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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 19 de octubre de 1983

 

1. "¿Qué es el hombre y de qué sirve? ¿Qué tiene de bueno y qué de malo?" (Sir 18, 7).

Los interrogantes que plantea la página del libro del Sirácida, que acabamos de escuchar —interrogantes a los que hace eco toda la literatura bíblica sapiencial, la cual ha reflexionado igualmente sobre el sentido del nacimiento, de la muerte y de la fragilidad del hombre—, detectan un nivel de la experiencia humana absolutamente común a todos los hombres. Estos interrogantes están en el corazón de cada uno de los hombres, como lo demuestra muy bien el genio poético de todos los tiempos y de todos los pueblos, el cual, como profecía de la humanidad propone continuamente la "pregunta seria" que hace al hombre verdaderamente tal.

Esos interrogantes expresan la urgencia de encontrar un porqué a la existencia, a cada uno de sus instantes, a las etapas importantes y decisivas, así como a sus momentos más comunes.

En estas cuestiones aparece un testimonio de la racionabilidad profunda del existir humano, puesto que la inteligencia y la voluntad del hombre se ven solicitadas en ellas a buscar libremente la solución capaz de ofrecer un sentido pleno a la vida. Por tanto, estos interrogantes son la expresión más alta de la naturaleza del hombre: en consecuencia, la respuesta a ellos expresa la profundidad de su compromiso con la propia existencia.

2. Especialmente, cuando se indaga el "porqué de las cosas" con totalidad en la búsqueda de la respuesta última y más exhaustiva, entonces la razón humana toca su culmen y se abre a la religiosidad. En efecto, la religiosidad representa la expresión más elevada de la persona humana, porque es el culmen de su naturaleza racional. Brota de la aspiración profunda del hombre a la verdad y está en la base de la búsqueda libre y personal que el hombre realiza sobre lo divino.

En esta perspectiva se capta la importancia de la enseñanza conciliar que, a propósito de la libertad religiosa, afirma: "La exigencia de libertad en la sociedad humana mira sobre todo a los bienes del espíritu humano, principalmente a aquellos que se refieren al libre ejercicio de la religión en la sociedad" (Dignitatis humane, 1).

La actitud religiosa del espíritu humano es como una especie de capacidad connatural a nuestro mismo ser. Por lo cual, nunca se pueden borrar en el corazón del hombre las preguntas y respuestas sobre el significado último de las cosas.

Por mucho que nos obstinemos en refutarlas y contradecirlas en la propia existencia, no llegaremos a silenciarlas. Cada hombre —el más superficial o el más docto, el más acérrimo defensor o el más encarnizado opositor de la religión— para vivir, debe dar, y de hecho da, una respuesta a esta cuestión radical.

La existencia y la universalidad de la pregunta sobre el sentido de la vida encuentran su confirmación más clamorosa en el hecho de que quien la niega, está obligado a afirmarla en el instante mismo en que la niega. He aquí la contraprueba más sólida del fundamento metafísico del sentido religioso del hombre. Y esto se halla en perfecta armonía con todo lo que acabamos de decir sobre la religiosidad como culmen de la racionabilidad.

El sentido religioso en el hombre no depende en sí de su voluntad, sino que es iniciativa de quien lo ha creado. El descubrimiento del sentido religioso es, pues, el primer resultado que consigue el hombre, si afronta seriamente la experiencia de impotencia estructural que lo caracteriza.

3. La tradición religiosa llama "Dios" a la respuesta cabal a la pregunta última y exhaustiva sobre la existencia. La Biblia, en la cual está probada de modos variadísimos y dramáticos la presencia universal del sentido religioso en el hombre, señala esta respuesta fundamental en el Dios vivo y verdadero. Sin embargo, en los momentos de la tentación y del pecado, Israel fabrica el ídolos, el dios falso e inerte.

Lo mismo le ocurre al hombre de todo tiempo, también del nuestro. A la pregunta sobre su destino último puede responder reconociendo la existencia de Dios, o sustituyéndolo con una caricatura de invención propia, con un ídolo, como por ejemplo, el dinero, lo útil, o el placer.

Por esto, San Pablo advierte duramente en la Carta a los Romanos: "Alardeando de sabios, se hicieron necios, y trocaron la gloria de Dios incorruptible por la semejanza del hombre corruptible, y de aves, cuadrúpedos y reptiles" (Rom I, 22-23). ¿Acaso no se encierra en este juicio de Pablo el sentido de lo ineludible que resulta la pregunta religiosa en el hombre?

La enérgica inclinación del sentido religioso, como voz de Dios, luz de su rostro impresa en nuestra mente, está alerta en el espíritu de cada hombre. Ya la actúe en el reconocimiento de Aquel de quien depende todo su ser, frágil y espléndido. o ya trate de huir de Él, siguiendo desvariados y parciales motivos para su existencia; la inclinación del sentido religioso estará siempre en la raíz del ser humano, creado por Dios a su imagen y semejanza. Efectivamente, sólo Dios puede apagar plenamente la sed del espíritu humano, que tiende instintivamente al Bien infinito.

Nosotros, que creemos en Cristo y que en este Año Santo extraordinario de la Redención queremos llevar con honor el glorioso nombre de cristianos, oremos a fin de que cada uno de los hombres acoja la opción fundamental a la que el sentido religioso inclina su mente.


Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Antes de concluir, mi saludo cordial y mi bendición a cada persona y grupo de lengua española. A las religiosas de la Compañía de Santa Teresa de Jesús, a los enfermos de Valladolid y a todos los otros peregrinos de España, de México, de Colombia, de Chile y de los demás países.

 



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