JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 11 de noviembre de 1987
Los milagros de Jesús: el hecho y el significado
1. El día de Pentecostés, después de haber recibido la luz y el poder del Espíritu Santo, Pedro da un franco y valiente testimonio de Cristo crucificado y resucitado: “Varones israelitas, escuchad estas palabras: Jesús de Nazaret, varón probado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales...; a éste..., después de fijarlo (en la cruz)..., le disteis muerte. Al cual Dios lo resucitó después de soltar las ataduras de la muerte” (Act 2, 22-24).
En este testimonio se contiene una síntesis de toda la actividad mesiánica de Jesús de Nazaret, que Dios ha acreditado “con milagros, prodigios y señales”. Constituye también un esbozo de la primera catequesis cristiana, que nos ofrece la misma Cabeza del Colegio de los Apóstoles, Pedro.
2. Después de casi dos mil años el actual Sucesor de Pedro, en el desarrollo de sus catequesis sobre Jesucristo, debe afrontar ahora el contenido de esa primera catequesis apostólica que se desarrolló el mismo día de Pentecostés. Hasta ahora hemos hablado del Hijo del hombre, que con su enseñanza daba a conocer que era verdadero Dios-Hijo, que era con el Padre “una sola cosa” (cf. Jn 10, 30). Su palabra estaba acompañada por “milagros, prodigios y señales”. Estos hechos acompañaban a las palabras no sólo siguiéndolas para confirmar su autenticidad, sino que muchas veces las precedían, tal como nos dan a entender los Hechos de los Apóstoles cuando hablan de “todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el principio” (Act 1, 1). Eran esas mismas obras, y particularmente “los prodigios y señales”, los que testificaban que “el reino de Dios estaba cercano” (cf. Mc 1, 15), es decir, que había entrado con Jesús en la historia terrena del hombre y hacía violencia para entrar en cada espíritu humano. Al mismo tiempo testificaban que Aquel que las realizaba era verdaderamente el Hijo de Dios. Por eso es necesario vincular las presentes catequesis sobre los milagros-signos de Cristo con las anteriores, concernientes a su filiación divina.
3. Antes de proceder gradualmente al análisis del significado de estos "prodigios y señales” (como los definió de forma muy específica San Pedro el día de Pentecostés), hay que constatar que éstos (prodigios y signos) pertenecen con seguridad al contenido integral de los Evangelios como testimonios de Cristo, que provienen de testigos oculares. Efectivamente, no es posible excluir los milagros del texto y del contexto evangélico. El análisis no sólo del texto, sino también del contexto, habla a favor de su carácter “histórico”, atestigua que son hechos ocurridos en realidad, y verdaderamente realizados por Cristo. Quien se acerca a ellos con honradez intelectual y pericia científica, no puede desembarazarse de éstos con cualquier palabra, como de puras invenciones posteriores.
4. A este propósito está bien observar que esos hechos no sólo son atestiguados y narrados por los Apóstoles y por los discípulos de Jesús, sino que también son confirmados en muchos casos por sus adversarios. Por ejemplo, es muy significativo que estos últimos no negaran los milagros realizados por Jesús, sino que más bien pretendieran atribuirlos al poder del “demonio”. En efecto, decían: “Está poseído de Beelcebul, y por virtud del príncipe de los demonios echa a los demonios” (Mc 3, 22; cf. también Mt 8, 32; 12, 24; Lc 11, 14-15). Y es conocida la respuesta de Jesús a esta objeción, demostrando su íntima contradicción: “Si, pues, Satanás se levanta contra sí mismo y se divide, no puede sostenerse, sino que ha llegado a su fin” (Mc 3, 26). Pero lo que en este momento cuenta m s para nosotros es el hecho de que tampoco los adversarios de Jesús pueden negar sus “milagros, prodigios y signos” como realidad, como “hechos” que verdaderamente han sucedido.
Es elocuente también la circunstancia de que los adversarios observaban a Jesús para ver si curaba el sábado o para poderlo acusar así de violación de la ley del Antiguo Testamento. Esto sucedió, por ejemplo, en el caso del hombre que tenía una mano seca (cf. Mc 3, 1-2).
5. Hay que tomar también en consideración la respuesta que dio Jesús, no ya a sus adversarios, sino esta vez a los mensajeros de Juan Bautista, a los que mandó para preguntarle: “¿Eres tú el que ha de venir o hemos de esperar a otro?” (Mt 11, 3). Entonces Jesús responde: “Id y referid a Juan lo que habéis oído y visto: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados” (Mt 11, 4-5; cf. también Lc 7, 22). Jesús en la respuesta hace referencia a la profecía de Isaías sobre el futuro Mesías (cf. Is 35, 5-6), que sin duda podía entenderse en el sentido de una renovación y de una curación espiritual de Israel y de la humanidad, pero que en el contexto evangélico en el que se ponen en boca de Jesús, indica hechos comúnmente conocidos y que los discípulos del Bautista pueden referirlos como signos de la mesianidad de Cristo.
6. Todos los Evangelistas registran los hechos a que hace referencia Pedro en Pentecostés: “Milagros, prodigios, señales” (Act 2, 22). Los Sinópticos narran muchos acontecimientos en particular, pero a veces usan también fórmulas generalizadoras. Así por ejemplo en el Evangelio de Marcos: “Curó a muchos pacientes de diversas enfermedades y echó muchos demonios” (1, 34). De modo semejante Mateo y Lucas: “Curando en el pueblo toda enfermedad y dolencia” (Mt 4, 23); “Salía de él una virtud que sanaba a todos” (Lc 6, 19). Son expresiones que dejan entender el gran número de milagros realizados por Jesús. En el Evangelio de Juan no encontramos formas semejantes, sino más bien la descripción detallada de siete acontecimientos que el Evangelista llama “señales” (y no milagros). Con esa expresión él quiere indicar lo que es más esencial en esos hechos: la demostración de la acción de Dios en persona, presente en Cristo, mientras la palabra “milagro” indica más bien el aspecto “extraordinario” que tienen esos acontecimientos a los ojos de quienes los han visto u oyen hablar de ellos. Sin embargo, también Juan, antes de concluir su Evangelio, nos dice que “muchas otras señales hizo Jesús en presencia de los discípulos que no están escritas en este libro” (Jn 20, 30). Y da la razón de la elección que ha hecho: “Estas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre” (Jn 20, 31). A esto se dirigen tanto los Sinópticos como el cuarto Evangelio: mostrar a través de los milagros la verdad del Hijo de Dios y llevar a la fe que es principio de salvación.
7. Por lo demás, cuando el Apóstol Pedro, el día de Pentecostés, da testimonio de toda la misión de Jesús de Nazaret, acreditada por Dios por medio de “milagros, prodigios y señales”, no puede más que recordar que el mismo Jesús fue crucificado y resucitado (Act 2, 22-24). Así indica el acontecimiento pascual en el que se ofreció el signo más completo de la acción salvadora y redentora de Dios en la historia de la humanidad. Podríamos decir que en este signo se contiene el “anti-milagro” de la muerte en cruz y el “milagro” de la resurrección (milagro de milagros) que se funden en un solo misterio, para que el hombre pueda leer en él hasta el fondo la autorrevelación de Dios en Jesucristo y, adhiriéndose con la fe, entrar en el camino de la salvación.
Saludos
Junto con este mensaje, deseo presentar mi más cordial saludo de bienvenida a todos los peregrinos y visitantes de lengua española.
En particular, saludo a los componentes de la peregrinación del Monte de Piedad de Córdoba a quienes aliento a continuar en su meritoria labor en el campo social y cultural, dando siempre testimonio de los genuinos valores evangélicos, en estrecha colaboración y comunión con los Pastores de la Iglesia.
Igualmente saludo a los padres de familia de los colegios de la Tercera Orden Regular de San Francisco, de Mallorca, y a las peregrinaciones procedentes de Querétaro y Guadalajara, México.
A todas las personas, familias y grupos procedentes de los diversos países de América Latina y de España imparto con afecto la bendición apostólica.
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