JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 4 de mayo de 1983
"Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer, y entre tu linaje y el suyo; éste te aplastará la cabeza" (Gén 3, 15).
Queridísimos hermanos y hermanas:
En este mes de mayo elevamos los ojos a María, la Mujer que fue asociada de manera única a la obra de reconciliación de la humanidad con Dios. Según los designios del Padre, Cristo debía realizar esta obra mediante su sacrificio; pero estaría asociada con Él una Mujer, la Virgen Inmaculada, que se presenta así ante nuestros ojos como el modelo más alto de la cooperación en la obra de la salvación.
El relato de la caída de Adán y Eva manifiesta la participación de la mujer en el pecado; pero recuerda también la intención de Dios de elegir a la mujer como aliada en la lucha contra el pecado y sus consecuencias. Una manifestación totalmente especial de esta intención se vio en el episodio de la Anunciación cuando Dios ofreció a la Virgen de Nazaret la maternidad más elevada, al pedirle su consentimiento para la venida del Salvador al mundo. Lo ha subrayado muy oportunamente el Concilio Vaticano II: "El Padre de las misericordias quiso que precediera a la encarnación la aceptación de la Madre predestinada, para que de esta manera, así como la mujer contribuyó a la muerte, también la mujer contribuyese a la vida" (Lumen gentium, 56).
¿Cómo no ver en esto una valoración singular de la personalidad femenina? En María se tiene la completa emancipación de la mujer: en nombre de toda la humanidad la Muchacha de Nazaret es invitada a pronunciar el "Sí" esperado por Dios. Ella se convierte en la colaboradora privilegiada de Dios en la Nueva Alianza.
2. María no defraudó al que solicitaba su cooperación. Su respuesta marcó un momento decisivo en la historia de la humanidad, y los cristianos justamente se complacen en repetirla, cuando oran, tratando de asimilar la disposición de ánimo que la inspiró: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38).
El Concilio Vaticano II comenta estas palabras, indicando su amplio alcance: "Así María, hija de Adán, al aceptar el mensaje divino, se convirtió en Madre de Jesús, y al abrazar de todo corazón y sin entorpecimiento de pecado alguno la voluntad salvífica de Dios, se consagró totalmente como esclava del Señor a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la redención con Él y bajo Él, con la gracia de Dios omnipotente" (Lumen gentium, 56).
El "Sí" de la Anunciación no constituyó solamente la aceptación de la maternidad que se le proponía. sino que significó, sobre todo, el compromiso de María en servicio del misterio de la redención. La redención fue obra del Hijo; María se asoció a ella en un nivel subordinado. Sin embargo, su participación fue real y efectiva. Al dar su consentimiento al mensaje del ángel, María aceptó colaborar en toda la obra de reconciliación de la humanidad con Dios, tal como su Hijo la realizaría de hecho.
Una primera alusión clara a cuál sería el camino elegido por Jesús, la tuvo María en la presentación en el templo. Después de haber expuesto las contradicciones que el Niño encontraría en su misión, Simeón se dirigió a María para decirle: "Y una espada atravesará tu alma" (Lc 2, 35). El Espíritu Santo había impulsado a Simeón a ir al templo precisamente en el momento en que María y José llegaban allí para presentar al Niño. Bajo la inspiración del Espíritu Santo, Simeón pronunció las palabras proféticas que iluminaron a María acerca del destino doloroso del Mesías y acerca del gran drama en que su corazón materno quedaría envuelto. María comprendió entonces más claramente el significado del gesto de la presentación. Ofrecer a su Hijo, era exponerse voluntariamente a la espada. Comprometida por el "Sí" de la Anunciación, y dispuesta a llegar hasta el fondo en el don de Sí misma a la obra de la salvación, María no retrocedió ante la perspectiva de los grandes sufrimientos que se le anunciaban.
3. La orientación hacia el sacrificio redentor dominó toda la vida materna de María. A diferencia de las otras madres que no pueden conocer con anticipación los sufrimientos que les sobrevendrán a causa de sus hijos, María sabía ya desde esos primeros días que su maternidad la encaminaba hacia una prueba suprema.
Para Ella la participación en el drama redentor fue el término de un largo camino. Después de haber constatado que la predicción de las contradicciones que Jesús tenía que sufrir se iba realizando en los acontecimientos de la vida pública, Ella comprendió más vivamente, al pie de la cruz, lo que significaban aquellas palabras: "Una espada atravesará tu alma". La presencia en el Calvario. que le permitía unirse de todo corazón a los sufrimientos del Hijo, pertenecía al designio divino: el Padre quería que Ella, llamada a la más total cooperación en el misterio de la redención, quedase totalmente asociada al sacrificio y compartiese todos los dolores del Crucificado, uniendo la propia voluntad a la de Él, en el deseo de salvar al mundo.
Esta asociación de María al sacrificio de Jesús pone de manifiesto una verdad que se puede aplicar también a nuestra vida: los que viven profundamente unidos a Cristo están destinados a compartir en profundidad su sufrimiento redentor.
Al dar gracias a María por su cooperación en la obra redentora, no podemos dejar de pedir su ayuda materna para que, a nuestra vez, podamos seguir el camino de la cruz y obtener, por medio de la ofrenda de nuestros sufrimientos, una vida más fecunda.
Saludos
Amadísimos hermanos y hermanas:
Esta audiencia del Año Santo tiene lugar al principio del mes de mayo, que la piedad del pueblo fiel consagra de manera especial a la devoción a la Virgen María.
Tal circunstancia nos lleva a pensar en la presencia particular de la Madre de Cristo en toda la obra de la Redención, que conmemoramos en este Año Jubilar. En efecto la Virgen Santísima se asoció con libre y amorosa entrega a la tarea redentora de su Hijo mediante el sufrimiento. Y con ello se convirtió en el modelo acabado del cristiano, que es llamado a compartir en su vida el dolor redentor de Cristo.
En este mes, pidamos insistentemente a nuestra Madre del cielo que Ella nos ayude a mirar con sentido de fe nuestros sufrimientos, a fin de transformarlos en redención para nosotros mismos y para el mundo.
Con este deseo saludo y bendigo a todos los grupos y personas de lengua española aquí presentes. A los procedentes de varias ciudades y lugares de España, a los de Chile o de los otros países latinoamericanos.
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