis hecho un día y firmado de vuestro puño sobre el altar del Señor. Dad prioridad a la alabanza divina, a la lectio divina. Acoged a los demás como Cristo, y que vuestras casas sean hospitalarias recordando que sin vivir en el claustro estáis llamados a prolongar y difundir en el corazón del mundo, el espíritu del monasterio a que estáis vinculados por vuestra oblación. Gracias de nuevo por haber venido a visitarme. Os bendigo paternamente.

(A los jóvenes de la diócesis de Aire y Dax)

A los jóvenes de la diócesis de Aire y Dax, venidos en peregrinación a Asís y Roma con su obispo mons. Robert Sarrabère y sus consiliarios, dirijo mi saludo afectuoso y mi enhorabuena. Yo añadiría un sólo deseo que se une —estoy seguro— a sus aspiraciones, así como a la esperanza de su obispo, de sus sacerdotes y sus padres. Al igual que vuestro compatriota San Vicente de Paúl, sabed escuchar y seguir la llamada del Señor a fin de que vuestra vida sea realmente cristiana y para consagraros, si os lo pide, enteramente a su servicio.

* * *

Dedico iguales estímulos a los jóvenes acólitos de la archidiócesis de Reims. Sabed todos, queridos amigos, que pido por vosotros. Os encomiendo a la Virgen María y os bendigo afectuosamente.

(A una peregrinación de Estrasburgo y Metz)

Quiero decir también una palabra de acogida a los miembros de la Unión regional de Ferroviarios católicos de las diócesis de Estrasburgo y Metz, así como a todos los diocesanos de Autun y Belly, venidos con mons. Le Bourgeois a la tumba de los Santos Apóstoles. Queridos amigos: Que esta peregrinación os ayude a afianzar vuestra vocación cristiana, y la fidelidad a vuestro bautismo y a la Iglesia de Cristo. Doy a todos vosotros y a cuantos amáis la bendición apostólica.

(A un grupo de minusválidos y enfermos)

Una bendición muy particular, en fin, a los queridos enfermos y minusválidos de Ruillé-en-Champagne y a sus abnegados acompañantes. Que la Virgen Inmaculada os alcance a todos la gracia de comprender a su divino Hijo y el valor para seguirle.

Entre los aquí presentes esta tarde se hallan los miembros de la peregrinación blanca irlandesa, por avión, a Roma y Loreto, con un cierto número de enfermos. Que nuestro Señor y nuestra bendita Madre María sean la fuerza y el gozo de cada hora de vuestro viaje de fe. Y que volváis a Irlanda con mayor conciencia aún de vuestra unión con Cristo en su misión de salvación. Que su amor esté siempre en vuestro corazón.

(A varios grupos de sacerdotes)

Os invito a uniros al saludo que dirijo a los 30 sacerdotes aquí presentes que celebran unos los 25 años y otros los 40 años de ordenación sacerdotal. Algunos estudiaron aquí en Roma, en el Colegio Germano-Húngaro. Otros proceden de la diócesis de Münster. Tened la convicción de que el Señor mantiene la fidelidad a su sí a lo largo de los caminos de vuestra vida. Responded a esta fidelidad de todo corazón y con todas las fuerzas.

Deseo dirigir un saludo particular a dos grupos de sacerdotes venidos de la archidiócesis de Milán. Los primeros celebran los 40 años de sacerdocio; los otros fueron ordenados hace 25 años por el arzobispo de entonces, Juan Bautista Montini, cuando hacía pocos meses que había sido llamado a regir la Iglesia ambrosiana.

Hijos queridísimos: Al expresaros mi agradecimiento por esta visita, me complace exhortaros a avivar en vosotros la conciencia de la singular dignidad a que os ha elevado el sacramento, y a renovar al mismo tiempo los propósitos de entrega plena al servicio ministerial con espíritu de caridad filial hacia vuestro actual arzobispo, el amado mons. Carlo Maria Martini, y de comunión sincera con los problemas, preocupaciones y esperanzas de vuestro pueblo.

Os bendigo a todos y a los familiares que os han acompañado, y confío a cada uno el encargo de llevar mi bendición a las almas a las que prestáis cuidados pastorales.

(A los cooperadores y cooperadoras salesianos)

Están presentes en la audiencia general los 2.000 cooperadores y cooperadoras salesianos que participan en el encuentro nacional de fraternidad y oración.

Queridísimos: habéis venido a encontraros con el Papa en representación también de todos los cooperadores de Italia, y os lo agradezco de veras. Deseo daros las gracias por vuestra valiosa actividad. Recordando la visita a la tumba de San Juan Bosco en Turín el pasado abril, os digo: Continuad viviendo el maravilloso ideal salesiano en la familia, la sociedad, el trabajo, la escuela, la vida parroquial, la estructura diocesana, los consejos pastorales, la organización civil, las exigencias del barrio y la ciudad, la acogida a la vida naciente, la atención a los enfermos y marginados, la ayuda fraterna a todos los que sufren.

Pero sobre todo no olvidéis jamás vuestra vida espiritual, y corroborarla con la oración diaria y la frecuencia de los sacramentos. Así seréis auténticos "testigos de Cristo" bajo la protección maternal de María Auxiliadora y con la intercesión de los Santos Francisco de Sales y Juan Bosco.

Os acompañe mi bendición que extiendo a todos los cooperadores de Italia.

(A los muchachos de Pove del Grappa)

Ahora deseo dirigir un saludo afectuoso a los muchachos de Pove del Grappa. Queridísimos: La antorcha que acabo de encender y que llevaréis a vuestra parroquia para que arda durante las fiestas quinquenales en honor del Divino Crucificado, sea para vosotros y para todos emblema de amor vivo a Cristo, auténtico fundamento de la paz verdadera. Con estos deseos imparto de corazón a vosotros, vuestras familias y los fieles de vuestra comunidad parroquial, mi apostólica bendición.

(A los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados)

Queridos jóvenes: También hoy deseo reservaros un saludo y una exhortación. San Gregorio Magno, de quien hoy se celebra la memoria litúrgica, explica así en una homilía la frase de Jesús "La mies es mucha, pero los operarios son pocos": "Para mucha mies hay pocos obreros. No podemos hablar de esto sin gran dolor, porque a pesar de haber muchas personas dispuestas a escuchar cosas buenas, faltan quienes se las digan" (Homilías sobre los Evangelios, XVII, 3).

Después de tantos siglos, las palabras de este gran Papa siguen siendo todavía actuales; y por ello os exhorto de corazón a pedir por las vocaciones y a escuchar con generosidad y alegría la voz del Señor que llama a su seguimiento. Os sirva de ayuda y aliento en ello mi bendición apostólica portadora de bienes.

Queridos enfermos: Cercano siempre a vuestro dolor y partícipe de vuestros sufrimientos, os saludo con afecto particular en el Señor.

Como sabéis, el mes de septiembre está especialmente marcado por la devoción a María Santísima a través de algunas fiestas concretas, y entre éstas, en especial, la dedicada a la Virgen Dolorosa.

Unid vuestras penas a las de María Santísima para cooperar en la salvación del mundo. En el arduo camino de la humanidad, tan denso siempre de inquietudes y peligros, el mundo tiene necesidad de almas orantes y adoradoras. Sedlo vosotros, y os acompañe el consuelo de mi bendición.

Vaya también mi saludo afectuoso ahora a vosotros, recién casados que, al comenzar vuestra nueva vida, habéis querido encontraros con el Papa como signo de fe y promesa de propósitos santos.

En este mes de septiembre comenzará aquí en Roma el Sínodo de los Obispos que tratará el tema de la familia en la sociedad actual.

Precisamente a vuestras oraciones en particular, queridos recién casados, quiero encomendar el próximo Sínodo y su feliz éxito, para que llegue a ser provechoso de verdad para cada familia. Con estos deseos a todos bendigo de corazón.

 

En el aniversario del comienzo de la Segunda Guerra Mundial

Ahora quiero aludir a un problema muy importante para todos nosotros.

El 1 de septiembre se cumplía otro aniversario, el 41°, del comienzo de la II guerra mundial, una guerra que comportó enormes daños materiales y morales, y sigue siendo herida dolorosa en la historia de las naciones, en particular de las naciones europeas en este siglo. Y sobre todo es herida dolorosa en la historia de nuestra nación que durante los hechos bélicos, a partir de septiembre de 1939, no sólo estuvo sometida a una ocupación terrible, como sabemos, sino que además ofreció el holocausto de seis millones de hijos e hijas suyos en distintos frentes, en campos y prisiones. No podemos olvidar esta fecha. No podemos olvidarla porque, además, la II guerra mundial, a través de la enorme aportación de nuestra nación, justifica particularmente el derecho moral a la independencia y a la soberanía en la existencia de esta nación. Soberanía significa justo derecho a la autodeterminación; y el respeto de este derecho está exigido por el orden moral internacional.

Por este motivo pienso que, independientemente del hecho de que yo sea polaco, tengo el derecho y el deber de hablar de ello en el marco de mi ministerio.

En estos primeros días de septiembre que cada año nos recuerdan la terrible violencia de la que fue objeto nuestra patria solamente veinte años después de la reconquista de la independencia que siguió a la repartición de Polonia, debemos rezar de modo especial para que el orden moral internacional sea respetado en Europa y en todo el mundo, para que ni nuestra patria ni ninguna otra nación sea víctima de la agresión y de la violencia por parte de otros. Debemos orar por esto, y testimoniar esto; por otra parte, todos lo estamos haciendo, testimoniar y orar para que las relaciones en Europa y en el mundo entero se basen sobre el respeto de los derechos de cada nación que están orgánicamente ligados a los derechos del hombre. Son éstas, queridos compatriotas, las reflexiones obligadas, relacionadas cada año con el comienzo de septiembre. Las dirijo a vosotros aquí presentes; las dirijo a todos los connacionales nuestros que están en la patria; las dirijo a todos los hombres de buena voluntad del mundo. Estas son las palabras de la paz; esa paz de que la Iglesia quiere, por misión recibida de Cristo,, nacerse servidora en favor de toda la humanidad, de todos los hombres de buena voluntad.

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