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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 30 de marzo de 1988

 

1. "El Señor Dios me ha abierto el oído y yo no me he rebelado ni me he echado atrás" (Is 50, 5).

Queridos hermanos y hermanas:

Estas palabras del Profeta Isaías, tomadas de las lecturas de la liturgia de hoy, nos ayudan a comprender y a revivir los mismos sentimientos que Cristo tuvo en los días que precedieron inmediatamente al sacrificio pascual.

Jesús sabía lo que le iba a suceder, y su psicología humana obviamente estaba profundamente turbada por ello, si bien en lo íntimo de su corazón aceptaba plenamente, con espíritu de filial obediencia, la voluntad del Padre.

Jesús "no se echa atrás".

Ha escuchado al Padre, se ha fiado de Él, ha penetrado profundamente el sentido de su voluntad, ha comprendido su sabiduría, y la ha hecho propia con total convicción a pesar de la prueba terrible que le esperaba.

2. Jesús confía en ese mismo Dios que lo manda morir en la Cruz. Sabe que, más allá de la apariencia, ese mandamiento del Padre es en realidad un plan de amor, de rescate y de misericordia. Sabe que es el camino que lo lleva a la gloria.

Esta es la gran lección de la Semana Santa, durante la cual, en un intenso sucederse de acontecimientos, aparece en plena luz, a quien tiene ojos para ver, todo el sentido de la vida de Jesús y el porqué último de toda lo que Él había hecho anteriormente: de sus enseñanzas, viajes, milagros, directrices dadas a los discípulos y a los apóstoles.

A la luz de la Semana Santa comprendemos el sentido profundo de la vida de Cristo; en estos días de sufrimiento y de gloria se revela con plena claridad la grandeza de su amor por nosotros y adquiere significado conclusivo todo el conjunto de sus gestos anteriores, que aparecen ordenados al cumplimiento de su "hora", del acontecimiento dramático y sublime de la lucha y de la victoria final contra el poder de las tinieblas.

3. También nosotros, queridos hermanos y hermanas, estamos llamados a revivir, en estos días, las mismas disposiciones intimas de Jesús.

Muchos, en el mundo, están viviendo sentimientos semejantes por causas ajenas a su voluntad: amenazas inminentes, enfermedades mortales, incertidumbre del futuro, peligros a su seguridad y a su misma vida. Y si a nosotros se nos ahorran semejantes experiencias, queridísimos hermanos y hermanas, unámonos igualmente como creyentes, a los sentimientos del "Christus patiens", ofreciéndoles las pruebas del pasado y declarándonos dispuestos a aceptar las que Dios nos quiera mandar. "No nos echemos atrás".

Ofrezcamos también los sufrimientos de todos los que, no teniendo la luz de la fe, no saben por qué sufren. Oremos por ellos, para que puedan ser iluminados sobre el sentido de su sufrimiento. Y al mismo tiempo hagamos lo que esté de nuestra parte a fin de aliviar y, si es posible, eliminar dicho sufrimiento. Esta es también una enseñanza del Miércoles Santo, de la Semana Santa.

4. Los Evangelios aluden con breves pero intensísimas expresiones al crecimiento de la angustia de Jesús según se va acercando el momento del supremo sacrificio. Cinco días antes de la pascua judía Jesús dice que su alma está "turbada" (Jn 12, 27); la noche anterior al sacrificio en el huerto de los olivos, su alma "está triste hasta el punto de morir" (Mt 26, 38; Mc 14, 34).

Este "crescendo" del sufrimiento interior de Cristo, que responde tan bien a las leyes naturales de la psicología humana en semejantes circunstancias, nos hace comprender de modo muy emocionante cuán profundamente el Hijo de Dios encarnado es solidario con nuestros sufrimientos, cuán intensa y efectivamente ha vivido nuestra humanidad y ha participado de nuestra fragilidad.

Nunca como en estos días que preceden a la Pasión, Jesús parece abandonado a su humanidad, como uno cualquiera de nosotros, sin socorro y sin consuelo; pero, precisamente en esos días de aparente debilidad realiza Él, a través del sufrimiento y la deyección, la obra divina de la salvación. Efectivamente, el Hijo divino no abandona la propia divinidad, sino que sencillamente la esconde y hace operante la Vida precisamente allí donde parece triunfar la Muerte.

5. Queridos hermanos y hermanas: Confiemos en Aquel que nos manda la prueba. Confiemos y no nos rebelemos. Pidámosle tener en Él esta confianza. Efectivamente, aquí está el secreto de la vida y de la salvación. Pidámosle poder comprender lo que Él pretende decirnos mediante el sufrimiento. A través del sufrimiento Dios nos habla, nos instruye, nos guía. Nos salva. ¡Oh, qué importante es comprender estas cosas! Ciertamente es algo que va más allá de nuestras capacidades humanas, de las leyes de nuestra psicología. Es una sabiduría superior, que no aniquila la humana, sino que la enriquece, superándola y acogiendo la "lógica" del pensamiento de Dios.

Dichosos nosotros si sabemos ver la bondad de Dios incluso en el momento en el que nos manda la prueba. ¿Qué nos enseña Jesús? Precisamente esto: a confiar siempre en el Padre, aun en el momento de la cruz. Si el Padre manda la cruz existe un porqué. Y puesto que el Padre es bueno, ello no puede ser más que para nuestro bien. Esto nos dice la fe. Esto nos enseña Cristo en estos días antes de la Pasión.

"Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido, por eso ofrecí el rostro como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado. Tengo cerca a mi abogado" (Is 50, 7-8).

Así prosigue el Profeta después del versículo que he citado al comienzo, en el que se declara dispuesto a aceptar 1a voluntad de Dios. Es el mismo estado de ánimo de Cristo al aproximarse la Cruz. Es la actitud de confianza. La naturaleza sugeriría decir: "¡Padre, líbrame de esta hora!" (Jn 12, 27).

"¡He llegado a esta hora para esto!". Jesús no puede pedir ser librado de una "hora" que en el fondo, por obediencia al Padre, ha deseado siempre y es el momento decisivo y el evento que da sentido a toda su vida.

La Semana Santa nos pide de modo especial que hagamos nuestros estos sentimientos de Cristo, abriendo con confianza nuestro corazón a la voluntad del Padre, sabiendo que no quedaremos avergonzados, que está cerca de nosotros nuestro Abogado.


Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Deseo saludar ahora a los visitantes y peregrinos de lengua española, venidos de España y de América Latina.

De modo particular, saludo a las Religiosas Misioneras de la Enseñanza de España, al grupo de la Organización Nacional de Ciegos de Valencia, a un coro parroquial de Sevilla, al grupo de la misión católica española en Münster (Alemania), a dos grupos de visitantes guatemaltecos, y finalmente, saludo cordialmente a los numerosos grupos de estudiantes de diversas ciudades españolas y también de México.

Amadísimos todos: la Semana Santa nos invita de manera especial a hacer nuestros los sentimientos de Cristo, abriendo con confianza nuestro corazón a la voluntad del Padre, sabiendo que no quedaremos defraudados porque nos ama y nos salva.

A todos imparto con afecto mi bendición apostólica.



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