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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 23 de diciembre de 1992

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. En el itinerario litúrgico y espiritual del Adviento, nos encontramos ya en vísperas de las festividades navideñas. La novena de la santa Navidad nos impulsa diariamente, de una forma cada vez más apremiante y comprometedora, a prepararnos con la oración y la caridad a las fiestas ya inminentes y nos invita a meditar, desde la perspectiva de la fe, en los aspectos profundos y significativos del misterio de la Encarnación, que estamos a punto de revivir.

Uno de los elementos que caracterizan la oración y la reflexión de estos días es, sin duda, la tradicional serie de antífonas navideñas denominadas antífonas de la "Oh", y que en su conjunto ilustran los diversos aspectos de la venida del Salvador esperado.

En esas antífonas litúrgicas se eleva al Altísimo la misma voz de la Iglesia, que invoca al esperado de las naciones con títulos muy elocuentes, fruto de la fe bíblica y de la secular reflexión eclesial.

En el Salvador, cuyo nacimiento en Belén vamos a celebrar, la comunidad cristiana contempla la "Sabiduría del Altísimo", el "Guía de su pueblo", el "Retoño de la raíz de Jesé", la "Llave de David", la "Estrella nueva", el "Rey de los pueblos" y, por último, el "Emmanuel".

2. "Oh Emmanuel, Dios con nosotros, el esperado de los pueblos y su liberador: ven a salvarnos con tu presencia".

¡Oh Emmanuel! Hoy, antevíspera de la solemnidad de la santa Navidad, la liturgia se dirige al Mesías con este título. Se trata de una invocación que, en cierto sentido, resume en sí todas las de los días pasados. El Hijo de la Virgen ha recibido el nombre profético de "Emmanuel", es decir, "Dios con nosotros". Ese nombre recuerda la profecía hecha siete siglos antes por boca del profeta Isaías. Con el nacimiento del Mesías Dios asegura su presencia plena y definitiva en medio de su pueblo. Esa presencia constituye la respuesta divina a la necesidad fundamental del hombre de todos los lugares y todos los tiempos.

En efecto, los esfuerzos de la humanidad por construir un porvenir de bienestar y felicidad sólo pueden alcanzar plenamente su objetivo rebasando las realidades finitas. El deseo y el empeño por realizar un futuro de justicia y paz son un signo elocuente del insuprimible anhelo de Dios que late en el corazón del hombre.

3. La época en que vivimos se caracteriza por la agudización de un cierto sentido de extravío, de una sensación de vacío que, si la miramos bien, es consecuencia del debilitamiento del "sentido de Dios". En nuestro mundo secularizado muchos han perdido esta referencia esencial para las opciones decisivas de su existencia.

Precisamente en este contexto adquiere especial relieve el gozoso mensaje de la Navidad. Sobre todo para aquellas personas a quienes, en nuestro siglo, se ha impedido por la fuerza tener un encuentro con el auténtico Señor de la historia, o para los que se han perdido en los diarios afanes de la existencia, se renueva en la Navidad que estamos a punto de celebrar la "buena nueva" de la venida del "Dios con nosotros". Lo que resulta imposible para las fuerzas humanas, Dios mismo, en su amor infinito, lo realiza mediante la encarnación de su Hijo unigénito.

En la Noche Santa se proclama la victoria del Amor sobre el odio, de la vida sobre la muerte. El hombre ya no está solo, pues el muro insuperable que lo separaba de la comunión con Dios ha sido derribado definitivamente. En la gruta de Belén el cielo y la tierra se tocan, el infinito entra en el mundo, y a la humanidad se le abren de par en par las puertas de la eterna herencia divina. Con la presencia del "Dios con nosotros", incluso la más oscura noche del dolor, de la angustia y del desconcierto queda superada y vencida para siempre. El Verbo encarnado, el Emmanuel, el "Dios con nosotros", es la esperanza de toda criatura frágil, el sentido de toda la historia, el destino de todo el género humano.

El Niño divino, adorado por los pastores en la gruta, es el don supremo del amor misericordioso del Padre celestial: para salir al encuentro de los hombres de todos los tiempos no desdeñó hacerse Él mismo semejante a nosotros, compartiendo hasta el fondo nuestra condición de criaturas, excepto el pecado.

4. La antífona navideña que la Iglesia canta en la liturgia de hoy concluye con la invocación "Sálvanos, oh Señor, con tu presencia". En el misterio de la Navidad admiramos absortos el eterno Verbo divino hecho carne, convertido en presencia sorprendente entre nosotros y en nosotros. Él, con la intervención eficaz de su gracia, colma el vacío de la tristeza y de la pena, aclara la búsqueda de la alegría y de la paz, impulsa todos nuestros esfuerzos por construir un mundo mejor y más solidario.

5. Amadísimos hermanos y hermanas, dispongámonos a revivir con plena apertura de espíritu el acontecimiento salvífico de la Navidad. Contemplemos, en la pobreza del pesebre, el gran prodigio de la Encarnación y hagamos que penetre profundamente en nuestra existencia con su fuerza transformadora. Dejémonos evangelizar por la Navidad, como los pastores, que acogieron prontamente el anuncio del nacimiento del Salvador y se dirigieron sin vacilación a adorarlo, convirtiéndose así en los primeros testigos de su presencia en el mundo. Así, nosotros nos convertiremos también en testigos del Emmanuel ante todos nuestros hermanos, principalmente entre los más pobres y los que sufren.

María, la primera que acogió al Mesías prometido y lo ofreció al mundo, nos enseñe a abrir de par en par las puertas de nuestro corazón al mensaje de esperanza y amor de la Navidad.

Con estos sentimientos, en la atmósfera de gozo espiritual que caracteriza este encuentro, me es grato formular a cada uno de vosotros mis mejores y más afectuosos deseos de felicidad. Extiendo estos cordiales sentimientos a las personas que sufren, a las poblaciones azotadas por la violencia y la guerra, y a cuantos atraviesan especiales dificultades. A todos deseo que pasen las próximas fiestas navideñas en un clima sereno e iluminado por la llama del amor y de la gracia del Redentor.


Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Me es grato saludar ahora a todos los peregrinos de lengua española, venidos de América Latina y España.

Deseo a todos que podáis celebrar las próximas fiestas en un clima sereno e iluminado por la llama del amor y de la gracia del Redentor, a la vez que os imparto con afecto la Bendición Apostólica.

¡Feliz Navidad!



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